Universo breve. 21. Ruptura. Damaris Disner

Ruptura

Por Damaris Disner

No le fastidiaba limpiar tres veces el lavavajillas, lo imperdonable siempre fue que dejara migajas sobre la basura acumulada.

Fotografía:  Matilda Wormwood 

Universo breve. 20. Espejos. Damaris Disner

Espejos

Por Damaris Disner

Dos, tres, cuatro, cinco, seis veces y la manija aún seguía apretada entre las manos de Raquel. No importaban los juicios, lo relevante era la posición exacta de cómo debía quedar. Cerciorarse que estaba cerrada. Nuestras miradas se cruzaron mientras intentaba no perder el  conteo frenético de mis pasos.

Fotografía:  Thiago Matos

Universo breve. 19. Origen. Damaris Disner

Origen

Por Damaris Disner

Salió de su casa, le dijo el hombre de gorra, al señalar lo que parecía una cuerda gruesa enroscada. Lilith le replicó que en su hogar no había serpientes, mientras su lengua bífida se asomaba irreverente por su dentadura.

Fotografía: Lucas Ricardo Ignacio.

Universo breve. 18. Linaje. Damaris Disner

Linaje

Por Damaris Disner

Sólo le faltó un pedazo para restaurar el jarrón familiar. Lo buscó en el suelo, entre su ropa e incluso en la suela de sus zapatos. Parecía no ser de porcelana porque se evaporó entre botes y pinceles. Lu había pasado semanas resanando. Igualar colores y secar por horas, cada fragmento, era su tarea obsesiva de aquel invierno. Por más que intentó olvidar, siempre tuvo presente que era del mismo color del vestido que su tío subió hasta la cintura, esa vez que su abuela la dejó sola.

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Fotografía: Suzy Hazelwood 

Universo breve. 17. Sinergia. Damaris Disner

Sinergia

Por Damaris Disner

A mi gata nada le asusta, excepto quedarse sin comida. La que se  asusta por todo soy yo, más cuando la veo comer. Aunque ahora entiendo porqué tiene esa bolsa de piel y pelos que le cuelga de la panza. Su mamá supo imaginarla, sabía que la necesitaría como bodega de alimentos. También mamá me imaginó bien aunque por mucho tiempo no lo entendí. Tengo la capacidad de doblar mis extremidades hasta parecer un pequeño bolso de mano. Me coloco arriba de la mesa. Soy hábil para guardarme. Cuando a  mamá se le hace tarde para irse al trabajo, se despide con un apresurado —Nos vemos en la tarde, cariño. Echa de manera rápida a su gran bolsa marrón el monedero en el que me convertí. Mamá es tan despistada que desde hace años hago lo mismo y aún no se da cuenta. No lo hago diario. Solo cuando aparento estar enferma y debo quedarme sola en casa, porque no hay quien me cuide. Cuando llega a su trabajo y se distrae, que es muy seguido, salgo presurosa a esconderme debajo de su escritorio. Escucho las conversaciones, lo mal que a veces la trata su jefe o la constante tristeza de sentir que no ocupa su lugar en el mundo. Me gustaría decirle que a menudo me siento también así. Cuando regresamos a casa su bolsa cae sobre el sillón, mientras va a su cuarto a cambiarse aprovecho para huir al mío, así cuando llegue me vea dormida en la cama. Besa mi frente y suspira. Mi gata pasea entre sus piernas exigiéndole la cena, ella presurosa la sirve. Y hasta ese día entendí porqué. No lograba dormir. Me levanté para servirme un vaso de leche caliente. Ahí estaba mamá en medio de la sala, levantando los brazos, moviéndose de manera extraña hasta convertirse en un alto perchero de madera oscura. Parecía extender lo que imaginaba eran sus brazos. Entendí que mi lugar era colgarme en una extremidad. Comencé a doblarme justo encima de ella. Quedé en la posición exacta. Nunca me había sentido tan bien. Estoy segura que mamá tampoco. Por primera vez dormimos profundamente. Nos despertó la claridad que entró por el ventanal. Sin mediar palabras nos transformamos en nuestros cuerpos humanos. En un instante pensé si lo había soñado pero la pijama mojada fue la certeza, nuestra gata celosa orinó su pertenencia. Pero un día a mamá la corrieron del trabajo. Poco a poco la despensa se terminó. Ahora, preferimos ser perchero y bolsa, así no sentimos hambre. Las mamás siempre saben cómo imaginarnos.

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Fotografía: Stephanie Ho.

Universo breve. 16. Veintiuno. Damaris Disner

Veintiuno

Por Damaris Disner

— ¿Mamá, cuándo cumplo cuatlo años?

— En septiembre.

— ¿Cuánto falta pala septiemble?

— Dos meses.

— No quielo.

— Neto, tu abue te traerá pastel y una piñata. La quebraremos en la cancha.

— Dicen que ya estalé glande para estal aquí.

— Tú siempre serás mi pequeño.

— Me quedo contigo, di que sí.

— Ven acá, te abrazo.

— ¿Vendlán de nuevo las bestias?

— No son bestias, se llaman perros y algunos quieren mucho a los niños.

— Paco dice que son bestias que comen a los niños en la noche, pero como duelmen con sus mamás se asustan y se van. Por eso llegan con soldados.

— No le hagas caso a Paco. Además hoy no vendrán.

— Yo te cleo a ti, mamá.

— Y yo a ti, Neto.

— Mamá…

—Ya duérmete, Neto. Mañana tenemos visita.

— Mamá, quielo sel siemple un niño de cuatlo años para estal contigo siemple.

— Neto, si te quedas después de los cuatro ya no podrás salir por estos barrotes.

— Entonces, ¿tú nunca vas a salil porque ya tienes 21, mamá?

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Fotografía: Julia Sakelli.

Universo breve. 15. Los tiempos de mamá. Damaris Disner

Los tiempos de mamá

Por Damaris Disner

—¿Y hasta cuándo, mamá, podré salir al parque? 

— Cuenta con tus deditos diez.

— Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… uno, dos…

— Después del nueve, ¿qué sigue?

— Salir de aquí, mamá. Eso sigue.

— Tina, aún no. Contarás hasta diez, después lo vas a multiplicar por cuatro.

— ¿Diez por cuatro, mamá?

— Sí.

— No me gustan las matemáticas, yo solo quiero salir de casa.

— Serán sólo unos días, luego podrás ir al parque.

— ¿Y con quién?

— Pues conmigo, Tina.

— Mamá, pero ya para qué, cuando te lo pedía nunca tenías tiempo.

— Ahora sí tengo.

— De qué sirve tener a mamá todo el día sino puede llevarme al parque. Ay, mamá, porque no eres como Cleo que deja a sus hijos jugar en los tejados. No le pone hora ni condiciones.

— Cleo es una gata, Tina. Los gatos pueden andar en los tejados.

— Yo soy una niña y puedo andar en los parques.

— Tina, vete a dormir.

— ¿Vendrás conmigo?

— Sabes que no puedo, tu tía se asustaría al verme. Aún no deja de llorar mi muerte.

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Fotografía:  Rafael Guajardo.

Universo breve. 14. Hambre paterna. Damaris Disner

Hambre paterna

Por Damaris Disner


«Las cosas que hacen los padres para entregar su comida. Si tan sólo las crías lo supieran». Lo escuchó en un documental sobre la vida de los pingüinos. Vio de reojo a su progenitor. Había olvidado desde cuándo lo aborrecía. Tantos documentales en la programación y tuvo que elegir el que la animó a vaciarle la olla de sopa hirviendo, mientras recordaba los años de su ausencia.

Fotografía: Pexels.

Universo breve. 13. Compra suicida. Damaris Disner

Foto: InstaWalli

Compra suicida

Por Damaris Disner


Abrumada por la rutina pidió un giro a su vida. Se arrepintió cuando notó los ojos rasgados de Aladino. En ningún otro momento hubiera sido relevante leer previo Hecho en China.

Foto: InstaWalli
Fotografía: Pexels.

Universo breve. 12. Pago por evento. Damaris Disner

Pago por evento

Por Damaris Disner

No era el tipo de película que le gustara ver pero se quedó hasta el final. Era la premier de su ópera prima como guionista.

Fotografía:  Roberto Nickson.