Líneas de desnudo/ 43
El nuevo ser humano Por Manuel Pérez-Petit
El cronista se pregunta en tanto observa –que es su principal actividad–. Eso forma parte de su ser y estar en esto de vivir. Ya sabe –por haberse ido enterando– que la experiencia y la diferencia se hallan en todas partes, que andan por caminos que van de lo universal a lo concreto o viceversa, que sin su presencia real y efectiva en medio del mundo, en el mismo mundo, frente al mundo, contra el mundo, o en cualquiera de las maneras imaginables e/y/o inimaginables que puedan existir, todo sería otra cosa, no lo que se conoce. Y así la existencia es una interminable lista de preguntas, sucesivas o paralelas, que, a veces, no tienen respuesta pero que siempre determinan lo que habrá de hallarse, más allá de los calendarios, en los territorios para los que aún no se han fabricado los relojes precisos. En este camino, a veces –sólo a veces– se llega a lo que de común, entrañable y permanente tenemos todos –sin excepción, querámoslo o no, y está sin escribir, y puede que sin descubrir el por qué de esto– los seres humanos, la experiencia y la diferencia se transforman en humus y como lluvia impregnan nuestros propios devenires. Pero no tendríamos por qué celebrarlo como un triunfo de nosotros mismos, sobre todo porque no se sabe dónde está la clave de tanta magia. La capacidad de observar es en exclusiva humana: se observa lo que se puede, en la misma medida en que no siempre que se mira se ve. La clarividencia –aquella virtud que proviene de ver, no de mirar, mediante la cual cualquier ser humano podría ir más allá de las cosas que le rodean y extraer verdades que no existen al alcance de los ojos– es una posible –solo posible– consecuencia de la capacidad de observación que cada uno posea, y se posee en función de cuánto se cultiva. En ello es probable que se encuentre la clave del logro: en la mirada. Como en Rembrandt o como en Rilke, el artista ve y mira y observa y saca sus propias conclusiones y da en la diana –o lo intenta– haciendo cosas que no existen pero que por su propia naturaleza existen más aún que cualquiera de las cosas ya conocidas de antemano. Muchos están ahí, bebiendo de las mismas fuentes y emergiendo del mismo modo, aunque con idiosincrasias propias que, siendo de la misma naturaleza, son diversas entre sí. Parece que no existieran, que nunca hubieran estado, pero de sus manos nace auténtico fuego, y el fuego –como bien se sabe– es uno de los elementos básicos y claves de la vida. Son sugestivos y sorprendentes en su ser y estar, porque en esto de vivir cada uno su propia vida, como si llevaran una armadura y a la vez estuvieran en carne viva –a veces, parecen fríos y hasta quizá, en algunas ocasiones, frívolos, pero en nada son nada de esto–, poseen una clave propia: se rebelan, viven, escudriñan, descomponen, encuentran, crean y pasan por encima hasta del mismo universo, haciéndose poseedores de muchas claves, de aquello que hace de la propia existencia algo “diferente”. Parece que no existieran pero están. Nadie que los viera por la calle diría: “Ahí va un artista”. No tienen pose. Están más por dentro que por fuera. Son, lo cual ya es noticia. Tienen la capacidad de hacer inmutables las cosas. Han descubierto la clave que sobrevivirá al hombre y al mundo: aunque no sean conscientes de ello, tienen la cabeza llena en realidad de algoritmos matemáticos y afectos perdurables. Estos nuevos artistas son así. Indagan en códigos, opiniones, sensaciones y pócimas, y hallan claves y desentrañan en su tarea no pocos hallazgos y cuestiones. No en vano, van y hablan de asuntos que son más que simples, y sentencian con clarividencia que todo ello distorsiona la realidad, desvelando la clave de su motor esencial de búsqueda. Pueden resultar inverosímiles pero son reales. Tienen la capacidad de llegar al logro, lo cual hoy ya no está al alcance de cualquiera. Y esta capacidad, que es hija directa de la observación, se traduce en una sencillez de formas y silencios en todo compatible con la complejidad de sus acciones, que aunque no es inaudita –pues nadie crea de la nada– tiene la virtud en ellos de hacerse cosa, objeto, llave, trascendencia impregnada de la inmanencia de lo que de común, nuevo y antiguo y entrañable tenemos todos. El nuevo artista, lejos de ser ególatra, de este modo, es el paradigma del ser humano, pues todos los seres humanos están llamados a ser nuevos y, por tanto, artistas. En eso, nada es nuevo.

Fotografía: "Visión del arte". © M. P.-P., 2009
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.