Líneas de desnudo. 50. Declaración de reconocimiento. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 50

Declaración de reconocimiento
Por Manuel Pérez-Petit

A don Francisco Mena Cantero y a la memoria de don Luka Brajnovic y mi tío Antonio Petit Caro.

La cofradía del olvido es la más nutrida de todas. Sus cofrades se denominan olvidadizos. Yo no pertenezco a ella. No solo me sería imposible por cómo estoy hecho de fábrica; es que no querría de ningún modo. Respeto, en cualquier caso, a quien sea miembro, e incluso militante. La libertad es el don más preciado que todo ser humano puede usar. Y aunque la libertad existe en exclusiva –se mire por dónde se mire– para hacer el bien, y parte de hacer el bien es la capacidad de ejercitar la gratitud, que a los olvidadizos es lo primero que se les olvida, puedo comprender que no la haya, no en vano la condición humana en la vida real se presenta con muchos claroscuros.
            Yo nunca olvidé lo bueno y durante mucho tiempo olvidaba lo malo, lo cual es un error, pues olvidar no es ni virtuoso ni sano. Lo que hay que hacer en los casos malos es perdonar, pero nunca olvidar, más que nada por la enseñanza. No entraré aquí ni ahora en la lucha entre la memoria y los recuerdos, que ya desarrollo de manera amplia en mi trilogía novelística El año de las tormentas –en los dos títulos publicados y en los dos que han de venir–, y que de manera básica se puede resumir en que la memoria –cosa objetivable– es identitaria y los recuerdos –asunto subjetivo– son su enemigo, pues la invaden, trastocan e intoxican. Uno es el que es por su memoria, no por sus recuerdos. Aprendí no sin sufrimiento a no olvidar, a pactar con la realidad, a querer a los demás por sus virtudes y a quererlos más todavía por sus defectos. A quererlos por encima de sus fallos, sus olvidos, sus deslealtades, sobre todo porque a mí me puede pasar lo mismo, por mucho que me empeñe en que no me pase. Quiero a muchas personas, y me da lo mismo que me quieran o que me odien, que yo les sea indiferente, y los quiero de verdad. Aprendo y me renuevo cada día. Sigo adelante contra viento y marea, con la carga de mis limitaciones. 
            La gratitud es un motor inagotable, y la fe –y soy creyente convencido– me da la fortaleza, a veces pienso que inhumana, para seguir en pie. Soy incansable, en efecto, y tengo honor y palabra, y pese a que en muchas ocasiones el cumplimiento de la misma me lleve a autolesionarme, nunca dejo de cumplir mis promesas ni compromisos. Así me hicieron, así quiero ser, y así será. Soy una persona de afectos. Un sentimental mas no un romántico, porque también he conseguido transformar mi enfermizo romanticismo en literatura; así, en mis novelas, que no tanto en mis poemas y mis ensayos. Todas mis obras literarias son expansivas y contenidas a la vez, arrebatadas y medidas, libres y canónicas. 
            Podría seguir hablando de mí pero me da pereza, y además he venido hoy a hablar de reconocimientos, del motor esencial de vida que me mueve y transforma: la gratitud. La más grande de mis gratitudes la siento para con mi tío Antonio Petit Caro (1943-2021), a quien, con motivo de su fallecimiento, escribí El sobrino del diablo. Pero hoy quiero centrarlo en las dos personas ajenas a mi familia que se me vienen a la cabeza en primer lugar: don Francisco Mena Cantero (n. 1934) y don Luka Brajnovic (1919-2001), mis primeros maestros literarios y de vida; uno en el bachillerato y el otro en la universidad. Pueden buscarse por internet; son figuras indiscutibles de las que tuve la fortuna de ser discípulo.
            Don Francisco Mena Cantero me dijo –tenía yo 15 años y escribía como loco– que dejara de hacer versitos, y me puso dos años a escribir sonetos. Yo iba a su casa con frecuencia y él revisaba con lupa y afecto mis iniciales intentos de poemas, la mayor parte de los cuales yo mismo terminaba tirando a la papelera, pues no era solo la técnica de los mismos sino su sentido. Nunca tendré suficiente gratitud hacia su magisterio ni su persona, porque, además, sus enseñanzas de vida fueron sin duda alguna superiores a las literarias. 
            Otro tanto pero de mayor magnitud me pasó con don Luka. Bien es cierto que yo ya era un joven universitario, y de esos a la antigua usanza que estudiaba de todo y leía de todo, sin atenerme necesariamente a un plan de estudios establecido para una carrera determinada, que era lo que debía hacer. Yo igual no estudiaba pero me leía completas todas las bibliografías, me ocupaba más en tertulias, debates y lecturas que en ir a clase, era irremediablemente indisciplinado; así, mi expediente académico no es apto para presumidos pero mi reconocimiento en el ámbito universitario fue excepcional, incluso inmerecido. En aquella Universidad de Navarra se valoraban cosas que no son objetivables, y hasta me consta que se me “perdonaron” y aprobaron asignaturas para que evitar que repitiera curso –con el riesgo que ello conllevaba de que yo me apagara–, dada la trascendencia de mi actividad. Mi trivium y mi quadrivium los cursé con resultados excelentes gracias a este croata maestro de periodistas y escritores que, en realidad era un gigantesco maestro de vida. A medio metro –que es la medida perfecta para conectarse o no–, don Luka y yo éramos la bomba. La mezcla de su autoridad y mi atrevimiento se convertía en cada momento en una fórmula alquímica inimaginable, llena de su sabiduría y mi explosividad, transformando todo en poesía. Él creía en mí y yo lo admiraba con devoción. 
            Ellos son –mi tío se fue casi sin aviso, dejando una herida incurable, a Mena Catero hace más de treinta años que no lo veo y don Luka se nos fue hace veinte al Cielo– los primeros y mejores maestros que nunca tuve. Nunca aproveché de verdad a fondo sus enseñanzas, y así mi vida: un cúmulo de errores y despropósitos inconcebible. ¿Cómo no iba a empezar, con motivo de mi 'Líneas de desnudo 50', esta necesaria para mí declaración de reconocimiento con la que en parte ajusto cuentas con mi vida al borde de mis 55 años?   
            Al fin y al cabo, amo que no imparto la justicia y es de justicia escribir estas líneas y las que vendrán, porque llegará el día en que me enfrente al momento de mi muerte, pero no corre prisa, y, en tanto, la vida sí que corre. 
            Nada nunca evitará que asuma que si soy algo, habiendo sido por mí, ha sido por lo que otros me aportaron, con su bondad y su fe en mí, y no lo olvido.
 Agosto de 2009, en la costa de Granada, España.
Fotografía:  © Antonio Ortiz

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 49. El último Kazarenko. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 49

El último Kazarenko
Por Manuel Pérez-Petit

A la memoria de Roberto “el flaco” Goijman.

Se me murió como del rayo Roberto Goijman, el flaco Kazarenko, con quien tanto quise, quiero y querré. Fue tal día como ayer, 13 de noviembre, pero de hace un año, allá, en el partido de Pilar, en la provincia de Buenos Aires… Y disculpen, por favor, que parafrasee a Miguel Hernández, o a César Vallejo, para nombrarlo, porque desde que supe de su muerte he querido más que nunca ser llorando el hortelano de la tierra que ocupa y estercola.
Era un corazón con patas, muy largas por cierto, a una sonrisa kilométrica pegado, con brazos capaces de abrazar el universo por la ternura que siempre transmitía. Culto hasta la locura, nunca pedante. Amoroso y carismático. Humilde y noble, bueno en el buen sentido de la palabra ‘bueno’, parafraseando esta vez a Antonio Machado. Era tolerante y radical; y yo nunca supe cuál de estas dos virtudes eran más predominantes en él. Era el paradigma del ser humano comprometido. Para él, el dogmatismo no existía. Siempre daba, nunca pedía, y eso le llevó al dolor leve y perdonable siempre de sentirse a veces ignorado por otros que, con muchas más ínfulas que realidades, se sentían poetas “superiores” y a él no tanto por sus formas sencillas y cercanas. No conocía el rencor. Siempre era positivo. Más que criticar, que pocas veces hacía, tendía a aportar soluciones a las cosas. Siempre sumaba, nunca restaba. Era incansable, como yo. De manera inconcebible amigo de verdad de sus amigos, que no eran pocos. Un corazón tan grande como un rinoceronte, dicho sea en términos físicos, pues su corazón realmente era mayor en dimensión que todo el continente americano. Un corazón brutal, también inconcebible. Tanto, que se lo llevó por delante como la hermana muerte solo se lleva a los mejores, de un hachazo invisible y homicida. Era un gigante. Tenía, por lo que había sido su vida, más motivos que la mayoría para vivir lleno de dolor, pero ese dolor lo transformaba en alegría. Era, en efecto, como sí hiciera realidad en sí mismo ese endecasílabo paradigmático de José Hierro: Llegué por el dolor a la alegría, que da lugar al primer cuarteto de su soneto y lo hiciera en carne viva, y que concluye así: Supe por el dolor que el alma existe./ Por el dolor, allá en mi reino triste, / un misterioso sol amanecía.
            Y así vivía, sabiendo que la vida es dolor y que el dolor no es que se cure sino que se salva con alegría. Era imposible no quererlo. Era imposible no verle creer, crecer y crear. Era un ejemplo. Fueron los nuestros muchos años de relación personal. Conocí con él a poetas excepcionales como Vicente Zito-Lema, Eugenia Cabral o Marta Cwielong –q.e.p.d.–, o a gestores excepcionales como Cristina García Oliver. Compartimos la amistad de otros, como Flavio Crescenzi. Comimos los mejores asados del mundo. Reímos y lloramos juntos. Era un poeta en cuerpo y alma. Inútil para la vida práctica, como yo, cuestión que compartíamos llenos de vida. Viví en sus casas de la provincia de Buenos Aires, en Merlo –con la muy querida Roxana Martínez Zabala– y en Manzanares, hicimos programas de radio juntos, visitas a escuelas, viajes. Vivimos nuestra amistad en Buenos Aires, en Santiago de Chile, en la Ciudad de México y en otros lugares de nuestra copatria común mexicana –Roberto tenía muchas patrias que en realidad eran una sola: el mundo y la poesía como vía para la justicia–. Era un señor de los pies a la cabeza. Tanto en la Biblioteca Nacional como en sus casas tomando mate y/o llenándonos hasta el corvejón de tequila y perdiendo los vasos y los papeles. Colaboré brevemente un tiempo en su hermoso proyecto editorial de Ediciones Patagonia, en la quinta del sordo que como oficina tenía en Palermo... Y hasta fui su editor. Tuve la fortuna de incluir en el catálogo de Ediciones Camelot América su Remos de cartón –lástima que fuera tan lamentable la editorial, pero el intento fue inicialmente aceptable–. En la contraportada del libro firmé estas líneas: “Hecho a hierro y fuego en una de las forjas más terribles del siglo XX, la de la dictadura argentina de los setenta, a la que se enfrentó con acciones y versos llenos de un profundo y ético sentido de la libertad, altos principios morales y un admirable compromiso con la vida que le supuso ponerla en juego no pocas veces, se le puede ver con voz propia entre los cantos de libertad del Martín Fierro y la lucha comprometida y llena de luz de Juan Gelman, en versos ardientes fruto de una vida excepcional en que sufrió atentados y se vio forzado a beber las hieles del exilio, lo cual convirtió su mente de miel y seda en un testimonio de vida y de poesía como pocos pueden encontrarse, ya en pleno siglo XXI. 
            >>En Roberto Goijman podemos ver hecho carne no sólo la gloria de “vivir tan libre” sino también la sangre que corcovea/ en todos los rincones, en/ el alma superior, en su orgullo,/ en los perros con olor a furia. Y en sus Remos de cartón, una obra cumbre llena de nobleza y de auténtica poesía que fue escrita en un período de sordera total, como la novena sinfonía de Beethoven. Es tanto el dolor que se le agrupa en su costado -dicho sea parafraseando esta vez a Miguel Hernández- que Goijman supera con vitalidad su propia historia, y con una indiferencia del tipo que tanto le gustaba a Octavio Paz. 
            >>No en vano la quietud de Valparaíso hizo en él una metáfora de la supervivencia.”
            Me mantengo en contacto con sus hijas. Les he propuesto que hagan una fundación con el nombre de su padre. Que la fundación publique su ingente obra completa, que contará con muchos apoyos, empezando por el mío y el de Kolaval –bien es cierto que ni yo ni Kolaval somos suficientes para levantar ese proyecto, que solo el tiempo, y Dios, dirá si es posible–. Eso sí, me dio para Kolaval El último Kararenko, su única novela, una joya llena de orfebrería y desnudez, una obra maestra que ya solo verá la luz a título póstumo... 
            Pero qué póstumo ni qué tonterías digo. Roberto, ahora que ya no está, está más que nunca con nosotros.
 
   
 En Espacio Y, lugar cultural, en Buenos Aires, el sábado 22 de septiembre de 2018.
Fotografías:  Imagen suoerior: En el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional de Argentina, con Roxana Martinez Zabala, Vicente Zito-Lema, Ana Cuevas Unamuno y Roberto Goijman el 1 de julio de 2012. 
Imagen inferior: De izquierda a derecha, Alejandro Mayoral, Cristina Garcia Oliver, Eugenia Cabral, Roberto Goijman, Marta Cwielong y Manuel Perez-Petit.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 48. ‘Feels so good’. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 48

'Feels so good'
Por Manuel Pérez-Petit

Retomando mi ‘Líneas de desnudo’ y teniendo aún pendiente releer todo lo publicado en mi anterior etapa colaborativa, me está llegando en estos días una gran cantidad de ideas y tormentas que redimir por medio de la palabra en este ‘Letras, ideaYvoz’ de tan grata realidad para mí. Antes de ayer, una vez publicado mi ‘San Borondón como consuelo’, estremecido aún por la interminable tragedia de La Palma, decidí dejar de pensar en ello, y para ello me puse ese ‘Feels so good’ de Chuck Mangione en mi teléfono –extraño aparato éste, que cada vez sirve menos como teléfono, por cierto, y más para controlarnos–, y me dejé ir…
            Comenzó a fluir mi cabeza como agua mansa que alimentara una laguna llena de juncos torcidos por el aliento de la brisa acuosa de un valle… Qué vida tan complicada ésta… Ya no marca la diferencia la experiencia, que ya ni nos sirve, dada la velocidad de crucero en que todo cambia de forma tan vertiginosa y continua, que asusta, tan impropia del fluir de una laguna en el valle… Lo que marca la diferencia es el espíritu –fíjense, con lo tan desprestigiado que está–, sí, el espíritu con el que las cosas, cada acción, cada gesto, cada decisión, se afrontan; la capacidad de llenar de vitalidad y frescura cada momento, de crear esperanza, de asumir con ímpetu la tarea de ser libres, de encontrar el encanto de lo cotidiano, de transformar el mundo y la misma vida, incluso, si se quiere, en poesía, aunque bastaría con transformarla en vida, lo cual, en el fondo, es lo mismo.
            Es mi convencimiento: estamos obligados a transmitir valores, al menos si alcanzamos un cierto grado de consciencia, asunto cada día, por otra parte, más complicado. Hoy la trivialidad nos inunda con marchas triunfales y victoriosas. El tuerto, si es, además, miope del otro ojo, es el rey indiscutible. Hoy, mientras menos se ve más se mira, y mientras más se mira menos se ve. Vivimos sobrevalorando lo superficial, y, si nos vamos hacia dentro de nosotros mismos, sufrimos lo indecible. Adoramos el ruido y nos espanta el silencio. Sobrevaloramos el hecho de pensar y nos perdemos en diatribas inútiles. Por lo general, nos hemos olvidado de los principios de creer, crecer y crear. Ya casi todo es mímesis, fatuidad, vacío, pero, eso sí, también discurso panfletario. 
            Cierto es que cada día es más complejo el ejercicio de la propia libertad, tan desquiciada en la práctica, violada por nosotros mismos una vez tras otra, pero que es el gran tesoro que donado al ser humano le hace serlo, pese a lo cual es lo que ponemos de manera temeraria en juego cada día. Muchas veces me pregunto si somos conscientes de esta desgracia, aunque incluso podamos generar opinión y hasta convencer a otros de lo contrario. De la responsabilidad que tenemos respecto a nosotros mismos y a los otros –que, por cierto, existen–, de si seremos capaces de ofrecer soluciones a un mundo perdido o peor, como el que estamos construyendo de un tiempo a esta parte, o, al menos, de sobrevivir a la hecatombe. 
            Asistimos, unos con más estupefacción que otros, al espectáculo al que quienes tienen la batuta del mundo quieren que asistamos... ¿De verdad que la gran noticia que deberíamos conocer es que a Messi no le va tan bien como era de esperar en el PSG, que el presidente chileno Piñera vaya a terminar en la cárcel por tener una fortuna escondida en un paraíso fiscal, que la novia de Jeff Bezos –uno de los hombres más ricos del mundo, propietario de Amazon– se haya deshecho en ojitos con Leonardo DiCaprio...? ¿Nos estamos volviendo locos? ¿Es eso más importante que el interminable proceso de paz de Colombia o el empobrecimiento no solo de México sino de toda Latinoamérica, y todo lo que ello representa, merced, sin ir más lejos, entre otros factores, a la política monetaria de Estados Unidos? ¿No lo es la sangre ya olvidada de Siria o la nueva realidad de Afganistán? ¿La reelección de Ortega al frente de nuestra amada Nicaragua, afirmando que los presos políticos que hay –y no son pocos– son “hijos de perra de los imperialistas yanquis”, y esto sin entrar en considerar la limpieza o no de las elecciones mismas?...
            Podría seguir y seguir. Y es cierto que puede que seamos pendejos, todos nosotros, sí, pues nos dejamos embaucar con alegría por aquellos que gobiernan en realidad con puño de hierro y guante de seda, contra los más elementales principios de Montesquieu, nuestras vidas, negando, de entrada, nuestra propia libertad. 
            Quizá pensar sea peligroso. Y así lo entienden desde luego los que mandan, que no siempre son los que aparecen en los periódicos. Y los que tenemos la oportunidad de crear, en mayor o menor medida, con más o menos acierto, estados de opinión, debemos conocer a fondo lo que nos rodea. Yo en particular creo que lo que falta en el mundo es amor, dicho sea sin emocionalidad alguna –y mucho menos ñoñería, y es que nos estamos jugando mucho–, pero es mi problema y ya veré cómo lo atiendo. En cualquier caso, lo que falta, y ahí sí se podría alcanzar cierto consenso, es silencio, el silencio del valle bajo la lluvia fina, inmersos como estamos en el ruido orquestado por quienes nos manejan a su antojo –versión actual del antiguo “pan y circo”–. Es un ruido brutal que se manifiesta de manera flagrante, e incluso hasta la grosería, en aquellas “noticias” que ellos mismos entienden que debemos atender y asumir como principales en nuestras vidas y que deben afectarnos. Y, además, nosotros les hacemos el juego, y hasta con gusto. Al fin y al cabo esto es el mercado, la droga que con generosidad nos administran. Fue un mal de siempre me dirán, pero quizá, y ojalá no tenga yo la razón, les pido que reflexionen acerca de ello, porque a día de hoy parece más exacerbado que nunca.
            Dan ganas de irse a otro planeta, porque cada vez éste da más pena. Lo que es seguro es que nadie me quitará de la cabeza que lo que falta en el mundo es espíritu y capacidad de amar. Hoy, además, que todos estamos más cerca que nunca, y nos felicitamos por ello, aunque quizá estemos en realidad más lejos que jamás antes hayamos concebido... Qué vida tan complicada ésta… Y como el junco que se mece al paso de los pelos de gato en forma de lluvia de la laguna de un valle cualquiera, me siento en esta piedra y contemplo el mundo, con ayuda del célebre tema de Mangione, trazando ya no líneas de desnudo sino de escape...
 
   
 
Imagen:  Primera página de la partitura original del tema 'Feels so good', compuesto por Chuck Mangione en 1977.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 47. San Borondón como consuelo. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 47

San Borondón como consuelo
Por Manuel Pérez-Petit

A la memoria de Manuel Pereda de Castro y a todos los suyos
Con tanto aún por compartir de mis “monstruos internos” –qué lucidez la de mi querido editor, Roger Octavio, a la hora de describir mi ‘Líneas de desnudo’– y por desplegar de mis “disertaciones seriadas” que, en efecto, son parte esencial de mi bitácora por el mundo y, de manera especial, Hispanoamérica, mi pese lo que pese casa, puestos a regresar a las andadas me inflamo como nunca y aunque hubiese deseado elaborar un articulito de saludo y para anunciar que he vuelto a esta revista admirable, ‘Letras, ideaYvoz’, y que en adelante podrán volver a leerme miércoles y domingo, me veo obligado, sin anestesia y envuelto en dolor, a hablar de fuego, pero del fuego que viene del centro mismo de la tierra, del que, convertido en lava, destruye todo lo que toca, sin hacer distingo de ninguna clase.
            A la hora de la comida del pasado 19 de septiembre entró en erupción el volcán Cumbre Vieja de La Palma, una de las siete islas conocidas del archipiélago canario, ubicado frente a las costas de Marruecos en el océano Atlántico. Digo que La Palma es una de las “conocidas” porque existe la leyenda de la isla de San Borondón, que, de manera mítica, ha aparecido y desaparecido a lo largo de los siglos, llegando a ser llamada «la Inaccesible», «la Non Trubada», «la Encubierta», «la Perdida» o «la Encantada» y que hasta tiene carácter y origen hispanoamericano, al ser vinculada a la leyenda de la bahía de Samborombón (Provincia de Buenos Aires, Argentina), bautizada durante la expedición de Magallanes en marzo de 1520, en la creencia de que había sido formada por el desprendimiento de la isla de San Borondón del continente americano. Desde la Edad Media, los cartógrafos que la han documentado ubican San Borondón cerca de La Palma. He leído en estos apocalípticos y tristérrimos días de lava y sismos que existe una posibilidad real de que con la erupción de La Palma, que ya ha supuesto una ampliación de su propia extensión geográfica, puedan emerger nuevas ínsulas que sumar a las Canarias. No sé si la posibilidad es real –no hay que olvidar que en situaciones como éstas la imaginación se dispara–, pero seguro que si se diera este hecho, una de ellas sería San Borondón, aunque fuera para darle la razón a quienes creyeron en su existencia durante este último milenio.
            Entendamos la posibilidad de que emerja San Borondón como un consuelo ante el dolor inconcebible que estos dos últimos meses nos viene deparando. Sobre todo porque me imagino que San Borondón, en realidad, es una escultura del muy querido Manuel Pereda de Castro (1949-2018), escultor extraordinario, cántabro de nacimiento y palmero de adopción, cuya casa-estudio ha sido sepultada por la lava. Gracias a los esfuerzos de su mujer, la pintora Gloria Viña, y de sus hijos, no sin apoyo de las autoridades locales –no en vano la obra de Pereda de Castro no solo cuenta con gran predicamento en Canarias sino que es reconocida en el mundo internacional del arte– antes del terrible acontecimiento y cuando se vislumbraba inevitable se pudieron recuperar muchas de las piezas del legado de Manel, como le conocíamos allegados y amigos. He tenido el honor y la fortuna de convivir con los Pereda de Castro, con los que me unen lazos de amistad perenne. Conocí a Manel, hermano de mi muy querida Rosa Pereda, y su familia, en paseos por Santander o por Madrid. De igual modo conocí a su hija Lilith, artista excepcional, quien también ha estado y está al pie del cañón en estos días, en una velada memorable de hace ya unos años en casa de Rosa y Marcos-Ricardo Barnatán, acompañados de nuestra común y entrañable amiga Soledad Orozco. 
            La destrucción de la casa de Manel y Gloria me ha traído a la memoria la obra del pintor del barroco español Juan de Valdés Leal (1622-1690), y sobre todo sus dos más famosas pinturas, ‘Finis gloriae mundi’ (El fin de las glorias mundanas) e ‘In ictu oculi’ (En un abrir y cerrar de ojos), en las que sobre la destrucción hay, de forma paradójica, una vida. En el caso de la primera, sobre el obispo muerto una mano viva sostiene una balanza. En el de la segunda, un esqueleto en pie mira al observador del cuadro. Se podría abundar en ello, y no me detendré más en la alocada sinonimia que se me ocurrido entre el drama de La Palma y estas pinturas… Con lo que me quedo es, una vez liberado el monstruo interno de mi tristeza por el desastre, con el monumento que podría emerger de las aguas, la isla de San Borondón, escultura definitiva de Manel. Y en última instancia, inflamado como estoy, con la certeza de que el monumento es su obra, que en realidad jamás podrá ser sepultada.
            Aunque lo cierto es que ni San Borondón ni nada me consuela –aun siendo posibilidad aún no se ha dado–. En todo caso, saber que hay afectos que duran siempre y son inextinguibles.
 
   
 
Imagen: © Desiree Martin / AFP 

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 46. I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021: Intervención de Antonio Florido en la presentación de La lluvia en las hojas del platanar. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 46

I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021: Intervención de Antonio Florido en la presentación de La lluvia en las hojas del platanar
Por Manuel Pérez-Petit

De nuevo, con todos los permisos que corresponden, me permito hoy reproducir el texto de Antonio Florido en el evento de presentación de la novela La lluvia en las hojas del platanar, del autor chiapaneco radicado en Jalisco, México, Roger Octavio Gómez Espinosa, número dos de la colección Biblioteca Hispanoamericana Kolaval (BHK), que tuvo lugar el pasado sábado día 10 de abril en el marco del I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021.

La lluvia en las hojas del platanar

            Como dice Karen Armstrong, “La novela, como el mito, nos enseña a ver el mundo de un modo diferente; nos muestra cómo mirar en el interior de nuestro corazón y cómo ver el mundo desde una perspectiva que va más allá de nuestro propio interés”.
            La novela que presento, La lluvia en las hojas del platanar, comienza así, “La costumbre esa de buscar explicaciones te hacía suponer que soñabas…”.  
            Sólo una frase. Una frase que engancha sobremanera a cualquier lector que busca lo diferente, porque nos alerta de lo sutil y complejo de la actividad artística y, en general, de toda actividad creadora. Busca y sueño, el constante desasosiego del hombre reflexivo que toma por bandera de vida la duda, la constante duda.  
            Condenado a buscar el regreso, el ansia constante por la perdura, por conseguir la eternidad en un instante, como afirma Roger Octavio.
            Estamos ante una historia de amor, en un contexto duplicado, entre el cielo y la tierra, mirando a los santos y demonios, al sufrir de los hombres clavados en la tierra. 
            Heráclito Ñuca o Heráclito González. Juego del nombre de todos los nombres. Sulivana será la encargada de contarnos esta historia, por mandado del viejo, que terminó de hablar y así se lo encomendó. 
            Nuestro autor es conceptual, más místico que racionalista, y con su palabra llega a conclusiones que la lógica no puede alcanzar.   
            La terquedad de un hombre-tierra, Heráclito, que se impone la obligación de cultivar unas tierras yermas. Nos habla de su trabajo, siempre con el arado por delante, cueste lo que cueste. Nos sumerge, así, en el eterno mito de Sísifo, trabajando como el primero para conseguir los favores de don Anastasio. Busca el consentimiento de este hacendado para casarse con Alejandra, su hija, pero la vida es difícil y difícil se le van presentando las circunstancias, el rechazo, la diferencia de estatus sociales. 
            El autor nos coloca por delante el mundo mágico y mítico de santos y demonios, que hacen lo que hacen, a su manera. Relación de dos mundos para dar un sentido ontológico a una novela que va más allá de los usos actuales.
            El lector se podría preguntar: ¿Estoy leyendo a Rulfo? ¿A Onetti? ¿A Quiroga? ¿A Juan José Arreola? ¿A Márquez? Y no lo podría asimilar porque nuestro autor bebe de todos y de nadie, es singular en su manera expresiva. Salvaje con las palabras y tiempos, a los que domina de una forma realmente sorpresiva.
            Ponerle veladoras a los santos ayuda, al menos eso cree el imaginario colectivo donde se desarrolla esta historia atemporal. 
            Cobra una especial importancia el sueño, lo más inviolable que tiene lugar en el interior del ser humano. En los sueños los santos y demonios viven. Nos desvían el destino y las decisiones a su antojo, una lucha sin cartel entre unos y otros; sin embargo, sobre la tierra está erguido el personaje de la narración, muriendo y volviendo a la vida de una forma recurrente, el eterno retorno de Nietzsche.
            Ya el título de la novela, La lluvia en las hojas del platanar, es hermoso hasta el crujido, pero uno avanza por ella y la belleza de las palabras le sorprende a cada instante; los sonidos y la liturgia que anida en sus párrafos; la continuidad de la prosa con algunos revoques de flashbacks. Juega con los tiempos de manera magistral, pero uno no se pierde porque ya entró, ya es parte, como lector, de Santa Lucía, de doña Candelaria, de Alejandra. 
            Muerte y renacimiento construidos con los ladrillos de la magia de Roger Octavio, un maestro que comienza a brillar como se merece.
            El autor nos vuelve a sorprender con el uso de las tres voces. A veces narra en primera persona, otras en segunda o tercera, adaptando la voz apropiada a la necesidad de lo contado. Difícil trabajo de creación que le da más valor, aún, al texto.
            “No soportas la soledad…”, nos dice, en una agonía constante, en un susurro develado. Alejandra murió y se ahogó Heráclito, pero ¡qué importan estos hechos cuando sabemos, cuando sentimos en el pozo de nuestras inquietudes, que el hombre es todos los hombres del mundo, y que tras Heráclito vendrá otro nombre, otro hombre distinto, o quizás el mismo. 
            Nos habla del Heráclito niño, de su abuelo, encadenando las generaciones y formando un destino que sólo la mitología y las creencias podrían cambiar. 
            Inundaciones, sequías, desvelos y angustias…sueños, soñar que se vive o vivir soñando, el Uno en el Todo, como un huso acromático que busca el infinito.
            También encontramos en esta novela reminiscencias de La nostalgia de Dios, de Pieter van der Meer.
            “Se acomodó el sombrero y pudieron ver su rostro. Yo soy Heráclito González. Ya estoy de vuelta”, 
            Sulivana de Ñuca nos afirma más todavía en el deseo de conocer a ese tal Heráclito, y a su vida toda, a su esposa e hijos, a su suegro con los desaires y con el orgullo por el hombre al que nunca quiso conocer. Sulivana espera mientras Heráclito mata a Nacho Tacuache, la huida, el lloro por la desdicha de su destierro… 
            La narrativa de Roger Octavio abunda en misterios y magia, cuando un hombre que se ahoga vuelve a la orilla y más que se ahoga y todavía más que regresa. Sus hijos mayores oyeron hablar de su padre, el tal Heráclito, y le ven en pena y el padre llora por la suerte de sus propios, por la palidez de su Alejandra, a la que solamente puede ver en sueños.
            “Hace siete años que moriste. Estás muerto y Alejandra te ha olvidado”, confiesa el narrador de la historia. “Alejandra-Penélope sigue tejiendo la red hablando consigo misma”. Aunque las fuerzas de la naturaleza se desaten en bruscas tempestades, la esperanza siempre perdura en la esencia de esta maravillosa novela.
            “Vivir casi siempre vale la pena. Morir también…”. 
            Termina la historia con el mensaje bellísimo del amor inmenso entre Heráclito y Alejandra, con la grandeza del enorme grano de maíz, representando esas noches en que tus abuelos te cuentan historias y tú te las crees y luego tú mismo se las cuentas a tus hijos y así de manera indefinida pero eterna.
Roger Octavio nos ha escrito una historia maestra no sólo para leerla una vez y otra sino para gozarla como yo he tenido la fortuna de hacer.

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Antonio Florido Lozano es un escritor español.
 
   
 Flyer del evento de presentación de La lluvia en las hojas del platanar.
Fotografía:  Flyer del evento de presentación de la novela La lluvia en las hojas del platanar, de Roger Octavio Gómez Espinosa, en el marco del I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021

https://youtu.be/pw8eutcBaEg

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 45. I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021: Intervención de Alejandro Ramírez-Arballo en la presentación de Las canciones de Eve. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 45

I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021: Intervención de Alejandro Ramírez-Arballo en la presentación de Las canciones de Eve
Por Manuel Pérez-Petit

Con todos los permisos que corresponden, me permito hoy reproducir el texto de Alejandro Ramírez-Arballo en el evento de presentación del libro de poemas Las canciones de Eve, del autor de Sonora, México, Ramón I. Martínez, que tuvo lugar el pasado jueves día 8 de abril en el marco del I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021.

Poesía, geografía y territorio

            Buenos días o buenas tardes, según sea su uso horario, según sea el día y la hora en los que escuchen mi voz. Quiero empezar esta breve reflexión agradeciendo a Ramón por haberme invitado a presentar su libro y a Manuel Pérez Petit por publicar “Las canciones de Eve”, un libro que le he pedido a Ramón escribir por los últimos veinte años más o menos, y esto que digo no es una exageración. Él, aquí presente, no me dejará mentir. Siempre he creído que la poesía que escribe Ramón Martínez merece una mayor producción y continuidad; aprovecho, pues, este momento para volver a recordárselo. Mi deseo es que después de este libro vengan otros más. Espero también que Editorial Kolaval no lo deje ir y lo presione para que siga escribiendo y compartiendo sus versos con todos nosotros. 
            Yo a Ramón lo conozco desde 1996 aproximadamente y desde entonces y a pesar de la distancia hemos mantenido un contacto directo gracias a la bendita tecnología; por aquellos años él y yo y algún amigo nuestro más nos encontrábamos ebrios por el descubrimiento de la poesía; creo que lo vivíamos todo con cierta inocencia, con esa sencillez con la que los niños juegan imaginando mundos que no existirán jamás por fuera del universo de su imaginación. Desde entonces, pues, he admirado su obra brevísima, sobre todo porque me gusta pensar que guarda en algún sitio muchos poemas que aún no ha publicado y que tarde o temprano verán la luz para regocijo de todos. 
            Ramón es un poeta que ejerce la poesía y lo hace con pleno dominio de sus poderes. Es además un poeta bien interesante y les voy a explicar por qué. Se trata de uno de esos pocos seres, si me apuran diría elegidos por los dioses de la lírica, que escribe desde un convencimiento profundo y no desde un mero formalismo; Ramón no sirve a otro amo que no sea el propio verso sobre la página. Pero hay más, todavía hay más: estamos en presencia de un poeta que abraza la poesía como ejercicio de autoconocimiento crítico no exento de belleza. En mis tiempos de juventud recuerdo a muchos poetas, entre los que probablemente me encontraba yo mismo, que repetíamos “mantras” que a esas alturas (estoy hablando a principios y mediados de los años noventa) ya estaban muy superados: la poesía del lenguaje. Todos los poemas que escribíamos por entonces se ajustaban a este modelo metapoético muy propio del siglo XX y que en el contexto finisecular, como digo, ya era una antigualla, pero como éramos jóvenes, provincianos y muy ignorantes, al menos yo, pues insistíamos en ello porque nos parecía que era el camino a seguir. Ahora recuerdo estas cosas con cierto enternecimiento.
            Los años que representan siempre experiencia, hacen que nuestra lectura del mundo cambie, casi siempre de un modo inconsciente. De tal manera que los poetas se transforman con el paso de los años, se transfiguran, se vuelven siempre otros. Nada me parece tan sospechoso como esos poetas que pasan toda una vida escribiendo una y otra vez el mismo poema. Y es que sucede que la poesía es sobre todo testimonio, el más profundo testimonio de la realidad interior de los hombres. Sin que nos demos cuenta, al escribir un poema estamos convocando fuerzas que han permanecido durante mucho tiempo largamente ignoradas y que de pronto se manifiestan, se formalizan y saltan desde la página.
            Ustedes se estarán preguntando hacia dónde voy con todo esto. ¿Se habrá confundido Alejandro y pensará que está en una de sus clases? Pues no, no es eso. Esta referencia es necesaria para entender algo que sucede con Ramón y con su más reciente libro. Me refiero a que su poesía ha transitado desde la página a la vida. Ha seguido el camino que debe seguir toda obra que, como suele suceder con las obras que valen la pena, se nutra de los poderes del mundo, de la realidad humana que nos rodea. 
            Las canciones de Eve es un libro de amor, es una declaración de amor y es también y ante todo un libro donde florece la poesía. Decir lo que se ama es honrarlo, pero decirlo desde el furor poético es redimirlo del desgaste natural de los días, volverlo único, irrepetible, imperecedero. 
            Que nadie se deje engañar por el título de este libro. Lo poemas cantan a la amada, es verdad, pero también cantan siempre a algo más; es natural que así sea. Los poetas entienden quizá como nadie más que el amante desea que su amor lo toque todo, lo despierte todo, lo transfigure todo. No es casualidad que sea así, el amor nos muestra la unión profunda que subyace a todas las cosas. Amar es escuchar el diálogo callado que sostiene la materia con sus formas. El poeta, pues, escucha y transcribe. No resisto decir una obviedad: la poesía es el lenguaje del amor.   
            La pregunta que tenemos que hacernos ahora mismo y siguiendo la lógica de mi exposición es la siguiente: ¿qué otras cosas ama y canta el poeta en este libro? Bueno, la respuesta ya se ha señalado en el prólogo que he escrito para este libro. El territorio. La voz poética que atraviesa todos estos poemas es siempre evocadora, se demora en la descripción plástica del paisaje: “Al filo de la tarde, frente al mar contemplo su desierto ondulado donde el oleaje de las gaviotas rompe dulcemente”. Este motivo se repite una y otra vez. La geografía bruta se convierte, por efecto de la palabra poética, en territorio, es decir, pertenencia vital, querencia pura dadora de sentido. El cuerpo de la amada es territorio y la geografía del desierto sonorense, citado literalmente “mar de Guaymas”, se yergue sobre sí mismo, con sensualidad, y danza y canta y habla, y responde al llamado de quien lo nombra desde la nostalgia. 
            Hay un concepto propio de la geografía cultural que recuerdo ahora mismo: el biosímbolo. Es decir, se trata de aquellos lugares que adquieren un valor simbólico para un grupo humano, como los santuarios o sitios históricos, por ejemplo; pues bien, la poesía de Ramón está llena de estos biosímbolos que deben ser leídos en clave y que nos proporcionan una gran cantidad de información sobre la propia biografía del poeta. Esto parece confirmar una vieja idea que repito desde hace muchos años: el único género auténticamente biográfico es la poesía. Las canciones de Eve parece demostrarlo.
            A pesar de todo lo dicho, a pesar de haber hablado aquí de la evidente transformación de la poesía de Ramón, es menester señalar que hay elementos estilísticos y temáticos que permanecen, que vuelven reconocible el rostro de su autor. Me detengo en dos características esenciales, una de carácter estilístico y la otra de tema y tono. La primera de ellas es que la poesía de Ramón propende a la brevedad precisa de quien utiliza el adjetivo como un pincel que se utiliza no para el trazo grueso sino para el retoque; el mundo de las cosas, es decir, el mundo de la materia se vuelve visible y auténtico en los detalles mínimos, en las sutilezas del observador ensimismado, si me permiten el término, un tanto fenomenológicamente. La anatomía femenina y la geografía pactan bajo la mirada de una voz poética que observa la realidad con el arrobo natural del que se deleita en la contemplación. Este carácter de embelesamiento me lleva al segundo punto: Ramón es un poeta místico en el sentido más amplio del término, en el sentido más noble, me atrevo a decir. La mística aquí es la sensualidad de un pacto vital con la vida; el místico busca siempre puntos de encuentro, de analogía, para decirlo en términos tomistas, que nos revelen la red de relaciones de sentido subyacente a lo que se nos muestra a los sentidos como algo dispar. El místico recupera esa vinculación última que comprueba que la vida no es caos sino terso flujo de acontecimientos. Comprende la verdad, la vive y la encarna; frente a ella no puede sino balbucear algo, ese no saber que es luz definitiva, como dijera San Juan de la Cruz.
            Me es fácil no pensar en este poemario como en una liturgia que acompasa ese tiempo sin tiempo de la conciencia poética. Eve y Ramón, como la pareja primordial, inauguran un tiempo sucesivo y un mundo mortal en el que todos somos peregrinos. No es casualidad que Ramón recupere elementos propios de la tradición veterotestamentaria: el exilio, la ceniza, el desierto y el árbol.
            Podemos decir, pues, según me lo parece, que Ramón ha sido sobre todo un poeta prudente. Ha sido capaz de escribir lo necesario, esperar, vivir, comprender hondamente su oficio. Su poesía es ahora mismo una poesía decantada que, como los ríos, vuelve siempre a su origen: la vida. Estos poemas han de leerse con gozo, con la dicha dolorosa de sabernos vivos para la muerte, es verdad, pero vivos, radicalmente vivos para que el amor opere en nosotros todos sus misterios. Poesía de profunda reconciliación, poesía que es al mismo tiempo un canto y una plegaria, una búsqueda apasionada de la comunión.

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Alejandro Ramírez-Arballo es profesor de cultura y literatura latinoamericanas en la Pennsylvania State University, poeta y escritor mexicano.
 
   
 Flyer del evento de presentación de Las canciones de Eve.
Fotografía:  Flyer del evento de presentación del libro de poemas Las canciones de Eve, de Ramón I. Martínez, en el marco del I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021

https://youtu.be/3xStYwAHZYU

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 44. I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 44

I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021
Por Manuel Pérez-Petit

Con el debido permiso de mi querido editor en Letras ideaYvoz, Roger Octavio Gómez Espniosa, usaré por una temporada mi Líneas de desnudo para dar noticia del I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021: 
Del martes día 6 de abril al domingo 20 de junio de 2021:
44 eventos en vivo, más una sesión inaugural y una sesión de clausura.
75 participantes de 10 nacionalidades: Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, España, Estados Unidos, Guatemala, México, Nicaragua y Perú, para 166 intervenciones.
19 mesas de debate:
            ● Actualidad de la literatura.
            ● El sujeto en la lengua y la literatura de los pueblos originarios.
            ● Actualidad de las editoriales alternativas.
            ● Literatura escri:a por mujeres.
            ● Promoción de la lectura.
            ● Mitos, fantasía y literatura.
            ● La muerte y la literatura.
            ● La nueva literatura.
            ● Ciencias ocultas, terror y literatura.
            ● Ideas sobre la narrativa actual.
            ● Cine y literatura.
            ● Música y literatura.
            ● Literatura infantil y juvenil.
            ● Historia, ciencia y literatura.
            ● Nuevos caminos de la edición de libros.
            ● Periodismo y literatura.
            ● De los monstruos clásicos a los del espacio.
            ● Los géneros en la literatura.
            ● La distopía.
11 presentaciones de libros y proyectos:
            ● Las canciones de Eve, de Ramón I. Martínez (Méx). Poesía.
            ● La lluvia en las hojas del platanar, de Roger Octavio Gómez Espinosa (Méx). Novela.
            ● Los bordes del Paraíso, de Karina Barrionuevo (Arg). Poesía.
            ● Espíritu jaguar / Xch’ulel Balam / Vivir como fuego / Kuxinel bit’il k’ajk’, de Antonio Guzmán Gómez (Méx). Poesía en edición blingüe tseltal–español.
            ● El aroma agridulce del pasado, de Reyna Hinojosa Villalva (Méx). Miscelánea de prosa y verso.
            ● La tierra de Drácula, de Alberto Zuckermann (Méx). Novela-crónica.
            ● Quién vendrá a mi entierro, de Antonio Florido (Esp). Novela.
            ● Ciclo narrativo El año de las tormentas, de Manuel Pérez-Petit (Esp). Tetralogía. Novela y poesía.
            ● La cuarta Brontë, de Eve Gil (Méx). Novela.
            ● Vida y hechos del Ingenioso Cavallero Don Quixote de la Mancha, compuesta por Miguel de Cervantes Saavedra. Parte Primera/Parte segunda (Lisboa, à custa de los hermanos du Beux, Lagier y Socios, Mercaderos de Libros, 1775). Edición en cinco tomos: dos facsimilares, uno de estudio crítico y dos de la transcripción de la edición original.
            ● Mapa de la historia, de Álvaro Ybarra Osborne (Esp). Mapamundi histórico.
6 conferencias:
            ● La noche de Walpurgis: brujas, aquelarres y otras perspectivas desde el cine y la literatura, por David Hidalgo (Esp).
            ● Memorias de una hija de un preso político del México de los setenta, por Melba Gutiérrez (Méx).
            ● Alguien tiene que hacer la revolución: hacia una nueva poética en la dramaturgia contemporánea del tercer milenio, por Brenda Mitchelle (Méx/Esp).
            ● Mitos, literatura y misoginia, por Elsa D. Solórzano (Méx).
            ● Actualización de los libros de caballerías, por Aurelio Vargas Díaz-Toledo (Esp).
            ● ¿Existe la literatura afroamericana en español?, por Delia Mc Donald Wollery (Crc).
5 mesas de lectura.
3 eventos especiales:
            ● Encuentro con el autor: Francisco Alejandro Méndez (Gua), premio nacional de literatura de Guatemala. Evento en colaboración con Ediciones Periféricas.
            ● Lectura de los Premios Guanajuato 2020: Rodrigo Díaz (Méx) y Pablo Berthely (Méx). Evento en colaboración con Ediciones Periféricas y Ediciones La Rana del estado de Guanajuato, México.
            ● Homenaje a Esther Calvillo Nieto (1926-2016), autora y pionera de la radiodifusión mexicana.

Cerca de tres mil minutos de emisión en vivo. La puesta de largo de Kolaval ante el mundo. Un logro de todos. A través del canal YouTube de Kolaval: https://www.youtube.com/channel/UCJqzvlw6ISzHDo5daGp_f8g/

#KolavalporHispanoamerica #CicloPrimaveraOtoñoKolaval2021

Y lo podemos hacer gracias a la impagable colaboración de Besarilia, Industria Cultural Creativa.

            ¿La motivación?: A un año de su fundación, Kolaval se plantea dar pasos para crear una gran plataforma de debate en torno al ámbito del idioma español, al que consideramos un idioma americano de origen ibérico, por lo que lo hacemos desde la consciencia de una patria común hispanoamericana en la palabra. 
            Bueno, ¿y qué es Kolaval?
            Kolaval es una plataforma de formación, difusión y compromiso social y comunitario, una agencia literaria y una editorial con compromiso cultural y social de ámbito hispanoamericano, que nace desde Sevilla, España, para cumplir sueños en español y en todas las lenguas americanas.
            La matriz del proyecto es la compañía española 'Kolaval por Hispanoamérica, la cultura y los valores, S.C.’, que tiene entre sus objetivos establecer alianzas con personas y organizaciones con la idea de crear red sumando voluntades y compromisos para llevar autores y obras más lejos de lo que nunca nos hubiéramos planteado desde el ámbito editorial alternativo o independiente.
            En la actualidad, estamos en México y España y trabajando en nuestra implantación en otros países.
           'Kolaval' es una palabra tsotsil, lengua derivada del maya que se habla en el sureste de México, en Chiapas, cuya traducción al español es 'gracias'. Y ése es el espíritu fundacional y el principal impulso que nos motiva: la gratitud.
            Agencia Literaria Kolaval
            Como agencia literaria, nuestra principal actividad, representamos obras literarias y autores, así como la compra-venta y mediación en el sector cultural internacional en materia de derechos editoriales. 
            Ediciones de la Agencia Literaria Kolaval
            Ediciones de la Agencia Literaria Kolaval cuenta con un catálogo compuesto por una combinatoria de autores y obras de primera fila y alternativos, reunidos en tres colecciones a publicar, producir, distribuir y promocionar en todos los países de implantación, además de apostar por coediciones con instituciones públicas y privadas, así como con otras editoriales.
            Plataforma cultural, social y comunitaria 
            Como plataforma de formación, difusión y compromiso social y comunitario, Kolaval pone a disposición, a través del Laboratorio creativo de Kolaval y otros medios y causas, que cuentan con la colaboración de profesionales acreditados en más de media docena de países, cursos, talleres, seminarios, conferencias y encuentros profesionales presenciales o no, medios propios de comunicación con fines divulgativos de la cultura y las artes, especialmente las literarias, y formación y capacitación de profesionales y cuadros técnicos de entidades públicas y privadas en materias culturales, sociales, humanísticas, filosóficas, organizacionales, lingüísticas, editoriales, artísticas y literarias, así como con la voluntad de convertirse en medio y plataforma para la colaboración entre proyectos culturales, editoriales y educativos de la sociedad civil, con participación activa y promoción efectiva de proyectos de desarrollo comunitario enfocados a la divulgación de la cultura, la convivencia y la paz.
            Lo que diferencia a Kolaval de otros proyectos es que nace sin capitalización y como fruto de la suma de numerosas voluntades en todos nuestros territorios, a fin de cumplir entre todos todos nuestros sueños y anhelos comunes.
            
I ciclo primavera-otoño de Kolaval 2021
Fotografía:  Cartel oficial del I ciclo primavera-otoño de Kolaval, realizado por la diseñadora española Eva Cellalbo.

https://youtu.be/3xStYwAHZYU

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 43. El nuevo ser humano. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 43

El nuevo ser humano
Por Manuel Pérez-Petit

El cronista se pregunta en tanto observa –que es su principal actividad–. Eso forma parte de su ser y estar en esto de vivir. Ya sabe –por haberse ido enterando– que la experiencia y la diferencia se hallan en todas partes, que andan por caminos que van de lo universal a lo concreto o viceversa, que sin su presencia real y efectiva en medio del mundo, en el mismo mundo, frente al mundo, contra el mundo, o en cualquiera de las maneras imaginables e/y/o inimaginables que puedan existir, todo sería otra cosa, no lo que se conoce. Y así la existencia es una interminable lista de preguntas, sucesivas o paralelas, que, a veces, no tienen respuesta pero que siempre determinan lo que habrá de hallarse, más allá de los calendarios, en los territorios para los que aún no se han fabricado los relojes precisos.
            En este camino, a veces –sólo a veces– se llega a lo que de común, entrañable y permanente tenemos todos –sin excepción, querámoslo o no, y está sin escribir, y puede que sin descubrir el por qué de esto– los seres humanos, la experiencia y la diferencia se transforman en humus y como lluvia impregnan nuestros propios devenires. Pero no tendríamos por qué celebrarlo como un triunfo de nosotros mismos, sobre todo porque no se sabe dónde está la clave de tanta magia.
            La capacidad de observar es en exclusiva humana: se observa lo que se puede, en la misma medida en que no siempre que se mira se ve. La clarividencia –aquella virtud que proviene de ver, no de mirar, mediante la cual cualquier ser humano podría ir más allá de las cosas que le rodean y extraer verdades que no existen al alcance de los ojos– es una posible –solo posible– consecuencia de la capacidad de observación que cada uno posea, y se posee en función de cuánto se cultiva. En ello es probable que se encuentre la clave del logro: en la mirada. Como en Rembrandt o como en Rilke, el artista ve y mira y observa y saca sus propias conclusiones y da en la diana –o lo intenta– haciendo cosas que no existen pero que por su propia naturaleza existen más aún que cualquiera de las cosas ya conocidas de antemano. 
            Muchos están ahí, bebiendo de las mismas fuentes y emergiendo del mismo modo, aunque con idiosincrasias propias que, siendo de la misma naturaleza, son diversas entre sí. Parece que no existieran, que nunca hubieran estado, pero de sus manos nace auténtico fuego, y el fuego –como bien se sabe– es uno de los elementos básicos y claves de la vida. Son sugestivos y sorprendentes en su ser y estar, porque en esto de vivir cada uno su propia vida, como si llevaran una armadura y a la vez estuvieran en carne viva –a veces, parecen fríos y hasta quizá, en algunas ocasiones, frívolos, pero en nada son nada de esto–, poseen una clave propia: se rebelan, viven, escudriñan, descomponen, encuentran, crean y pasan por encima hasta del mismo universo, haciéndose poseedores de muchas claves, de aquello que hace de la propia existencia algo “diferente”. Parece que no existieran pero están. Nadie que los viera por la calle diría: “Ahí va un artista”. No tienen pose. Están más por dentro que por fuera. Son, lo cual ya es noticia. Tienen la capacidad de hacer inmutables las cosas. Han descubierto la clave que sobrevivirá al hombre y al mundo: aunque no sean conscientes de ello, tienen la cabeza llena en realidad de algoritmos matemáticos y afectos perdurables. 
            Estos nuevos artistas son así. Indagan en códigos, opiniones, sensaciones y pócimas, y hallan claves y desentrañan en su tarea no pocos hallazgos y cuestiones. No en vano, van y hablan de asuntos que son más que simples, y sentencian con clarividencia que todo ello distorsiona la realidad, desvelando la clave de su motor esencial de búsqueda.
            Pueden resultar inverosímiles pero son reales. Tienen la capacidad de llegar al logro, lo cual hoy ya no está al alcance de cualquiera. Y esta capacidad, que es hija directa de la observación, se traduce en una sencillez de formas y silencios en todo compatible con la complejidad de sus acciones, que aunque no es inaudita –pues nadie crea de la nada– tiene la virtud en ellos de hacerse cosa, objeto, llave, trascendencia impregnada de la inmanencia de lo que de común, nuevo y antiguo y entrañable tenemos todos. 
            El nuevo artista, lejos de ser ególatra, de este modo, es el paradigma del ser humano, pues todos los seres humanos están llamados a ser nuevos y, por tanto, artistas. En eso, nada es nuevo.
©M. P.-P., 2009.
Fotografía:  "Visión del arte". © M. P.-P., 2009

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 42. Sevilla. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 42

Sevilla
Por Manuel Pérez-Petit

Sevilla, mi ciudad natal, no es demasiado conocida en el mundo, pese a lo que piensan los sevillanos, mis coterráneos. Y desde luego que no lo es si nos atenemos a la historia de la ciudad. Empieza siendo interesante por su lema: NO8DO, siendo el ocho una madeja de lana; un jeroglífico atribuido a Alfonso X el Sabio y que la leyenda justifica por la lealtad de la ciudad al rey en su guerra contra su hijo Sancho en el siglo XIII.
            Sevilla tiene un origen controversial, pero al margen de que la fundaran fenicios o tartesios, su nombre original fue Hisbaal, alusivo a Baal, dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad. Siglos después, y siempre según la leyenda, Julio César fundó en su lugar la colonia Iulia Romula Hispalis. A mediados del siglo I a. C., la ciudad contaba con muralla,  foro y un puerto mercantil con una importante actividad.El cristianismo llegó a la ciudad en el siglo III, registrándose ya por entonces los primeros mártires por negarse a adorar a los dioses paganos. En los tiempos de los visigodos Sevilla ya era una ciudad importante, y como tal fue tomada en 711 por los musulmanes. En 844 y 859 fue saqueada por sendas expediciones vikingas. Fue capital del reino de taifa de Sevilla y llegó a ser capital de la Al-Andalus almohade, siempre conquistada y recuperada para la cristiandad –lo cual es engañoso, pues cristianos no dejó de haber nunca, siendo como eran los mulsumanes, al menos los de la península ibérica, de los pueblos más tolerantes que ha conocido la historia– en 1248 por Fernando III, padre de Alfonso X.
            Sevilla tiene el único puerto fluvial de España: el río Guadalquivir –llamado Betis por los romanos; bonito nombre, por cierto– es navegable por un centenar de kilómetros tierra adentro hasta la propia capital hispalense. El 3 de abril de 1502, Cristóbal Colón inició su cuarto y último viaje a América desde Sevilla. El 10 de agosto de 1519 partió de Sevilla la expedición que, al mando del portugués Fernando de Magallanes, primero, y del vasco Juan Sebastián Elcano, después realizó la primera circunnavegación de la Tierra, financiada por la Corona española y culminada con éxito el 27 de abril de 1521, cuando la nao Victoria, único barco superviviente de la expedición de cinco naves inicial, retornó al puerto de Sevilla. Ya por entonces –bueno, desde los Reyes Católicos–, Sevilla tenía la exclusiva del comercio de las provincias de ultramar de la Corona española –al principio, Imperio español–, que se monopolizaron desde 1598 desde la Casa de la Contratación, en cuyo edificio se encuentra desde 1785 el Archivo de Indias, el mayor y más importante archivo mundial de tema americano. Durante el siglo XVI, la ciudad alcanzó un gran desarrollo, entrando el XVII en una decadencia económica de la que no se recuperó nunca, pero también en un auge artístico sin comparación posible. En la cárcel de Sevilla, Cervantes comenzó a escribir el Quijote. Son sevillanos y coetáneos Velázquez y Murillo, por ejemplo, de fama universal, y gran parte del siglo de oro español –siglos XVI y XVII– tiene a Sevilla como escenario protagonista. En Sevilla nació y vivió Miguel Mañana, a quien durante siglos se confundió con el personaje inspirador de “El burlador de Sevilla o convidado de piedra”, de Tirso de Molina: Don Juan Tenorio. Hay más de ciento cincuenta óperas ambientadas en Sevilla, estando entre las más conocidas y trascendentes “Las bodas de Fígaro”, “El barbero de Sevilla” o “Carmen”, y esto sin decir que el mito de Don Juan, el más dúctil y universal de los mitos de Occidente tiene su origen, en efecto, en Sevilla. 
            Sevilla cuenta, como es natural, con monumentos que no tienen la fama universal que debieran. Me voy por los más importantes. El Alcázar es palacio real de manera ininterrumpida desde el año 720 y hasta la actualidad y no tiene nada que envidiarle a la Alhambra de Granada. El famoso –esto sí– barrio de Santa Cruz está enclavado en los arrabales del Alcázar, donde vivían los trabajadores del palacio. Fue muy populoso, al punto que Santa Teresa de Jesús decidió fundar en una de sus calles un convento. La catedral es el templo gótico de mayor extensión de planta del mundo. La auténtica sepultura de Cristóbal Colón se encuentra en su interior. Su campanario, la Giralda, de cerca de 107 metros de altura, fue comenzado a construir en 1184 y rematado en 1568. No hagan turismo, que es una ordinariez. A Sevilla hay que ir a pasear. Desde 1612, el famoso Ducado de Alba tiene una de sus casas emblemáticas en Sevilla, el palacio de las Dueñas, en que en 1875 nació Antonio Machado, y al que se refirió el poeta en su poema “Retrato” con aquello de “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/ y un huerto claro donde madura el limonero”, incluido en “Campos de Castilla (1912). En 1917, el poeta Fernando Villalón, antecedente y amigo de los integrantes de la generación llamada del 27, época de plata de la poesía española, escribió: “El mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz”, y la propia generación del 27 se constituyó –si puede decirse así– en el Ateneo de Sevilla. 
            Sevilla es ciudad de tradiciones no centenarias sino casi milenarias. El mejor ejemplo de ello es el de las hermandades. ¿Quién no ha oído hablar alguna vez de las cofradías de Sevilla o ha visto procesiones, aunque sea por televisión? Un día hablaré de las hermandades de Sevilla, que son el principal sostén de que se conserven en esta ciudad oficios y artesanías que si no fuera por ellas habrían desaparecido, como la tradiciones del bordado, la platería, la imaginería… Pero también lo son de las tradiciones más antiguas de la ciudad. Sin ir más lejos, de la Semana Santa. Hoy es Viernes Santo, el único día del año en que no se celebra el sacramento de la Eucaristía. Y el Viernes Santo es un día capital para la capital hispalense, entre el olor a azahar de los naranjos en flor –Sevilla es el mayor productor de naranja agria del mundo solo por los naranjos que llenan sus calles–, sino también por el del incienso, las velas, la fe…
            Sevilla guarda muchos secretos vedados al turista convencional. Uno de ellos es el barrio de mi infancia, el de San Lorenzo, de dónde era y en donde elucubró sus oscuras golondrinas Gustavo Adolfo Bécquer. El barrio de San Lorenzo es el barrio cofradiero y secreto por antonomasia de Sevilla, aquel en que se cumplen como en ninguno las condiciones de la sevillanía, esas que hace atreverse a cualquier cosa, tal y como le pasó, por ejemplo, a Rodrigo Caro, hombre puro de su tiempo, el siglo XVII, quien escribió un libro titulado "Tratado de los nombres y sitios de los vientos", aún sin tener ninguna formación meteorológica ni física, ya que él mismo sin pudor decía: "No he profesado matemáticas ni navegado en mi vida, más que de Sevilla a Triana". Sobre San Lorenzo se han escrito muchas más cosas de las que parece y se han elucubrado muchas leyendas e historias plenas de humedad, de pura antigüedad y de solera, pero el barrio es, ante todo, presente exacto, tiempo perfecto y hora en punto en que la vida camina a su aire haciendo de las suyas. Y pese a que yo tengo el privilegio de ser de allí, muy de allí, no puedo resistirme a decir que no puede haber más exacto ejemplo que mi barrio de lo que es Sevilla. 
            Sevilla en realidad es una ciudad americana. Por ello es que en América vivo y me hallo como en casa.
 Bandera de Sevilla
Fotografía:  Bandera de la ciudad de Sevilla, en Sevilla (España). Bandera rectangular en la proporción 2/3, de color rojo carmesí, con la lema NO8DO en oro en el centro: NO(madeja)DO=NO(me ha deja)DO=no me ha dejado.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 41. ¿De dónde vengo? Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 41

¿De dónde vengo?
Por Manuel Pérez-Petit

Si la consciencia del yo es la condición del ser humano, que conjuga en sí mismo identificación y acción, pues se identifica y ubica en el universo por una combinación de signos que pertenecen a un código fruto de una convención universal que se llama “nombre”, y por lo que hace y desarrolla en forma de actividad y disciplina, fruto o no ésta de la voluntad, la memoria es la genética del individuo.
            Así, estableciendo un paralelismo entre el individuo y la obra de arte, y conviniendo que ésta es una unidad de ser y de sentido, en la persona el ser sería su biología y el sentido su yo, yo que es identificación y acción y se forma con la memoria, el garante de la individualidad, de la identidad, aquello que da redondez, unidad, ser, sentido y diferencia.
            La memoria, a su vez, se conforma de varios elementos, entre los que tienen especial relevancia aun no siendo esenciales a ella los recuerdos y los olvidos. Tanto los unos, los recuerdos, como los otros, los olvidos, determinan a cada persona, y aunque no la definen, no podría existir memoria si no existieran. Son necesarios para ser individuo. Recuerdos y olvidos a veces llegan en aluvión, y por lo general esto suele ocurrir cuando “algo” ocurre. Por ejemplo, un encuentro da lugar a una tormenta interior que conduce a la reconstrucción –“fatal” por inevitable– de unos hechos de hace más o menos tiempo que fueron mucho más determinantes de lo que uno hubiera imaginado. Ese “algo”, por su naturaleza, es innecesario, pues se podría vivir con una plenitud razonable sin que ello ocurriera. Pero a diferente escala ocurre y no pocas veces que no solo determina la importancia de los hechos que se recuperan sino la dimensión y trascendencia de los mismos, en un esfuerzo fabuloso e involuntario en que uno se ve sometido a fuerzas sobre las cuales tiene apenas capacidad de control. 
            La memoria también puede ejercitarse como disciplina. En ocasiones preocupa olvidar ciertas experiencias, al margen de que sean esenciales o no, y para ello nada mejor que escribirlas lo antes posible, aunque ahora los avances tecnológicos permiten el registro de los acontecimientos de múltiples formas con garantías de perdurabilidad, e incluso en simultáneo a la propia realidad. Luego estará en el criterio de cada cual organizar, clasificar, priorizar y tabular dichos registros, a fin de que queden para uno con el sentido que quiera otorgarles: desde la simple archivística –incluso como sublimación de la egolatría– al ejercicio del autoconocimiento. También, cómo no, está la mentira, tentadora posibilidad de autoinventarse y, en consecuencia, alejarse del yo. Y allá cada cual con los potajes que quiera tragarse. 
            A la tarea de la consciencia del yo se está abocado de manera indefectible –incluso desde la más inocente y original inconsciencia–. El objetivo de ser se alcanza en mayor o menor medida según cada caso, y depende de ello. Todo ser humano es por su naturaleza creativo, e incluso puede afirmarse que no hay un ser humano que no haya realizado alguna vez en su vida algún acto de genuina creación, por leve o minúsculo que éste sea. Entendida de forma genérica, la convención, sistema de sistemas por el cual se establece la autoimposición pactada de lo que es común y aceptable por todos con la finalidad de entenderse en ciertas cuestiones consideradas como elementales, designa también a ese tipo de actividades que se consideran “arte”.
            El arte está hecho por los artistas, de tal modo que no puede darse si no existieran éstos. Las actividades artísticas son oficios que se adquieren con esfuerzo y disciplina, en una búsqueda inevitable que en no pocas ocasiones dan en “hallazgos” capaces de completar y hacer más pleno el universo conocido. En el ejercicio que los artistas realizan de sus respectivos oficios artísticos se generan las obras de arte, que tienen en común su inutilidad práctica –la obra de arte es contra natura, y dotar de ser y de sentido a cosas que no existen pero que se generan de lo existente es un ejercicio incluso esquizo y autodestructivo, por más que agrande y complete el mundo–, pero que se hacen necesarias, y no solo por el gozo que generan sino también como aporte eficaz a la estructura de pensamiento. 
            Aunque a veces se tiene lugar la tentación no se puede ser artista sin ser persona, de igual modo que no se puede ser persona si no se afronta el hecho de vivir con la humildad necesaria que genera darse cuenta de lo poco que es uno ante el hecho de ser. De la tarea que supone, de los peligros que conlleva. Los escritores están encuadrados en esta categoría de los artistas. Yo soy escritor, y puedo decir que lejos de ser un motivo de vanagloria, ser escritor es para mí una maldición y una condena, una inmensa putada –si me permiten–, pero también una decisión personal y un ejercicio y una disciplina fruto de la voluntad, por lo cual reconozco que es culpa mía. 
            Todo arte deviene de la memoria. No existen obras de arte, y las literarias lo son, si no hay vida vivida, y la condición de necesidad de ésta es la consciencia del yo, incluso aunque se sepa que el yo está para encontrarlo y una vez encontrado desprenderse de él. En mi caso, que soy artista, y antes de ello –por de perogrullo que parezca hay que indicarlo, pues en muchos casos observados no parece que exista dicha condición– persona, ejercitar mi oficio y, sobre todo, la memoria, me permite al menos saber quién soy y de dónde vengo. 
            Tanto si escribo un libro de aventuras, un poema épico o una historia en que hable de mí mismo hablo sin remedio de mí, impúdico, algo que no me gusta nada pero que tengo cierta habilidad en disimular, que es consecuencia del oficio. No soy yo quien debe determinar la relevancia o irrelevancia de mi vida –al fin y al cabo tengo fe y mi vida tiene sentido de cualquier modo–, y sin embargo sí sé que mi obra no es irrelevante, incluso aunque hable de mí –como por otra parte no hay otro remedio–, y digo esto, parafraseando a Rilke, con humilde y callada sinceridad.
            Y así al menos soy, estoy, vengo y voy, pero esto no me consuela porque ahora debo pensar a dónde voy.
 Universidad de Navarra, 1988. (Foto: Manuel Castells)
Fotografía:  Recital de poesía y guitarra en un aula del edificio Central de la Universidad de Navarra, España, celebrado en 1988, acompañado por Julio Pinel, Ángel Alcalá y César González Cajete. Foto: Manuel Castells.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.