Líneas de desnudo. 10. Distopía V: De antihéroes y líderes. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 10

Distopía V: De antihéroes y líderes

Manuel Pérez-Petit

Un mundo feliz ha venido dando que hablar desde hace casi noventa años, siendo reconocida su vigencia hasta los tiempos actuales e inspirando multitud de otros libros o películas, en canciones o composiciones musicales de todo tipo –sobre todo en rock progresivo y diversas variantes del metal– y hasta en el pensamiento contemporáneo. Y esto sin olvidar tampoco el libro de ensayos que el propio Huxley escribió, veintiséis años después de haber publicado su novela, titulado Nueva visita a un mundo feliz, que tuvo que escribir por la trascendencia que había alcanzado su obra y para desarrollar en detalle diversos aspectos de la misma. 
          1996. Arde Los Angeles, California, convertida en un caos de violencia. El sargento John Spartan, “el demoledor”, detiene a Simon Phoenix, un famoso criminal, que ha secuestrado un autobús con una treintena de pasajeros, cuyos cadáveres aparecen en medio de la destrucción causada, de lo que es declarado culpable, por lo que es condenado a 70 años en “rehabilitación subcero”, en crio-éxtasis, en la crio-penitenciaría de California, por homicidio involuntario. Así comienza Demolition Man (1993, Marco Brambilla), una cinta incomprendida y rechazada por crítica y público en su momento y, sin embargo, hoy reclamada por muchos incluso como un clásico, versión libre de la novela de Huxley, y protagonizada por los entonces todavía denostados –o pocos “prestigiosos”– Sylvester Stallone, Wesley Snipes y Sandra Bullock. De inmediato, la trama se traslada al 3 de agosto de 2032. En San Angeles, fruto de la fusión que habría tenido lugar en 2011 de Los Ángeles, San Diego, San Bernardino y Santa Bárbara, California, reina una sociedad de “paz, amor y comprensión” en la que no hay armas ni dolor y todo es aséptico e inocente y saludable –están prohibidos el tabaco, el alcohol, la sal o la cafeína y el contacto físico no está tampoco permitido, siendo la procreación llevada a cabo en laboratorios al efecto–. En ese mundo, solo trastornan los “desertores”, personas marginales que sobreviven en el subsuelo de la ciudad y atentan contra edificios públicos y el poder establecido a fin de hacer constar su desacuerdo con el sistema. El creador de la nueva sociedad es el doctor Raymond Cocteau, un visionario vestido de blanco que ejerce con mano de hierro y guante de seda, a modo de redentor, la administración de la ciudad… Phoenix es descriogenizado para ser llevado a una audiencia a fin de revisar su pena, pero se libera y escapa, generando de inmediato una espiral de violencia y muerte en la urbe. Entonces, en el departamento de Policía se acuerdan de Spartan –aunque rechazan lo que consideran sus métodos primitivos no dejan de reconocerlo como una leyenda del pasado–, y deciden liberarlo de su condena como solución, bajo la idea de que  “si el criminal es anticuado se necesita un policía anticuado”. En tanto, Phoenix acude al museo, único lugar en que hay armas, y Spartan va a buscarlo. Se enfrentan, pero el criminal huye, y, como premio, el doctor Cocteau invita al policía a cenar en el único restaurante sobreviviente de la guerra de las franquicias que había tenido lugar años antes: Taco Bell. La cena se ve interrumpida por sorpresa ante un nuevo ataque de los “desertores”, y Spartan comienza a sospechar que la realidad no es como se la están pintando. Industrias Cocteau tiene todo el poder, y en la rehabilitación de los presos implantan en ellos los datos necesarios para reinsertarse en la nueva sociedad.  A él, por ejemplo, lo han hecho tejedor, pero a Phoenix le han potenciado su criminalidad. Cocteau ordena el reingreso en la prisión de Spartan, pero éste decide acabar con el criminal, por lo que baja al subsuelo de la ciudad, en donde encuentra multitud de personas que pasan hambre y viven hacinados y temerosos. Phoenix en realidad fue reinsertado por Cocteau a fin de acabar con el líder de los rebeldes, para lo cual recupera a sus antiguos aliados y rearma su propia banda. Policía y criminal vuelven a enfrentarse y éste le reconoce a aquel que los pasajeros del autobús por cuya muerte fue condenado ya estaban muertos antes de que le detuviera, por lo que la condena a que fue sometido fue injusta… Luchan en un auto a toda velocidad y el asesino cae en el asfalto y huye. Cuando el jefe de policía acude a detener a Spartan, éste decide terminar su misión y, acompañado de los “desertores” y una mujer policía que en todo momento le ha estado acompañando –cuyo nombre es Lenina Huxley, por cierto–, va a por Phoenix. Mientras, Cocteau sueña con la puesta en marcha de la sociedad perfecta, fruto de la desaparición de los inadaptados, es asesinado por la banda del criminal, que asume todo el poder de inmediato. Otra vez, policía y asesino se enfrentan, siendo derrotado éste y quedando demolida la crio-prisión… Como, y es la moraleja, en un nuevo amanecer, todos se conjuran para una más humana sociedad y Spartan reconoce que esta vez sí le va a gustar el futuro.
            La historia se presenta como una fábula y en algunos momentos puede resultar engañosa por sus aspectos cómicos y sus guiños a los noventa, a JFK o a la posibilidad de que Arnold Schwarzenegger hubiera llegado a ser presidente de Estados Unidos, pero yo la propongo a la agudeza del lector porque, en realidad, tiene todos los ingredientes de lo que hoy vivimos: un poder totalitario con apariencia amable que busca “el bien común”, una sociedad feliz, atontada, obediente y simple, una resistencia tan noble como inútil, un líder carismático con intenciones perversas…, un malo muy malo y un bueno muy bruto –un auténtico antihéroe, pese a las apariencias–, en un contexto súper tecnificado. Es, sin duda, un retrato amable de Un mundo feliz, que también ha tenido otras lecturas mucho más complejas y hasta tórridas.
           Es el caso de La Isla (2005, Michael Bay), en la que los ricos y famosos del mundo contratan a un doctor sin escrúpulos (Sean Bean) que, en 2019, en una antigua fortaleza militar enclavada en el desierto de Arizona y convertida en centro tecnológico, fabrica en placentas artificiales seres no humanos con el material genético de sus clientes, a fin de que sirvan de donadores de órganos en caso de necesidad, siendo considerados “productos”. Nadie sale de allí, pues se supone que fuera hay una terrible contaminación y no hay vida. Existe, eso sí, “La isla”, “la única zona natural libre de patógenos”, a la que los internos van merced a la lotería, un sorteo que designa a los más afortunados, y todos viven en la ilusión de ser premiados, pues se supone que irán a un lugar privilegiado a disfrutar de la vida. Pero uno de ellos, Lincoln Seis-Echo (interpretado por Ewan McGregor) descubre una mariposa en las instalaciones y se pregunta si es posible que afuera haya vida y estén todos siendo objeto de engaño… Los “productos”, clones de sus promotores, son clasificados por generaciones y castas. Lincoln pertenece a la generación “Echo”, que se manifestará más tarde como “defectuosa” por haber desarrollado “demasiada curiosidad”. Mantiene una relación cercana con Jordan Dos-Delta (Scarlett Johansson), pero las relaciones llamadas de “proximidad” están proscritas, por lo que siempre están al borde de ser sancionados. Lincoln –cuyo perfil es el de otro antihéroe– descubre todo el pastel y huye del lugar, acompañado por Jordan. En consecuencia, el doctor contrata a un experto para perseguirlos. En su camino, los prófugos descubren que los “Echo” tienen en realidad tres años, y los “Delta”, cuatro. Buscan a sus  promotores, mientras son sometidos a persecución y acoso, siendo cazados, pero por la policía, lo que les da ventaja. Entonces, sus perseguidores emplean una violencia extrema para evitar que pueda ser descubierto todo, pero siguen saliendo indemnes, mientras trazan su plan. Regresan, ella detenida y él haciéndose pasar por su promotor para destapar todo el entramado y salvar a sus compañeros, que son liberados, colapsando las instalaciones y muriendo en el lance el doctor.
          En Gattaca (1997, Andrew Niccol), protagonizada por Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law, que tiene lugar “en un futuro no tan distante”, como en La isla, la manipulación genética es el tema central. Las personas son clasificadas en ella como válidas o no válidas, según haya sido el origen de su nacimiento: hijos de Dios o con ayuda de la ingeniería genética. Los válidos, estos segundos, son superiores, y los naturales están condenados a vivir con menos opciones y expectativas. Vincent es un niño nacido de forma natural y, por tanto, se desarrolla y crece en inferioridad respecto a los demás. Sueña con ser astronauta, lo cual para uno de su condición es un imposible, pese a lo cual para él todo vale. Se inscribe en Gattaca para cumplir su sueño y, tras hacer todo tipo de fraudes –incluso tomando la identidad de otra persona– es designado para viajar a Titán, uno de los mayores satélites del planeta Saturno. Pero un día es asesinado alguien de su entorno y la investigación policial, a menos de una semana de salir al espacio, se convierte en un problema para él, puesto que ha perdido una pestaña y eso le delata por el ADN, pero, al final, toma conciencia de que los genes no son tan capitales en las personas y cumple su sueño.
          Tanto en La isla como en Gattaca hay un líder que controla todo hasta que deja de hacerlo, un antihéroe –noble en la primera película, sin escrúpulos en la segunda– que recorren un camino, un sistema opresor y un valor supremo concedido a la manipulación del sistema mediante la publicidad, asunto que merecerá un capítulo aparte en esta serie acerca de la distopía. Serie interminable como la situación que vivimos en la actualidad parece. Y atentos, que vienen curvas. En mis textos y, lo que es peor, en la propia realidad.
 
 
(... Continuará…)



   
Fotografía: © M P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

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