Líneas de desnudo. 70. Concatenaciones. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 70

Concatenaciones
Por Manuel Pérez-Petit

Hay días como hoy en que a uno o le llueven las ideas o no se le ocurre nada o le pasan ambas cosas en simultáneo. Se sienta y se levanta, como a cámara lenta unas veces como rayo a punto de volar otras; en todo caso como autómata, una y otra vez. Se rasca la cabeza, se asoma por la ventana, y como uno ya no fuma se pone a jugar y a tropezarse con las canicas de sus ideas y sentimientos. A mí me pasa que los pensamientos viajan en esos casos como en tren de carbón, alborotados, hechos prisma, y no hay varita mágica que espante sus cabellos. No hay bloqueo por defecto sino por exceso, y ahí uno empieza a recordar, en su soledad, qué dijo quién...

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            Rainer María Rilke (1875-1926) definió el amor como un homenaje mutuo de dos soledades que se cercan y se dan calor, y confesó: “Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad”. El praguense despreciaba el paso del tiempo y exaltaba la virtud de la paciencia. Dejó una estela de incalculables dimensiones, hasta el punto de influir en gran parte del pensamiento contemporáneo. Martin Heidegger (1889-1976) partió de su obra, entre un par de fuentes más, para establecer su filosofía, que en nada es amorosa.
            Le preguntaron una vez al novelista argentino Osvaldo Soriano (1943-1997) que por qué escribía y contestó: “Para compartir la soledad”. Tiempo después, el poeta uruguayo Mario Benedetti (1920-2009) se hizo eco de esta respuesta y publicó el 1 de noviembre de 1987 en el diario español 'El País' “La soledad comunicante”, un artículo a cuyo final se inquiría: “¿Qué es, después de todo, la soledad sino un homenaje al prójimo?” 
            El francés argelino Albert Camus (1913-1960) aseguró: “No puedo vivir sin mi arte” y partía de ideas filosóficas para elaborar su obra. Gloria Fuertes (1917-1998), poeta española extraordinaria y quizá por ello, aún poco reconocida, hizo constar también que no podía “vivir sin escribir”. El Nobel colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) comentó en cierta ocasión que para escribir sólo necesitaba sentir calor y tener el estómago lleno. 
            Friedrich Nietszche (1844-1900) apuntó: “La sociedad necesita de poetas como el cielo de estrellas”, poco después de que Isidore Lucien Ducasse, más conocido como ‘Conde de Lautréamont’, francés aunque uruguayo, predijera que un día la poesía sería hecha por todos, claro que el sentido –que no el origen– de ambas afirmaciones es antagónico. Si bien el alemán apelaba a la necesidad de los poetas verdaderos, el francés nacido en Uruguay se reía de la realidad de una sociedad en que proliferaban escribidores de poemas. 
            El diccionario ideológico de Casares define la literatura como el “Arte que tiene por objeto la expresión de las ideas y los sentimientos por medio de la palabra”. Ideas y sentimientos... El debate entre filosofía y literatura, sin menoscabo de que cada una pueda contener ideas y sentimientos, es tan antiguo como el conocimiento humano, jugoso debate al que siempre me he sumado y al que aportaba algún apunte el pasado 21 de diciembre en mi Aproximaciones a las dos torres de la palabra en Occidente. Se trata, como decía ahí, de una batalla que ya en Platón (circa 427-347 a. C.) se resolvió a favor del logos del pensamiento filosófico, aunque, con posterioridad, en el Renacimiento italiano y a partir del siglo XIX, con Goethe (1749-1832), Kierkegaard (1813-1855) o el propio Nietzsche, volvió a un primer plano. Ya en el siglo XX, Alfonso Reyes (1889-1959), poeta y ensayista mexicano sin el que no se entiende la literatura ni el pensamiento en español del siglo XX, distinguió en su “La experiencia literaria” entre filosofía y literatura, tras lo cual concluyó: “No nos importa la realidad del crepúsculo que contempla el poeta, sino el hecho de que se le ocurra proponerlo a nuestra atención, y la manera de aludirlo”.

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            Y en ello estoy... En que a nadie le importan mis asuntos ni mi soledad sino el hecho de que se me ocurran cosas y proponerlas a la atención de los demás... Mi manera de aludirlas es otra cosa. Hoy, concatenando jirones de lecturas. Mañana, quién sabe...
            Por cierto, me quedaron muy ricas las lentejas. Espero que a ustedes también.
 M. P.-P. en un evento de Sediento Ediciones en el café Via Lattea, en pleno corazón de la colonia Roma de la Ciudad de México, en julio de 2013.
Fotografía: ©Norma Ascencio.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 69. Mi estofado de lentejas para hoy. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 69

Mi estofado de lentejas para hoy
Por Manuel Pérez-Petit

En algunas regiones de Italia como Nápoles, Sicilia y Calabria se conserva en Nochevieja una milenaria tradición que consiste en tirar muebles viejos por la ventana, costumbre fundamentada en la creencia de que al hacerlo se liberan de las cosas malas del año que termina. Hay quién cree de manera errónea que de ahí viene la expresión “tirar la casa por la ventana”, que es de origen español y tiene que ver con la lotería: los agraciados con premios gordos, ya desde el siglo XIX, tiraban todas sus cosas por la ventana a fin de comenzar una nueva vida. Sin embargo, todo está relacionado entre sí.
            Llegar al 31 de diciembre de cada año supone, de algún modo, haber terminado ese recuento de lo que ha sido el año y tener claros los propósitos para el año nuevo, que apenas se encuentra ya en ese momento a unas pocas horas. Hay quien hace su análisis en términos de éxitos y fracasos y quien lo lleva a cabo en relación a los objetivos que se marcó para los doce meses anteriores. Quien ve el vaso medio lleno y quien lo ve medio vacío. Quien se lame más que nunca sus heridas en estos días y quien los vive con aparente indiferencia.
            Diciembre tiene esas cosas: Por ejemplo, las listas –de mejores libros, películas, fallecidos…– que, a veces, nos sobresaturan incluso llegando en no pocas ocasiones a ser hasta ridículas. Pero las necesitamos y nos sentiríamos extraños si no las hubiera. Como la Navidad y el fin de año comienzan, por mor de la sociedad consumista que vivimos, cada vez antes, nadie debería sorprenderse que lleguemos a conocer listas de resumen del año que comiencen en octubre, con cientos de destacados, y en las que nunca apareceremos nosotros, por mucha expectativa que pongamos en el asunto, ni aunque hayamos publicado una novela de campanillas. El mundo está así, y así debemos aceptarlo. 
            Volviendo al 31 de diciembre, hay pocas tradiciones para este día como las lentejas. Esta legumbre simboliza muchas cosas. Por ejemplo, la abundancia, y en muchas regiones del mundo. Las lentejas tienen mucha historia. En la cultura judía, en las cenas de duelo de la víspera del ayuno del Ab, aniversario de la destrucción de los dos templos, son imprescindibles. Esaú, hijo mayor de Isaac y de Rebeca, vendió a su hermano Jacob su primogenitura por un plato de lentejas –de ahí viene la expresión “venderse por un plato de lentejas”–, como nos cuenta el primer libro de la Biblia, el Génesis. Los antiguos egipcios y los griegos comían lentejas en los rituales funerarios al creer que este guiso transformaba a los hombres en más alegres y confiados. 
            Se trata de un platillo caliente que combate con eficacia el frío, que es más ligero que el que se pueda cocinar con cualquier otra legumbre, que es muy barato y que en Italia es tradición comer junto a las uvas a medianoche. 
            La primera vez que comí lentejas en Nochevieja fue en Venecia en la madrugada del 31 de diciembre de 1983 al 1 de enero de 1984. Fue entonces que descubrí esa costumbre italiana y la sumé a mis hábitos. Desde entonces, en muchas ocasiones en esta misma fecha me he hecho mi estofado, como hoy lo haré.
            Ya lo tengo todo preparado: Un cuarto de kilo de lentejas, una patata, un chorizo rojo, unos trozos de tocino blanco y otros de jamón curado, un tomate, varias hojas de laurel, una cebolla, una zanahoria, dos dientes de ajo, pimentón dulce, pimienta negra, orégano, comino molido y, como es natural, la sal gruesa y el aceite de oliva. Todo tiene su razón de ser.
            Remojaré las lentejas con agua fría por un ratito, no más de media hora. Pelaré, lavaré y cortaré la patata y la zanahoria, aquella en trozos grandes y ésta en rodajas. La haré unos leves cortes al tomate, que debe ser maduro, y también lavaré solo con agua el chorizo –y lo trocearé–, el ajo y el laurel. Pondré la olla a fuego lento con un fondo de aceite de oliva. Agregaré el pimentón. Esperaré a que se caliente, momento en el cual llenaré la olla de agua. Echaré las lentejas, los trozos de patata y zanahoria, el tomate, la cebolla, los dientes de ajo, el tocino, el jamón, el chorizo, un par de pellizcos de pimienta negra entera y pimienta negra partida, un pellizquito de orégano y otro de comino molido, el laurel y, por último, un puñadito de sal. Taparé la olla y dejaré que se vaya haciendo. No hay que remover. Los buenos platos no merecen ser mareados. Lo importante es que haga ‘chup, chup’ –esto es, que nunca hierva–. En unas tres horas tendré mi estofado, siempre a fuego lento. Al terminar, lo dejaré reposar y esta noche será mi delicia.
            Quedan todos invitados. Buen provecho. Feliz año nuevo.
 Ya tengo las lentejas en casa, aún en su envoltorio, y las prepararé enseguida.
Fotografía: ©M. P.-P., 2021 (casi 2022).

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 68. Aspirar a la luz. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 68

Aspirar a la luz
Por Manuel Pérez-Petit

Entre los siglos XV y XVI, Paracelso (1493-1541) interpretó que Dios creó el mundo incompleto y encomendó al hombre la tarea de completarlo, para lo cual era necesaria la Piedra filosofal, elemento clave e ignoto. La buscó durante gran parte de su vida, pero nunca la encontró, y por eso concluyó que tal cosa no existía. 
            Santo Tomás de Aquino (1225-1274), en el XIII, sistematizó el conocimiento y creado una síntesis de Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) y otros pensadores clásicos, islámicos, judíos y escolásticos, poniéndola al servicio de la fe. Un siglo más tarde, el franciscano inglés Guillermo de Ockham (circa 1285-1349) echó por tierra su obra negando los universales, la posibilidad de unir fe y razón, de demostrar la existencia de Dios y apostando frente al conocimiento abstracto por el conocimiento intuitivo: “aquel en virtud del cual sabemos que una cosa es, cuando es, y que no es, cuando no es”. Con base en su pensamiento, en el siglo XVI, Martín Lutero (1483-1546) inició y promovió la Reforma protestante. 
            En tiempos mucho más recientes, Albert Einstein (1879-1955) revolucionó las estructuras del universo con la Teoría de la relatividad, cuya certeza se encuentra en la actualidad en debate. 
            En todos los ámbitos, el mundo cambia, pero son las personas las que cambian el mundo, lo completan, lo reformulan, lo revisan, lo ponen “al día”. Estos hitos que cuento y muchos otros más no suelen ocurrir en exclusiva por vía de la razón sino también, en mayor o menor medida, por la de la pasión, y suelen ser fruto de cierto amor, en su más amplio sentido. Paracelso, movido por su soberbia, pensaba en concluir la labor creadora de Dios. Santo Tomás lo hizo todo por su fe, lo mismo que Ockham, aunque a éste le influyó más un cierto afán de evolucionar las cosas y, en efecto, influenció la Reforma que impulsó Lutero. Einstein abogó con fervor por las libertades individuales y el pacifismo.
            El poeta español Gabriel Celaya (1911-1991) dejó escrito en 1944: “Para salvar la poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que transformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro”. 
            Los mortales, esto es, los artistas, todos nosotros, hagamos 'obras de arte' o no, los que tenemos la capacidad de transformarnos y transformar la sociedad, tendríamos sin excepción que aspirar a la luz, a ser la zarza ardiente que no se consuma y que se renueve, en este incendio pavoroso e inevitable que es vivir y que hoy está amenazado. Las personas deberíamos convertirnos, de este modo, en vidrieras –es más, en vitrales sin medida–, para dejar pasar la luz a través de nosotros mismos y multiplicarla y esparcirla sin límite, en esta realidad más real que la realidad que nos toca vivir y que nos tendría que estar contagiando a todos. Con más razón aún en este mundo oscuro. Al cabo, solo se trata de amar. Yo creo que con ello seremos capaces no solo de sobrevivir sino de salir triunfantes frente a los poderes del mundo que pretenden quitarnos la vida.
            Todos somos creadores, poetas en el sentido más amplio. Libérrimos y soberanos, capaces de levantarnos hasta de la más terrible adversidad, de unirnos en nuestra soledad y crear una soledad de soledades transformadora y fértil. Todos somos capaces de impedir que hagan con nosotros lo que quieran, aunque parezca lo contrario. Nos podrán quitar todo pero si no queremos no dejaremos nunca de ser lo que somos, por lo que hoy deberíamos creer más que nunca en nosotros mismos.
Torre campanario de la catedral de Sevilla, España, conocida por «La Giralda».
Fotografía: © M. P.-P., 2009.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 67. Alegato contra la tiranía. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 67

Alegato contra la tiranía
Por Manuel Pérez-Petit

No existe el mundo sin personas, por mucho que algunos se empeñen en reunirnos en rebaños dóciles con los que ejercer su poder con la excusa esta vez de una pandemia que les viene que ni pintiparada para cumplir sus sueños de dominio. La esclavitud siempre existió, al fin y al cabo, y lo que ha venido cambiando con el paso de los siglos son los medios de dominación con que unos pocos han buscado y buscan el control de todo y la negación de la libertad. Pero la libertad es inherente al ser humano, y esto suelen olvidarlo. De ahí, los procesos revolucionarios, por ejemplo, y como tal ninguno ni tan humano como el arte.
            “El arte, realmente, no existe. Existen los artistas”, nos decía Ernst Gombrich (1909-2001) al comienzo de su famosa “Historia del arte”. En un estado adánico y primigenio, nadie necesitaría del arte ni de las palabras. Sin embargo, no es el caso, y, ante la realidad, el artista representa la rebeldía, traspasando las fronteras de lo cognoscible, llegando al deber ser y lo inasible, y, asentándose en la vida vivida, sin la que nada es posible, crea –o recrea, si se prefiere– en, con, contra y frente a todo. La creación artística y la experiencia de la obra de arte “se dan en la historia, son historia y niegan la historia”, según defendió Octavio Paz (1914-1998). Da igual –de verdad– como se llamen los artistas ni cuándo vivieron o cuáles fueron los avatares de sus vidas, pero algunos, por alguna circunstancia desconocida y misteriosa, ahondan tanto en lo suyo –con mayor o menor grado de consciencia– que llegan a ese lugar incognoscible pero reconocible en que se halla la misteriosa razón por la cual sus obras se convierten en ‘clásicos’ y llegan, a través de la historia, a nuestras manos.
            Es un proceso que no conoce la prisa pero que ocurre, y eso explica que a veces se tarden siglos en otorgar a ciertas obras artísticas el lugar que les corresponde en nuestras vidas. Obras que, al entrar en el subconsciente colectivo, aportan con determinación a la visión general del mundo, y lo agrandan, y hacen más difícil que podamos ser esclavizados. 
            Bien es cierto que la historia no es lineal ni constante y que se ve sometida a procesos de muy diversa intensidad y ritmo, en los que los relojes sólo hacen fe práctica de una convención muy poco viva e incapaz de medir más allá de la física: la medición del tiempo, a la que le ocurre como a la mayoría de las convenciones. Sin ir más lejos, como al metro: principal unidad de longitud del Sistema Internacional de Unidades, que en su origen se estableció como la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre a su paso por el ecuador, y hoy, con más precisión, tras muchas idas y venidas, se define como la longitud del trayecto recorrido en el vacío por la luz durante un tiempo de 1/299 792 458 de segundo, lo cual está muy bien, pero, ¿qué pasa cuando uno está a un metro de algo, de que vale saber lo que es el metro o el segundo cuando, a veces, de un metro o de un segundo depende la propia vida, la emoción o el deseo? 
            Federico García Lorca (1898-1936) le dijo en una ocasión a su compañero de la llamada ‘Generación del 27’ Gerardo Diego (1896-1987) que el poeta muestra el fuego que tiene en las manos, pero yo creo que ese fuego lo tenemos todos. La presente es una época llena hasta el hartazgo de mediciones, estadísticas, objetividades y clasificaciones, que son sacralizadas y negadas de manera sistemática, pues cada cual tiene sus propias mediciones, estadísticas, objetividades y clasificaciones, y así, el relativismo, el afán de experiencias y de conocimientos, el exceso de información y el determinismo construyen una sociedad desorientada y pseudoerudita, en la que prima la acción por la acción. Una sociedad propicia para que lleguen iluminados a establecer sus tiranías. Y con cualquier excusa. Una sociedad en la que todas las manos y las voces que se alcen son pocas para reivindicar un universo abierto y libre, en el que los seres humanos seamos de carne y hueso y tengamos hambre y ganas de vivir y, sobre todo, amemos. Y amemos el fuego que baila en nuestras manos como reivindicación de nuestra naturaleza creadora y antídoto frente al rebaño que nos asignen.
 «Expo», noviembre de 2009.
Fotografía: ©Isabel Roblas.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 66. Después de cantar el gallo. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 66

Después de cantar el gallo
Por Manuel Pérez-Petit

Antes de la medianoche de Nochebuena, en la vigilia de la Navidad, se celebra, desde hace más de mil quinientos años, la misa que llamamos “del Gallo”. En su origen se trataba de una vigilia con la oración “mox ut gallus cantaverit”, ‘después de cantar el gallo’, que era el comienzo del día para los romanos.
            La Nochebuena y la Navidad son fuente de muchas obras literarias, pero para mí que nadie ha recreado nunca el milagro de esas horas como el poeta sevillano, vecino mío del barrio de mi infancia, San Lorenzo, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). En 1868, perdió sus “Rimas” y gracias a su memoria y las publicaciones donde algunas ya habían aparecido, pudo reconstruirlas. Fueron publicadas a título póstumo junto a sus "Leyendas" en 1871. Poco después, siendo ya su obra reconocida en toda Europa, nació el movimiento simbolista francés. Hoy se le considera el primer poeta moderno en español y es incuestionable su influencia en la literatura posterior y contemporánea universal.
            Una de sus leyendas es “Maese Pérez el organista”, con quien, como veremos en unas líneas, tan intensa relación tengo. De pequeño no me llevaron nunca, pero ya con doce o trece años había ido varias veces. Me daba por aquella época por aprenderme de memoria cada rincón de Sevilla, el nombre de cada calle, el detalle de cada esquina, cada balcón, cada patio... A veces creía descubrir sitios, y hasta estaba convencido de que nadie los había visto antes. Miraba sin descanso y no dejaba de ver, y dedicaba mis solitarias horas en mis tareas de aventurero en una ciudad que me parecía inacabable. En aquel tiempo, ecléctico, me adentraba por la ciudad, como esta misma pasada noche. 
            Siempre me llamó la atención el convento de Santa Inés. Me gustaba ir allí a misa, y siempre que lo hacía miraba con curiosidad de bibliófilo el órgano. Cerraba los ojos y veía allí al ciego, tocando aquel órgano prodigioso. Como pasó anoche cuando acudí a la misa del Gallo en ese mismo lugar, y volví a pasear, como hace más de cuarenta años, con el mismo pasmo, y saludé de forma leve con la mano, como me daba por entonces, justo antes de cerrar los ojos, a mi viejo amigo Maese Pérez –al fin y al cabo mi probable pariente–, el organista. Y sé que al maestro le dio una vez más por hacer una excepción y tocó solo para mí. 
            Se puede ir volando a Santa Inés, pero anoche mi camino fue a pie, desde el barrio de San Bernardo, extramuros, donde se ubicó desde tiempo inmemorial el matadero de la ciudad. Entre sus muros se alanceaban toros desde el siglo XVII. Allí nació por estas mismas fechas de ahora pero del siglo XVIII el pase llamado “Verónica de frente”, que se hace con el capote, el trapo que se utiliza en el primer tercio de la lidia de un toro. Frente a San Bernardo se encuentra la puerta de la Carne, uno de los múltiples accesos a la ciudad, que estuvo amurallada hasta mediados del XIX, tiempos de Gustavo Adolfo. Nace ahí la calle Santa María La Blanca, a la que accedí por la del Aire, donde nació Luis Cernuda (1902-1963), quien comenzó a leer poesía –gracias a Dios– a los nueve años de edad con motivo del traslado de los restos de Bécquer a Sevilla. Caí a la calle de San José. A la derecha quedó la auténtica judería de Sevilla, en donde naciera Miguel Mañana (1627-1679), a quien dediqué uno de mis últimos artículos, Una exageración más de los poetas, a colación de haber sido confundido con quien pudo haber inspirado el personaje mítico de Don Juan. A mi izquierda se fue alejando el Alcázar y sus arrabales, desde comienzos del XIX conocidos como barrio de Santa Cruz, en donde Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fundara un convento de su reforma carmelita a finales del XVI y dijera aquello de que Sevilla era una ciudad imposible (sic). Llegué enseguida a San Nicolás, un cruce de calles, y de allí a San Pedro, una plaza frondosa que transité hacia la parroquia del mismo nombre. Perderse en el ínterin está permitido. Yo mismo lo hice esta noche. Al costado derecho de la iglesia conforme se mira a sus pies, o sea, su fachada, nace la calle Doña María Coronel (1334-1409), llamada así en honor de la señora que se hizo quemar el rostro con aceite al no querer corresponder a los amores que le profesaba el rey Pedro I de Castilla (1334-1369), allá por el siglo XIV, y que fundó el convento de Santa Inés, para terminar de preservarse del monarca, a quien por cierto sucedió en el trono su hermano bastardo Enrique II de Castilla (1334-1379), fundador de la dinastía de Trastamara y antepasado directo de Isabel I de Castilla (1451-1504), mejor recordada como “La Católica”...  
            Y es que el mundo es un pañuelo... Por eso, esta noche pude desplazarme hasta allá. Enseguida encontré a mi derecha la puerta del convento, y tras cruzar el ‘compás’ –busquen qué es el ‘compás’ de un templo, aunque les adelanto que para mí es el comienzo de la inspiración de todo milagro–, llegué al templo en que, según Bécquer, tocaba Maese Pérez, después de muerto y como en vida, de manera maravillosa, el órgano, todas las nochebuenas. Pero un día, ése órgano, ya demasiado deteriorado, tuvo que ser sustituido por otro nuevo. Y a partir de entonces, según afirman todos, no ha vuelto.
            Sin embargo, yo sé que eso no es cierto, y siempre que voy cierro los ojos y lo veo y oigo su música... Como anoche, justo después de cantar el gallo.
 Primera página de la leyenda «Maese Pérez el organista», de Gustavo Adolfo Bécquer, publicado, con las obras completas de éste, por Librería de Fernando Fe, Madrid, en 1885.
La imagen está libre de derechos.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 65. Brillar en la oscuridad. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 65

Brillar en la ocuridad
Por Manuel Pérez-Petit

Antes de ayer fue el solsticio de invierno en el hemisferio norte y pasado mañana es Navidad en todo el planeta. Entre éste último día y hoy, 23 de diciembre, media la Nochebuena, roja y brillante en la oscuridad como carbunclo, símbolo de luz, que tanta falta hace hoy.
            A comienzos del milenio pasado se puso muy en boga peregrinar a Compostela –’campo de estrellas’; otra vez la luz– desde los más remotos lugares del centro y el norte de Europa. En aquellas tierras el pan es de centeno desde siempre, y este cereal sufría por aquellos tiempos de una plaga causada por un gorgojo que lo parasitaba.  Ese pan de centeno, al ser comido, provocaba un oscurecimiento de la piel que derivaba en una especie de gangrena, la cual, como es lógico, generó la alarma entre la población. Por esa razón se intensificaron las peregrinaciones al sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, en busca de un milagro curativo.
            Fue por entonces que se trazaron los diversos caminos compostelanos europeos, desde la remota Rusia o los países escandinavos, las cercanías del mar Negro o desde Las orillas del Danubio o del Elba o del Rhin, y, desde luego, desde la península itálica, Francia o las islas británicas, para entrar al camino principal por Jaca o por el mítico Roncesvalles, lugar en que habían tenido lugar tres siglos antes los acontecimientos legendarios de la retaguardia del ejército de Carlomagno del que nació el “Cantar de Roldán”, el cantar de gesta más antiguo en lengua romance, escrito en francés antiguo por esas mismas fechas. 
            De este modo, todo el mundo se dirigía a Galicia a venerar la tumba del apóstol de Jesús, pero fueron especialmente relevantes las peregrinaciones del centro y norte de Europa, que veían en ese viaje la posibilidad de curarse del mal que les aquejaba cuyo origen por entonces desconocían. Y, en efecto, conforme viajaban hacia el sur y comenzaba a comer pan de trigo, los efectos de la plaga se iban mitigando, hasta desaparecer ya en la península ibérica..., de tal modo que al postrarse ante la tumba estaban curados por completo. La plaga del centeno desapareció en no mucho tiempo, y todo el mundo creyó de buena fe que fue por la intercesión del santo, agrandando de manera universal la devoción por recorrer ese camino, que hoy está vigente. Al fin y al cabo, es un camino hacia la luz.
            Desde el siglo XII, los años en que el 25 de julio, festividad católica de Santiago Apóstol, cae en domingo se celebra un Año Santo Jacobeo. Cada siglo tiene lugar esto catorce veces. Por causa de la p. pandemia, en 2021 y 2022 se está celebrando dos años seguidos, por lo que estamos a mitad de una celebración doble. 
            Podemos tener fe o no tenerla, pero no podemos desdeñar celebración alguna de la luz, dada la oscuridad de los tiempos que corren. Antes de ayer, decía, fue el solsticio de invierno en el hemisferio norte, que se celebra de muy diversas formas y en muy diversos lugares como fecha de purificación y ofrenda, de resurgimiento y de luz. Y pasado mañana, se celebra la Navidad, de la que huelga contar cualquier cosa en cualquier lugar del mundo.
            Y, por eso, hoy, 23 de diciembre, a mitad de camino entre el solsticio de invierno del hemisferio norte y la Navidad, podríamos proponernos ser luz, y brillar en la oscuridad como carbunclo, palabra con la que en tiempos antiguos designaban al rubí, esa piedra preciosa que por su color y forma se asemeja a nuestro corazón.
 __________
Nota del autor
Con mis mejores deseos de paz y luz para todos en estas fechas. ¡Feliz Navidad!
 
   
 Sobre una foto de la artista mexicana Norma Ascencio, el autor del presente artículo hizo esto, con el lema «Es posible hacer posible lo que parece imposible» en 2013
Fuente de la fotografía: Retrato de M. P.-P. junto al Via Lattea, en el corazón de la colonia Roma de la Ciudad de México. 2013. © de la foto: Norma Ascencio.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 64. Aproximaciones a las dos torres de la palabra en Occidente. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 64

Aproximaciones a las dos torres de la palabra en Occidente
Por Manuel Pérez-Petit

Literatura y periodismo eran la misma cosa, pero éste se desgajó por diversos motivos del tronco del arte: lo efímero, la actualidad, la trascendencia práctica. Ambos son sistemas opuestos de aproximación a lo real. El lenguaje del periodismo es denotativo, más directo y simple que el de la literatura. Ésta es inútil en el sentido de la vida práctica, pero aquel no.
            Lingüistas y teóricos literarios llevan decenios dándole vueltas a lo mismo. Para el búlgaro francés Tzvetan Todorov (1939-2017), lo que distingue al relato literario del que no lo es es la ‘literariedad’, esto es, la propiedad por la que un discurso verbal entra a formar parte de la literatura o no, elemento a través del cual se distingue, pues, el relato literario del que no lo es, como también afirmó el ruso Roman Jakobson (1896-1982) en su “Lingüística y poética” (Madrid, Cátedra, 1988, pp. 14 y 16). La noticia, elemento esencial del periodismo y su lenguaje, no es una ficción: es el relato de un punto de vista. En ella no puede entrar en juego la imaginación, pues la noticia periodística es inviolable por su naturaleza, pese a lo cual se ve amenazada por múltiples peligros, el más notable de los cuales es el ruido, cuya principal característica es que anula la información. Sin embargo, ¿podría ser, como escribió el semiólogo ruso Yuri Lotman (1922-1993), que el ruido, según qué tipo de cultura se observe, se pueda transformar en información artística? El reflejo en el espejo que es la información periodística no es insondable, al contrario que los múltiples espejos de múltiples resonancias que es la obra de arte.
            Es misión del periodismo expresar la realidad, y la realidad, aquello que es dado a la mirada cotidiana, se trata en sí misma de la intersección de los todos los puntos de vista que permite superar las limitaciones de cada uno de ellos, por lo que es inalcanzable. Por tanto, la objetividad no existe, puesto que nadie puede abarcar todos los puntos de vista posibles. Lo que existe es la honestidad con el propio punto de vista, elemento clave para entender, por otra parte, el mundo contemporáneo. 
            Todo arte de la escritura se establece entre dos torres desde que en Platón (circa 427-347 a. C.) se librara la batalla entre el logos de la poiesis y el logos del pensamiento filosófico, triunfando éste último sobre aquel, que quedó condenado al destierro en Occidente desde entonces, como nos cuenta en su “Filosofía y poesía” María Zambrano (1904-1991) (México, FCE, pp. 9 y ss.). Sin embargo, es posible una filosofía poética, como lo es un periodismo literario. Pero el lenguaje periodístico –o en apariencia periodístico, que es el predominante hoy– puede terminar matando la literatura. 
            La actitud y la repercusión de los modos generales de comunicarse hoy –en lo que influyen de manera determinante las redes sociales– están en condiciones de aportar de forma decisiva a la consecución práctica de uno de los peores augurios de Nietzsche: que en el futuro solo existieran una veintena de libros. ¿Podría evitarse esto, que desapareciera el lenguaje de la literatura por simple aplastamiento por parte del lenguaje “informativo”? Teniendo en cuenta que el periodista –o el supuesto nuevo “periodista” que se hace pasar por tal– no es en sentido estricto un escritor literario, dado que debiera expresar la realidad que ve en los justos términos de su punto de vista, que la sociedad Occidental tiende cada vez más a la sobreinformación, que incluso el habla de las personas está cada vez más influenciado por todo ello, que se tiende a escribir como se habla o como se piensa, que la capacidad de generar ficción va en retroceso general –causa del auge de los subgéneros–, que se estereotipan los modelos, las conductas y el lenguaje –desterrándose de forma progresiva con cada vez mayor generalidad el rigor, la autoexigencia y la disciplina–, el paisaje resultante es desalentador. 
            Hoy se olvida con mucha facilidad que la literatura es el ejercicio de la mentira capaz de hacerse más verdad que la verdad que de forma individual cada uno conoce. Que sin ella la vida se agota y corre hasta el peligro de desaparecer.
 
Fotografía: ©Omar Medina González, 10 de agosto de 2012.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 63. Todo por comenzar. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 63

Todo por comenzar
Por Manuel Pérez-Petit

“Adiós, adiós, Recuérdame” La frase con que el fantasma padre de Hamlet aparece y desaparece, casi simultáneamente, es el gatillo de la tragedia. Hamlet duda porque recuerda. Actúa porque recuerda. (…) Don Quijote, en cambio, surge de una oscura aldea en una oscura provincia española. Tan oscura, en verdad, que el aún más oscuro autor de la novela no quiere (o no puede) recordar el nombre del lugar. Allí mismo, con el olvido de Cervantes, empieza la novela moderna…

Carlos Fuentes, En esto creo, 2002.*
Al nivel de un lector simple, e incluso al de un lector interesado, ¿es más importante la información que leer por nosotros mismos sin filtros ni textos que hagan las veces de supuestas guías de lectura? La experiencia vital influye en todos y escribir es un ejercicio de resolución de problemas, de indispensable prueba y error, de pericia técnica y a la vez emoción –incluso cuando se trata de plasmar ideas–, que solo es posible enfrentar desde la experiencia y las experiencias, las cuales “viajan” tanto hacia adentro como hacia afuera de cada uno. Al final, escribimos sin excepción sobre nosotros mismos, acerca de nuestras propias vidas, a partir del recuerdo, condicionados por el olvido, desde la memoria, en el tiempo, aquello que es la duración de las cosas sometidas a mudanza... El conocimiento de nuestras existencias sería imprescindible en función del grado de exigencia de los lectores, que a este nivel son muy pocos, incluso incluyendo a eruditos, académicos y especialistas. En realidad, para la inmensa mayoría es un enorme ejercicio pedante –divertido si se quiere, insisto–, que de forma lamentable en demasiados casos sustituye a la lectura, pues sacia por sí misma, pese a que no nos dice nada acerca del interés que puede tener o no leer sus obras. Autores con una biografía apasionante serían generadores de obras apasionantes según este planteamiento tan extendido, pero por lo mismo, por ejemplo, no merecería la pena leer los poemas de Emily Dickinson, porque su vida fue aburrida hasta decir basta, y esto es una aberración todavía mayor que aquella.

            *            *            *

            Dejo a un lado en este instante el río de las aberraciones y, a modo de punto de giro, me centro en dos casos muy concretos. Cientos de miles de páginas se han escrito acerca de Shakespeare y de Cervantes, y el consenso universal los sitúa en la cumbre de las cumbres. Pese a ello, hay enormes lagunas acerca de sus vidas, que siendo muy diferentes tuvieron en común estar envueltas en el misterio, aunque esas dudas nos dan igual cuando leemos “El mercader de Venecia” o “El Quijote”.
            Hay quien dice que es posible que llegaran a conocerse, en la primavera de 1605, en Valladolid, donde estaba la corte, en que el autor de “La tempestad” pudo haber sido integrante de la delegación que Jacobo I de Inglaterra envió a España para sellar la paz con Felipe III, pero esto es algo que nadie ha podido demostrar. El ‘Bardo de Avon’ vio publicadas varias de sus obras entre 1590 y 1620, pero su obra completa no fue compilada en un volumen hasta 1623, ocho años después de su muerte: 11 tragedias, 15 comedias y 10 obras históricas, en una edición que llevaron a cabo dos actores de su compañía. El “Príncipe de los ingenios” publicó entre 1585 y 1616, saliendo su último libro un año después de que muriera. En 1605 vivía, en efecto, en Valladolid, el año en que salió la primera parte del Quijote. No es descabellado, pues, imaginar un posible encuentro. El de Stratford-upon-Avon escribió “Cardenio”, inspirada en una de las historias de El ingenioso hidalgo, cuyo manuscrito original se perdió en el incendio del teatro El Globo, en 1611. Sabemos, pues, que el inglés leyó o conoció la obra cumbre del de Alcalá de Henares. No disponemos de sus manuscritos, como tampoco se conserva el del Quijote. También desconocemos sus rostros verdaderos, al no habernos llegado ningún retrato autentificado de ninguno. ¿Los necesitamos de verdad? 
            Shakespeare murió rico y Cervantes, pobre. Aquel vivió de la representación de sus obras y éste de lo que pudo. Comparten el abandono aparente de sí mismos en sus obras, escritas hace más de cuatrocientos años pero cuya virtud reside en su tremenda actualidad, como puede verse, en el caso del inglés, en el monólogo de Hamlet, príncipe consciente de Dinamarca –en mi opinión no tan pleno como el primero de Segismundo, príncipe ensoñado de Polonia, en La vida es sueño, de Calderón de la Barca-, o en la figura de Yago, el manipulador paradigmático, en Otelo, o como, en el caso del español, sin ir más lejos, en el capítulo XIV de la primera parte de Don Quijote, el que relata la historia de Marcela y Grisóstomo, que incluye el monólogo de aquella reivindicando su libertad y su identidad como mujer... Y podría parecer que estas obras hubieran sido escritas la semana pasada, de tanta actualidad como desprenden. 
            Confieso no conocer a fondo a ninguno de los dos. Los traté siempre más o menos tanto como a Montaigne, Galdós o Marlowe, aunque menos que a Séneca, Rilke o Manrique, pero con sus obras siempre tuve relación. Sin embargo, esto no le importa a nadie, y escribirlo aquí es otra vez pedantería. ¿Para qué requiero yo, aun siendo un lector más interesado que simple, volviendo por los mismos fueros, saber tanto de ellos? Después de conocer tanto de tantos, Shakespeare, el que recuerda, y Cervantes, el que olvida, se me hacen misteriosos, pues los conozco menos, y eso me encanta, porque, sin embargo, no me lo son. A lo mejor todo tiene que ver con que el recuerdo y el olvido son relativos. O con que con todo lo vivido siempre está todo por comenzar. 
 __________
*Leído el 26 de octubre de 2001 en el diario El País: (https://elpais.com/diario/2001/10/27/babelia/1004140216_850215.html)
 
   
 Portada de la parte primera de la edición de Lisboa en español de 1775 desaparecida y descubierta por el profesor Aurelio Vargas Díaz-Toledo, de próxima publicación por Ediciones de la Agencia Literaria Kolaval.
Vida y hechos del Ingenioso Cavallero Don Quixote de la Mancha, compuesta por Miguel de Cervantes Saavedra. (Lisboa, à custa de los hermanos du Beux, Lagier y Socios, Mercaderos de Libros, 1775). 
Serán 5 tomos ya registrados (dos facsimilares, uno de estudio crítico y dos de transcripción), a publicar en 2022. Edición, estudio crítico y transcripción de Aurelio Vargas Díaz-Toledo. ISBN (obra completa): 978-84-123907-4-2. ISBN (facsímil, parte primera): 978-84-123907-5-9. ISBN (facsímil, parte segunda): 978-84-123907-6-6. ISBN (estudio crítico): 978-84-123907-7-3. ISBN (transcripción parte primera): 978-84-123907-8-0. ISBN (transcripción parte segunda): 978-84-123907-9-7.
Esta edición en español de 1775 fue llevada a cabo en Lisboa, Portugal, por impresores franceses de gran relevancia en el mercado editorial portugués, los hermanos Du Beux, Jean Joseph y Claude, y Valentín Lagier y compañía.
Contiene elementos lingüísticos y narrativos que la diferencian de la edición canónica actual de la obra.
Recoge en sus páginas ilustraciones de ediciones anteriores y nuevas ilustraciones.
La edición ha permanecido en el olvido durante siglos y no aparece documentada en ninguno de los proyectos más importantes en lo que al estudio de esta magna obra, considerada cumbre de la literatura universal, se refiere, como, por ejemplo, el Banco del Imágenes del Quijote, dirigido por el profesor José Manuel Lucía Megías, o el Proyecto Cervantes, auspiciado por la Texas A&M University, Estados Unidos, y la Universidad de Castilla-La Mancha, España. 
Solo se conservan dos ejemplares en el mundo de esta edición en dos volúmenes. Uno en la Hispanic Society of America, de Nueva York, Estados Unidos, y otro en la biblioteca particular de Carmen y Justo Fernández, bibliófilos de Madrid, España.
El proyecto cuenta con un patrocinador, la Universidad Complutense de Madrid, España, y está en la búsqueda de al menos un socio americano.
Ediciones de la Agencia Literaria Kolaval cuenta con tres colecciones, entre las que está Kolavalik, ediciones especiales de Kolaval, destinada a publicar proyectos magnos como el presente. Se puede pedir información en el correo electrónico: kolavalporhispanoamerica@gmail.com 
Dedicaré pronto un artículo al Quijote de Lisboa, un gran descubrimiento de nuestro tiempo.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 62. De cosas sujetas a mudanza. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 62

De cosas sujetas a mudanza
Por Manuel Pérez-Petit

En torno a la memoria y los recuerdos es razonable llegar a la conclusión de que todo es conflicto, convergencia o divergencia pero nunca convención, aunque siempre quedará la posibilidad de establecer un pacto con la realidad, que es aquello que va a su aire mientras cada cual hace lo que puede. Al final, lo que queda es el propio punto de vista. La memoria es identitaria y a ella se le puede aplicar aquello de quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Poco tiene que ver con los recuerdos, los cuales son muy reducidos en relación a la vida real vivida, y en gran medida subjetivos. De hecho, los que los demás tienen de uno no coincide muchas veces con lo que uno tiene, de tal manera que la historia personal se va conformando con base en recuerdos encontrados en una suerte de transversalidad en que se puede resumir lo que hay, que siendo grandioso no es gran cosa, aunque ilumina y genera un cierto tipo de certeza. Por ello, un ejercicio de reconstrucción de la memoria no puede basarse en recuerdos, sino en algo más profundo, fluido y sólido: la conciencia. El olvido, por su parte, tiene mucho de bruma, fatalismo y dimisión, y está relacionado con la voluntad. La memoria no, pero los recuerdos y los olvidos tienen que ver con el paso del tiempo, eso tan fugaz, pleno e inevitable.
            La primera acepción de la voz ‘tiempo’ en el Diccionario de la Lengua Española es “Duración de las cosas sujetas a mudanza”... “Sujetas a mudanza”..., qué interesante, porque se trata de la vida, y ésta, por mucho que se quiera, no puede meterse en un frasco, pese a que el “frasco” del tiempo la limite.
            Vuelvo por los mismos fueros de mi último ‘Líneas de desnudo’, “Reivindicación del lector hedonista”, dada la cierta correspondencia que ha suscitado en relación a si es necesario o no saber del autor para leer su obra. Son bien conocidos los periplos vitales de Dante (circa 1265-1321), Goethe (1749-1832), Zorrilla (1817-1893), Milton (1608-1674) o Rilke (1875-1926), por ejemplo. Tenemos tantas certezas acerca de sus avatares existenciales como de las de muchos otros que otros tantos se han encargado de recopilar, documentar, confrontar y difundir con la eficacia suficiente como para que lleguen a nuestros días, incluso a veces con la vitola de “imprescindibles”. Conocemos de manera razonable las de otros, como Marlowe (1564-1593), Montaigne (1533-1592), Séneca (4 a.C.-65 d.C.), o Jorge Manrique (circa 1440-1479), por acción de esos mismos eruditos divulgadores, e incluso la de Aristóteles, con el tiempo que ha pasado... Se han escrito cientos de miles de páginas sobre cualquiera de ellos. 
            Pero yo insisto: me trae sin cuidado si tal o cual menganito o zutanito, gran figura de la literatura universal, comió en la taberna de no sé quién o tuvo un amorío con fulanita, que era sobrina de un arquitecto real o hija del músico de la corte que se acostaba con la reina, si luchó como soldado raso o almirante en una u otra batalla, si se casó con una rica heredera o perdió su fortuna en el juego... Me resisto a la categorización de la anécdota que, de algún modo, es también la consagración de la pedantería, aunque resulte divertida.
 
            *            *            *

            Zorrilla era por 1844 un muerto de hambre por las calles de Madrid que iba de teatro en teatro suplicando la limosna del encargo de una obra cuando un empresario le encargó una que debía estar escrita en poco más de veinte días. Escribió “Don Juan Tenorio” en veintidós. 
            La vida de Dante fue un extraordinario compendio de intrigas en que casi siempre fue víctima o estuvo en el bando derrotado... ¿Cómo no iba a describir la ascensión al Cielo que sería para él como una liberación?
            Rilke murió al pincharse con la espina de una rosa. La herida se le infectó y le produjo una septicemia. El epitafio que escogió para sí mismo, “Rosa, oh contradicción pura, deleite/ de ser sueño de nadie bajo tantos/ párpados, parecería proverbial en su caso.
            Milton quedó ciego por un glaucoma y concluyó “El paraíso perdido” memorizando los versos por la noche y dictándolos por la mañana a sus asistentes, no en vano había estudiado en Cambridge, máximo exponente en su momento de la memorización como método de estudio. ¿Han leído la obra?
            “Fausto” tuvo una concepción compleja y una realización larga y dubitativa, y Goethe tardó sesenta años en escribirla. La primera parte de la obra fue escrita en 1773 y publicada en 1808. La segunda no apareció hasta 1832, después de su muerte. ¿Cómo no va a resultar una obra contradictoria si le llevó toda la vida?
 
            *            *            *

            Solo tirando de memoria, podría seguir así por páginas y páginas, pero, ¿de qué nos sirve como simples lectores? En realidad son cosas sujetas a mudanza, y, por tanto, sometidas al tiempo, pero no deja de ser cierto que son divertidas. Por ello, dedicaré algunos artículos a pasar el rato en las fechas festivas venideras, y para dar gusto a mis lectores más curiosos.
            En tanto, lean un poquito de vez en cuando, que leer no tiene contraindicaciones, al menos en la mayor parte de los casos. Al fin y al cabo, todo está sometido al tiempo y, por tanto, tiene cura.
Ciudad de México, 15 de octubre de 2010. 7ma jornada del 5to Recital Chilango Andaluz, organizado por la Plataforma de Artistas Chilango Andaluz (PLACA). M. P.-P. recitando.
Fotografía: © Alejandra Proaño.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

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Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 61. Reivindicación del lector hedonista. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 61

Reivindicación del lector hedonista
Por Manuel Pérez-Petit

No lean nada de lo que se ha escrito sobre Fulano de Tal. Shakespeare no leyó una línea escrita sobre él y escribió la obra de Shakespeare. Ustedes no se preocupen de lo que se ha escrito sobre Shakespeare. Lean ustedes a Shakespeare. Si Shakespeare les interesa, muy bien; si Shakespeare les resulta tedioso, déjenlo. Shakespeare no ha escrito aún para ustedes, pero algún día Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare. Pero mientras tanto, no hay que apresurar las cosas”. Es decir, yo aconsejaría ante todo la lectura y la lectura hedónica, la lectura del placer, no la triste lectura universitaria hecha de referencias, de citas, de fichas.

(Extracto de una entrevista incluida en la película Borges para Millones, de Ricardo Wullicher. 1977)
Acerca de leer –entiendo yo– se trata de ver qué dice qué y cómo y qué nos dice qué, no, por ejemplo, quién es quien lo dice ni por qué. Jorge Luis Borges, en una famosa reseña a la Introduction à la Poétique, de Paul Valéry, publicada en la revista El Hogar del 10 de junio de 1938, escribió: “Valéry –como Croce– piensa que todavía no tenemos una Historia de la Literatura y que los vastos y venerados volúmenes que usurpan ese nombre son una Historia de los Literatos más bien. Valéry escribe: ‘La Historia de la Literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras, sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar ni un solo escritor. Podemos estudiar la forma poética del Libro de Job o del Cantar de los Cantares, sin la menor intervención de la biografía de sus autores, que son enteramente desconocidos’.” 
            En los estertores de 2021 –en realidad, del año 2 de la nueva Era Distópica–, la cuestión es aún más vigente: ¿De verdad interesa que a un tal Miguel, aburrido en la Cárcel Real de Sevilla, en donde penaba por estar acusado de robar los impuestos que recaudaba por Andalucía, le diera un día por escribir o idear lo que fue el pistoletazo de salida de la más grande obra escrita en español de todos los tiempos? ¿Importa de verdad si fue manco o su mano izquierda quedó tullida a causa de un trozo de plomo que le seccionó un nervio en la batalla de Lepanto? No seamos pedantes, por Dios. ¿Qué se necesita saber de él para leer su obra? Nada en absoluto.
            El punto de partida de la obra de arte no es la teoría sino la vida vivida. Se puede saber qué es una metáfora pero ello no capacita a nadie para lograr una, y eso pese a que toda obra literaria, en tanto ficción o no ficción pero de naturaleza comunicable, es metáfora, esto es, designación de algo con el nombre de otra cosa por analogía. Y sabiendo que la metáfora apela al intelecto pero también a los sentidos, ningún lector –sea cual sea la obra o el tipo de su lectura– está exento de ser eso que Borges decía: un lector hedonista. Esa metáfora que es toda obra literaria puede estar al alcance de muchos o de pocos, y esto depende de múltiples factores. Si se comprende que el mismo problema es experimentado de manera diferente por distintas personas, y lo que supone un drama para unas no pasa de anécdota para otras, puede comprenderse que los niveles de exigencia y capacidad de los lectores varían según quién sea éste. Incluso se podría proponer la lectura como oficio. Un arduo oficio innecesario en apariencia y por lo cual fabuloso, solo dependiente de la voluntad, pero generador de satisfacciones poco comunes que, además, tiene la consecuencia –incluso por cada página leída– de agrandar la vida. Pese a todo, sin llegar a ello, ahora que la lectura está mal vista –a qué poner paños calientes–, lo que habría que hacer es leer, con dos narices, con hambre y sed, afán de mejorar las cosas. Y a este efecto, ¿qué nos importa nada que no sea la obra en sí, el texto en definitiva, sea cual sea su naturaleza y condición, quién la haya escrito y/o por qué, lo que opine nadie acerca de ello o incluso las sensaciones que nos provoca lo mal que anda el mundo, tan inhóspito, tan cruel, tan contraindicado para cumplir nuestras ilusiones, de lo que nos quejamos a diario?
            ¿Qué hacemos al respecto? No se puede seguir esperando a que llueva; hay que ponerse en marcha: iniciar uno mismo la tarea de transformar la sociedad, hacerla más habitable. A este efecto, pocas actividades hay como la lectura, y es mejor leer que no leer, por lo que es mejor leer cualquier cosa que ninguna. Ya se crecerá en el hábito y poco a poco cada cual tendrá mayores exigencias y, por consiguiente, mayor capacidad de crecer. Lo que toque llegará cuando toque, como todo. Permanecen ahí quienes quieren ponernos cerco, clasificarnos, humillarnos o pontificar desde posiciones de supuesta superioridad, pero los demás, los que somos mortales –léase normales–, sabremos enfrentarnos a ello, pues seremos más completos, íntegros, irreductibles y hermosos, y tendremos la ventaja de que no nos importa ni nos importará si aparecemos o no en ningún libro de historia. 
            Interpretar o preguntar por las causas primeras y/o últimas del poema o de la narración o por el autor y/o el tiempo que le tocó vivir es un alarde innecesario y carece de sentido, salvo en estudiosos de la materia, al menos en el simple hecho de leer, condición necesaria para ser y crecer. Máxime teniendo en cuenta tanto como hay hoy en juego. Por ello, si se trata de leer, sentir –y no tanto pensar, que también, pero en su justa medida– es lo básico. Lo demás es pedantería.
            (Continuaremos hablando de la lectura...)
 Cartel de Borges para millones, de Ricardo Wullicher. 1977.
Fuente de la imagen: https://cinenacional.com/pelicula/borges-para-millones

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.