El iconoclasta de las apariencias. Por Antonio Florido

Por Antonio Florido*

El iconoclasta de las apariencias

Para comenzar nos basaremos en una premisa: Nadie sabe qué es el Arte. Esto es lo mismo que afirmar que cada uno tiene su propia opinión sobre este concepto. Sin embargo, curiosamente, todos ansiamos aprehender lo desconocido, como si agarrásemos una exquisita desenvoltura con la fuerza de un puño.
          Para Jorge Wagensberg (Ciencia Arte y revelación), «el arte es una forma de conocimiento cuyo método se basa en un único principio: El principio de la comunicabilidad de complejidades ininteligibles.»
          Empero, para el mismo Hegel (sí, el que todos estudiamos y que nadie comprendió en su momento), «el arte es la manifestación sensible (repito, sensible) de una idea.»
          Podríamos continuar con innumerables visiones, como la de J. L. Moraza (Arte y saber); G. Deleuze (Nietzsche y la filosofía); o la del mismo Séneca, cuando afirma que «En arte la forma es contenido y el contenido forma.»
          En fin…
 
La imagen que hoy comentamos ha causado cierto revuelo en pensamientos que parecen oscilar entre el conocimiento absoluto y su contrario. Hay quien sostiene que lo representado en la fotografía (composición reconocida como una Obra de Arte) es una simple mierda; otros, sin embargo, opinan de forma diferente. La cuestión no es lo que cada uno piense y exprese, sino el cómo se razona lo expresado. Es decir, dónde se encuentra la causa que motiva a una persona para comentar de forma arbitraria, irreflexiva y sin razonamiento alguno.
          No entraremos en la absurda opinión de algunos de que para criticar una obra artística hay que ser, inevitablemente, un perito en la materia. Se trataría, dado el caso, de una burda bajada al mundo de lo concreto, sin más recursos que la fácil pataleta propia y característica de la inexperiencia y de la ignorancia, también de los espíritus infantiles. No. Sigamos en otro nivel. La generalización cimentada en elementos cognoscibles, propios de los pensamientos que intentan ir más allá de lo meramente concreto. La abstracción como evidencia de la madurez, de lograr en poco tiempo lo que algunos tardan toda una vida.
          La supuesta obra de arte expuesta se compone, como puede apreciarse, de ocho botellas de plástico llenas de agua. Unidas unas a otras por un elemento que les impide cualquier posibilidad de movimiento, apoyadas en planos y sostenidas en su decadencia.
          Número, agua, plástico, atadura, curva de caída, elementos de apoyo…
          Cualquier persona con conocimientos elementales sabe, (hablo de instrucciones de colegio), que el agua es la sustancia que da y mantiene la existencia; sin ella no sería posible la presencia de eso que llamamos Vida y que nadie, de forma paradójica, es capaz de definirla sin temor a equivocarse. También es conocido que, de todas las materias, es la más extraña y anárquica en su comportamiento, la más estudiada a lo largo de las décadas. La más inquietante.
          Por otro lado, el plástico, al contrario que el agua, que la propia Naturaleza se encarga de fabricar, es un metamaterial (ningún árbol lo produce, no se siembra ni se recogen sus cosechas). Fruto del ingenio del hombre. La Naturaleza se encargó de crear la sustancia prima para que ahora, la especie que nos representa, pueda modificarla a su antojo y crear, así, ese elemento de largas cadenas moleculares al que llamamos plástico.
          El plano es un elemento ideal, como ya dejó apuntado la escuela filosófica que usted recuerda (no veo necesario citar algún nombre relevante para el caso).
          No digamos ya la curva, exactamente formulada por la ciencia estricta, que también cuenta en nuestra mente como un elemento ideal que la mantiene.
          Un hombre derrotado y extraño, hecho de agua, sostenido por su esperanza; un ser fracasado, que busca ampliar su espalda para que puedan palmear sobre ella de manera contundente; un hombre perdido entre el ego y el fuero interno que le confiesa que, haga lo que haga, nada es ni será importante (Camus); una tétrica (en la segunda acepción del término) idea de sí mismo, que le hunde al abismo oscuro donde se esconde su vida; la destrucción de la fachada; la pérdida frecuente de los aplausos; la soledad; la incapacidad para saberse y sentirse solo…
          El abismo que separa lo ininteligible de lo que sí es susceptible de ser comprendido. El ser manipulado e impedido, al que la sociedad le adoctrina, como esos elementos que agarran las botellas…
           Es fácil la palabra ligera y sin razón que ignora el esfuerzo que supone el detenimiento para reflexionar sobre lo que otro ha creado.
           Como obsesivo perseguidor de lo significado, escribo en un centro de fracaso. Sin otra perspectiva que alimentar y levantarme a cada párrafo, continúo en la brega.    Asumir la frustración y encarar el desafío que supone crear para sí. Esta asunción fortalece, te separa del ego, de la esclavitud de la adulación falsamente necesitada. Dejas de ser tú mismo; lo consigues cuando renuncias. Cuando tu creación cobra vida y queda aislada, sola, ajena a tu mano.
          «Te cortan el cordón umbilical, te dan una palmadita y ¡ya está¡, sales al mundo a la deriva, como un barco sin timón; ya eres un crack, un verdadero artista, un ser re-conocido al que todo el mundo rinde pleitesía» (Henry Miller en Trópico de Cáncer).
 
Da risa.
 
Y una gran pena por la miseria de todos nosotros.
 
Hay muchos que lo expresan mejor que yo, inmensamente mejor.
 
«No sé hacer nada a medias, no sé aceptar las ideas de los demás acerca de nada. Soy inventor a la fuerza (…) Soy un imbécil. No comprendo nada de lo que dice la gente, los autores. Tengo que volver a hacerlo en mi cabeza. Es penoso, pero tal vez eso sea la invención y la originalidad. (Henri Michaux).
 
En Diccionario de lugares comunes, Gustav Flaubert dice: «Burlarse de todo lo original, odiarlo, mofarse y si se puede, exterminarlo.»
 
¿Queremos otra opinión?
 
Odilón Redon afirma: «Toda mi originalidad consiste pues, en hacer vivir humanamente a seres inverosímiles conforme a las leyes de la verosimilitud, poniendo, en lo posible, la lógica de lo visible al servicio de lo invisible.»
 
Y todavía hay gente (el común que forma el mediocre mundo de la masa orteguiana) que se ríe y mofa de lo que otros, y no ellos, han creado.
 
Una vez escribí, y cada día que pasa la experiencia me lo afirma, que la sinceridad es un arma de destrucción masiva. Creo que la más potente que nunca el ser humano será capaz de fabricar.
          Pero como no soy nadie, termino con palabras de uno de mis ídolos (Chéjov): «Cambio de opinión cada día.»
 
Vale.
 
D.C.: No he querido entrar en la común opinión de que para que una creación pueda ser considerada una obra de arte ha de comunicar y brillar estéticamente: Lo he considerado superfluo, sobre todo para usted, que ha leído hasta aquí y que entiende.

Fotografía: Luis Camacho Campoy

Sobre Antonio Florido Lozano

Narrador, ensayista y poeta.

Antonio Florido Lozano nació en Carmona, España, en 1965. Desde 2011 ha publicado ocho novelas y tres libros de cuentos. Su obra ha merecido una docena de premios nacionales en España. Su novela Blattaria (2015) fue llevada al cine en 2019 en una coproducción perruana-española. Afirma ser “un autor neoexistencialista que aborda asuntos éticos y de actualidad, como la violencia (interior, de contexto y doméstica), el maltrato a los ancianos, la muerte digna, la intolerancia hacia la homosexualidad, la decadencia moral del ser humano…”, y le gusta ser considerado “un escritor vertical y conceptual”.

Colaborador habitual de numerosas revistas de arte y literatura de varios países hispanoamericanos, desde hace quince años es también columnista del periódico digital español www.periodistadigital.com.

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