Líneas de desnudo. 3. Distopía I: No tan ficticio. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 3

Distopía I: No tan ficticio

Manuel Pérez-Petit

El diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define la palabra ‘distopía’ como “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Debería entenderse que esta ‘sociedad futura’ pertenece más al mundo de la fantasía que al de la realidad, y de hecho muchas veces disciplinas artísticas como el cine y la literatura han abundado en ello, para alimento de nuestra tradicional capacidad de asombrarnos. Es el género de anticipación, que engloba entre otros subgéneros a la ciencia ficción o la anticipación sociológica, y que cuenta desde hace decenios con una notable abundancia de obras y con una más que consolidada aceptación general más allá del público popular, en el que se encuadran las expresiones actuales distópicas, ya no en su concepción clásica, con escenarios irreconocibles para el mundo actual, no vinculados ni referenciados a nada existente, sino en marcos claramente identificables. En los últimos años, esa ficticia sociedad ha tomado otros vestuarios y apariencias, como el del género histórico o pseudohistórico, contando con exactitud lo mismo que cualquier historia que cuente un posible ‘futuro’. Sin embargo, esto es aparente, porque en realidad todo es aquí anticipación, pese a que sea ambientado en una supuesta Edad media anglosajona o del medio oriente. Pese a todo, hasta este punto todo es correcto. Los caminos de la fantasía permiten todas las licencias, y en ellos el principio de verosimilitud se plantea en términos de coherencia interna del relato. El asunto está en que tal y como las cosas andan hoy en el mundo resulta que toda esa fantasía no parece de tan dificultosa probabilidad de existencia, sino que más bien pareciera haberse hecho realidad. Y eso preocupa, y de ahí que vaya a dedicar las tres últimas columnas de este año y la primera del próximo a la materia, desde diversas perspectivas y disciplinas. Sobre todo, como colofón pesadillesco a este distópico 2020.
     El cine y la literatura han imaginado y dibujado como casi ningunas otras expresiones artísticas el futuro de las ciudades o su probable futurible, inmersas las nuevas urbes en mundos más o menos distópicos que, en cualquier caso, generan per se reflexión, discusión y hasta nuevos planteamientos filosóficos. Unas veces son películas basadas en obras literarias y otras con guiones originales, como es el caso de “The Fifth Element (El quinto elemento)” (1997, Luc Besson), en que se muestra un diseño urbanístico que va de lo post-apocalíptico a lo futurista, mezclando espacios urbanos en que los autos vuelan en medio de rascacielos de proporciones abismales, en un universo dominado por una decadencia moral y humana que se manifiesta en la propia narrativa y en los argumentos esgrimidos que a su vez se trasladan a los escenarios del filme: tras las fachadas impecables y relucientes, la pobreza y la inmoralidad descienden a los sótanos de la propia vida y a las banquetas, entre tuberías oxidadas y chorros de vapor caliente, en tanto el horizonte muestra un grado de contaminación en el aire que da que pensar respecto a los posibles escenarios de un futuro no tan ficticio. Y todo ello de manera indefectible lleva al downtown –centro de la ciudad– de Los Angeles, California. ¿Pasearon alguna vez por allá y vieron esos rascacielos espectaculares, y acaso se les ocurrió rodearlos y ver sus fachadas traseras? ¿Qué encontraron a pie de calle a espaldas de tanto cristal y acero relucientes?
     No solo muy distante de esta película sino precedente de la misma en cierto modo, hay otra mucho más famosa, basada en parte en la novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Philip K. Dick, que, es sin duda, muy significativa respecto a la arquitectura y la planeación urbanística: “Blade Runner” (1982, Ridley Scott), en la cual en la más arquetípica megalópolis del futuro la distopía queda al descubierto en sus horizontes interminables de edificios, poblados por anuncios luminosos al por mayor y, sobre todo, por la desmesura del capital, en que el gobierno queda ensombrecido por un corporativismo marcado a fuego en la vida cotidiana. ¿Y a qué decir que refiere a Nueva York?
     Esta misma tendencia a mostrar futuros que han progresado a costa de crisis y pobreza se encuentra en no pocas películas. “Children of men (Niños del hombre)” (2007, Alfonso Cuarón), basada en la novela homónima de P. D. James, muestra una urbe  superpoblada –que en este caso resulta ser la capital de Reino Unido, Londres–, que pareciera una ciudad amurallada, sometida al yugo de un control militar estricto, lo cual la aísla aún más del exterior, en cuyos espacios públicos hay sin ir más lejos grafitis con mensajes desesperados que no pasan desapercibidos, vestigios de vandalismo propio de los años noventa del siglo XX, aunque la historia esté ambientada en un supuesto 2027, tras 18 años de infertilidad del género humano.
     Los anteriores son ejemplos indiscutibles, condición no aplicable a otras obras, como “Robocop” (1987, Paul Verhoeven), que plasma un “utópico” 2015, lo cual, si se admitiera en comparación con el año verdadero resulta sobrepasado. Está ambientada, no obstante, en un Detroit, Michigan, Estados Unidos, que ha sufrido en los últimos años los estragos de una enorme depresión económica, además de encontrarse regido por el crimen organizado, lo cual, por otra parte, no está nada lejos de la realidad.
     Podríamos hablar y hablaremos en esta serie de otros casos de una popularidad extraordinaria y su vinculación con esta sorprendente realidad de hoy, pero a vueltas con que somos urbanitas, al menos en mayoría, y podemos abstraer y significar en las propias aglomeraciones urbanas lo que pasa en el conjunto del mundo –asumiendo de algún modo el todo por la parte–, nuestro entorno de ciudades controladas y gobiernos democráticos que aplican medidas totalitarias en virtud del “bien común”, justificados en la pandemia, que estamos viviendo en la actualidad me da qué pensar que una de las consecuencias de todo este 2020 será que adquiriremos, por vía de la necesidad, una nueva manera de asombrarnos. Por eso, le podríamos incluso proponer al DRAE una redefinición del significado de la voz “distopía”, que podría quedar del siguiente modo: “Representación ficticia o no de una sociedad actual de características negativas causantes de la alienación humana”.

(Continuará…) 
   
Fotografía: © M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

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