Líneas de desnudo. 29. Distopía X: Un mundo mejor. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 29

Distopía X: Un mundo mejor
Por Manuel Pérez-Petit

Cuenta que te cuenta y aún con el peligro de convertir esta nueva entrega de mi serie acerca de la distopía en una novela-río –lo cual sería como obtener todas las papeletas del sorteo de un naufragio–, me lanzo a la aventura de reflexionar acerca de algo muy de nuestros días, tan pobres en buena literatura y tan ricos en mala vida, pese a que a veces parezca lo contrario, lo cual es una contradicción pues fue siempre ésta –la mala vida, en el buen sentido– la generadora de aquella –la buena literatura, al fin fruto de la vida vivida–, y esto me hace pensar una vez más y reafirmarme en el pensamiento de que vivimos un mundo peor, de manera independiente a la nueva realidad de la Era distópica que ya nos atrapó.
            Ya veníamos viviendo en un mundo peor y todo estaba siendo sometido aunque fuera al mercado, en que el egoísmo ya era la razón de ser de cada cual, en que mirábamos cada vez más y veíamos cada vez menos, en que los muertos paseaban por la calle y la depresión asentaba sus reales en nuestras vidas sin ni siquiera darnos cuenta. Un mundo vigilado, de la desconfianza, del dolor, del suicidio, de la autodestrucción, del ruido, del horror al vacío, del pánico al silencio. Un mundo en que se confundía al más agresivo con el más fuerte y en el que cada día tenían menos cabida los resistentes, que ni son fuertes ni son agresivos pero estaban desde siempre abocados a sufrir golpes por sistema –y lo sé por experiencia–. Un mundo de granito y acero inoxidable, árido y frío, de apariencia indestructible, de fuegos fatuos, lleno de emociones descontroladas. Un mundo que daba miedo. No loco sino desquiciado, esquizo e imprevisible. No puede sorprender, pues, que los de arriba aprovechen la pandemia para hacer su faena maestra.
                Un mundo en que todo el mundo escribía, por ejemplo, al punto en que era mejor no decirle a nadie que tú también lo hacías... De golpe acabo de recordar ahora una publicación de mi amigo Luis Bugarini de septiembre de 2016 en su blog “Asidero” de la revista mexicana Nexos, titulada “El auge del palabrero”, y de la que saco una cita literal: “Como nunca antes había sucedido, ahora la condición de escritor se otorga con apenas méritos”... En efecto, todo el que escribe líneas cortas es poeta y el que hace parrafadas es narrador –o lo que es peor: novelista–. Todo ingenioso tiene frases memorables que escribir y compartir con los demás, para que le aplaudan. Hay quien dice sin pudor que tiene fans... Oigan, que no. Que esto es un oficio, y nada fácil, por cierto. Que hay mucha gente con libros publicados que no son escritores, que no pueden serlo, que están a años luz de la posibilidad de convertirse en ello. Y pasa lo mismo con el periodismo. Por definición es periodista –y pactemos con la realidad– todo aquel que es contratado por un medio de comunicación. Pero eso no le hace periodista, como tampoco lo son los que aprovechan, que son mayoría, las redes sociales para dar “noticias”. Por esa misma razón, periodistas somos todos y, por tanto, carece de sentido el periodismo. Ser periodista, como ser escritor, no es fácil. Hay que tener disciplina, rigor, autocrítica… Sin embargo, la frivolidad se instaló ya hace mucho, a lo que parece de forma muy enraizada, en nuestras vidas, y estamos en una época como ninguna otra de la consagración del todo vale, elevada ya a la enésima potencia con la distopía que nos tiene en la burbuja, y por la que cobra especial y urgente relevancia la necesidad del verdadero arte y la verdadera literatura o el periodismo de verdad, tan grave cuestión que quizá por ello la vemos prescindible. Y creo de verdad que lo que falta en el mundo es imaginación, espíritu, valentía, capacidad de amar y conciencia, elementos sin los cuales no podremos llegar a ningún sitio pero que son los primeros que solemos tirar a la basura.  
            La verdad resulta incómoda o incluso nos parece más defecto que virtud. Sin conciencia –esto es, sin ella–, hacer lo que a cada uno nos venga en gana es muy fácil, sin tener en cuenta nada ni a nadie. Así, todos vamos a lo nuestro, sin importarnos en absoluto ninguna otra consideración ni límite. Y en esa tesitura, ganancia para pescadores: resulta que alguien, en nombre de un “bien superior”, nos pone los grilletes. 
            A la hora de transformar en positivo el estatuto de las cosas no se trata de aplicar una mala e insana interpretación de la solidaridad, esa palabra tan mal usada y tan vaciada de contenido y de tantas connotaciones hermosas como tiene. Lo primero que falta en el mundo es amor. En el incremento de nuestra capacidad de amar, de transmitir la luz, de hacerlo empezando por amarnos a nosotros mismos –que es otra cuestión fuera de moda y confusa–, estará la virtud más revolucionaria que pueda nadie imaginarse, la antesala de la fertilidad y la superación de este mundo nuevo espantoso que nos cerca. Claro que si consideramos esto una solemne tontería llegamos a donde estamos y, zas, lo que nos entra es ganas de morirnos –y hayh muchas maneras de hacerlo–, otra gigantesca consecuencia de lo que hay, porque tener ganas de morirse es, en realidad, un nuevo acto de soberbia, y como bien sabemos, la soberbia es el principio de la infelicidad.
            No seguiré por la vía filosófica. Al final lo que hay que hacer es pedagogía. El caso es que si nos amamos a nosotros mismos y alcanzamos la humildad tendremos la capacidad real de ver el mundo, y amarlo, y a través de ello ser sensibles a la realidad, observarla, analizarla, verla y transformarla. Deberíamos olvidarnos de posturas de rebeldía sin fundamento, tales como sentirse al margen de la sociedad, pues es un contrasentido, y nadie encuentra la libertad negando su condición de ciudadano. Y ahí es en donde entran en juego la imaginación, el espíritu y la valentía, teniendo conciencia de que los grandes esfuerzos son buenos si están acompañados de pequeños y cotidianos esfuerzos, si vivimos con plenitud y afrontamos el reto, sabiendo a ciencia cierta que no hay reto imposible por mucho que lo parezca. Para ello solo habría que apelar a la imaginación, a la capacidad de saber que la vida existe –y hasta en nosotros mismos, miren por dónde– y que nos invita a transformar el mundo, un mundo que no nos agrada y ante el que nos sentimos rebeldes, porque hoy se nos presenta carente de sentido y de esperanza. 
            Y como no hay nada peor que un mundo triste que niegue la esperanza, creo con sinceridad que nos deberíamos preguntar qué hacer, ¿sentarnos a oírnos a nosotros mismos?, ¿lamentarnos acaso y no hacer nada porque creemos que nada es posible? Espero que no. La observación de la sociedad actual nos invita a comprometernos aún más, a olvidar el miedo al fracaso y a pensar en positivo, porque solo triunfa el que se lo propone. Yo no sé ustedes, pero yo pienso hacerlo, y para ello me propongo, verbigracia, desterrar de mi vocabulario las palabras que suenen a desidia, a fracaso, a falta de ilusión o a ver el vaso medio vacío. 
            Si no, la novela-río en que puede convertirse nuestra vida se desbordará antes de llegar al mar, y el naufragio –que puede ser bonito verlo en películas pero que en la vida real es horripilante– nos apresará, y todo ello será la consagración de una realidad deleznable: estaremos viviendo de forma definitiva en un mundo peor sin solución posible. Un mundo ennegrecido con apenas sombras.
Fotografía:  "Un mundo ennegrecido con apenas sombras". ©M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 28. Distopía IX: “Yo soy tu padre”. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 21

Distopía IX: “Yo soy tu padre”
Por Manuel Pérez-Petit

Cierto es que el año p. 1 d.p., en éste su discurrir como cuchillo en mantequilla en nuestras existencias hacia la perdición de la Era distópica que se adueña de nosotros con la misma sutileza con que el canciller Palpatine se adueñó del joven padawan de jedi Anakin Skywalker, de alma, vida y corazón, todo lo ha trastornado como por ensalmo, generando un desconcierto sin precedentes en la historia. Pero hoy no hablaré de ello.
            Cierto es que hubo otras pandemias y catástrofes con anterioridad, y desde siempre, que generaron caos y luego reconversiones, transformaciones y radicalizaciones de todo tipo, pero no lo es menos que una vez pasada la tormenta todo volvió a ser igual, y así una y otra vez hasta nuestros días. Sin embargo, en este artículo no abordaré tampoco este asunto.
            Cierto es que esta pandemia de la tercera década del siglo XXI es, a lo que vemos, diferente a todas las anteriores, en esencia y en trascendencia. Ha venido para quedarse –qué duda cabe– y los poderosos del mundo han tomado, con agilidad de cancerbero mítico, la sartén por el mango de nuestras existencias, incluso como nunca antes, para ahogarnos en su bilis venenosa, aunque este tema lo dejaré para otro día.
            Cierto es que en mi Líneas de desnudo del pasado 5 de febrero, titulado “Distopía VI:  La nueva Era (1)” defendía que la Era distópica “es una regresión gigantesca para la Humanidad”, y añadía que de “más de doscientos años”, porque de algún modo nos regresa a la sociedad estamental y de control imperante desde la baja edad media hasta el siglo XVIII, y cierto es que si bien aquellas monarquías absolutas lo controlaban todo no sabían quién era cada cual –y en el fondo les daba lo mismo–, y, sin embargo, ahora, saben de todos y cada uno no solo fe de vida y penales sino si hasta si tenemos, por ejemplo, una incipiente caries en la parte interna del segundo molar superior permanente del lado izquierdo, pero no lo saben por la ficha del dentista –pues lo saben antes de que éste la certifique e incluso antes de que a uno le duela– sino por el chip que nos implantan –y hasta lo harán de manera física, y si no al tiempo– para saber, anclados a sus poltronas de poder en oscuros despachos con olor a azufre aunque muy desinfectados, quién es quién y cómo manejarlo por completo en la arácnida sociedad diseñada de manera oportuna en la que ejercen un control omnímodo del universo, cuestión que vengo abordando pero acerca de la cual hoy pido disculpas por no abordar.
            Cierto es que hoy ya hemos certificado por decreto la muerte real de la libertad en aras de un “bien común” abstracto y demagógico pero oportuno a sus intereses y de una nueva “libertad” en que controlan no solo nuestros pensamientos e intenciones sino hasta si nos hemos hecho recta o torcida la raya a la izquierda al peinarnos el cabello esta mañana, y lo hacen sin pudor, con luz y taquígrafos y sin necesidad de ponernos una pistola en la cabeza. Y hoy, de todos modos, tampoco me apetece hablar de esto.
            Cierto es que ya hemos certificado por decreto la abolición real de la persona mediante la potenciación interesada de conceptos tales como los de individuo o número –que ya se están imponiendo–, y que no tardará mucho en inaugurarse un mundo feliz para regocijo y solaz de unos pocos y el ordenamiento “eficiente” de todos los demás, nuevos parias de la tierra con códigos de barra y vigilancia continua, de lo que en esta ocasión me abstengo de hacer comentario alguno.
            Cierto es que el lado oscuro, el reverso tenebroso, es “más rápido, más fácil, más seductor”, como el maestro Yoda le dijo a Luke durante el entrenamiento de éste en el planeta Dagobah, y no lo es menos que los dirigentes del mundo no solo han caído en él –estaban más predispuestos que el Chavo del ocho a transgredir las normas, poniendo caras de tonto, dicho sea con todo el respeto al Chavo del ocho– sino que hasta los funcionarios intermedios del sistema se apuntan a ello en masa, pletóricos de alegría, pues el nuevo estatuto de las cosas así lo prescribe. Y a qué decirles que no comentaré esta realidad en la presente entrega.
            Cierto es que ya hemos certificado por decreto la muerte real de la democracia a manos del nuevo totalitarismo que ejerce de facto ya el gobierno –y los gobiernos– de la nueva sociedad, los nuevos monarcas absolutos, el nuevo estamento de los jefes del mundo, con su estrategia grabada en piedra ya de palo y zanahoria... , y, ahíto de dolor como me encuentro, tampoco quiero enfrentar esta materia en estas líneas... 
…
            Y lo cierto es que, entre mis tareas, mi arrastrar la bola de dolor que estoy hecho –solo por el hecho de ser persona y creer en la libertad– por los calendarios más duros que recuerdo de mi vida, mi torpe y escabroso atravesar el desierto que me toca –y en realidad nos toca a todos– y mi levantarme en cada momento con el alma llena de ciática –doblados por el espinazo como andamos–, ya ni recuerdo de lo que de verdad quería hablar en este artículo, pero lo que sé es que toca armarse de esperanza y amor y fe –lo cual es un trabajo hercúleo en esta tesitura en que todo es frío como el acero y difuso como niebla londinense– si no queremos vernos cara a cara con la nueva realidad –que son los nuevos dirigentes, nuestro smartphone, nuestras píldoras diarias de autocontrol y soma, ...– y ésta nos diga, mientras nos vence con su sable de luz de las tinieblas, con voz de ultratumba –lo cual sería ya nuestra perdición–: “Estás derrotado. Resistir es inútil. No te dejes derrotar como lo hizo Obi-Wan... No hay escapatoria. No me obligues a destruirte... Todavía no te has dado cuenta de tu importancia. Solo has empezado a descubrir tu poder. Únete a mí y yo completaré tu entrenamiento. Combinando nuestras fuerzas, podemos acabar con esta beligerancia, y poner orden... Yo soy tu padre... Juntos dominaremos el mundo como padre e hijo. Ven conmigo. Es el único camino...”

 
   
Fotografía:  ©M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 15. Distopía VIII: La nueva Era (3). Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 15

Distopía VIII: La nueva Era (y 3)

Manuel Pérez-Petit

 
Sin preámbulos, al grano, que es gerundio. El punto diecinueve de la lista de veinte de The Economist dice: “Todo se va a lo natural y saludable. Comida, experiencias y forma de interactuar. 100% natural es lo de hoy. Producir los propios alimentos, meditar y ejercitarse, pasan a ser parte del día a día. La permacultura y los sistemas de producción personales eficientes crecen exponencialmente. Cada quien quiere poder satisfacer sus necesidades comestibles sanas personales. Consumir local pero real. Ser más sano es el “nuevo lujo”. Los productos suntuosos pierden valor y justificación. El reciclado regresa con mucho más fuerza después de un año de desperdicios incontrolables, ahora con grandes tecnologías que inician y resuelven realmente los problemas generados en el pasado”, y tiene toda la lógica del mundo. A ver, si la mayoría se va al desempleo, la clase media está condenada a la desaparición y las diferencias entre los muy pocos muy ricos y los muy muchos muy pobres –que además estaremos obligados a ahorrar– es más grande que nunca, lo normal es que, en efecto, yo tenga que terminar cultivando mis propias lechugas. En consecuencia, todo será “100%” natural y saludable. Tendremos mucho tiempo disponible, por lo que “producir, meditar y ejercitarse” será parte de nuestro día a día. A ver, volvemos no ya al siglo XVIII sino al Neolítico, al origen mismo de la civilización, al tener que asumir nuestra nueva función social: seremos agricultores y autoabasteceremos nuestras necesidades –dice porque “cada quién quiere poder satisfacer sus necesidades”, toma ya–, pero en lo que no podamos autoabastecernos, iremos al mercado local, y no deberá extrañarnos si, tal como indica la nueva realidad, tendremos que acudir al intercambio de bienes y/o servicios. Un kilo de tomates por un par de plátanos…, dado que será más fácil tener una tomatera que un platanar en la propia casa… Y claro que será real, comeremos lo más ricos y reales tomates y plátanos que nunca hayamos comido, las mejores berenjenas, los más deliciosos higos… ¿Los lujos? Ya no habrá lujos, que es un dislate. Y la tecnología, pese a todo, tendrá también un carácter protagónico en todo ello, aplicando su ley en nada menos que un mundo mejor –el que dictan los nuevos dirigentes, gurús de la nueva esperanza–; mejor dicho, más limpio y sano. El reciclado de los desperdicios, en esta nueva vida bucólica, pastoril y campestre será una estrella del nuevo marco del bienestar general. Y esto es lo que nos espera. Punto pelota. Ajo y agua, que diría el castizo –a joderse y a aguantarse, para los no iniciados–. Esto es lo que ya comenzamos a tener encima. Y el que no se consuele será porque no quiera. 
          Ahora permítanme que abunde en lo esencial: Si vamos a ir en bicicleta a todas partes, con la consiguiente reducción del parque vehicular, la fisonomía de nuestras ciudades cambiará. Como muchos viven en edificios de departamentos, pienso yo que habrá que asignar trozos de calle para otorgar a cada ciudadano un terreno suficiente a fin de que cultive sus alimentos, sobre todo a los que no puedan irse al campo –la mayoría– o a los que no les llegue con las azoteas de sus casas –porque carezcan de ellas o porque haya tantos vecinos en el edificio que no haya terreno suficiente para todos–. Y todo a precios muy asequibles y de muy cómoda amortización. Ya no será lo normal ver capas asfálticas en nuestras calles. De este modo, así como a la muerte de la democracia, de la libertad, del estatuto humano de la persona y del poder del pueblo, asistimos, de paso, de igual modo, con la misma alegría y alborozo, por dictado de quien corresponda, al renacimiento de aquello de, y de manera literal, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pero a lo bestia, sin solución de continuidad, y no solo porque lo digan los expertos de The Economist, que, al fin y al cabo, solo son voceros de alto standing. 
            Habrá una gran mayoría que no solo se quede desempleada, se vea obligada a ahorrar, a hacer trueques para obtener lo necesario para vivir, a vestir siempre igual, a estar super tecnificada y super controlada, a obedecer…, sino que, además, seremos nuestros propios agricultores, “señores” de nuestra propia tierrita –que pagaremos, trabajaremos y cuidaremos como dios manda, y de cuyo rendimiento también tributaremos de manera religiosa y puntual tal como las nuevas leyes impongan, aunque ni siquiera sepamos que es una legona –palabra con que se designa a la azada o azadón, instrumento esencial en el trabajo del agricultor, en muchos lugares de la España rural–. Estaremos obligados, por si fuera poco, a hacer meditación y a ejercitarnos. Haremos realidad los designios de una raza humana más alta, más bella, más fuerte. Lógicamente, todo lo tóxico deberá ser proscrito, salvo, claro está, el soma que nos den para reconducirnos. Podremos en efecto, meditar, pero pensar ya no; pensar es terrible para la nueva Era. Al que piense habrá que, de manera paternal e implacable, ponerlo en revisión y hacia el buen camino, el de la docilidad, porque si no somos dóciles el sistema nos reprenderá y corregirá...
            Claro, ahora caigo en el veinte –expresión no recogida en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), así que tranquilos– de por qué los veinte famosos puntos de The Economist me ponen los vellos de punta –igual a los demás, que no lo creo, les trae sin cuidado–. No hay nada más que ver que a los veinte le sobran diecinueve, dado que todo está condensado en el último: “El mundo está viendo este año como un nuevo inicio. Un renacimiento. La gente replanteará sus metas personales, de trabajo, de salud, de dinero y espirituales. Vienen grandes oportunidades para satisfacer todos esos requerimientos y cambios de pensamiento. Un nuevo inicio con valores más reales. Muchos comportamientos se transforman y nunca regresarán. Acumular, consumir y vivir por lo material pasa al lado negativo de la conversación”. Lean bien, dice: “El mundo está viendo…” ¿No les entran ganas de salir corriendo? Habla de un “renacimiento” y dice que la gente “replanteará su vida”... Yo me la llevo replanteando mucho tiempo sin que me digan lo que yo, como parte del mundo, estoy viendo. Pero se refiere a la gente –insisto, ya no a las personas, sino a la masa, que es lo que conviene al sistema que imponen–. 
Muerta la democracia, muerta la libertad, muerto el ser humano individual, muerta incluso la conciencia –pues ellos, los que sean, la sustituyen con el nuevo discurso–, muerta la espontaneidad –que no cabe en un sistema tan avanzado–, muerta, para colmo, la posibilidad de la locura… Solo cabe en el nuevo mundo de la Era distópica ser cordero, estar en el rebaño, obedecer… Qué lindo panorama. La vida será como hacer flan sin huevo ni leche ni azúcar, y casi sin molde.
            Pero es más, por si no tuviéramos ya bastante, la lista de los pontífices de The Economist añade un párrafo adicional, con el que ya me quedo sin palabras: “La innovación, la tecnología, lo natural y el pensamiento lateral son la base de la nueva realidad. Seguir haciendo lo mismo sin replantearse en 2021 es ir directo al desfiladero. Todos están a tiempo de encontrar nuevos caminos. Las directrices están definidas. Simplemente hay que encontrar las nuevas rutas personales o empresariales”.
            Alguien me preguntó el otro día acerca de las curvas que se nos venían y que yo había anunciado sin enunciar en otro artículo de esta misma serie dedicada a la distopía. ¿Les parecen pocas las que tenemos encima? Y ojo a lo del desfiladero, que ahí es en donde nos darán soma. Y hasta que se nos salga por las orejas. No en vano, “Las directrices están definidas”. No le deseo este mundo mejor a nadie. Ni aunque se pueda llamar Huxley. Y me pregunto en dónde estará el puerto del que salir hacia el exilio. 

 (… Continuará…) 
 
   
Fotografía:   © “Escapando al mar, M. P.-P., 2009"

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 14. Distopía VII: La nueva era (2). Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 14

Distopía VII: La nueva era (2)

Manuel Pérez-Petit

 
‘Ahí Troya’, sí, en el sentido que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) indica: “para dar a entender que solo han quedado las ruinas y señales de una población o edificio, o para indicar un acontecimiento desgraciado o ruinoso”. Esto es lo hay, sin más adornos. Y ya que nuestros paternales dirigentes del mundo se aplican en lo de ‘arda Troya’, si, arda, tal como lo leen, ‘arda Troya’, que, según el DRAE, es otra expresión coloquial que “Denota el propósito o determinación de hacer algo sin reparar en las consecuencias o resultados”, porque así están actuando, sin casi excepción alguna, esto es lo que tenemos, y quizá hasta nos lo hayamos ganado. 
          Siguiendo con el famoso listado de veinte puntos de la revista The Economist sobre el nuevo mundo que nos toca, en el que ninguno de nosotros hemos sido arte ni parte pero con el que nos toca tragar por las buenas –digo por las buenas, porque por las malas, ojo, nos puede condenar a ser desterrados a una isla, al modo de Un mundo feliz, o a tomar soma, o sabe Dios si incluso a desaparecer del mapa...–, estamos aviaos.
            Veíamos ayer –bueno, en el último artículo–, cómo en la primera mitad del listado brillaban por su ausencia dos palabras: “persona” y “libertad”. Claro, esto tiene su sentido por cuanto esos dos conceptos lo normal es que queden anulados si de hacer un totalitarismo global –por razón del “bien común”– se trata, y yo estoy convencido de que de ello se trata, pues todo lo indica. Como en las mejores fantasías de ciencia ficción, la tecnología lo dirigirá todo, bajo el gobierno implacable de oscuros personajes en aún más oscuros despachos… El punto once dice: “La educación nunca regresará igual. Se vuelve presencial pero tecnológicamente adaptativa. Cada quien lo que necesita. Estudiar offline y online será lo normal. Las escuelas y universidades se transforman en un esquema híbrido para siempre. Se regresa al esquema de contratar gente muy preparada para llenar puestos importantes, pero se aceptan candidatos sin título universitario, para puestos menos importantes, que tengan la experiencia necesaria”. ¿No es distópìco? ¿De verdad me van a decir que no lo es? Yo les diré lo que es: una aberración de bulto redondo. A ver, no les pita en el oído ese “Cada quien lo que necesita”. ¿Quién va a dictar lo que necesite cada quién en su educación? Piensen. O hay que tener muchos hijos que sean capaces de romper con el nuevo estatuto impuesto o no tener ninguno… 
            Tragar, tragar y tragar, porque es al final de lo que se trata, como se expresa en el punto trece: “La economía personal se contrae, se utilizan nuevas formas de generar transacciones comerciales y la gente ahorra más. Un porcentaje alto del gasto familiar se destina a actividades que antes no se pagaban y viceversa. La compra de artículos como ropa elegante se sustituye por prendas casuales. Sigue la transformación radical de hábitos en 2021. La electrónica sigue siendo el producto más apreciado y adquirido por un año más”. A ver, recapitulemos, hasta el momento: la tecnología toma un protagonismo central en nuestras vidas, alguien –o alguienes– deciden por nosotros en todos los ámbitos las decisiones que son solo nuestras, el desempleo es y será devastador, aunque podremos vivir en donde queramos y hasta nos dedicaremos a ahorrar –de la risa que me entra me tengo que poner babero–,  no tenemos derecho a equivocarnos –pues alguien, como ya ha quedado dicho, designa sin réplica posible nuestra educación, nuestros hábitos y hasta cada minuto de nuestras vacaciones–, no tenemos derecho a vestirnos como queramos –siguiendo con fidelidad este punto trece el designio es claro–… La era Distópica es el fin del género humano. Ya comprendo con peras y manzanas por qué esas dos palabras –”persona” y “libertad”– ya no existen.
            —Manuel, que se saltó usted el punto doce…
            —¿El doce? Ah, pues sí, pero fíjese, y luego no se me queje, en su tenor literal: “El sistema médico se adaptó a lo digital con tecnología a distancia para siempre. Una cita médica en teleconferencia será lo normal. La gente seguirá con pruebas de Covid rápidas por todo 2021 para sentirse seguros. La vacuna se acelera mucho pero encontrará grandes retos en el camino. Los grandes hospitales replantean su operación por las crisis económicas que han sufrido por el Covid 19. La gente se enferma menos de virus, bacterias y enfermedades por mal manejo de alimentos gracias a una limpieza recurrente del individuo común”. Ya ve, es un punto equis. Los que peor lo tienen son los ciudadanos de los países carentes de un sistema público universal de salud, pero eso no es novedad, pues si tendremos menos dinero, ¿cómo podremos pagar salud privada? Vayamos al sistema de salud al que vayamos, público o privado, nadie se librará en el fondo de ser cada vez más conejillo de indias. Estamos vendidos, pero eso no ha cambiado: ya lo estábamos antes..
            —Es usted un agorero…
            —No sé, mi amigo. Si ser realista es ser agorero, haga lo que le decía en el artículo anterior, la del avestruz, y meta su cabeza en un agujero, a ver si eso le libra de lo que pasa… Continúo con el catorce, pues, que abunda en otros anteriores: “El comercio sigue creciendo pero en línea; entran jugadores como Facebook, Tik-Tok y YouTube a competir con Amazon. Cierra un porcentaje cercano al 50% de tiendas físicas globales. Las tiendas sobreviven gracias a ser experiencias y show rooms, pero el comercio real para finales del 2024 será mayor en línea que presencial en muchos rubros. Los grandes centros comerciales quedarán atrapados en el tiempo. Muy pocos sobrevivirán a largo plazo”. Bien, siempre he sido partidario de los mercados, las tiendas de barrio y el pequeño y mediano comercio…
            —¿Pero no se ha enterado usted que esos comercios están condenados a desaparecer?
            —Ostras, Pedrín, tiene otra vez usted toda la razón, mi amigo… ¿Sabe qué le digo? En efecto, lo tendremos que comprar todo por internet, dando nuestros datos y hasta nuestra sangre y sudor… Estaremos controlados hasta la extenuación… ¿Y mis aguacates? ¿Quién escogerá mis aguacates? ¿Por qué tendré que aceptar que otro, en el peor de los casos un androide, elija mis lechugas o mis plátanos?
            —Pero si a usted no le gustan las lechugas…
            —¿Y quién le ha dicho eso? Ahora me encantan más que nunca las lechugas, ea, y por lo que veo tendré que cultivarlas yo mismo para no tener que comprarlas… ¡Qué desastre!
            —Si usted lo dice…
            —Sí, lo digo, y no dude que estoy pensando en romper mi smartphone y recuperar mi viejo nokia analógico, a ver si me encuentran. Y si me encuentran, romperé el nokia y volveré al teléfono de centralita, si es que existe aún, o me haré de un palomar con palomas mensajeras… 
            —Cálmese, que está usted volviéndose loco.
            —Puede ser, amigo mío, puede ser, pero no sé qué reacción tendría usted si hubiera leído el punto quince de la lista…
            —¿Y qué dice?
            —Ahora verá. Se lo leo literal, como los otros, para que no falte ni una coma. Escuche atento: “El cambio climático será un tema muy hablado y apoyado. Grandes industrias seguirán en la transformación y se utilizará la A.I. para comprenderlo y operarlo mejor. La adopción de bicicletas como transporte principal seguirá creciendo gracias a la transformación de las ciudades. Pasaremos del tema Covid al del Cambio Climático como tema principal de forma natural. Una oportunidad de unión global para ayudar a transformar y resolver los grandes temas”. Toma ya, ahora nos dicen en qué debemos desplazarnos, como en la China comunista de los años duros, y que conste que me encantan las bicicletas; incluso hay una pintada en la fachada de mi casa… Pero es que ya tenemos hasta plan de estado único. Digo yo que le podrían llamar Huxley a la nueva unión global en cuya concepción, desarrollo e implantación por decreto esos tipos sin rostro se frotan las manos.
            —Bueno, Manuel, ya me voy, le dejo en paz.
            —Es usted inteligente, se va cuando llega lo mejor… ¿Sabe usted que el punto dieciséis dice: “Nuevos modelos de información y noticias por suscripción con más transparencia ayudarán a dar contenidos sin tanto “Fake news”. La credibilidad y transparencia será la piedra angular de todas las empresas. La gente está cansada de tanta información y prefiere sistemas curados por expertos para interactuar. La inmediatez seguirá siendo muy valorada”. Igual los “Fake news” han sido una tendencia orquestada desde los de arriba para sumar una excusa más que justifique, en su afán de control, la implantación de la nueva Era…
            —Ya está usted delirando…
            —¿Delirando? No lo digo yo, lo dicen estos sabihondos pontífices que además tienen en sus manos no solo el timón sino el mango de la sartén en que usted y yo nos encontramos…
            —No lo creo…
            —Pues luego no se sorprenda cuando nos rocíen con aceite, porque fíjese usted en lo que dice el punto diecisiete: “La salud mental se vuelve un tema recurrente y grandes plataformas ayudan a la gente a sobrellevar las situaciones de agresividad, soledad y angustia que han vivido al estar aisladas. Uno de los grandes costos de 2020 es la complicación para trabajar nuevamente en equipo. Mucho que trabajar, mucho que replantear. Las crisis de liderazgo en las empresas cada día serán más comunes”. ¡La salud mental! A ver, si la salud mental es una especie en vías de extinción, por Dios. Ya verá usted que todos al final vestiremos igual, tendremos lo mismo, llevaremos un número en el pecho, obedeceremos como autómatas…
            —Me está usted pintando la cosa, Manuel, como para salir corriendo.
            —Eso habrá que hacer, al menos los que puedan… Y agárrese a la silla, porque le voy a leer el dieciocho: “Las grandes problemáticas como la educación, la salud, la energía, la seguridad, la política, la destrucción de la clase media, toman los reflectores y se desarrollan soluciones por parte de las empresas tecnológicas. Se invierten grandes capitales al hacer el bien, mientras que se resuelven los problemas globales. Emprendimiento social en su máxima expresión con resultados económicos muy sustanciosos”. Para “hacer el bien” dice, ¡para “hacer el bien”!, y que “se resuelven los grandes problemas globales”... A lo que se ve, la unión global esa tan cacareada es una nueva versión del Imperio, y que yo sepa Luke Skywalker no está entre nosotros…
            —Bueno, bueno, pues ya que está, léame, por favor, el diecinueve y el veinte de una vez.
            —Hoy no lo haré mi amigo, porque son para echarles de comer aparte… Espero que los lea en mi próxima entrega de Líneas de desnudo, pero le aseguro que estamos perdidos. Lo vengo diciendo y nadie me pela… Que arde Troya es lo único que tenemos seguro, ya mismo, delante de nuestras narices. Que no habrá piedra sobre piedra. Los mismos que matan son ya los jueces del asesinato. Eso sí, hoy ya somos los más limpios y desinfectados de la historia.
            —Eso es bueno al menos, ¿no?
            —¿Para qué, mi amigo, queremos ser más limpios y desinfectados que nunca si no es para meternos en un laboratorio y que hagan con nosotros lo que quieran? No lo digo yo, lo dicen los expertos de The Economist. Tome nota y espere a mi próximo artículo. Si creíamos que nuestro mundo era retorcido, el nuevo mundo, además de suponer una involución de más de doscientos años para la Humanidad, es el summum de lo retorcido. Como bien dice el DRAE, “una cosa que no se puede superar”.

 (… Continuará…) 
 
   
Fotografía:  © M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 13. Distopía VI: La nueva era (1). Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 13

Distopía VI: La nueva era (1)

Manuel Pérez-Petit

Que entramos con este 2021 (año 1 p.p.) en la Era Distópica no es solo una conjetura, un hallazgo intuitivo o un capricho de agorero. Y tampoco que, en realidad, la Era Distópica es una regresión gigantesca para la Humanidad. ¿Quién cree hoy ya en la democracia si, a las primeras de cambio, en aras al terrible –y luego explicaré la razón por la que lo califico así– “bien común”, los dirigentes democráticos han sido capaces de tomar medidas impensables en una democracia, que atentan contra el sentido de lo democrático, por ejemplo, o hasta los expertos más sesudos reconocen, al menos de manera tácita, que estamos en el umbral de una nueva Era, como se ve en el famoso texto de veinte puntos basado en las opiniones de 50 expertos que la revista The Economist –oh, pontífices del mundo– publicó en noviembre del año pasado como quién descubre el hilo negro, como si en el fondo ya no lo supiéramos? Podemos meter la cabeza como el avestruz en un hueco cualquiera o taparnos ojos, bocas y oídos –por aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente–. Podríamos apuntarnos al tan de moda negacionismo… ¿Negacionismo de qué? De lo que sea, faltaría más, y seamos como un “don meopongo”, un tipo que en el saber popular español siempre se opone a todo, o como “un contreras”, apelativo que el saber popular mexicano se aplica a todo aquel que siempre va contra lo que sea. Podríamos regresar al campo, irnos a vivir a la montaña, convertirnos en eremitas en el desierto, volver a coleccionar insectos como en la escuela –al fin y al cabo, los insectos son el mayor ejemplo de supervivencia que pueda encontrarse en la naturaleza–, o podríamos ser quizá más sanos y desterrar, verbigracia, la idea de “nueva normalidad” porque lo que nos arrastra –literal– es un “nuevo mundo”…
            Debo reconocer que estuve a punto de borrar el párrafo precedente, como sí hice con varios que había escrito con anterioridad para comenzar esta entrega de mi Líneas de desnudo, no en vano esto da hasta miedo. Veamos qué dice The Economist, ¡en veinte puntos nada menos!, de lo que nos espera: Comienza con un a mi entender ñoño y perverso axioma: “Los humanos deseamos volver a socializar”, y aplica de inmediato la mayor: “pero el trabajo a distancia básicamente se quedará igual”. 
            ¿Sabe alguien lo que eso supone? Pues por si no lo saben con certeza, yo mismo se lo digo: Los humanos –ya ni casi con la consideración de “personas”– ya no somos libres. Y The Economist me da la razón cuando continúa con ese primer punto, que, literal, concluye: “El modelo mixto de trabajo es irreal, simplemente seguiremos trabajando en línea desde nuestras casas cada vez más adaptadas y con reuniones en lugares divertidos y diferentes cada mes para socializar y conectar. Se crearán múltiples espacios para grandes juntas digitales con todas las soluciones resueltas. Nadie quiere vivir en el tráfico ni en esa vorágine de información y trabajo otra vez”. Con esto último parece querer la famosa revista encontrar un lado amable a lo anterior, sin indicar, como era esperable, quién es el vocero que establece lo que queremos los “humanos”, porque por lo visto queremos diversión y liberarnos de las incomodidades de la vida moderna. ¿Alguien preguntó a alguien? Curioso el dato, porque, de momento, en este primer número de la lista no se habla de “libertad” en ningún sitio. Pero vayamos al segundo: “Las oficinas cierran en un porcentaje altísimo y ese modelo atrasado es retomado por tecnologías disruptivas. Cada día tendremos más asistentes digitales para trabajar en forma eficiente. Esos grandes corporativos serán recordados por siempre como los enormes mamuts de 1980-2020 en extinción. La gente no siempre trabajó así y no trabajará por siempre en ese mismo esquema”. Aquí el vocablo “humano” ha sido sustituido por el más impersonal “gente”. Dato interesante, pues resulta ser este punto uno de los más amables de todo el listado. Está bien, ya no habrá “grandes corporativos” hacinadores de personal. En la Era Distópica lo que se aplica es la ley del palo y la zanahoria.
            El tercer punto se refiere también al trabajo, y curioso tema es este, pues, de darle al trabajo el protagonismo principal a la lista que pretende definir el nuevo mundo…: “Los hoteles de trabajo desaparecen en un 50% por lo menos. Nunca regresan los viajes, congresos o reuniones de trabajo como eran, si es que se pueden hacer en línea. El turismo de trabajo desaparece prácticamente. Las llamadas se convierten en videollamadas. Las juntas internacionales en juntas en línea. Los grandes congresos en sistemas tecnológicos. Nuevos lanzamientos de productos en forma digital y tecnologías novedosas. Congresos apoyados por A.I. para recibir experiencias personales”. Fantástica realidad, pues si se trata de hacer negocios esto funciona de maravilla y reduce los costos empresariales de manera exponencial. Que todo sea el capital. De los hoteles, qué decir. Que tengan suerte y se sepan reciclar. Es la vida.
            El cuarto punto nos habla a nosotros, menos mal, que ya era hora: “Las casas se vuelven más tecnológicas y adaptadas al trabajo diario. Muchas empresas se dedicarán a solucionar las necesidades de trabajar desde casa. La casa cambia de ubicación. Hoy se puede vivir fuera de una gran ciudad, trabajar igual y generar el mismo valor. La ubicación física pasa a un segundo término para las empresas, pero a un primer término para los trabajadores”. Bien, sigue sin aparecer la palabra “persona” y se refiere a la gente como “trabajadores”. Toma ya. Podría entenderse este punto por la posibilidad de elegir con libertad en qué lugar del mundo se desea vivir. Para mí, que soy un extranjero en toda tierra, es un sueño, desde luego, pero aquí importo poco. Lo que en realidad este cuarto punto indica es el engañabobos de la nueva realidad. Lo dicho: palo y zanahoria. No serás libre, pero podrás vivir en donde quieras, pendejo, claro que otra cosa es que puedas.
            El quinto vuelve a la carga con lo que parece primordial en el nuevo mundo: “La productividad ya no depende de un jefe que te revise, ahora es por medio de plataformas que te ayudan a medir resultados, KPI’s y tiempos eficientes. La forma de contratar personal se replantea. Contratar al mejor del mundo hoy es más fácil, económico y eficiente. No habrá diferencia entre contratar personal local y extranjero. Hoy todos somos globales”. Que Dios oiga a The Economist. Gracias. 
            El sexto se despacha ya en términos de distopía pura: “Todo lo repetitivo se vuelve virtual y en esquema de suscripción. Desde iglesias, arte, gimnasios, cines, entretenimientos. A veces iremos a cosas físicas pero los números no darán para mantener las infraestructuras físicas que se tenían antes. Menos lugares podrán mantener algunos modelos abiertos. Servicios sofisticados a domicilio por medio de VR llegarán muy pronto”. Se acabó, debo deducir, lo de ir a misa los domingos, por no ir más lejos. Es una especie en extinción, como ir al súper o a un concierto. Lo terrible de este punto es que vuelve a recalcar la negación de la libertad. Alguien, quien sea, está dictando qué debemos hacer. Ya empiezo a comprender por qué hasta el momento no se ha empleado la palabra “persona”.
            El séptimo es profético: “Las empresas que no inviertan por lo menos 10% en nuevas tecnologías desaparecerán. La empresa tradicional llegó a su fin en 2020. Ya solo queda esperar a su muerte definitiva. Con recursos limitados las empresas requieren más certidumbre y mejores inversiones. Una empresa tecnológica, nueva y fresca hoy, puede desbancar a una que lleva haciendo lo mismo en los últimos 50 años. Así como el modelo de “dark kitchen” ha crecido muchos servicios copiarán el modelo”. Menos mal que Kolaval –y permítanme que hable de mis cosas– sí es una empresa “nueva y fresca”, tanto que podríamos decir que se asemeja a una manzana. Y es que solo las empresas que parezcan verdura o fruta tienen futuro, al menos por lo que dice la revista.
            No puedo negar que el octavo punto es divertido: “El turismo por entretenimiento regresa totalmente fortalecido en el segundo semestre de 2021, siempre acompañado con mucha tecnología en su operación, desde la compra, la operación y las experiencias a recibir. La gente aprecia más que nunca visitar lo natural pero con soluciones altamente tecnológicas. Lugares más remotos, experiencias más auténticas apoyadas con asistencia digital 24/7. La interacción es la base del entretenimiento del futuro. Ser parte, experimentar algo auténtico y descubrir información en forma dinámica”, pero también es engañoso. ¿Nos quieren dar a entender que el turismo –actividad que desprecio pero que comprendo que sea del gusto general– que viene, a ver, viene a ser como el de “Jurassic Park”? Dios no lo quiera. Viajar, y lo digo por experiencia, es una de las mayores fuentes de gozo que uno puede tener en la vida, pero perderse viajando es una experiencia extraordinaria, poco recomendable si se busca y maravillosa si es azarosa. Yo, que me perdí de noche en un bosque en Laponia y puedo contarlo, lo puedo atestiguar. Es un ejemplo de miles, pero esa “ayuda” tan completa al viajero es también un control completo del viajero. Se está negando, de paso, la posibilidad de la locura.
            Y tan controlados intentarán tenernos a todos como el punto nueve consagra: “El manejo de datos personales se vuelve más delicado y las grandes plataformas cambiarán. La gente regresa a pagar cosas por suscripción por el sentido de transparencia que involucra. Prefieren pagar que regalar sus datos. Las grandes marcas hoy valen por su credibilidad. Todo se puede copiar o replicar menos el prestigio. El valor de la empresa hoy depende de muchos factores y no nada más de su venta anual”. Movidos por un sentido perverso –por cuanto negador de uno mismo– de la seguridad, parece que ahora no tendremos nada sin pagar ni dar nuestros datos, en un ejercicio de negación ya total de nuestra privacidad. Miedo da lo que nos espera, perdón, lo que ya tenemos encima. Y entre otras cosas lo que tenemos encima es precisamente la clave de nuestra nueva esclavitud, expresada –incluso con complaciente compasión– en el punto diez: “La fuerza laboral se reduce dramáticamente y se le dan muchas operaciones simples a la A.I. Para 2024 el A.I. ya manejará operaciones complicadas en millones de lugares. Pero la adopción general inicia en 2021. Se aproxima una temporada de despidos globales muy grande. El desempleo se da por razones multifactoriales y no solamente por la crisis económica”, dando en una de las razones principales que justifican la nueva Era: si las personas –palabra que sigue sin aparecer– ven reducidos sus recursos es más fácil dominarlas. Tan simple como sencillo. Ver para creer. 
            Seguiré con la lista de The Economist en mi próximo artículo, y aún le dedicaré otro más dentro de esta serie acerca de la distopía, pero quisiera abundar en un detalle cuya explicación anuncié al comienzo de este “artículo” –y pongo la palabra entre comillas porque hoy, por lo visto, todo vale, y desconozco incluso si se puede definir mi texto como artículo–. Me refería al “bien común” como terrible motivo en la toma de decisiones por parte de los dirigentes “democráticos” del mundo. ¿Por qué terrible? En mi opinión, porque nadie está capacitado para decidir lo que las personas necesitamos sin contar con las personas. La democracia, pues, es lo que ha muerto, en efecto. Como si volviéramos al tiempo de las monarquías absolutistas. Total, un nuevo mundo de hace más de doscientos años.
 
(… Continuará…) 
 
   
Fotografía:  © M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 10. Distopía V: De antihéroes y líderes. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 10

Distopía V: De antihéroes y líderes

Manuel Pérez-Petit

Un mundo feliz ha venido dando que hablar desde hace casi noventa años, siendo reconocida su vigencia hasta los tiempos actuales e inspirando multitud de otros libros o películas, en canciones o composiciones musicales de todo tipo –sobre todo en rock progresivo y diversas variantes del metal– y hasta en el pensamiento contemporáneo. Y esto sin olvidar tampoco el libro de ensayos que el propio Huxley escribió, veintiséis años después de haber publicado su novela, titulado Nueva visita a un mundo feliz, que tuvo que escribir por la trascendencia que había alcanzado su obra y para desarrollar en detalle diversos aspectos de la misma. 
          1996. Arde Los Angeles, California, convertida en un caos de violencia. El sargento John Spartan, “el demoledor”, detiene a Simon Phoenix, un famoso criminal, que ha secuestrado un autobús con una treintena de pasajeros, cuyos cadáveres aparecen en medio de la destrucción causada, de lo que es declarado culpable, por lo que es condenado a 70 años en “rehabilitación subcero”, en crio-éxtasis, en la crio-penitenciaría de California, por homicidio involuntario. Así comienza Demolition Man (1993, Marco Brambilla), una cinta incomprendida y rechazada por crítica y público en su momento y, sin embargo, hoy reclamada por muchos incluso como un clásico, versión libre de la novela de Huxley, y protagonizada por los entonces todavía denostados –o pocos “prestigiosos”– Sylvester Stallone, Wesley Snipes y Sandra Bullock. De inmediato, la trama se traslada al 3 de agosto de 2032. En San Angeles, fruto de la fusión que habría tenido lugar en 2011 de Los Ángeles, San Diego, San Bernardino y Santa Bárbara, California, reina una sociedad de “paz, amor y comprensión” en la que no hay armas ni dolor y todo es aséptico e inocente y saludable –están prohibidos el tabaco, el alcohol, la sal o la cafeína y el contacto físico no está tampoco permitido, siendo la procreación llevada a cabo en laboratorios al efecto–. En ese mundo, solo trastornan los “desertores”, personas marginales que sobreviven en el subsuelo de la ciudad y atentan contra edificios públicos y el poder establecido a fin de hacer constar su desacuerdo con el sistema. El creador de la nueva sociedad es el doctor Raymond Cocteau, un visionario vestido de blanco que ejerce con mano de hierro y guante de seda, a modo de redentor, la administración de la ciudad… Phoenix es descriogenizado para ser llevado a una audiencia a fin de revisar su pena, pero se libera y escapa, generando de inmediato una espiral de violencia y muerte en la urbe. Entonces, en el departamento de Policía se acuerdan de Spartan –aunque rechazan lo que consideran sus métodos primitivos no dejan de reconocerlo como una leyenda del pasado–, y deciden liberarlo de su condena como solución, bajo la idea de que  “si el criminal es anticuado se necesita un policía anticuado”. En tanto, Phoenix acude al museo, único lugar en que hay armas, y Spartan va a buscarlo. Se enfrentan, pero el criminal huye, y, como premio, el doctor Cocteau invita al policía a cenar en el único restaurante sobreviviente de la guerra de las franquicias que había tenido lugar años antes: Taco Bell. La cena se ve interrumpida por sorpresa ante un nuevo ataque de los “desertores”, y Spartan comienza a sospechar que la realidad no es como se la están pintando. Industrias Cocteau tiene todo el poder, y en la rehabilitación de los presos implantan en ellos los datos necesarios para reinsertarse en la nueva sociedad.  A él, por ejemplo, lo han hecho tejedor, pero a Phoenix le han potenciado su criminalidad. Cocteau ordena el reingreso en la prisión de Spartan, pero éste decide acabar con el criminal, por lo que baja al subsuelo de la ciudad, en donde encuentra multitud de personas que pasan hambre y viven hacinados y temerosos. Phoenix en realidad fue reinsertado por Cocteau a fin de acabar con el líder de los rebeldes, para lo cual recupera a sus antiguos aliados y rearma su propia banda. Policía y criminal vuelven a enfrentarse y éste le reconoce a aquel que los pasajeros del autobús por cuya muerte fue condenado ya estaban muertos antes de que le detuviera, por lo que la condena a que fue sometido fue injusta… Luchan en un auto a toda velocidad y el asesino cae en el asfalto y huye. Cuando el jefe de policía acude a detener a Spartan, éste decide terminar su misión y, acompañado de los “desertores” y una mujer policía que en todo momento le ha estado acompañando –cuyo nombre es Lenina Huxley, por cierto–, va a por Phoenix. Mientras, Cocteau sueña con la puesta en marcha de la sociedad perfecta, fruto de la desaparición de los inadaptados, es asesinado por la banda del criminal, que asume todo el poder de inmediato. Otra vez, policía y asesino se enfrentan, siendo derrotado éste y quedando demolida la crio-prisión… Como, y es la moraleja, en un nuevo amanecer, todos se conjuran para una más humana sociedad y Spartan reconoce que esta vez sí le va a gustar el futuro.
            La historia se presenta como una fábula y en algunos momentos puede resultar engañosa por sus aspectos cómicos y sus guiños a los noventa, a JFK o a la posibilidad de que Arnold Schwarzenegger hubiera llegado a ser presidente de Estados Unidos, pero yo la propongo a la agudeza del lector porque, en realidad, tiene todos los ingredientes de lo que hoy vivimos: un poder totalitario con apariencia amable que busca “el bien común”, una sociedad feliz, atontada, obediente y simple, una resistencia tan noble como inútil, un líder carismático con intenciones perversas…, un malo muy malo y un bueno muy bruto –un auténtico antihéroe, pese a las apariencias–, en un contexto súper tecnificado. Es, sin duda, un retrato amable de Un mundo feliz, que también ha tenido otras lecturas mucho más complejas y hasta tórridas.
           Es el caso de La Isla (2005, Michael Bay), en la que los ricos y famosos del mundo contratan a un doctor sin escrúpulos (Sean Bean) que, en 2019, en una antigua fortaleza militar enclavada en el desierto de Arizona y convertida en centro tecnológico, fabrica en placentas artificiales seres no humanos con el material genético de sus clientes, a fin de que sirvan de donadores de órganos en caso de necesidad, siendo considerados “productos”. Nadie sale de allí, pues se supone que fuera hay una terrible contaminación y no hay vida. Existe, eso sí, “La isla”, “la única zona natural libre de patógenos”, a la que los internos van merced a la lotería, un sorteo que designa a los más afortunados, y todos viven en la ilusión de ser premiados, pues se supone que irán a un lugar privilegiado a disfrutar de la vida. Pero uno de ellos, Lincoln Seis-Echo (interpretado por Ewan McGregor) descubre una mariposa en las instalaciones y se pregunta si es posible que afuera haya vida y estén todos siendo objeto de engaño… Los “productos”, clones de sus promotores, son clasificados por generaciones y castas. Lincoln pertenece a la generación “Echo”, que se manifestará más tarde como “defectuosa” por haber desarrollado “demasiada curiosidad”. Mantiene una relación cercana con Jordan Dos-Delta (Scarlett Johansson), pero las relaciones llamadas de “proximidad” están proscritas, por lo que siempre están al borde de ser sancionados. Lincoln –cuyo perfil es el de otro antihéroe– descubre todo el pastel y huye del lugar, acompañado por Jordan. En consecuencia, el doctor contrata a un experto para perseguirlos. En su camino, los prófugos descubren que los “Echo” tienen en realidad tres años, y los “Delta”, cuatro. Buscan a sus  promotores, mientras son sometidos a persecución y acoso, siendo cazados, pero por la policía, lo que les da ventaja. Entonces, sus perseguidores emplean una violencia extrema para evitar que pueda ser descubierto todo, pero siguen saliendo indemnes, mientras trazan su plan. Regresan, ella detenida y él haciéndose pasar por su promotor para destapar todo el entramado y salvar a sus compañeros, que son liberados, colapsando las instalaciones y muriendo en el lance el doctor.
          En Gattaca (1997, Andrew Niccol), protagonizada por Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law, que tiene lugar “en un futuro no tan distante”, como en La isla, la manipulación genética es el tema central. Las personas son clasificadas en ella como válidas o no válidas, según haya sido el origen de su nacimiento: hijos de Dios o con ayuda de la ingeniería genética. Los válidos, estos segundos, son superiores, y los naturales están condenados a vivir con menos opciones y expectativas. Vincent es un niño nacido de forma natural y, por tanto, se desarrolla y crece en inferioridad respecto a los demás. Sueña con ser astronauta, lo cual para uno de su condición es un imposible, pese a lo cual para él todo vale. Se inscribe en Gattaca para cumplir su sueño y, tras hacer todo tipo de fraudes –incluso tomando la identidad de otra persona– es designado para viajar a Titán, uno de los mayores satélites del planeta Saturno. Pero un día es asesinado alguien de su entorno y la investigación policial, a menos de una semana de salir al espacio, se convierte en un problema para él, puesto que ha perdido una pestaña y eso le delata por el ADN, pero, al final, toma conciencia de que los genes no son tan capitales en las personas y cumple su sueño.
          Tanto en La isla como en Gattaca hay un líder que controla todo hasta que deja de hacerlo, un antihéroe –noble en la primera película, sin escrúpulos en la segunda– que recorren un camino, un sistema opresor y un valor supremo concedido a la manipulación del sistema mediante la publicidad, asunto que merecerá un capítulo aparte en esta serie acerca de la distopía. Serie interminable como la situación que vivimos en la actualidad parece. Y atentos, que vienen curvas. En mis textos y, lo que es peor, en la propia realidad.
 
 
(... Continuará…)



   
Fotografía: © M P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 8. Distopía IV: Lo indeseable. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 8

Distopía IV: Lo indeseable

Manuel Pérez-Petit

‘Distopía’ y ‘utopía’ son antónimos. El axioma, de entrada, no tiene discusión posible, pero aún así a mí me asaltan dudas, sobre todo a la luz que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) arroja sobre ambas, estableciendo dos acepciones para la segunda de estas dos palabras: primera: “Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización” y segunda: “Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”, y una sola para la primera: ”Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. El DRAE es el instrumento mediante el cual estamos de acuerdo en el uso de la lengua, la convención que nos ordena y orienta en nuestra comunicación, fruto del esfuerzo compilatorio, integrador y ordenador de la institución –hoy ya institución de instituciones– cuyo encargo es limpiar, fijar y dar esplendor al idioma... Y por esta razón, el topar con muro que supone poner en comparación la definición de ambas voces –’distopía’ y ‘utopía’– es seco y causa desconcierto. 
          El DRAE establece que, en ambos casos, se trata de un sistema de sociedad “futura”, aunque marca ‘utopía’ como “deseable” –en su primera acepción–, y “favorecedora del ser humano” –en su segunda–, y ‘distopía’ como negativa y causa de la “alienación” humana. Dice de ‘utopía’ que es una “representación imaginativa” –en la segunda– y “de muy difícil realización” –en la primera–, y de ‘distopía’ que es una “representación ficticia”, y señala que de “características negativas”, aunque no hace referencia alguna acerca de su probabilidad de existencia. Por otra parte y a fin de una mejor comprensión, según el propio DRAE, ‘imaginativo’ tiene cuatro acepciones, la cuarta de las cuales es “Facultad interior que recoge las impresiones de los sentidos exteriores”, y ‘ficticio’ tiene dos, siendo la primera “Fingido, imaginario o falso. Entusiasmo ficticio”, y esto nos da una clave: según el más alto instrumento de nuestro idioma, ‘utopía’, al ser fruto de “impresiones de los sentidos”, tendría una posibilidad de existencia, y ‘distopía’, al ser “falsa”, sería de naturaleza imposible. 
          Varias obras tanto de la literatura y la filosofía como cinematográficas conforman lo que podríamos definir el canon de las distopías, la mayor parte de ellas tecnológicas y basadas en políticas de control de la sociedad y hasta del pensamiento. Uno de los pilares canónicos del “género” distópico es Un mundo feliz, novela publicada en 1932, en que Aldous Huxley describe una realidad sin valores humanos, en el que la procreación tiene lugar en una especie de cadena de montaje y cada individuo es sometido a un control total y condicionado desde su genética hasta su utilidad social, llamado cada cual a ser miembro de una de las cinco castas en que se divide la población de las élites a los trabajadores elementales y antes, durante y después del proceso es sometido a revisión continua y vigilancia, hasta en los aspectos emocionales. No está muy lejos –me parece– de los regímenes totalitarios de cualquier color que han sido y son un denominador común en la historia del mundo desde siempre: monarquías absolutas, regímenes comunistas, tiránicos o dictatoriales, estados integristas de cualquier color… Pero aún hay más, en Un mundo feliz deprimirse está proscrito, y la solución es el soma, la droga que está en todas partes y que todo el mundo debe tomar para estar en equilibrio y tener una funcionalidad adecuada, lo que a mí me recuerda, de manera particular, al pan y circo de toda la vida: un placebo para amansar a la gente. Y, por si fuera poco, todo ocurre después de una gran guerra y el establecimiento de un estado único mundial, el cual recuerda un tanto a la hegemonía que sobre el resto del mundo –al menos, el conocido en su momento– han tenido sucesivamente algunas naciones desde tiempos inmemoriales, bien por la vía del dominio militar o cultural o económico o de todas ellas a la vez, considerando incluso lo no dominado como bárbaro. Lo de la gran guerra es capítulo aparte, porque no ha habido guerra que no haya establecido un desarrollo tecnológico y un cambio en el estatuto de las naciones. Hay un capítulo en esta serie dedicado a ello, que saldrá en pocas semanas y pone en relación las grandes guerras del siglo XX con el desarrollo integral del concepto de ‘distopía’.
            La historia de Huxley transcurre en el año 632 d. F. (2540 de la era cristiana), pues se cuentan los años desde 1908, fecha en que Henry Ford –de aquí la “F.”–  puso en marcha la primera cadena de montaje de su famosa fábrica de automóviles, creando el Ford T. A mí la verdad que esto me suena a que hace muchos años, al menos en algunas partes del planeta, esta realidad saltó de la ficción al plano terrenal. Podría discutirse –aunque no creo que mucho–, pero el mundo ante pandémico era, en parte, eso. Y digo “era”, porque lo que ha hecho posible la p. pandemia es la cristalización exacta –o casi– de la fantasía de Huxley en nuestras vidas, ¿o no es con casi precisión relojera –y quizá hasta suiza– la sublimación del sistema capitalista imperante hace decenios en Occidente o la colectivización a ultranza de las sociedades de inspiración y dirigencia comunista o, en ambos casos, la relación Norte-Sur de las naciones, o, por no abundar en exceso, unos de los pilares de la Era distópica: el teletrabajo, en que dando la sensación de libertad –¿soma quizá?– se controla incluso más y hasta mejor –y si no, al tiempo– a cada persona que nunca antes? 
          Más distopía es imposible que en esta obra, en la que en favor de la construcción de una “sociedad de características favorecedoras del bien humano” –utopía–, esto es, perfecta, han desaparecido, entre otras muchas cosas, la diversidad cultural, el arte y hasta el amor… E incluso hay solución para los que no se someten o no encajan del todo: Se les recluye en islas, para reformarlos, sin más, y adaptarlos al sistema. Pero en Un mundo feliz las guerras y la pobreza han sido erradicadas y todos viven en un indudable estado de felicidad. ¿Qué más puede quererse, incluso sin mirar el precio, si lo que tenemos como alternativa da, por ejemplo, en lo que ocurrió la semana pasada nada menos que en Estados Unidos, hechos con los que se nos han caído de golpe los palos del sombrajo y las últimas –o penúltimas, dicho sea por los optimistas– gotas de fe en lo que llamamos democracia? Si no fueran hechos ciertos y solo los conociéramos de oídas, diríamos que es “imaginativo” –utopía–, concediendo el beneficio de la duda a la noticia, y la verdad es que, por su naturaleza fáctica y tangible, no puede ser “ficción” –distopía–. Acontecimientos como los que han tenido y, con probabilidad, tendrán lugar en la nación estadounidense no son más que distopías hechas realidad, y siendo una consecuencia de lo distópico “la alienación humana”, aquello de lo que acabamos de ser espectadores solo puede ser un síntoma de la degradación que justifica cualquier idea utópico-distópica –al fin y al cabo lo mismo– que pueda pasársenos por la cabeza. Al coste que sea.
          No quisiera ahorita ponerme platónico, pero, ¿acaso alguien puede indicar qué régimen de libertades es real, aunque sea razonablemente, o en qué situación somos de verdad libres en nuestra sociedad, o qué tipo de libertad reivindicamos cuando reivindicamos nuestro derecho a la libertad? En nuestra tesitura, y no es por justificar nada, hay situaciones en las que se entiende, al menos, el desconcierto, generadas por supuestas “ficciones” capaces de entrar por la puerta trasera de nuestras vidas y hacerse realidad que son indeseables y nos hacen dudar, pues estamos sometidos –querámoslo o no– a “las impresiones de los sentidos exteriores”, por lo que de algún modo estamos residiendo ya en un mundo que es más “representación” que mundo. Y así nos va, que Dios nos pille “confesaos”.

(... Continuará…)


   
Fotografía: “Calle Feria 149” © Isabel Roblas, 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 6. Distopía III: Milenarismo. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 6

Distopía III: Milenarismo

Manuel Pérez-Petit

A costa de mis amigos los dragones hice un inciso el pasado 25 de diciembre en la serie acerca de la distopía, y, como habrán observado –no ha faltado quien me lo haya echado en falta, y hasta me ha sorprendido la cantidad de mensajes recibidos al respecto–, el pasado viernes 1 de enero tampoco apareció mi Líneas de desnudo en este proyecto valiente de Letras ideaYvoz. Pero ya estoy de regreso, y con noticias frescas, pues a partir de la semana próxima incrementaré mi colaboración acá, con hasta dos artículos a la semana, de publicación los martes y los viernes, siendo este último día el dedicado a lo distópico. Sin embargo, ahora estoy con lo que estoy, y a vueltas ya de lleno con lo mismo, es bueno señalar que hay varios centenares de producciones cinematográficas circunscritas de algún modo u otro al concepto de distopía, por usar una distopía en su argumento o por ser distópicas en su conjunto, desde las más clásicas a las más recientes –en su mayor parte desarrolladas éstas últimas bajo el concepto de saga, esto es, que una película continúa en la siguiente, tan de moda en estos tiempos– del presente siglo XXI, que parece inmerso en un milenarismo de carácter fatalista y cuya máxima expresión ha sido este recién fenecido año 0 de la p. pandemia o, como la mayoría entiende, 2020 de la era cristiana. 
            A lo largo de la historia de la cinematografía el asunto distópìco ha sido recurrente, y más desde que en 1927 Fritz Lang elevara el género –o subgénero, si se prefiere– a categoría superlativa con Metrópolis, una producción de cine mudo de 153 minutos nada menos –más de dos horas y media– e inspirada en la novela homónima de Thea von Harbou, a la sazón coguionista del filme junto a su director, que retrata un hipotético 2000 con 73 años de antelación… Aún así tuvieron que pasar más de tres decenios para que recobrará popularidad lo distópico, pues no fue hasta la década de los sesenta del siglo pasado que regresó para quedarse. En 1966 apareció Fahrenheit 451, basada en la novela de Ray Bradbury, siendo la única película de lengua inglesa del cineasta francés François Truffaut. Esta cinta, por cierto, carece de títulos de crédito, no en vano en la obra está prohibida la escritura, como quizá en cierto modo en nuestros tiempos actuales está de algún modo prohibida la libertad de expresión. 
            Dos años después, en 1968 fue lanzada El planeta de los simios, otro hito del cine, basada en otra novela, esta vez de Pierre Boulle, cuya actualidad se ha mantenido viva hasta el presente, con multitud de secuelas, precuelas y remakes desde entonces: En el año 3978 una nave espacial se estrella en un planeta extraño tras 18 meses de hibernación y navegación interestelar a casi la velocidad de la luz. Los tripulantes de la misma salen de improviso de su hibernación y se encuentran con un mundo dominado por simios evolucionados que esclavizan a los seres humanos. La memorable escena final se convirtió de inmediato en un mito: el protagonista, el coronel Taylor, interpretado por Charlton Heston, se arrodilla en una playa mientras se lamenta de su descubrimiento, y es que en realidad han viajado en el tiempo. De fondo, la estatua de la libertad en ruinas yace medio enterrada: el planeta al que llegaron es la Tierra. Dos mil años después de su partida. 
          En esta película, como, en general en todas las de anticipación y, por supuesto, las distópicas, hay una carga filosófica y ética que va, según el caso, desde la elemental moraleja a la más profunda reflexión. En 1971 fue estrenada La naranja mecánica, obra maestra y polémica de Stanley Kubrick, basada en la novela del mismo nombre de Anthony Burguess, de una carga de profundidad que obliga a verla una y otra vez pese al estupor que causa, pues el gusto por la violencia, lo salvaje y lo grotesco alcanzan en ella un grado superlativo. Alex, líder de una banda criminal que adora el sexo, la ultraviolencia y la música de Beethoven, tras cometer sin descanso numerosas brutalidades, termina siendo detenido y sometido a una terapia experimental a fin de ser reinsertado en la sociedad, tras lo que debe afrontrar su pasado. En realidad, la cinta es una crítica social ambientada en Inglaterra en 1995, supuesto futuro por entonces que no está tan lejos de la violencia de todo tipo que el fin del siglo XX y lo que llevamos del XXI nos ha mostrado. ¿No recuerdan aquellos abusos de algunos soldados estadounidenses que torturaron, incluso con prácticas propias del sadomasoquismo, a prisioneros iraquíes durante la segunda guerra del Golfo y que fueron descubiertos e investigados a comienzos de 2003?
          El milenarismo, no tanto por su definición –la venida de Cristo para un reino en paz de mil años– sino por su sentido de utopía de carácter secular aunque también religioso, influenciado por el cambio de siglo, en que muchos veían el advenimiento del fin del mundo, y cuyo concepto fue desde los mismos años sesenta del siglo XX muy extendido y popularizado, ha tenido un protagonismo muy determinante desde entonces en todas las artes y ha condicionado incluso mentalidades, hábitos y modos de vida, sobre todo en Occidente. El totalitarismo, algo muy en boga hoy incluso en las democracias más avanzadas, es consecuencia, por ejemplo, de ello, y las artes cinematográficas así nos lo atestiguan. Como se puede ver, sin mayor abundamiento, en Stalker  (Andrei Tarkovsky, 1979), Doce monos (Terry Gilliam, 1995), Matrix (cuya saga comenzó en 1999) o Minority Report (Steven Spielberg, 2002), solo por nombrar algunos títulos emblemáticos aún no nombrados en este ensayo por entregas, e incluso de trascendencia mucho más allá de lo artístico en sentido estricto.
            A estas obras, entre otras, dedicaré el próximo artículo de esta serie acerca de la distopía que si bien fue anunciada para cuatro textos tendrá al final una docena que irán saliendo de viernes en viernes. En ellos seguiré abordando la materia desde las más diversas expresiones artísticas, literarias y filosóficas. Y lo inquietante es que de todos y cada uno de los casos se puede colegir un paralelismo con la realidad que nos está tocando vivir. Porque nuestro año 1 d. p., 2021 para entendernos, es en realidad el año 1 de la Era distópica.
 
(... Continuará…)


   
Fotografía: © M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 4. Distopía II: No tan del pasado. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 4

Distopía II: No tan del pasado

Manuel Pérez-Petit

Ejemplo de toda esta reflexión acerca de la distopía y la realidad y paradigma de que la distopía no sólo se presenta ya en escenarios futuristas, Juego de Tronos, los libros y la serie de televisión, han derivado en estos últimos  años en un fenómeno merecedor de estudio aparte. Se trata de un monstruoso drama de fantasía, aderezado con grandes dosis de violencia basado en la saga literaria creada por George Raymond Richard Martin, más conocido como George R. R. Martin (New Jersey, Estados Unidos, 1948), prolífico autor que alcanzó la fama universal con Canción de Fuego y Hielo, una saga que comenzó a publicarse en 1996. La opera magna de Martin cuenta una historia en tercera persona desde los puntos de vista de más de 30 personajes. En cuanto a su valor literario, Martin ha sido criticado por su exuberancia en la descripción de los blasones, la indumentaria y los lemas de las casas que integran su universo. Pero su escritura es atrapante y fresca, y quizá ahí radique el éxito de la obra, cuya inspiración se encuentra en el medievo inglés en torno a la llamada guerra de las Dos Rosas, nombre acuñado en el Romanticismo al enfrentamiento armado de las casas de Lancaster y de York por el trono de Inglaterra, en la sucesión de Eduardo III y que daría lugar a la entronización de Enrique VII, padre de Enrique VIII, y en la que muchos consideran de manera errónea –y algún día hablaremos del concepto saga– la madre de todas las sagas de la literatura fantástica: El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien, asunto éste –el de la “madre”– que merecería otra reflexión adicional, pues en este caso de las distopías y la literatura fantástica –dos asuntos, no uno, aunque a veces entren en convergencia–, al contrario que en el Derecho natural, madres no hay nunca solo una.
    La geografía de Juego de Tronos consiste en dos continentes: Poniente, donde se establecen los Siete Reinos, monárquicos y con una estamento nobiliraio de gran influencia, Y Essos, una tierra muy extensa que alberga culturas arcaicas y salvajes que se rigen más por métodos de conquista y esclavitud. Hay tres líneas argumentales en la saga: la crónica de la guerra civil dinástica por el control del Poniente entre varias familias nobles, en donde el principal ente catalizador es Tyrion Lannister, el enano más listo del reino, la creciente amenaza de los llamados “Caminantes blancos” y de los salvajes, apenas contenida por un inmenso muro de hielo que protege el norte, custodiado por la Guardia de la noche, una orden que acoge a proscritos, violadores y personas en busca de redenciones personales y cuya figura principal recae en el bastardo de Invernalia: Jon Snow, y, por último, el viaje de Daenerys Targaryen, la hija exiliada del rey que fue asesinado quince años antes en otra guerra civil anterior al comienzo de la historia, que busca regresar a Poniente a fin de reclamar sus derechos. Las tres historias interactúan entre sí y son codependientes, en un marco de unicidad fragmentada en que se desarrolla toda esta historia de historias, en la que los personajes son complejos y están inmersos en un proceso de desarrollo constante, cambios de trama violentos y repentinos e intrigas políticas que bien podrían hacer reflexionar no sólo por sí mismas sino en relación al presente y a un probable indeseable futuro, con bases llenas de realismo. En su complejidad estructural, los protagonistas están sometidos a un constante vaivén de situaciones que les lleva a tomar decisiones que casi nunca están fundamentadas en virtudes o valores sino en la conveniencia y a veces como medidas de último recurso. La moral es un eje que juega un papel tan secundario que incluso en el contexto se puede considerar desprestigiado. La violencia, el incesto, la religión y la sexualidad se convierten en elementos indispensables, y la magia cuenta con un protagonismo en el desarrollo argumental muy leve y hasta sutil, llena de ambigüedad y oscuridad, por lo que aparece –al contrario de lo que se podría presuponer– en muy contadas ocasiones, lo cual marca una distancia significativa entre Canción de Fuego y Hielo y otras historias adscritas al género fantástico. El eje central no es la lucha entre el bien y el mal, sino la lucha política y la guerra civil, o sea, que la obra está concebida como un universo que se mira a sí mismo, y en ellas apenas aparecen –casi ni siquiera sugeridas- amenazas externas. Y eso también da para pensar, y no poco.
     Resulta cautivante la cantidad de fronteras que esta historia ha traspasado. No podemos negar que fue gracias a su adaptación televisiva que los libros cobraron importancia mundial. Y esta adaptación, concebida por los productores David Benioff y D.B. Weiss, ha demostrado que la gente está ansiosa por consumir historias complejas, saturadas de personajes y situaciones, que poco a poco se van entretejiendo. Aderezada con una banda sonora de primera, a cargo de Ramin Djawadi, y por los directores que han estado a cargo de los episodios durante sus temporadas, Juego de Tronos es una joya audiovisual que merece la pena ser vista y estudiada. 
     Y ahora más que nunca, puesto que parece no una historia basada en el pasado sino una crónica de la más rabiosa actualidad mundial. Y si no, enumeren cuantas similitudes puedan existir entre Juegos de Tronos, una hitoria distópica en un escenario del pasado, con lo que hoy ocurre y está ocurriendo en el mundo.

(Continuará…)

   
Fotografía: © M. P.-P., 2008

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 3. Distopía I: No tan ficticio. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 3

Distopía I: No tan ficticio

Manuel Pérez-Petit

El diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define la palabra ‘distopía’ como “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Debería entenderse que esta ‘sociedad futura’ pertenece más al mundo de la fantasía que al de la realidad, y de hecho muchas veces disciplinas artísticas como el cine y la literatura han abundado en ello, para alimento de nuestra tradicional capacidad de asombrarnos. Es el género de anticipación, que engloba entre otros subgéneros a la ciencia ficción o la anticipación sociológica, y que cuenta desde hace decenios con una notable abundancia de obras y con una más que consolidada aceptación general más allá del público popular, en el que se encuadran las expresiones actuales distópicas, ya no en su concepción clásica, con escenarios irreconocibles para el mundo actual, no vinculados ni referenciados a nada existente, sino en marcos claramente identificables. En los últimos años, esa ficticia sociedad ha tomado otros vestuarios y apariencias, como el del género histórico o pseudohistórico, contando con exactitud lo mismo que cualquier historia que cuente un posible ‘futuro’. Sin embargo, esto es aparente, porque en realidad todo es aquí anticipación, pese a que sea ambientado en una supuesta Edad media anglosajona o del medio oriente. Pese a todo, hasta este punto todo es correcto. Los caminos de la fantasía permiten todas las licencias, y en ellos el principio de verosimilitud se plantea en términos de coherencia interna del relato. El asunto está en que tal y como las cosas andan hoy en el mundo resulta que toda esa fantasía no parece de tan dificultosa probabilidad de existencia, sino que más bien pareciera haberse hecho realidad. Y eso preocupa, y de ahí que vaya a dedicar las tres últimas columnas de este año y la primera del próximo a la materia, desde diversas perspectivas y disciplinas. Sobre todo, como colofón pesadillesco a este distópico 2020.
     El cine y la literatura han imaginado y dibujado como casi ningunas otras expresiones artísticas el futuro de las ciudades o su probable futurible, inmersas las nuevas urbes en mundos más o menos distópicos que, en cualquier caso, generan per se reflexión, discusión y hasta nuevos planteamientos filosóficos. Unas veces son películas basadas en obras literarias y otras con guiones originales, como es el caso de “The Fifth Element (El quinto elemento)” (1997, Luc Besson), en que se muestra un diseño urbanístico que va de lo post-apocalíptico a lo futurista, mezclando espacios urbanos en que los autos vuelan en medio de rascacielos de proporciones abismales, en un universo dominado por una decadencia moral y humana que se manifiesta en la propia narrativa y en los argumentos esgrimidos que a su vez se trasladan a los escenarios del filme: tras las fachadas impecables y relucientes, la pobreza y la inmoralidad descienden a los sótanos de la propia vida y a las banquetas, entre tuberías oxidadas y chorros de vapor caliente, en tanto el horizonte muestra un grado de contaminación en el aire que da que pensar respecto a los posibles escenarios de un futuro no tan ficticio. Y todo ello de manera indefectible lleva al downtown –centro de la ciudad– de Los Angeles, California. ¿Pasearon alguna vez por allá y vieron esos rascacielos espectaculares, y acaso se les ocurrió rodearlos y ver sus fachadas traseras? ¿Qué encontraron a pie de calle a espaldas de tanto cristal y acero relucientes?
     No solo muy distante de esta película sino precedente de la misma en cierto modo, hay otra mucho más famosa, basada en parte en la novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Philip K. Dick, que, es sin duda, muy significativa respecto a la arquitectura y la planeación urbanística: “Blade Runner” (1982, Ridley Scott), en la cual en la más arquetípica megalópolis del futuro la distopía queda al descubierto en sus horizontes interminables de edificios, poblados por anuncios luminosos al por mayor y, sobre todo, por la desmesura del capital, en que el gobierno queda ensombrecido por un corporativismo marcado a fuego en la vida cotidiana. ¿Y a qué decir que refiere a Nueva York?
     Esta misma tendencia a mostrar futuros que han progresado a costa de crisis y pobreza se encuentra en no pocas películas. “Children of men (Niños del hombre)” (2007, Alfonso Cuarón), basada en la novela homónima de P. D. James, muestra una urbe  superpoblada –que en este caso resulta ser la capital de Reino Unido, Londres–, que pareciera una ciudad amurallada, sometida al yugo de un control militar estricto, lo cual la aísla aún más del exterior, en cuyos espacios públicos hay sin ir más lejos grafitis con mensajes desesperados que no pasan desapercibidos, vestigios de vandalismo propio de los años noventa del siglo XX, aunque la historia esté ambientada en un supuesto 2027, tras 18 años de infertilidad del género humano.
     Los anteriores son ejemplos indiscutibles, condición no aplicable a otras obras, como “Robocop” (1987, Paul Verhoeven), que plasma un “utópico” 2015, lo cual, si se admitiera en comparación con el año verdadero resulta sobrepasado. Está ambientada, no obstante, en un Detroit, Michigan, Estados Unidos, que ha sufrido en los últimos años los estragos de una enorme depresión económica, además de encontrarse regido por el crimen organizado, lo cual, por otra parte, no está nada lejos de la realidad.
     Podríamos hablar y hablaremos en esta serie de otros casos de una popularidad extraordinaria y su vinculación con esta sorprendente realidad de hoy, pero a vueltas con que somos urbanitas, al menos en mayoría, y podemos abstraer y significar en las propias aglomeraciones urbanas lo que pasa en el conjunto del mundo –asumiendo de algún modo el todo por la parte–, nuestro entorno de ciudades controladas y gobiernos democráticos que aplican medidas totalitarias en virtud del “bien común”, justificados en la pandemia, que estamos viviendo en la actualidad me da qué pensar que una de las consecuencias de todo este 2020 será que adquiriremos, por vía de la necesidad, una nueva manera de asombrarnos. Por eso, le podríamos incluso proponer al DRAE una redefinición del significado de la voz “distopía”, que podría quedar del siguiente modo: “Representación ficticia o no de una sociedad actual de características negativas causantes de la alienación humana”.

(Continuará…) 
   
Fotografía: © M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.