Líneas de desnudo/ 112
La Luz y la oscuridad Por Manuel Pérez-Petit
Pudiera ser que entendiéramos que ambas realidades por su aparente carácter antagónico son irreversibles e inevitables, pero yo estoy convencido de que no, que se puede prescindir sin duda alguna y con mayor facilidad de lo que parece de una de ellas, dado que además la ciencia niega su existencia y, desde luego, no debería existir, aunque justifiquemos su presencia en la miserabilidad y limitación de la condición humana y, de manera más demagógica y autocomplaciente, en el complejo ejercicio del libre albedrío, esa tragedia griega que tanto nos condiciona, y, en apariencia, sea la más divertida, excitante, seductora y confortable de las dos, pues, por si fuera poco, se puede residir en ella incluso sin saberlo o negándolo y es su función, según Shakespeare (1564-1616), devorar con sus garras el amor, aquello inoportuno, total y totalizante que nos trastorna, nos transforma y nos hace plenos en el sentido más pleno, que es la máxima expresión vivencial de la otra, a la que odia desde su perversión original, barroca, reaccionaria, retrógrada y vengativa, siendo indudable que tiene muy buena pinta y goza de muy buena fama, y aún más por ser camaleónica, bipolar, psicópata y sociópata, dicho esto último sin obviar su brillante y sin duda eficaz capacidad de establecer y llevar a cabo excelentes relaciones públicas, su paradigmática habilidad para extenderse triunfante sobre la faz del mundo. Hablo de la oscuridad –así, con minúsculas–, que a mí se me hace tan poco interesante, tan contradictoria y tan pobre como concepto que me quedo con aquello atribuido al propio Shakespeare y repetido hasta la saciedad aunque no asimilado por la mayoría de que “no hay oscuridad sino ignorancia”. La oscuridad es némesis de la Luz –así, con mayúsculas–, que aunque a veces vaya y venga –o eso pueda parecernos– de manera misteriosa y hasta irritante, e incluso pueda causar una cierta desorientación, es constante, no existe como reacción a nada sino por sí misma, es de origen divino al contrario que la oscuridad y lo abraza todo desde antes del principio de los tiempos, teniendo en su naturaleza y vocación de permanencia el elemento más incómodo de cuantas cualidades le adornan, que está en todas partes, aunque muchos puedan negar que exista, bien por un convencimiento más o menos teórico bien por la propia experiencia de la vida, que no siempre es tan grata dado que entra en juego esa excusa tan recurrente y ya nombrada del libre albedrío. “La luz es el primer animal visible de lo invisible”, nos descubrió el cubano José Lezama Lima (1910-1976) en su poema “Las siete alegorías”, que yo leí hace tiempo en “La muerte de narciso” (1978), cuidada antología del poeta de La Habana llevada a cabo por el mexicano David Huerta (1949-2022), y esta afirmación connota una verdad profunda que abre el mundo a dimensiones inimaginables, porque, en realidad, de lo que hablo es del amor, que es la barrera coralina y natural, infranqueable pero vulnerable, con la que cuenta la Luz –pues no hay Luz sin amor– para defenderse de los furibundos y sordos, brutales, ataques de la oscuridad, y esto explica que cuando nos encontramos frente al amor nos lo cuestionemos en lugar de vivirlo, lo cual es una pena, pues no siendo menos cierto que vivir en la oscuridad no nos complica sino todo lo contrario persistir en la Luz se nos hace a veces cuanto menos un galimatías. __________ Nota del autor Volveré por estos fueros y seguiré abundando en estas reflexiones recurrentes en mí, como ya lo hice de uno u otro modo, a lo largo de estos años, en este ‘Lineas de desnudo’ que es ya más de ustedes que mío, como en mis ‘Deseo de fuego’, ‘Escribir de amor’, ‘Vivir es amar’, ‘Confesión de urgencia’, ‘Declaración de intenciones’, ‘Feels so good’, ‘Declaración de reconocimiento’, ‘Aspirar a la luz’, ‘Mi carta a los Reyes Magos’, ‘La deriva’, ‘Es como si mi tiempo se acabara’ o, en tiempos más recientes, ‘No hay extensión más grande que mi herida’ o ‘El libre albedrío’, solo por señalar unos pocos.

Fuente de la imagen: Archivo personal de M. P.-P. Origen: Desconocido, fruto de una búsqueda del diseñador editorial del libro mencionado en el pie de foto, Gabriel M. Campanario.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Periodista, editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista por la Universidad de Navarra y diplomado en pedagogía en lengua y literatura por la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en literatura comparada y un experimentado gestor cultural. Como periodista trabaja desde hace muchos años en diarios y publicaciones periódicas de España y México y medios de internet y radio. Es editor desde hace más de 30 años, habiendo tenido a su cargo en proyectos propios y ajenos más de medio millar de ediciones de títulos de todos los géneros. En 2010, se trasladó a México y fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América desde hace 20 años. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (Bicu), de Bluefields, Nicaragua. Desde junio de 2011, la biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre, y desde octubre de 2022 también la biblioteca de la comunidad indígena purépecha de la isla de Yunuén, Pátzcuaro, Michoacán, México. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, para la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de la lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Es autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa. Su obra ha sido publicada, antologada o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.