Trabajo en alturas. 23. Literatura para despertar niños. Roger Octavio Gómez

Literatura para despertar niños
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Son varias las lecturas que realicé a la novela Perseo TS, de Luis Rincón, o más bien, fueron varios los puntos de vista que tomé para leerla. Uno fue desde la perspectiva de quien conoce la historia (que no la obra) de viva voz del autor. Cuando Luis le estaba dando forma y nos contaba sobre su proyecto, yo me preguntaba cómo le haría él para lograr refrescar un mito tan recurrido, mezclarlo con sus vivencias y dirigirla, además, a un público muy exigente: el infantil y juvenil. Me sorprendió el resultado cuando la leí ya publicada. Me sorprendió más cuando la sometí a una prueba de fuego: Leérsela en voz alta a mis hijos. 
          Se las comencé a leer con la ingenua idea de que era para que se durmieran; resultó que los desvelaba porque querían que les leyera el siguiente capítulo. Les interesó tanto que llegué a usarla como medio de coerción –si no hacen la tarea, no les leo el siguiente capítulo, en fin, lo que hace todo papá desesperado por un par de hijos normalmente traviesos–. A la mañana siguiente, continuaban entusiasmados. Perseo saltó del libro al juego infantil. Maximus Gladiator, uno de los personajes, fue personificado por mi hijo en múltiples batallas imaginarias por toda la casa y Palas Atenea, la infalible diosa, lazó rayos desde la mano de mi hija que luchaba contra su molestoso hermano. Cuando finalizamos la novela me preguntaron en coro: “¿Cuándo va a salir la segunda temporada?”
	Durante la preparación de este ensayo, recordé una definición que hizo Stephen King (en Mientras Escribo, Plaza y Janes) sobre la literatura: Dice que escribir es un ejercicio de telepatía. Cuando se hace bien, hay una comunicación virtual entre los lectores y el autor sin que tenga que mediar más medio que la imaginación. Hay puntos en el que las mentes se comunican con nitidez. Esta novela es de esas, de las buenas y de las que generan puntos “telepáticos”. 
	Harold Bloom, un importante crítico, dice que leer sirve para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son nuestros intereses más auténticos. Este autor coincide con la opinión de Augusto Monterroso sobre que el acto de leer es un asunto personal y no social. Este último opina que escribir es “una chifladura que habría que disfrutar como tal para que los demás puedan recibir parte de ese goce” (en Viaje al centro de la fábula, 1989). Leer literatura es y debe ser: gozo. 
	Menciono esto porque Luis Rincón es un autor que ha evolucionado dentro de la literatura infantil y juvenil. Se ha alejado de los clichés y formalismos que habían aquejado a los textos dirigidos a niños y logró posicionar su literatura de tal manera que la enfocó a los verdaderos niños. A lectores inteligentes que exigen historias con peso, sustanciosas y complejas.      

También recordé mis años como estudiante de nivel superior. En especial una materia en la que me enseñaban álgebra booleana y su aplicación a la tecnología. Resulta que realizamos en papel, usando estas matemáticas y lo que se llamaba “compuertas” (and, or, nor, nand, xor, xnan) (¿hay algún ingeniero en electrónica entre el público?)… En fin, que una de las tareas fue hacer un organismo que no pudiera realizarse más que con álgebra. Podíamos crear lo que fuera, incluso un dispositivo para comunicación telepática. La limitante (que era lo que quería demostrar el profesor) era la tecnología del momento. Es decir, se nos pudo haber ocurrido crear una máquina de realidad virtual pero en papel (hablo de hace apenas 20 años). Resulta que Luis creó, sin álgebra booleana ni tecnología de punta una “tableta” de realidad virtual que, además, si se lee en conjunto puede llevar a una comunicación telepática. Por si fuera poco, metió dentro de ella a los dioses y mitos griegos; creando, además, un espacio transdimensional.  La literatura se acerca al futuro y crea futuro. La imaginación llega a la realidad mucho antes que la realidad misma. En algunos años tendremos dispositivos que generen espacios transdimensionales, así como llegamos a tener los submarinos de Verne o los helicópteros de Da Vinci. La literatura no tiene límites y por eso se anticipa al futuro. Las mentes infantiles no tienen límite y por eso no se les puede limitar la literatura que se dirige a ellos. Vean (mostrar el libro y hojearlo), es un libro con muchas letras, con pocos dibujitos. Léanlo y verán que dentro han una tableta llamada Perseo TS que crea realidades virtuales y que permite a padres e hijos comunicarse telepáticamente.
	Aunque la historia que nos presenta Luis tiene como base el precioso mito griego de Perseo y Medusa, coloca a un héroe que el lector puede palpar: a él mismo. Uno puede identificarse con el protagonista y, realmente, entrar en un mundo virtual para luchar contra criaturas terribles en un espacio que Luis define como “transdimensional”. Los trajes de los personajes, por otro lado, muestran la personalidad de cada uno de los personajes y, también, desnuda la personalidad de los lectores. Son avatares que se parecen mucho al avatar hindú: la encarnación de una deidad. Somos Perseo, la Gorgona, las Grayas, los héroes y los monstruos, y lo seguimos siendo cuando cerramos el libro. 
	La novela Perseo TS ostenta el "Premio Internacional Invenciones de Narrativa Infantil y Juvenil". En el título tan largo de tal galardón, me gustaría llamar la atención que se trata de una distinción sobre narrativa y centrar en que esta es un género literario. Sin pretender entrar en controversia con tantas definiciones existentes, la literatura se refiere a una expresión artística y está destinada a causar un placer estético. No es un libro de texto ni tiene la finalidad de aleccionar a jóvenes y niños, tampoco es un libro ingenuo; toca sentimientos, miedos, valor, expresión humana que trasciende. Esta novela, como ya se ha dicho y como su título indica, rescata los mitos griegos; pero hace algo más: los pone a nuestro alcance y nos da la oportunidad de entrar en un espacio donde podemos ser los héroes y tener la oportunidad de luchar en situaciones que superan nuestro poder físico, pero estaremos vestidos con trajes especiales que no ayudarán a vencer lo que se nos ponga enfrente, incluso a nosotros mismos. 

A los que son padres de familia o que convivan con pequeños genios, les recomiendo hacer la lectura en voz alta, de tal manera que puedan hacer más fuerte el ejercicio telepático que significa leer literatura. Tengan en cuenta que este no es un libro para dormir niños; es, como toda literatura infantil debe ser: para despertarlos. Léanlo con cuidado, porque puede despertar también al niño que vive en cada uno de nosotros.

[El presente texto fue leído durante una presentación de la novela Perseo TS, de Luis Antonio Rincón García en 2016 en la librería del FCE José Emilio Pacheco de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México]
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Trabajo en alturas. 22. Golondrinas en los caparazones de las tortugas. Roger Octavio Gómez

Golondrinas en los caparazones de las tortugas
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

No sé cuándo concibió Cortázar el universo de los "Cronopios", "Famas" y "Esperanzas". Sé que en 1962 fue publicado Historias de cronopios y famas. Gracias a la publicación póstuma de Papeles Inesperados, puedo saber también que el propio Cortázar se asumió o intentó asumirse como Cronopio. En la introducción a Rayuela de mi libro editado por Cátedra mencionan Historia de cronopios... como divertidas (2018: 18) y en la introducción a Cuentos completos/1, Mario Vargas Llosa las menciona como “el más travieso de sus libros” (Cortázar: 2009: 16), además de asegurar que para Julio Cortázar escribir era El Juego.  
          En Bob Dylan el mundo también es un juego para los maestros de la guerra: Masters of war/ Build to destroy/ you play with my word/ like it`s your litle toy...  El juego y la travesura, aunque suelen ser divertidos, no son algo inocente o inofensivo. Grandes fuerzas se mueven y nuevos universos nacen para irremediablemente tocar el nuestro. Estoy de acuerdo, Cortázar juega con las palabras; se divierte, quizá; mas no considero que escriba con inocencia ni sólo para divertir.

1962 fue el año de la “crisis de los misiles” posicionados en Cuba, el año del encarcelamiento de Mandela y la muerte de Marilyn Monroe. Un año antes, 1961 prometía cambios de rumbo: Kennedy había asumido la presidencia de Estados Unidos y muerto Leónidas Trujillo en República Dominicana, Yuri Gagarin se inmortalizaba con el primer vuelo espacial, en Alemania se levantaba el muro de Berlín y en América fallaba la invasión estadounidense de Bahía de Cochinos. Los años 60 fueron la década en la que la música popular “pasó de estar sometida al férreo control de la industria a convertirse en vehículo para la total libertad de expresión” (Paytress, 2016: 43) Los hijos de los baby boomers buscaban el timón. La década de Rayuela, donde la música era jazz evocando libertad, o el ansia de esta.
           Los estudiantes de Francia en el 68 hacen una revuelta que tiene eco en varias partes del mundo, los de México, en Tlatelolco, son corderos enmudecidos por una matanza. Varias paredes tenían grafitis con la imagen del Che Guevara, muerto en 1967 en Bolivia. Los 60 parecen una época en la que “mano dura” se blande con orgullo, los capitanes no sueltan el timón a la juventud “desenfrenada” que sube la voz y busca medios para expresarla. Esperanzas contra Cronopios, quizá, o contra Famas.  
            En 1971 Pablo Neruda recibe el premio Nobel y como nos refiere el propio Cortázar en Papeles inesperados, el Club de Estocolmo le regaló un Cronopio de Felpa que Neruda festejó con un mensaje: “¡Cronopios de todos los países, uníos! Contra los tontos, los dogmáticos, los siniestros, los amarillos, los acurrucados, los implacables, los microbios. ¡Cronopios! ¡De frente, marchen!” (2009), era 1971, México reprimía de nuevo con violencia a sus estudiantes y 2 años después el golpe militar de Chile le hizo recordar a Julio aquella frase y Neruda moría en un hospital que dictaminarían como muerte por cáncer de próstata. En 1972, febrero, sucedía la masacre del Domingo Sangriento en Irlanda del Norte. La mano dura se prolongaba. Septiembre negro en las Olimpiadas de Múnich. 
            La frase-reacción de Neruda quizá pueda darnos una pista de cómo fue la recepción del libro de Cortázar en ciertos círculos. El año de su publicación, la época, arroja pistas del contexto en que salió a la luz y la posible lectura que tuvo, además de la de los lectores que sólo vieron en ella textos divertidos. 

¿Por qué Historias de cronopios y famas me lleva a buscar en los hechos periodísticos y populares para clasificarlos como si el mundo cambiara cada 10 años? Baby boomers, X generations, zombies y demás. 70`s, 80`s, 90`s, actualidad. Quizá porque somos clasistas y clasificacioncitas para explicarnos el mundo. Necesitamos crear testigos, reaprender y registrar las cosas nimias, las que nos parecen grandes y no lo son, las que nos parecen pequeñas y tampoco lo son: cómo se suben las escaleras, lo que un reloj significa, cómo hay qué comportarse en un velorio, cómo llorar, cómo tener miedo. 
              En mi primera juventud me tocó vivir una época donde la guerra que más llamó la atención fue la de la Coca Cola Company versus PepsiCo, donde la televisión era el instrumento para dirigir a la opinión pública, en un país donde se dictaba la vida pública e intelectual bajo el control de un partido político hegemónico. El mundo que aparecía ante mis ojos era una enorme cortina de humo que alternaba con electrones que se ordenaban en un cinescopio. La comunidad intelectual, como en el pasado porfiriano de México, se plegaba al hombre en el poder y lo aplaudía. Cronopios, Famas y Esperanzas eran anécdotas que pocos alcanzaron a comprender y que, sin embargo, partiendo de la aparente inocencia y basados en lo divertidos que parecían, estos relatos dejaron semillas que germinarían en la maduración de lectores posteriores. 

Historias de cronopios y famas es un libro de relatos que está dividido en cuatro partes: "Manual de instrucciones", "Ocupaciones raras", "Material plástico" e "Historias de cronopios y famas".
	La cuarta parte a su vez está dividida en dos secciones: I. Primera y aún incierta aparición de los cronopios, famas y esperanzas. Fase mitológica; II. Historias de cronopios y famas.
          En el cuento con que abre la “Fase mitológica”, "Costumbres de los famas", un Fama que baila Catala y Tregua frente a un almacén es agredido por Esperanzas. —Permítame iniciar con mayúsculas en los personajes de este universo cortazariano—. Cortázar nos narra en tercera persona la suerte de un Fama agredido por unos Esperanzas y quien termina, de alguna manera, confortado por unos Cronopios. El narrador nos explica que el Fama había sido lastimado por los Esperanzas ya que los provocó bailando tregua y catala, que en este universo es considerado irritante tanto por Cronopios como por Esperanzas. Un Esperanza pide al Fama que no baile tregua y catala, que en vez de eso baile algo llamado espera. El Fama no hace caso y sigue, provocador, con su danza. Una pandilla de Esperanzas reduce a golpes al Fama. Al parecer los Cronopios, aunque se han molestado también con la impertinencia del Fama, son más tolerantes y se compadecen del Fama herido. La manera de confortarlo es rodeándolo y diciéndole: “Cronopio cronopio cronopio”. Los Esperanzas, que además usan como asistentes unos peces de flauta, “como el Rey del mar” aclara el narrador, lo han dejado ahí, en una soledad pesada que se aligera con las palabras reconfortantes de los Cronopios.
           Bajo la borrosa lupa de una primera lectura el cuento tiene la apariencia sencilla, juguetona y traviesa que otros lectores han visto, en apenas 23 líneas se asoma en el mar de la literatura lo que parece ser un minúsculo témpano que boga con impulso propio. Un tempanito “inocente” y casual. Los marineros avezados deben reconocer que es peligroso minimizar los icebergs por pequeños que parezcan, pero suelen olvidar comentarlo a sus vigías. 
	"Costumbres de los famas" parece un cuento absurdo y, sin embargo, abre el portal de un universo paralelo, nuevo en cada lectura, donde los organismos se agrupan en clases cuyos comportamientos están definidos por sus prototipos. 
            Recordemos que para Julio Cortázar el cuento equivale a una fotografía que recorta un fragmento de la realidad, pero “de tal manera que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara.” (Aspectos del Cuento, Julio Cortázar, cit. en Nguyen Baraldi 2020). Si vemos este cuento como una fotografía quizá podríamos describirla como sigo:
           Un Fama yace ensangrentado, rodeado por Cronopios, “esos objetos verdes y húmedos”; al fondo, los agresores se retiran impunes. No es una imagen divertida, aunque esté protagonizada por seres de apariencia ingenua que se desplazan por un mundo duro, frio, intolerante. Es casi la fotografía que vi en las noticias matutinas y que me llegó de un usuario de redes sociales: un hombre sangriento rodeado por otros seres que con sus celulares le tomaban fotografías y videos que pronto subirían también a las redes sociales para denunciar la impunidad con que el crimen organizado ha actuado. Con la diferencia que nadie dice: "Cronopio cronopio cronopio".
           No es que Cortázar nos advirtiera futuros ni que percibiera que sus textos seguirían vigentes, él sólo fotografiaba una impresión de su momento y la revelaba, pero la visión espiritual de la imagen trascendía el foco de lo que el escritor era testigo. De esta manera el texto (si es bueno) sobrepasa la época y el momento, porque nos deja apuntes de una realidad que puede acoplarse a otras realidades, y épocas. Somos nuevos lectores los que hoy hacemos recepción de estos cuentos, en épocas nuevas, circunstancias distintas y, sin embargo, descubrimos que somos tan Cronopios, tan Famas, tan Esperanzas. Cortázar sólo había oprimido un obturador para congelar una imagen en la que cambiaban los paisajes, más no los protagonistas. 
            El lenguaje es sencillo y claro, lo cual, si se considera que existe una receta en la que para escribir historias complicadas hay que optar por la redacción sencilla, pensaríamos que optó por esta, pero siguiendo a Hemingway, los vigías nos deberían advertir que estamos ante un iceberg descomunal, mas como dije antes: nunca lo hacen y nuestras naves soberbias se hunden, pesadas y torpes, cada que releemos textos como Historias de cronopios y famas y no encontramos explicaciones hasta que el mar helado de nuestra realidad nos toca. 
Es la segunda década del siglo XXI y aún no sabemos bailar tregua, catala, espera, envejeceremos recordando la época en que ansiábamos cantar con libertad y repetiremos el mismo error de nuestros padres: someter con violencia a nuestros jóvenes o a los que piensan diferente, votaremos por los señores de la guerra y dejaremos en manos de los que vienen la tarea de remendar nuestros destrozos. 
            En pleno siglo XXI en México en un lugar llamado Ayotzinapa desaparecieron 40 estudiantes que organizaron una manifestación, sin que a la fecha aparezcan sus restos. Nos sentimos orgullosos de haber presenciado la caída del muro aquel que estaba en Berlín, mas indirectamente apoyamos nuevos muros, como el del Brexit, el de Trump, el de Centroamérica, de mares negros y mediterráneos, el renacer de los neo-ismos. Aún las mujeres buscan un trato igualitario y los niños un mundo seguro donde no los roben o sean presas de las más terribles monstruosidades. 
              Si tan sólo fuéramos capaces de pintar golondrinas en los caparazones de las tortugas, admiradoras de la velocidad, en vez de ignorarlas o burlarnos de ellas, entenderíamos el ritmo de "catala, tregua y espera", al escribir “Cronopio cronopio cronopio” en cada texto seríamos entendidos, saludaríamos con un sincero buenas salenas lector lector y congelaríamos imágenes que trascenderían el foco de nuestras miradas.

Bibliografía:


Beristaín, Helena. (2006). Diccionario de retórica y poética. México: Editorial Porrua, SA de CV.

Cortázar, Julio (2002). Cuentos completos/1. España: Alfaguara.

Cortázar, Julio (2009). Papeles inesperados. España: Alfaguara.

Cortázar, Julio (2018). Rayuela. España: Cátedra Andrés Amorós, ed. 

Cortés Mandujano, Héctor. (2009). Apuntes genéricos sobre cuento. México: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

Lynskey, Dorian (). 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción de protesta. Miguel Izquierdo, trad. España/México/Argentina: Malpaso. 

Nguyen Baraldi, Kim, Calle del Orco. Blog de literatura. Disponible en:
 http://calledelorco.com consultado el 1 de abril de 2020.

Paytress, Mark (2016). La historia del rock. La historia definitiva del rock, el punk, el metal y otros estilos. E.U.A.: Parragon

Prado, Gloria. (1992). Creación, recepción y efecto. México: Diana. pp. 7-27.



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Trabajo en alturas. 21. La flama y la cicuta V. Roger Octavio Gómez

La flama y la cicuta V

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[La flama y la cicuta fue leído por el autor como una comunicación preparada para el “IV Congreso Internacional Autores en busca de Autor”, organizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Proyecto Dios en la Literatura Contemporánea (PDLC), 2020.  En esta serie de entregas se presentó el texto completo.]

La flama y la cicuta V

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La finalidad del arte, dice Andrei Tarkovski, “consiste más bien en preparar al hombre para la muerte...” (66), es en vida cuando le buscamos sentido. Cuando acudimos a ella, a la obra de arte, en busca de que nos revele algún misterio o nos conmueva, nos lo revela y nos conmueve, no llegamos a comprenderlos en su totalidad y no siempre nos conmueve en magnitudes similares, incluso a veces ni siquiera percibimos la revelación. Cuando tenemos la suerte de percibir algo, pareciera que hay un mensaje que en cada acercamiento nuevo cambia: ¿Será que nosotros somos los que llegamos con diferentes sentidos, modificados, renovados en cada acercamiento a la obra de arte? Eso me sucede cada que me aproximo a Efraín Bartolomé, poeta chiapaneco nacido en Ocosingo, Chiapas, un pueblo fundado en una de las entradas a la Selva Lacandona. En su poema “Casa de los monos”, perteneciente al volumen Ojo de Jaguar, el poeta cierra con un fragmento que evoca lo que, a mí, en mi último acercamiento, me parece la métrica de la vida de un hombre: el instante.

           ...Que se caiga este amor de la ceiba más alta
           Que vuele y llore y se arrepienta
           Que se ahogue este asombro hasta volverse tierra
           Aroma de los jobos
           Perro de agua
           Hojarasca

Cual si fuera una hoja que se desprende, boga el conjuro del poeta hasta el suelo lleno de vida, de aromas y sonidos. Como si la caída midiera el transcurso de la existencia terrenal de un hombre. Cuántas veces se desprende un hombre del árbol para vivir ese viaje hacia el suelo que es nutriente de las hojas que están por nacer o por caer. En el conjunto de poemas que conforman el libro Ojo de jaguar la voz del poeta nos posiciona en la exuberancia de una naturaleza que simplemente existe. No hay menciones directas a lo divino o a deidad alguna, sino que es la voz que se nos presenta como una revelación mística. Presenciamos a la poesía como un vehículo que nos hace percibir la materialización del misterio que invoca.
          ¿La divinidad en lo terrenal? ¿Dios habitando la naturaleza? Quizá es sólo una propuesta de nuevos templos, diferentes a los arquitectónicos, a los de piedra, metal, lógica, dinero y academia que amenazan con dejar sin hogar a esta divinidad que es también Diosa, luz de luna, inspiradora de coyotes, conejos, elegidos y de la gente sencilla que ve la redención a diario en el brote de una semilla o en una hoja que se desprende.

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En una misma región geográfica, Chiapas, encontramos pues que la deidad es muy terrenal en los mitos orales, que estos alimentan a una literatura que la posiciona en su realidad y que, sin embargo, tales manifestaciones generan una concepción diferente de la divinidad eurocentrista y, antes bien, las visiones introducidas de occidentes son redefinidas para generar una cosmovisión enriquecida. Tal mitología oral puede ser recopilada y generar otras formas de expresión que pueden ser luego interpretadas o perderse en la vorágine del olvido. La actitud de los viajeros Domingo de la Torre y Anselmo Pérez (en Los viajeros al otro mundo, ver la entrega I de esta serie) me parece que es muy adecuada para explorar los mundos, con una mirada de extrañeza, desde afuera, incluso de este lado de nuestras fronteras culturales, como dice Tarkoksky que se sitúa Da Vinci en sus cuadros: “...desde afuera, desde una esquina, con una mirada absolutamente tranquila, esa mirada que también caracteriza a Johann Sebastian Bach y León Tolstoi.” (131)
          Ítalo Calvino (2020), en su ensayo Por qué leer a los clásicos cierra citando a Cioran con un pasaje sobre Sócrates aprendiendo un aria para flauta justo antes de beber la cicuta: ¿para qué aprender a tocar un aria para flauta si pronto se cumpliría su condena de muerte? “Para saberla antes de morir” (20), responde el filósofo. 
          Pero, a propósito de Calvino, ¿quiénes son los clásicos?, ¿hay un sólo canon a leer?, ¿una sola fuente a consultar? Sí, una sola fuente: la flama de las manifestaciones humanas.
         La literatura es una luz, parte de la flama que emana de nuestra civilización, pero nuestra civilización no es sólo occidental, es terrestre. El universo es nuestra cicuta, sus leyes tienen ya sobre nosotros un destino escrito, una pena que se cumplirá cuando tenga que cumplirse, como aquella hoja que se separó del árbol, o el Ello que vive en un Él total y que vaciará de vida un cuerpo que luego retornará o que se alejará como el Santiago tseltal que se fue en una nube y dejó vacío el caparazón que lo representaba. Mas hay que intentar aprender a tocar «el aria para flauta» que está ahí sólo para saberla, leer también esas pequeñas notas que suenan y se conciben porque quizá esas pequeñas manifestaciones contengan realmente lo divino, Dios en la literatura contemporánea –que es contemporánea también en las antípodas–, nuestra divinidad.

 
Lista de obras citadas:

Bartolomé, Efraín. Ojo de jaguar. Audiolibro en la voz del autor. México: SChRTyC, 2012.

Calasso, Roberto. Las bodas de Cadmo y Harmonía. Barcelona: Anagrama, 1990.

Calvino, Ítalo. Por qué leer los clásicos. Editorial Ciruela. Consultado el 5 de febrero de 2020 en: https://usal.uvirtual.org/campus/mod/resource/view.php?id=44973

Cortés Mandujano, Héctor. Casa de citas. Volumen I. México: Editorial Tifón, 2018.

Cortés Mandujano, Héctor. La divinidad del monstruo. México: Editorial Tifón, 2020.

De La Torre, Domingo, Anselmo Pérez y Robert M. Laughlin. Jxanviletik ta namal balamil. Los viajeros al otro mundo. México: Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, Biblioteca popular de Chiapas, 2006.

Gómez Espinosa, Roger Octavio. La lluvia en las hojas del platanar. España: Kolaval, 2020.

Graves, Robert. La Diosa Blanca, 1. Trad. Luis Echávarri. Editor digital Rusli/ ePub r1.0, 1948

INEGI. México: Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, consultado el 10 de agosto de 2020, disponible en: 
https://www.inegi.org.mx/inegi/quienes_somos.html

Méndez, Marceal. Slajibal ajawetik. Los últimos dioses. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2010. 
	
Pozas, Ricardo. Juan Pérez Jolote. México: FCE Colección Popular, 1952.

Rubial García, Antonio. Conferencia “Los mitos de la conquista”. México: CEHM Fundación Carlos Slim, 2019. Consultada el 10 de agosto de 2020. Disponible en:
Salgado, Dante. Efraín Bartolomé: invocación del Misterio. México: Editorial Praxi / UABCS, 2016. Tarkovski, Andrei. Esculpir el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine. Madrid: Ediciones RIALP, S.A., 1991 Viqueira, Juan Pedro. Encrucijadas chiapanecas. Economía, religión e identidades. México: El Colegio de México, 2002.
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Trabajo en alturas. 20. La flama y la cicuta IV. Roger Octavio Gómez

La flama y la cicuta IV

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Sobre el artículo:
Un resumen del texto La flama y la cicuta fue leído por el autor como una comunicación preparada para el “IV Congreso Internacional Autores en busca de Autor”, organizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Proyecto Dios en la Literatura Contemporánea (PDLC), 2020.  En esta serie de entregas estaré presentantando el texto completo.]

La flama y la cicuta IV

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En la obra de teatro La divinidad del monstruo, Héctor Cortés Mandujano (2020), la cuestión de la deidad se manifiesta de una manera muy diferente. Dos personajes, Él y Ello, donde ya el nombre de los personajes nos previene sobre la incursión en la psicología, abren con un parlamento de Clemente de Alejandría citado por Robert Graves en Rey Jesús, luego siguen debatiendo sobre lo que parece ser la tesis de Robert Graves en La diosa blanca, donde el sabio inglés defiende la feminidad de la deidad y la contrapone a la versión apolínea (por Apolo) de las manifestaciones occidentales. La obra continúa con un ejercicio de mayéutica que dirige Ello, ésta genera un razonamiento que tiende a un solipsismo que propone que la realidad es meramente una fantasía que se reduce al instante de tiempo fugaz que es la vida de un hombre, de una humanidad. Una mezcla de literatura, filosofía, religión y teatro posdramático que nos lleva a percibir una dualidad en el existir: luz y sombras, vida y muerte, bien y mal. ¿No era acaso esta visión la misma que defendían los mitos orales sobre los dioses prehispánicos? Quizá, pero en esta obra provienen de otras fuentes y nos lleva a percibir que la divinidad está en el interior del monstruo, es decir, del hombre, quien es el crisol que contiene el bien y el mal, el ángel y el demonio, la vida y su muerte. Lo divino, Dios, no es en esta obra un ser lejano y exterior sino íntimo, puesto que mora en el hombre, pero notar su esencia requiere muchos renaceres hasta alcanzar una sabiduría capaz de percibirla.

(Continúa en la siguiente entrega...)

Ilustración: Cartel 2020 de una presentación de la obra La divinidad del monstruo

Trabajo en alturas. 19. La flama y la cicuta III. Roger Octavio Gómez

La flama y la cicuta III

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Sobre el artículo:
Un resumen del texto La flama y la cicuta fue leído por el autor como una comunicación preparada para el “IV Congreso Internacional Autores en busca de Autor”, organizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Proyecto Dios en la Literatura Contemporánea (PDLC), 2020.  En esta serie de entregas estaré presentantando el texto completo.]

La flama y la cicuta III

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En mi novela La lluvia en las hojas del platanar (Gómez Espinosa), como autor mestizo nacido en el sur de México, hablo de una de aquellas burbujas culturales, un mundo resultante de una mezcla mitos que germinaron en una región de Chiapas. No es difícil plantear una situación donde cuatro tradiciones mitológicas convivan si quien lo plantea es alguien que nació con una legión de tradiciones implantadas en su imaginario. Lo difícil es que se entienda y me parece que la novela citada cumple también esta parte, la claridad de exposición. 
          El plátano, los platanares, tan arraigados al trópico mexicano que parecieran endémicos de aquellas tierras son en realidad, en la mitología griega, «el árbol de Helena» y una planta introducida. Roberto Calasso, en Las bodas de Cadmo y Harmonía, nos recuerda esa liga de los platanares con el mito de Helena (119-122). Desde el mismo título hubo una intención de realizar una amalgama de imágenes transculturales. En esta novela (La lluvia...) el héroe se enfrenta a su condición de hombre pobre, que necesita tener calzado para demostrar que es digno de una mujer cuya blancura la sitúa en un estrato superior. Los santos, con atribuciones de dioses, con nombres muy cristianos, pero con actitudes muy griegas, son capaces de intervenir en la vida de los hombres y ayudar al héroe a superar las pruebas del destino o a obstaculizarlo. Un destino que es circular, como el de los mayas, pero inevitable como el de los griegos. El héroe, en una traslación del mito de los trabajos de Hércules, lucha contra leyendas locales, puede cazar leones americanos (pumas), lucha contra jabalíes, contra toros, doma potros, enfrentarse incluso a un diablo que se presenta con la faceta de un ingeniero agrónomo, símbolo del progreso que empobrece la tierra. El protagonista, cuyo nombre es Heráclito González (por Heracles) se ve obligado a proteger las fincas de los patrones, quienes en el libro de Marceal Méndez (Los últimos dioses) representaban a la parte inhumana, y tiene que realizar varias tareas para poder ser liberado. La intertextualidad y la interculturalidad se apuntala en el santoral católico y en el manejo del lenguaje. Los santos tienen la virtud de poder ayudar a hombres en corto, siempre y cuando reciban la luz de las veladoras prendidas en su honor. Heráclito por su parte, además de las pruebas físicas, lucha contra la carga que representa el no tener recursos económicos, ni tierra, ser pobre, sabe que ascender en lo terrenal no es sólo vencer criaturas mitológicas sino a un sistema que le exige progreso económico. Y el héroe, contra los dictados, puede volver a la vida porque tiene una maldición, la más bella de las maldiciones: la del amor, uno predestinado, inagotable, aunque occidentalmente romántico. 

(Continúa en la siguiente entrega...)

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Trabajo en alturas. 18. La flama y la cicuta II. Roger Octavio Gómez

La flama y la cicuta II

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Sobre el artículo:
Un resumen del texto La flama y la cicuta fue leído por el autor como una comunicación preparada para el “IV Congreso Internacional Autores en busca de Autor”, organizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Proyecto Dios en la Literatura Contemporánea (PDLC), 2020. El artículo completo quizá fue publicado en un libro que recopilaría las memorias del congreso.
 En esta serie de entregas estaré presentantando el texto completo.]

La flama y la cicuta II

En el cuento «Mamal Jmol» (Los últimos dioses, de Marceal Méndez), el narrador nos comunica lo que escucha de dos viejos que platican sobre un ermitaño, sabio y poseedor de algún poder, que de vez en cuando bajaba a vender carne a los habitantes del poblado La Libertad. El anacoreta fue acusado por los «mestizos» de robar ganado; fue cazado, emboscado y, finalmente, asesinado. Los jaguares en el monte se alborotan, lloran a su dueño, y sus rugidos llegan a los oídos de los ancianos; la tranquilidad se rompe por el temor de ser atacados por algún jaguar enojado. Los dioses moran aún reteniendo lluvias o mandándolas según su criterio, pero también maldicen a los que obran contra sus hombres sabios. Pero son los viejos quienes en su sabiduría inherente pueden encontrar las palabras para ablandarlos. En los cuentos que Marceal Méndez rescata hay una realidad religiosa, donde no es sorpresa que un hombre pueda convertirse en jaguar y viajar en busca de carne para alimentar a su comunidad, aunque luego los ganaderos vengan a hacer justicia y a acusarlos de robo de ganado y de paso a apropiarse de más tierras de las comunidades indígenas en cuyo acaparamiento incluso participaron los conventos dominicos según Juan Pedro Viqueira en Encrucijadas chiapanecas (190). Pareciera que Méndez mezcla la realidad con lo sobrenatural, y Todorov pudiera asignar una clasificación mágico-realista, pero no, es una realidad muy real en la visión indígena que vive lo religioso como algo palpable.

El término «transescritura» es usado para sustituir el término «adaptación», común en cine, radio y otros medios. Cuando en cine se habla de adaptación de una obra literaria se puede dar cabida a la interpretación de que la obra «adaptada» es superior a la que resultaría después de realizar las operaciones necesarias para trasladar el contenido textual a otros medios. De una forma de expresión artística se traslada a otra y el resultado es una obra diferente. Menciono esto porque me parece que Marceal Méndez realizó una transescritura de la tradición oral de su región. Quiero decir que las voces de los que conocen los mitos de una comunidad y que saben trasmitirla en forma de cuentos orales no ejercen un arte menor ni menos culto. Méndez reúne en cuentos muy bien elaborados y con una técnica muy afortunada historias de una comunidad que nos permiten asomarnos a una cosmovisión compleja y, muchas veces, incomprendida y hasta denostada. 

4

La visión de la deidad en las culturas trastocadas por el cristianismo genera un sincretismo que puede ser extraño para un europeo o para un europeizado. Tal sincretismo, sin embargo, permeó hasta las esferas de los mestizos quienes, sería de esperarse, guardarían una visión más «pura» de los mitos introducidos por occidente. Por ejemplo, aunque en México actualmente aloja un gran número de credos religiosos –no sólo judeocristianos– por su historia hispánica, predomina el número de ciudadanos que se declaran católicos: 89.3 % de la población según el censo de 2010 (INEGI), sin embargo, por otro lado se puede decir que México no es en su mayoría católico sino guadalupano: en un cerro donde se adoraba a la diosa Tonatzin, madre de los dioses prehispánicos, apareció una virgen, madre del dios cristiano, pero con apariencia morena y con palabras dirigidas a un pueblo al que le costaba aceptar el catolicismo –un catolicismo que entonces hablaba en latín en las misas–. La religiosidad popular, que supo ser aprovechada en aquella época oscura, fue la encargada de la evangelización que daba sustento a la intervención europeo-española en América –cuando hablo de América me refiero al continente América que toca ambos polos de la tierra, no al país Estados Unidos de América. 
          Tan popular fue esa religiosidad que se usó para concretar, no sólo evangelizaciones sino la conquista. Se puede pensar que la conquista se completó con la caída del imperio Azteca en 1521: fue mucho más tardada que eso, hubo muchas conquistas; el historiador Antonio Rubial García (2019) redondea a tres siglos el tiempo que tomó a España conquistar el territorio de lo que sería la Nueva España. Fray Bernardino de Sahagún, una importante figura religiosa que se identifica por la preservación de muchos documentos originales de las culturas conquistadas y por contribuir con trabajos que permiten concebir una visión indígena de la conquista, fue reacio en aceptar el nuevo culto Guadalupano que finalmente terminó siendo parte fundamental de la evangelización de los indígenas del centro del país y que se irrigó a gran parte del continente, facilitando las conquistas religiosas. Se trataba de una visión femenina de dios, maternal, pacífica y que se acercaba al sufrimiento terrenal, lo cual tenía un componente más indígena que europeo; se arraigó fuerte y permeó muchas capas. ¿Cómo afectó eso a la visión de los herederos de la tierra conquistada: los criollos y mestizos? 
	La enseñanza seglar en América latina es, por supuesto, euro-centrista, y junto con el eurocentrismo se introdujo una mitología fundacional que ya convivía en los conquistadores con las abrahámicas: la griega, tan fascinante. El mestizo, hijo del criollo (español nacido en el nuevo mundo), el supuesto «heredero», quedó entre cuatro fuentes mitológicas: la indígena, la católica, la griega y la africana. Quede esto como una forma de contextualizar; no hay ninguna intención de polémica, sólo quiero que se conciba una escenografía. En los lugares más apartados del país, como lo fue Chiapas, conviven aún hoy palabras que parecen provenir de un castellano antiguo y en desuso en varias partes del mundo, algunas erradicadas ya de los diccionarios actuales y que sin embargo fueron introducidas por los conquistadores. Incluso muchas leyendas europeas fueron tropicalizadas y muchas otras fueron mezcladas con las que se parecían a las de vena indígena. El trópico alienó incluso a los conquistadores y a sus hijos –basta recordar cómo afectó en la península de Yucatán a Gonzalo Guerrero, el náufrago Español quien antes de concretarse la conquista Mexica se convirtió en maya y murió luchando contra las huestes de Francisco de Montejo–. Se fundaron burbujas culturales, aisladas, que pervivieron con sus propios medios hasta que luego fueron re-occidentalizadas cuando las modificaciones de las metrópolis los volvieron a alcanzar, esto recién en el siglo pasado, como lo constataron los viajeros tsotsiles y otros más. Hoy, en el lenguaje contemporáneo puede notarse innovaciones que la modernidad occidental traía y sigue trayendo, por ejemplo, las trazas de vocablos mal pronunciados de otros idiomas, como el inglés, o reinterpretaciones del cristianismo basadas quizá en "el informe Rockefeller".

(Continúa en la siguiente entrega...)

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Trabajo en alturas. 17. Orbes en la frailesca abiertos. Roger Octavio Gómez

Orbes en la frailesca abiertos

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

A Hugo Corzo Espinosa,

con un abrazo para Emma, Adriana, Mónica, Vero y Hugo

Orbes en la frailesca abiertos
a golpes de tesitura grave.
Bocado dulce a la ensoñación briosa, 
corcoveante y belfos a reventar,
fuerte el reparo,
suave la brida 
que sólo él sabía sostener 
hasta el justo soplo en que desbocar a las palabras debía.
Y yo que en blanco estoy,
ay, si cabalgar supiera
por los lugares de su infancia, 
los que existieron mil veces y los que él mismo creó.
Pero mis palabras huyen, cimarronas, ásperas, torpes
y no puedo llamar 
al jinete que se escapa
que espere
que me diga otra vez cómo se puede volar allá
como volaba él.
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Trabajo en alturas. 16. La flama y la cicuta I. Roger Octavio Gómez

La flama y la cicuta I

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Sobre el artículo:
Un resumen del texto La flama y la cicuta fue leído por el autor como una comunicación preparada para el “IV Congreso Internacional Autores en busca de Autor”, organizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Proyecto Dios en la Literatura Contemporánea (PDLC), 2020. El artículo completo quizá fue publicado en un libro que recopilaría las memorias del congreso.
 En esta serie de entregas estaré presentantando el texto completo.]

La flama y la cicuta I

El tratamiento de la divinidad en la literatura del sur de México presenta un sincretismo entre las fuentes introducidas por Occidente y las propias de Mesoamérica precolombina. El presente trabajo se sustenta en la argumentación partiendo del análisis de cuatro obras de autores nacidos en Chiapas. El análisis resultante muestra que ciertas peculiaridades culturales diferencian la percepción de la divinidad dependiendo del nicho cultural (indígena, mestiza, eurocéntrico) en que se inscriba el autor al momento de concebir su obra, creándose nuevos cánones literarios que deben ser leídos y estudiados en paralelo con el canon eurocentrista predominante.

1

En Los viajeros al otro mundo, Domingo De La Torre y Anselmo Pérez (2006), dos pobladores tsotsiles de Zinacantán, una etnia del sur de México, la parte centroamericana de México para ser precisos, narran sus impresiones sobre un viaje efectuado en 1963 hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Invitados por Robert M. Laughlin, un antropólogo quien había estado trabajando en la elaboración de un diccionario tsotsil-inglés. En esa época, «ningún zinancanteco había estado nunca en Estados Unidos» (11), y la pregunta de los invitados pareció entonces extraña: «–Si yo fuera ahí, ¿me comerían?». Cuánta sabiduría en la intuición que el tiempo confirmaría como una pregunta sobradamente válida. 
	El viaje al mundo del antropólogo Laughlin, «tan familiar para nosotros, tan extraño para ellos» (15), abre con el «Rezo del viajero» que invoca a Jesucristo, a Dios, a San Lorenzo, a Santo Domingo y a la Mujer del Cielo. El acto de viajar, hoy tan banalizado, debería ser siempre parte de un ritual místico. La intención de Laughlin parece la de un experimento antropológico que superó las expectativas. La extrañeza con que los viajeros ven las costumbres occidentales le brinda al libro una objetividad que recalca detalles que, en aquel siglo XX, hacen parecer salvajes algunas costumbres de la cultura occidental que presume una superioridad en sus ideales de civilización; algunos actos bárbaros, por cierto, prevalecen en este siglo XXI. 

2

Ya en 1952 Ricardo Pozas, en su libro Juan Pérez Jolote, resultante de sus investigaciones en la zona Chamula, colindante con el Zinacantán estudiado por Laughlin, nos contaba la biografía de un hombre que tiene que realizar un viaje fuera de su comunidad y que es arrastrado por la vorágine del mundo occidentalizado internándose en un país extraño: México, el cual debería ser su país pero que lo hacía sentir extranjero en su propia tierra. Juan Pérez Jolote volvería a su paraje con experiencias que sonaban increíbles para su mundo y que percibidas en su visión eran dignas del libro que Ricardo Pozas nos brindó. 
         Pozas nos cuenta la visión religiosa de los tsotsiles. Es evidente la «herencia» y la inserción de la fe católica en sus ritos, los cuales, sin embargo, rescatan costumbres que, vistas desde aquella fe, lo acercarían al paganismo. La gran firmeza en sus creencias religiosas, modificadas y sincréticas, por otro lado, son aún defendidas con un celo severo, como el que les enseñaron los misioneros católicos. 

3

En 2010 se publicó un libro bilingüe: Los últimos dioses, de Marceal Méndez, un libro de cuentos que provienen de una tradición oral, aunque trasladados a la escritura con gran habilidad por su autor. Este libro abre con un cuento titulado «Un demonio invencible», que nos cuenta cómo las comunidades luchan contra demonios de carne y hueso quienes, aunque sufren los dolores y la muerte, saben revivir. Curiosamente, los demonios parecen ser la descripción de hombres afrodescendientes y aunque Marceal Méndez no lo aclara, puesto que no hace falta para que la historia funcione a nivel literario, deja pequeñas pistas sobre el origen de tales personajes. 
         España durante la conquista intentó implantar una «nueva» visión de la deidad: una religión monoteísta. Un solo Dios, pero también un sólo demonio. Al parecer, la evangelización nunca llegó a completarse y el santoral católico paso a ser el nuevo rostro de los dioses precolombinos, esto es muy sabido: «...los naturales no sólo continuaban practicando a escondidas sus ritos prehispánicos, en los bosques, en los cerros, las cuevas y los ríos, sino que también tenían una escandalosa facilidad para amalgamar creencias paganas” (Viqueira 190). Los conquistadores traían consigo espacios para los viejos dioses, pero también traían espacios para alojar nuevos seres demoniacos. La figura de Fray Bartolomé de las Casas es muy popular en aquella región, la ciudad de San Cristóbal de Las Casas lleva su apellido con orgullo. Fue un férreo defensor de los derechos indígenas, mas es muy cuestionada su labor histórica en la defensa de la población introducida desde África. Quede este comentario a modo de ilustración, fueron procesos complejos que tenían que ver con la economía mundial y la política que finalmente afectaron a las decisiones clericales. Este humanista no estuvo ajeno a ellas y tardó en notar que los esclavos africanos eran también humanos y tardó más aún en reconocerlo. Los indígenas, celosos seguidores de la nueva religión, aceptaron la «impureza espiritual» de los esclavos que llegaron a sustituirlos en muchas tareas. Es posible que varios esclavos africanos escaparan de las fincas esclavistas; el desconocimiento, aprovechado por los poderosos, y las supersticiones, crearon las leyendas de los demonios negros que asolaban la región. A eso me refiero cuando digo que la conquista llevó nuevos dioses y también creó nuevos demonios. Los esclavos fugados se reunían en «palenques» en medio de la espesura y para sobrevivir muchos tenían que salir de vez en cuando a realizar atracos y asaltos en los caminos. Varios de estos palenques se convirtieron más tarde en poblados que hoy han encontrado cabida y registro poblacional, pero muchos otros no prosperaron y sufrieron aniquilaciones o recapturas. 
          Fray Bartolomé vivía en otra época y no se le puede juzgar por las cuestiones que aún no estaban claras sobre la humanidad y los términos a usar, o las erróneas clasificaciones que llegaron a dividir al homo sapiens-sapiens en «razas». Quiero volver en este punto al libro que cité al inicio de esta comunicación: En la página 99, de Los viajeros al otro mundo (De la Torre), se encuentran con que llegan a un lugar donde «habitan los negros», los viajeros se sorprenden de que en el próspero y democrático país de los Estados Unidos de Norteamérica la comunidad afrodescendiente vivía separada de la comunidad blanca. Sin señalar ni acusar los viajeros se limitan a tomar nota en sus apuntes. Eran los años sesenta del siglo XX, la modernidad, el apogeo cultural y económico de occidente y su ciencia. ¿Se le puede justificar como a De Las Casas? 
          La literatura de Marceal Méndez recoge en ese pequeño cuento, de su fabuloso libro, el conflicto de la esclavitud africana en tierras conquistadas por Europa desde la perspectiva de población originaria, también sin señalar ni acusar –es lo grandioso de la buena literatura–. Nos muestra cómo, a pesar de la fe impuesta, los dioses y los demonios moraban en sus ritos manteniendo algunos rasgos precolombinos: su dualidad, por ejemplo, aunque subyugados ahora por el nuevo y celoso dios cristiano. 

Hubo un periodo político en México que se identificó como «El maximato». El presidente Plutarco Elías Calles, como “jefe máximo de la Revolución”, influenció desde 1924 hasta 1934, más allá de su periodo de gobierno. Durante esta época surgió la «Guerra Cristera» que se opuso a la campaña antirreligiosa en el occidente del país. Dicha campaña fue seguida por gobernantes de varios estados de la República Mexicana, uno de estos estados fue Tabasco donde la figura política replicante de las políticas federales fue Tomás Garrido Canabal, también recordado por su campaña antidogmática que fue materializada con la expulsión de ministros de culto, la toma de recintos religiosos y la quema de arte sacro y figuras de santos católicos. Tales eventos se expandieron por el norte del estado de Chiapas. En su segundo cuento, «El regreso de Santiago», Marceal Méndez nos narra sucesos que tienen que ver con este periodo, que se mezclan con la visión mítica indígena. Llama la atención que en el cuento se habla de Dios y de dioses, donde claramente la palabra Dios en singular se refiere al mito cristiano y en plural equivale a las deidades precolombinas quienes por su lado encontraron, lo mencioné arriba, un nombre sustituto en el santoral cristiano. Santiago es, en el cuento de Marceal, un dios que fue llevado a cuestas por quienes estaban destinados a encontrarlo (111), este santo, además, visitaba a sus homólogos “en forma de fuego y rayo” (108). Cuando fue atacado por los “quema santos” “...una luz circular se elevó fugazmente y pareció no haberse ido muy lejos, pero se esfumó al chocar con las nubes dando la impresión de que había entrado al cielo.” (108) Los había abandonado ese santo que llegó por algún designio y que era cercano, mucho más cercano que el «dios del sacerdote», puesto que «en vez de contemplar desde el infinito el sufrimiento humano, estaba entre ellos, yendo y viniendo como el aire, entrando y saliendo de sus “casas”.» (111) Ahora no tenían quién los comprendiera ni les hiciera sentirse acompañados. Antes del ataque de los quema-santos, el mismo Santiago había decidido hacerse inamovible, incrementando su peso, junto a la figura de un cristo que estaba en la iglesia. Cuando los quema-santos se hubieron marchado, los pobladores encontraron la figura del santo chamuscado, lo limpiaron y colocaron en un pedestal de cemento, pero ya ni siquiera pesaba, cual si fuera un cascarón vacío.

(Continúa en la siguiente entrega...)

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Trabajo en alturas. 15. El año de las tormentas II. Roger Octavio Gómez

El año de las tormentas II

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Reseña a La vida es el príncipe de los misterios, de Manuel Pérez-Petit]

El año de las tormentas II. La vida es el príncipe de los misterios


Mas las tormentas no se detienen porque un simple humano les ordene detenerse, menos las que son originadas por los torbellinos emocionales. Los recuerdos acuden una y otra vez. 

Hay una segunda entrega que escribe Manuel Pérez-Petit de El año de las tormentas. El segundo volumen se subtitula: La vida es el príncipe de los misterios. En la lid del volumen anterior, muchas figuras retóricas y poéticas sirven para ir describiendo las sensaciones que el personaje va percibiendo. La estructura se mantiene, hay un flujo de conciencia que coquetea con el juego poético y que se recrean con figuras del lenguaje, imágenes. 
	Ya en el volumen uno nos enterábamos del nombre de la mujer que evoca el personaje: Antea. Mas es en este volumen donde se despliega el significado real, por sobre las etimologías, de lo que ese nombre signifique. Antea es una de las ciudades ofrecidas por Agamenon a Aquiles, en la Iliada, también significa Flor y es, además, según nos dice el texto, una estrella, ¿se referirá a Astrea? Para el personaje de esta novela Antea es también una jitanjáfora que produce el ansia por expresar el arte en palabras y es la tortura. ¿Una musa? ¿Una maldición? Un amor que, gracias a que no fue culminado, persiste más vivo en la idealización que en la materia. 		
	“La vivencia del arte te lleva al corazón de las tinieblas”, dice Manuel Pérez-Petit a través de su personaje. Para acercarse al corazón de las tinieblas que explora esta novela hay que estar cerca de los linderos de la locura, pero con un pie algo plantado en la cordura. Antea es, en mi opinión, Dulcinea. Manué, el hombre con alma de poeta que se parece al Manuel de carne y hueso, es un quijote que se ha bebido muchos libros, películas y música; que arremete esgrimiendo citas, no contra gigantes sino contra eso que se llama vida, la que consume todo, para exponernos también su particular visión de lo que el arte y la lectura son cuando se tiene una musa con la que nos lleva a viajar en tren, o quizá sólo estemos viajando por un librero, pero vemos a través de sus ojos desde la Europa hasta el nuevo mundo que se le revela en la “piedra de sol“ en México, siempre acompañado de libros o de escenas entrañables del cinematógrafo que fungen como un Sancho Panza fragmentado.  
	Antea es también un fantasma que escucha atento en la charla insomne del poeta desvelado, del lector que cita versos en el aire, y es el crisol donde cada palabra es decodificada porque ese fantasma es el lector ideal que encuentra el camino hacia las más espesas tinieblas que moran en el alma de Manuel, ¿de cuál de los Manueles? Por momentos es difícil discriminar entre el personaje y el autor.
	Manuel abraza a su musa porque no puede arrancarla de sí mismo. Y si pudiera, se abalanzaría tras ella en el mismo momento en que retirada de él la sintiera. 
	Llega la aceptación. La reconciliación que le da la confesión. Redención, no en ella sino la del poeta en el mundo, con su Dios y con los Dioses de los otros, con la ambición de ser cura y con el mismo autor de la novela con quien comparte la afición por el Betis, por los comics, el Capitán Trueno, Astérix, Obélix y Moebius. El poeta sopesa la reconciliación con la naturaleza, como verdadero romántico, no ya con el romántico que mal entiende el amor cortés, sino con del Hombre contra lo inhóspito, que se pierde en los sublime, la búsqueda del monstruo ese que llena de oxígeno los pulmones, que se agita respirando la vida misteriosa que lucha en cada pulso por arrebatarnos el aliento.  


Roger Octavio Gómez Espinosa
Tlaquepaque, Jalisco, México, julio de 2020.



[El presente texto corresponde al borrador de una reseña a El año de las tormentas II. La vida es el príncipe de los misterios, de Manuel Pérez-Petit, que preparé en 2020 para ser leído ante algún público en España. El año de la pandemia impidió que yo pudiera realizar ese viaje y conocer al público al que se lo leería. Les comparto aquí la parte uno de los textos que encontré en el equipaje de es viaje no realizado.]
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Trabajo en alturas. 14. El año de las tormentas I. Roger Octavio Gómez

El año de las tormentas I

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Reseña a La vida es un tango por Calderón de la Barca, de Manuel Pérez-Petit]

1). La vida es sueño reza el título de una obra de don Pedro Calderón de la Barca estrenada, según los estudiosos, en el año 1635. 2). Por otro lado, es difícil establecer una época en la que El Tango naciera, pero es muy seguro que se gestara por ahí de la primera mitad del siglo XIX, dos siglos después de la obra de Calderón, en Sudamérica. Mestizo y apasionado el compás reconquistó después al viejo mundo. 3). Me intriga el título del libro de Manuel Pérez-Petit, largo, alejandrino si fuera un verso, que de entrada desata mi imaginación. 

Abro el libro y noto en primera instancia que no hay concesiones para el lector distraído, ni para nadadores de corto tramo, arranca con un largo monólogo dirigido a alguien. Nos deja respirar hasta después de 5 páginas. Largas brazadas, condición física exigida. A quién le habla este personaje, “¡Manué!”, quién es ese ser pirenaico de sonrisa pergeñada que le provoca tales recuerdos.  
	En la segunda inmersión me encuentro con que ese personaje me recuerda a mí mismo o, mejor dicho, al yo mismo que fui en mi juventud primera, cuando marcar desde un teléfono a la mujer que es lejana, por la distancia y por el olvido que esta le procura, provoca un amasijo de sensaciones indescriptible, pero que el autor describe bien; al joven que es capaz de dar saltos gimnásticos ante el sí de una mujer, al que le temblaban las piernas cuando descubría nuevos espacios en la esperanza de un amor y que era capaz de huir por ella hasta el mismísimo Paris, aunque los míos fueron lugares menos icónicos, igual me posiciono del recuerdo de la juventud aquella de cuando ya se usa una máquina de rasurar pero apenas se comienza a descubrir lo que significan las primeras ilusiones rotas.
	Voy en la página quince y los párrafos tan largos no son ya pruebas de fondo sino una cascada de palabras que me arrastra a la velocidad de ese joven que va al encuentro de su amada. Avanzo en la lectura sin más contratiempo que dejarme llevar por la corriente. Hasta un Paris que festeja su bicentenario, donde todos festejan menos ese personaje que platica lo vacuo y triste que es la Ciudad de las Luces cuando la soledad lo acompaña a uno, una soledad que no puede llenarse con la compañía de nadie más que de la mujer que está ausente y que se ha perdido.
	¿Pero qué se hace cuando se es joven y apenas comienza a conocer los vericuetos del desamor? Andar, vagar y seguir con la energía de esa preciosa edad y con la rebeldía contra las instituciones, contra las falsas revoluciones, contra los muros. Mas siempre con Ella en forma de un recuerdo. Manué nos lleva de viaje por la Europa de sus memorias, que ya tienen lagunas, y apenas vamos por la página veintitrés. 
	Nos expone la búsqueda de la normalidad que se espera de un hombre que escribe y que por eso quizá no pueda ser considerado “normal”, cómo los libros pasan de ser un regalo exótico, a ser considerados basura que luego pueda ser rescatada para adornar los libreros. Denuncia las lecturas que son confundidas o banalizadas. Lamenta que los resultados de la escritura, que puede ser para los que la practican una terrible droga que no puede ser dejada y que exige al artista ser escrita, es luego tratada como un simple pasatiempo de segunda. Esa escritura que invoca las sensaciones de la realidad y no la realidad misma, que trae las entrañas mismas de quien la escribe es para algunos sólo un amasijo de ideas sin sentido. 
	A la juventud sigue la madurez o la decadencia, depende quien la encare. Luego las profundidades del abismo y el ascenso. El hombre que se cree curado y que encuentra en la dureza de una máscara el paliativo que parece la panacea es luego destruido por la causante de los males. Sucede el reencuentro con “la ingrata” y el personaje se compara con el Rick de “Casablanca”, la icónica película de Michael Curtiz. El héroe adusto se derrumba ante un gesto de ella que aparece como si nada y pide una canción que revive el ardor en las cicatrices que se creían curadas. Lo vuelve un varón domado que baila al son de las notas de las que ella marca el ritmo, los encuentros y desencuentros. 
	Un tango, nos aclara el personaje, esta historia de encuentros y desencuentros se vuelve, en efecto, un tango acompasado que pudiera ser un sueño, el tango de una vida cantada en unas estrofas, la misma que es sueño en el título de la obra de Calderón de la Barca. Bien caben doscientos años en un instante y bien pudo Calderón de la Barca haber equiparado a la vida con un tango y es una lástima que éste no existiera en aquella época. La historia que nos presenta el autor Manuel Pérez-Petit cabe en el instante en que una voz revive el universo de un recuerdo que no quiere olvidar, aunque en su desesperación apele a los “brazos del olvido”.

                                  Roger Octavio Gómez Espinosa
                   Tlaquepaque, Jalisco, México, julio de 2020.



[El presente texto corresponde al borrador de una reseña a El año de las tormentas I. La vida es un tango por Calderón de la Barca, de Manuel Pérez-Petit, que preparé en 2020 para ser leído ante algún público en España. El año de la pandemia impidió que yo pudiera realizar ese viaje y conocer al público al que se lo leería. Las tormentas pasan, las pandemias también, pero a la ingrata aerolínea (que se quedó con mi dinero y mis ansias de mundo) no le importó aquello ni mis derecho de viajero por lo que no pude llegar al Viejo Mundo. Les comparto aquí la parte uno de los textos que encontré en el equipaje de es viaje no realizado.]
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