Líneas de desnudo. 97. Lo que continua. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 97

Lo que continua
Por Manuel Pérez-Petit

Algo más de cuarenta días con sus respectivas algo más de cuarenta noches han pasado desde el aunque pueda parecer lo contrario no tan lejano 13 de marzo en que saqué mi Locos con Rusia, que tanto predicamento y debate tuvo… En realidad ha sido una parada en boxes –si se me permite el símil automovilístico–, un ‘en esta bajo, hasta luego que vuelva a subirme’ en mi Líneas de desnudo que siempre ha tenido, como bien siempre dije, vocación de repositorio definitivo para toda mi obra breve e incluso para más cosas. Y al fin el fin de ese hasta luego no anunciado pero tácito ha llegado. Regreso, pues, a la casa común de este “mi” Letras ideaYvoz de mi entrañable amigo y admirable escritor y promotor de la lectura Roger Octavio Gómez Espinosa, del que nunca me fui, maravilloso enclave en que un día encontré el lugar en que encontrarme, un lugar para mis palabras. Y por no pocas razones.

El autor
Mi cuarentena –léase mi ausencia– ha dado de sí como si fueran años. Es un signo de nuestro tiempo: el vértigo. Porque el mundo está loco, qué barbaridad, pero el mundo somos nosotros... ¡Qué de cosas han pasado y no durante tan solo algo más de cuarenta días...! Las hay que siguen siendo como antes y las hay que no, pero hoy voy a señalar tres de las primeras, pese a que podría de unas y otras describir trescientas...
            Continua sin caer a día de hoy la desconocida hasta hace bien poco ciudad de Mariúpol en Ucrania, que mantiene su particular resistencia numantina desde hace semanas ante el feroz y lleno de crueldad asedio de los ejércitos rusos de Putin, en un capítulo que pasará  la historia de la humanidad como ejemplo de resiliencia, equiparando a esta ciudad ucraniana a la Numancia atacada por los romanos, que Escipión tomó y destruyó en 133, o, en tiempos recientes, a los de la Alepo siria antes de su destrucción total a manos también de los rusos putinianos en 2016, o la llamada por entonces Leningrado del asedio nazi que terminó en enero de 1944, nevada por completo, sin haber caído en manos de los de Hitler. Y mientras sigue el asedio, se ha confirmado en esta maldita guerra que el objetivo del Kremlin es tomar todo el sur de Ucrania y conectar su territorio con el de Transnistria, región oriental de Moldavia, ya controlada por las hordas rusas desde hace tiempo, lo cual evidencia de manera definitiva el carácter de simple y vulgar matón de barrio de Vladímir Putin, en cuya prepotencia va a estar su derrota.
            Continua en la Presidencia de México, como debe ser por mandato constitucional –y a qué cuento viene poner en duda el mismo–, Andrés Manuel López Obrador, a quien se le ocurrió la idea –permítanme decir en conciencia y con respeto que bananera, aunque sé que esto me reportará algunos insultos y enemistades– de someterse a un plebiscito popular para continuar en su puesto, en la línea, impropia de una nación como México, de un populismo de perfil bajo que, de haber salido vinculante –se necesitaba una participación del cuarenta por ciento del censo, pero esta fue solo del veinte en el referéndum celebrado el pasado 10 de abril–, hubiera conducido a una profunda reforma del país, cuya Constitución consagra el principio de no reelección como inalienable. La última ocurrencia de López Obrador, en consecuencia, ha sido abrir la puerta a reducir la participación mínima para hacer vinculantes próximos referéndums. 
            Y continua, a mi pesar esta vez en la memoria, la bicicleta pintada en la pared de la casa de Kolaval en Pachuca, porque ya no existe, pues la propiedad del edificio –con un criterio de muy dudosa naturaleza, entre otras cosas porque con lo fea que es la colonia, la bicicleta era al final una especie de patrimonio cultural a preservar incluso por las autoridades, un elemento mucho más que decorativo– la ha cubierto con una saña ejemplar, nocturnidad y alevosía, con una especie de espuerta de cal como si fuera un Ignacio Sánchez Mejías cualquiera, muerto en la plaza a la cinco de la tarde, en forma de pintura plástica de blanco maldito inmaculado –allá que el polvo se lo coma–, y debo porque no puedo ni quiero evitarlo ponerme a cantar tal afrenta al buen gusto como si yo fuera un Federico García Lorca cualquiera –que más quisiera yo–. Sirva también este último elemento como elegía, pues en estos próximos días haré una mudanza que me llevará lejos del panteón en que un día estuvo “mi” bicicleta. 
            Son tres situaciones las de hoy aquí y podrían haber sido otras y muchas más, tantas cosas como se amontonan en la olla exprés que llevo sobre mis hombros, desde antes y durante estos algo más de cuarenta días y noches. Pero una vez puesto en marcha el changarro de mi escritura breve, les seguiré contando en medio del mundo de la locura, tanta que hasta el Real Betis de mis entretelas ha ganado la Copa de S.M. El Rey en España. ¡Viva el Betis!
Ante la bicicleta pintada en la pared de la casa de Kolaval en Pachuca de Soto, Hidalgo, México, solía yo poner muchos fines de semana y con motivo de algunas celebraciones festivas, una mesa de venta de libros y otros enseres, en un bazar sin fecha fija que siempre recibió muchas visitas. Esta vez traigo a acá esta foto de un día en que vinieron a visitarme mis amigos y autores Marisa D’Santos y Óscar Baños Huerta.
Fotografía:©M. P.-P., 2021.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 81. Ya no clamo en el desierto. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 81

Ya no clamo en el desierto
Por Manuel Pérez-Petit

En respuesta a Manuel J. Petit i Caro, con gratitud y, en su caso particular, además, con mucho cariño

Muchas veces por mensajes personales y otras, las menos, en forma de comentarios, cada día recibo más correspondencia con motivo de mis artículos, y a veces ni puedo responder a todos los mensajes –que es lo que me gusta hacer–, pero a mi último ‘Líneas de desnudo’, “Estamos aviaos”, recibí un comentario por parte de Manuel J. Petit i Caro, a la sazón mi muy querido tío Manolo, hermano de mi añorado tío Antonio, al que dediqué, con motivo de su inesperado fallecimiento, hace ahora cerca de un año, mi celebrado “El sobrino del diablo”.
            Hace falta generar debate, y de verdad que es necesario, y más en este mundo que nos toca vivir. De frente y por derecho, sin retórica alguna. Yo no escribo para el aplauso o para los lectores benevolentes sino para la reflexión y para ser cuestionado, y, en ese sentido, es aún más valioso recibir comentarios de este tipo. Por ello es importante destacar aquellos diálogos que suponen poner en cuestión lo que afirmo.
            Pueden leerlo en “Estamos aviaos”. Comienza Manuel J. su comentario: “Muy bonito. Pero parte de dos premisas que habrían de demostrarse”, y las enumera, y no le falta razón. He intentado, por tanto, poner en orden algunas ideas expresadas en mis columnas, a fin de armar mi respuesta. Vamos a ello. La primera de las dos premisas que apunta Manuel J. es del siguiente tenor literal: “la A.- Muerte por Decreto de la cultura. Pero Decreto, ¿de quién?, ¿de cuándo?, ¿dónde está publicado para estudiarlo? Ya sé que es una mera metáfora, pero esa situación de muerte no natural, sino con violencia, premeditación y alevosía, esto es, asesinato, no sabemos cómo, cuando y en qué situación se ha producido o se está efectuando. Asesinar la cultura es desplazarla de la vida social para lo que hay muchos medios pero siempre desde los estrados de los poderes. Tal vez yo sea sordo de los dos ojos, pero ni lo siento, ni lo veo. Postura, además, ahistórica y antihistórica; ha habido grandes simas oscuras, pero la cultura siempre se ha comportado como Ave Fénix en todo lo conocemos de los últimos doscientos mil años, día más o día menos, del homo sapiens.” 
            Bien. Ojalá pueda demostrarse, pero mucho me temo que no será posible, al menos a plena satisfacción. El método intuitivo, que es el más uso, de manera fundamental fruto de la observación, tiene esas cosas. Aun así creo tener argumentos para el diálogo. Quizá mi visión de lo que hay es catastrofista, y así lo he hecho constar en varios de mis artículos, como en mi serie de la distopía: “No tan ficticio”, “No tan del pasado”, “Milenarismo”, “Lo indeseable”, “De antihéroes y líderes”, “La nueva era (1)”, “La nueva era (2)”, “La nueva era (3)” –y ojo con estos últimos tres, pues son un comentario a un famoso texto de veinte puntos basado en las opiniones de 50 expertos con que la revista The Economist, en noviembre de 2020, vaticinaba el nuevo mundo nacido de la pandemia–, “Yo soy tu padre” y “Un mundo mejor”, que ha sido un adelanto de un ensayo mucho más extenso que tengo inédito y espero que un día no muy lejano pueda ser publicado, razón por la cual dejé de publicar la serie, pues se trataba de dar noticia de la misma y adelantar en parte su contenido, y con el que pretendo expresar mi dolor al deducir que, en nuestro tiempo, la ficción no solo no es superada por la realidad sino que se convierte en modelo efectivo de la realidad misma. 
            En tiempos más recientes, otros artículos han venido a incidir  –o reincidir, si se prefiere– en lo mismo: que vivimos en un tiempo tendente a lo monolítico, como afirmaba en mi “Homogéneos”: “​​En esta Era distópica lo que está claro es que, en Occidente, estamos asistiendo a la muerte sin paliativos de la democracia, del estado de Derecho y de las libertades. En otras áreas, a la reafirmación del poder omnímodo y negador de la individualidad de unos pocos que, por derecho divino o la fuerza de las armas, se asentaron en la cúspide de la sociedad desde sabe Dios cuándo, pues cada caso es diferente. De este modo, los sistemas basados en la libre concurrencia de partidos, el parlamentarismo y las elecciones democráticas y las tiranías del más diverso tipo se han equiparado, volviéndose la misma cosa, tomando idénticas decisiones y aplicándolas con el mismo fervor y eficacia.” 
            En el sentido de lo anterior valga la defensa de mi teoría de la petrificación del mundo, de la cosificación de las personas, de los motivos para perder cierto tipo humano de esperanza, salvo que nos alcemos todos y cada uno en defensa de la vida. Sirva esta misma respuesta como respuesta a la segunda premisa de Manuel J.: “B.- Ante la petrificación del mundo. Desconcertante afirmación. Puede que toda mi extrañeza sea producto obligado de mi incultura. Pero nos surgen dos interrogantes, a saber: ¿en qué consiste esa “petrificación? y ¿qué se entiende por cultura y por incultura?.”
            No, no es usted inculto. Todo lo contrario. Es usted bueno y admirable, y tiene y vive un concepto de la justicia que no debiera haberse perdido nunca, pero que me temo que, de facto, hoy ya no existe o solo existe de manera residual e incluso casi testimonial. No porque usted sea mi tío sino porque su visión del mundo es una mezcla de visiones nobles –desde cierta perspectiva, casi de otro tiempo– y harían falta muchas personas como usted. Su humanismo –en el más amplio sentido de la palabra– es una especie en vía de extinción.
            Tiene usted razón también en que mi artículo le sobraba erudición, pero por desgracia ni es una “bella estatua conceptual” ni “sin siquiera pies de barro”, sino fruto de una observación detenida y larga, y puede que también de una visión personal mía desesperanzada ante el mundo y la vida, que no está en línea con los existencialismos sino más bien con un cierto estoicismo cuyo predicamento es “esto es lo hay”, y de ello también podríamos, si es su gusto, seguir conversando.
            Respecto a Venus, la que usted nombra y las demás, con sus miles de años y su actualidad a cuestas, debo remitirme a mi articulo “A la madre”, en que  concluyo: “(...) desde la más remota antigüedad, sea la madre la inspiración del arte universal”, y a mi “Brillar en la oscuridad”, en que, esta vez esperanzado, termino diciendo: “(...) podríamos proponernos ser luz, y brillar en la oscuridad como carbunclo, palabra con la que en tiempos antiguos designaban al rubí, esa piedra preciosa que por su color y forma se asemeja a nuestro corazón”.
            De igual modo, comparto, por cierto, también, su teoría del “Ave Fénix”. He vivido en propias carnes eso de resurgir de mis propias cenizas y creo en la sociedad civil y en su capacidad de repetirlo.
            En fin, seguro que no he sido convincente y hago votos para que este diálogo que ahora comienza sea fecundo, sobre todo porque creo que la única vía de salvación que tenemos es el amor, y amor es lo que nos sobra. Usted y yo lo sabemos, pero con tristeza y por la vía intuitiva me atrevo a afirmar –sin juzgar de ningún modo, y menos a nadie– que muchos lo tienen olvidado, confundido, escondido, apartado de sus vidas.
            Gracias de corazón porque con su comentario me ha hecho sentir más que nunca que no vivo clamando en el desierto.
M. P.-P. en la FIL de Guadalajara 2014.
Fotografía: ©Iván Vergara.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 78. Leer. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 78

Leer
Por Manuel Pérez-Petit

Convengamos que hay tres tipos de lectura.
            Está la del académico, el crítico o el editor, por ejemplo, que debe ser analítica, aunque sea llevada a cabo con diversos métodos y finalidades. Sin menoscabo de que pueda generar disfrute, esta lectura es más bien contraria a lo lúdico, aunque no niega esta posibilidad. 
            También está la del que anda en el proceso de adentrarse en el oficio de escribir, que es una lectura interesada, casi parasitaria, conducente al aprendizaje de un oficio que no puede estudiarse en Escuela, Facultad o Colegio alguno y que apenas puede adquirirse mediante la propia lectura y el ejercicio continuo, disciplinado y fruto casi en exclusiva de la voluntad, acudiendo a referencias cuyo valor es indudable, tales como otros autores y la lectura de obras consagradas. “Roben si es necesario”, decía Juan Carlos Onetti (1909-1994) en su célebre "Decálogo (más uno) para escritores principiantes". Es una práctica que exige entrar en el texto de forma no erudita ni intelectual sino llena de afán devorador, hambrienta de elementos en que expresar la propia intención escritora, y que por lo general conviene llevar a cabo mediante la orientación de alguien en quien se deposita la propia confianza como facilitador, asesor o maestro. 
            Y, como es natural, está, de igual modo, la lúdica, que es la lectura común, y si bien las otras dos no están reñidas con el placer de leer, la que en exclusiva es por placer y no tiene intención más que la de pasar el tiempo es esta, en mi opinión la más grande todas, aquella por la que en verdad merece la pena adentrarse en un libro. 
            La panoplia de posibilidades, como se ve, es muy amplia. No se está, por otra parte, en condiciones de desdeñar ninguna lectura. Hay quienes desprecian unas en favor de otras, e incluso quienes descalifican o califican a las personas en función de las obras que leen. Para gustos, los colores, como diría el castizo. Sin embargo, el clima no está para exquisiteces, al menos a nivel de calle, en esta cosificación a la que estamos siendo sometidas las personas. Otro asunto es que se hablara de circuitos o círculos culturales, una gran parte de los cuales –a qué mentirnos– son “de salón”, o sea, frívolos, insustanciales, mundanos, como torear sin toro, teóricos, carentes de esfuerzo y riesgo. Aún así, en algunos sí entra en juego el rigor, el criterio, la selección, la capacidad de jugársela, que, en todo caso, deben ser coherentes y que en un universo ideal tendrían que ser asunto de todos. Pero se dista mucho –y mucho más que nunca– de ese mundo. 
            Para el lector lo importante es encontrar obras y acceder a ellas, y ahí toma protagonismo, por cuanto facilitador y por su responsabilidad moral, la importancia del oficio de escribir, pues no podemos olvidar que de manera necesaria se escribe para los otros. Hoy existe una corriente de autores que dicen que los lectores no les interesan, y yo siento que eso es venderse de algún modo al poder y a las cadenas, porque si uno escribe es para ser leído, no para su vanidad personal, y si cualquiera lo hiciera por éste último motivo no tiene sentido que se presente al público diciendo que escribe solo para sí mismo, pues con esa ordinariez y falta de respeto a los demás se descalificaría a sí mismo. Mejor sería en este caso que no se anunciara. Esos autores que desprecian al lector dan la razón a quienes controlan las cosas. Hacen falta poetas en el más amplio sentido de la palabra. Y lo cierto es que hay que leer. Como sea. Igual no tanto como las campañas se empeñan en hacernos ver, y en vano todas ellas transmiten la sensación de que son un exceso que no sirve para nada.
            Y la realidad es la que nos toca. Se habla más que lo que se lee. Alguna cita o algún comentario suele bastar para ilustrar a muchos –no son pocos los que recitan de memoria quedándose en las primeras frases de las obras, y casi nadie se sabe fragmentos ubicados a mitad de cualquier libro o poemas completos–. Se lee bien poco. Se habla más por referencias –y mejor si breves– que por la propia lectura. Un terrible signo de nuestro tiempo es la impostura. Cualquiera puede “conocer” cualquier tema con “San google”: son los “wikiexpertos” de encefalograma plano, carentes de criterio y rigor, acumuladores de datos para "certificar" su aptitud a la hora de afrontar planteamientos discursivos que no requieren de recuerdos y a los que no afectan los olvidos, y con los que muestran a los demás de manera voluntaria su “suficiencia” e involuntaria su mediocridad.
           No juzgo, válgame Dios, solo me faltaba eso, pero con más que notable frecuencia, insisto no sin cierta tristeza, confundimos información con conocimiento. Dirán que me repito más con esto que el chorizo de Cantimpalos, pero solo indico una realidad observada –o realidades– por largo tiempo en multitud de casos y situaciones, que me preocupa, y no poco.
           Leer poco o mucho o algo es condición imprescindible hoy en nuestro mundo para poder vislumbrar algún horizonte posible, y es muy molesto para quienes dirigen con mano de hierro y sin disimulo el deambular de nuestras sociedades a su antojo y capricho, por lo que lo proscriben y, por si fuera poco, aplauden a los que no leen, pues ello facilita de manera determinante la fertilidad incontestable de su discurso finalista de manipulación, dominio y control acérrimos. 
         Pero lo cierto es que los que no leen son la inmensa mayoría –por más que de manera tan patética a veces quieran parecer eruditos de panfleto y/o mientan como condenados diciendo que se leen hasta los prospectos de las medicinas, y es que esto se percibe en la pobreza expresiva y de vocabulario: no es posible que lea quien no sabe hablar–, lo que hace aún mas necesario el grito que deberíamos alzar todos para que el mundo deje de ser cada día más hostil y más pequeño. 
         Ay, si la mitad de la gente que presume de ser lectora lo fuera de verdad...
 Colección casi completa a junio de 2014 de los títulos publicados por Sediento Ediciones (archivo de M. P.-P.), proveniente de una biblioteca particular.
Fotografía: ©Gabriel Mendoza García.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.