Líneas de desnudo/ 70
Concatenaciones Por Manuel Pérez-Petit
Hay días como hoy en que a uno o le llueven las ideas o no se le ocurre nada o le pasan ambas cosas en simultáneo. Se sienta y se levanta, como a cámara lenta unas veces como rayo a punto de volar otras; en todo caso como autómata, una y otra vez. Se rasca la cabeza, se asoma por la ventana, y como uno ya no fuma se pone a jugar y a tropezarse con las canicas de sus ideas y sentimientos. A mí me pasa que los pensamientos viajan en esos casos como en tren de carbón, alborotados, hechos prisma, y no hay varita mágica que espante sus cabellos. No hay bloqueo por defecto sino por exceso, y ahí uno empieza a recordar, en su soledad, qué dijo quién... * * * Rainer María Rilke (1875-1926) definió el amor como un homenaje mutuo de dos soledades que se cercan y se dan calor, y confesó: “Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad”. El praguense despreciaba el paso del tiempo y exaltaba la virtud de la paciencia. Dejó una estela de incalculables dimensiones, hasta el punto de influir en gran parte del pensamiento contemporáneo. Martin Heidegger (1889-1976) partió de su obra, entre un par de fuentes más, para establecer su filosofía, que en nada es amorosa. Le preguntaron una vez al novelista argentino Osvaldo Soriano (1943-1997) que por qué escribía y contestó: “Para compartir la soledad”. Tiempo después, el poeta uruguayo Mario Benedetti (1920-2009) se hizo eco de esta respuesta y publicó el 1 de noviembre de 1987 en el diario español 'El País' “La soledad comunicante”, un artículo a cuyo final se inquiría: “¿Qué es, después de todo, la soledad sino un homenaje al prójimo?” El francés argelino Albert Camus (1913-1960) aseguró: “No puedo vivir sin mi arte” y partía de ideas filosóficas para elaborar su obra. Gloria Fuertes (1917-1998), poeta española extraordinaria y quizá por ello, aún poco reconocida, hizo constar también que no podía “vivir sin escribir”. El Nobel colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) comentó en cierta ocasión que para escribir sólo necesitaba sentir calor y tener el estómago lleno. Friedrich Nietszche (1844-1900) apuntó: “La sociedad necesita de poetas como el cielo de estrellas”, poco después de que Isidore Lucien Ducasse, más conocido como ‘Conde de Lautréamont’, francés aunque uruguayo, predijera que un día la poesía sería hecha por todos, claro que el sentido –que no el origen– de ambas afirmaciones es antagónico. Si bien el alemán apelaba a la necesidad de los poetas verdaderos, el francés nacido en Uruguay se reía de la realidad de una sociedad en que proliferaban escribidores de poemas. El diccionario ideológico de Casares define la literatura como el “Arte que tiene por objeto la expresión de las ideas y los sentimientos por medio de la palabra”. Ideas y sentimientos... El debate entre filosofía y literatura, sin menoscabo de que cada una pueda contener ideas y sentimientos, es tan antiguo como el conocimiento humano, jugoso debate al que siempre me he sumado y al que aportaba algún apunte el pasado 21 de diciembre en mi Aproximaciones a las dos torres de la palabra en Occidente. Se trata, como decía ahí, de una batalla que ya en Platón (circa 427-347 a. C.) se resolvió a favor del logos del pensamiento filosófico, aunque, con posterioridad, en el Renacimiento italiano y a partir del siglo XIX, con Goethe (1749-1832), Kierkegaard (1813-1855) o el propio Nietzsche, volvió a un primer plano. Ya en el siglo XX, Alfonso Reyes (1889-1959), poeta y ensayista mexicano sin el que no se entiende la literatura ni el pensamiento en español del siglo XX, distinguió en su “La experiencia literaria” entre filosofía y literatura, tras lo cual concluyó: “No nos importa la realidad del crepúsculo que contempla el poeta, sino el hecho de que se le ocurra proponerlo a nuestra atención, y la manera de aludirlo”. * * * Y en ello estoy... En que a nadie le importan mis asuntos ni mi soledad sino el hecho de que se me ocurran cosas y proponerlas a la atención de los demás... Mi manera de aludirlas es otra cosa. Hoy, concatenando jirones de lecturas. Mañana, quién sabe... Por cierto, me quedaron muy ricas las lentejas. Espero que a ustedes también.

Fotografía: ©Norma Ascencio.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.
Muy interesante y rico todo lo expuesto, gracias
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Gracias, muy amable
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Muy ilustrativo su articulo Manuel.
Las lentejas ciertamente se veían deliciosas. Yo no acostumbrado comerlas en año nuevo.
Espero que lo del cigarro le sea leve y no merme su capacidad literaria.
Los que le apreciamos y admiramos sabemos que saldrá avante en ese asunto.
Cuidese mucho. Saludos!
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Valoro sus comentarios siempre, estimada América. En efecto, las lentejas quedaron muy ricas.
Le agradezco de manera muy especial sus buenos deseos respecto a mi decisión de dejar de fumar.
Es usted ya una muy destacada lectora. Si hubiera insignias por acá por se motivo, recomendaría que se le otorgara una.
Feliz año nuevo
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