Líneas de desnudo/ 68
Aspirar a la luz Por Manuel Pérez-Petit
Entre los siglos XV y XVI, Paracelso (1493-1541) interpretó que Dios creó el mundo incompleto y encomendó al hombre la tarea de completarlo, para lo cual era necesaria la Piedra filosofal, elemento clave e ignoto. La buscó durante gran parte de su vida, pero nunca la encontró, y por eso concluyó que tal cosa no existía. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), en el XIII, sistematizó el conocimiento y creado una síntesis de Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) y otros pensadores clásicos, islámicos, judíos y escolásticos, poniéndola al servicio de la fe. Un siglo más tarde, el franciscano inglés Guillermo de Ockham (circa 1285-1349) echó por tierra su obra negando los universales, la posibilidad de unir fe y razón, de demostrar la existencia de Dios y apostando frente al conocimiento abstracto por el conocimiento intuitivo: “aquel en virtud del cual sabemos que una cosa es, cuando es, y que no es, cuando no es”. Con base en su pensamiento, en el siglo XVI, Martín Lutero (1483-1546) inició y promovió la Reforma protestante. En tiempos mucho más recientes, Albert Einstein (1879-1955) revolucionó las estructuras del universo con la Teoría de la relatividad, cuya certeza se encuentra en la actualidad en debate. En todos los ámbitos, el mundo cambia, pero son las personas las que cambian el mundo, lo completan, lo reformulan, lo revisan, lo ponen “al día”. Estos hitos que cuento y muchos otros más no suelen ocurrir en exclusiva por vía de la razón sino también, en mayor o menor medida, por la de la pasión, y suelen ser fruto de cierto amor, en su más amplio sentido. Paracelso, movido por su soberbia, pensaba en concluir la labor creadora de Dios. Santo Tomás lo hizo todo por su fe, lo mismo que Ockham, aunque a éste le influyó más un cierto afán de evolucionar las cosas y, en efecto, influenció la Reforma que impulsó Lutero. Einstein abogó con fervor por las libertades individuales y el pacifismo. El poeta español Gabriel Celaya (1911-1991) dejó escrito en 1944: “Para salvar la poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que transformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro”. Los mortales, esto es, los artistas, todos nosotros, hagamos 'obras de arte' o no, los que tenemos la capacidad de transformarnos y transformar la sociedad, tendríamos sin excepción que aspirar a la luz, a ser la zarza ardiente que no se consuma y que se renueve, en este incendio pavoroso e inevitable que es vivir y que hoy está amenazado. Las personas deberíamos convertirnos, de este modo, en vidrieras –es más, en vitrales sin medida–, para dejar pasar la luz a través de nosotros mismos y multiplicarla y esparcirla sin límite, en esta realidad más real que la realidad que nos toca vivir y que nos tendría que estar contagiando a todos. Con más razón aún en este mundo oscuro. Al cabo, solo se trata de amar. Yo creo que con ello seremos capaces no solo de sobrevivir sino de salir triunfantes frente a los poderes del mundo que pretenden quitarnos la vida. Todos somos creadores, poetas en el sentido más amplio. Libérrimos y soberanos, capaces de levantarnos hasta de la más terrible adversidad, de unirnos en nuestra soledad y crear una soledad de soledades transformadora y fértil. Todos somos capaces de impedir que hagan con nosotros lo que quieran, aunque parezca lo contrario. Nos podrán quitar todo pero si no queremos no dejaremos nunca de ser lo que somos, por lo que hoy deberíamos creer más que nunca en nosotros mismos.

Fotografía: © M. P.-P., 2009.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.
Muy bonito y además bastante optimista. Ojalá y todo ser fuera capaz de levantarse de la más terrible adversidad. Supongo que se necesita fe y mucha fortaleza espiritual para ser capaces de dejar pasar la luz y más aún de multiplicarla.
Entiendo nuestra capacidad de transformar la sociedad como la voluntad de respetar la naturaleza, las leyes, la diversidad, la libertad de pensamiento, etc.
No sé. Sus escritos Manuel siempre invitan a la reflexión.
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Nunca hay que perder la fe, en serio se lo digo. Todos y cada uno somos más poderosos de lo que pensamos. Nuestra capacidad de transformar la sociedad depende de nuestra capacidad de transformarnos a nosotros mismos, de renovarnos, de creer, crecer y crear. Desconozco si mi visión puede ser calificada de optimista, y valoro y estimo, como usted bien sabe, sus siempre bien recibidas opiniones, pero creo con sinceridad que también es realista. Los que pretenden dirigir nuestras vidas desean que cunda en todos nosotros el escepticismo, y éste –el del escepticismo– es un camino rápido a la esclavitud y a la creación definitiva de una sociedad alienada y distópica. Por ello, abrirse a la luz es aún más importante que nunca. Y no es tan difícil.
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