Sinergia
Por Damaris Disner
A mi gata nada le asusta, excepto quedarse sin comida. La que se asusta por todo soy yo, más cuando la veo comer. Aunque ahora entiendo porqué tiene esa bolsa de piel y pelos que le cuelga de la panza. Su mamá supo imaginarla, sabía que la necesitaría como bodega de alimentos. También mamá me imaginó bien aunque por mucho tiempo no lo entendí. Tengo la capacidad de doblar mis extremidades hasta parecer un pequeño bolso de mano. Me coloco arriba de la mesa. Soy hábil para guardarme. Cuando a mamá se le hace tarde para irse al trabajo, se despide con un apresurado —Nos vemos en la tarde, cariño. Echa de manera rápida a su gran bolsa marrón el monedero en el que me convertí. Mamá es tan despistada que desde hace años hago lo mismo y aún no se da cuenta. No lo hago diario. Solo cuando aparento estar enferma y debo quedarme sola en casa, porque no hay quien me cuide. Cuando llega a su trabajo y se distrae, que es muy seguido, salgo presurosa a esconderme debajo de su escritorio. Escucho las conversaciones, lo mal que a veces la trata su jefe o la constante tristeza de sentir que no ocupa su lugar en el mundo. Me gustaría decirle que a menudo me siento también así. Cuando regresamos a casa su bolsa cae sobre el sillón, mientras va a su cuarto a cambiarse aprovecho para huir al mío, así cuando llegue me vea dormida en la cama. Besa mi frente y suspira. Mi gata pasea entre sus piernas exigiéndole la cena, ella presurosa la sirve. Y hasta ese día entendí porqué. No lograba dormir. Me levanté para servirme un vaso de leche caliente. Ahí estaba mamá en medio de la sala, levantando los brazos, moviéndose de manera extraña hasta convertirse en un alto perchero de madera oscura. Parecía extender lo que imaginaba eran sus brazos. Entendí que mi lugar era colgarme en una extremidad. Comencé a doblarme justo encima de ella. Quedé en la posición exacta. Nunca me había sentido tan bien. Estoy segura que mamá tampoco. Por primera vez dormimos profundamente. Nos despertó la claridad que entró por el ventanal. Sin mediar palabras nos transformamos en nuestros cuerpos humanos. En un instante pensé si lo había soñado pero la pijama mojada fue la certeza, nuestra gata celosa orinó su pertenencia. Pero un día a mamá la corrieron del trabajo. Poco a poco la despensa se terminó. Ahora, preferimos ser perchero y bolsa, así no sentimos hambre. Las mamás siempre saben cómo imaginarnos.
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Fotografía: Stephanie Ho.
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