Trabajo en alturas. 35. Cápsula de escape. Roger Octavio Gómez

Cápsula de escape
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Hace trecientos años que un encino

desde el filo más alto del alto acantilado

se mira en el cenote…

Efraín Batolomé en «Oración en la entraña quemada de un sabino»

Contaba con jocosidad mi padre que cuando él rondaba los 12 años llegó un señor que anunciaba el fin del mundo, “¡Arrepiéntanse hermanos!”, gritaba, y con tanto fervor planteó los pormenores del Apocalipsis que ese adolescente, quien después engendraría varios hijos, tomó aquello como pretexto para dejar la escuela. Luego vio que el mundo no se terminaba, aun así, ya encarrilado, agotó los recursos que mi precavido abuelo le había heredado en vida. El mundo siguió. Entonces mi padre quiso trabajar mas nunca aprendió cómo. Arrepentido de nada, compró un diccionario, se puso a leer y a escribir “poesías” que le sirvieron para conquistas amorosas y, gracias a eso, nací. Más tarde mi madre quemaría su producción literaria-rural y, once años después, lo abandonaría derrumbando su mundo y arrastrándome en el Armagedón del abandono doble, pues mi padre se sumió en la depresión.
       Los que nacimos en el siglo pasado esperábamos el Año Dos Mil con expectativas de un cambio de era y con el temor de que se acabara el mundo. Fue tan torpe nuestra llegada al nuevo milenio que hasta nos decepcionamos de que el planeta permaneciera impávido ante nuestra pequeñez y delirios de grandeza. Sobrecalentado y con algunas especies extintas, cierto.
 
¿Para qué se escribe?, ¿cuál es el sentido?
          El fin del mundo tan anunciado quizá llegue, es lógico y no se necesitan profetas para enterarnos. No será con los cambios de eras ni en fechas fatídicas. El sol tiene los años contados, no es infinito. El equilibrio de La Tierra es cada vez más desequilibrado. Pero no se requiere un fin de mundo para que nuestras palabras se borren: Qué sucedió con los poetas mayas que desaparecieron en alguna revuelta antigua, o los minoicos que fueron arrasados por maremotos en el apogeo de su cultura; la biblioteca de Alejandría que llegó a albergar casi un millón de libros y pereció en manos de conquistadores. Quién sabe qué otros saberes y fantasías se perdieron y de las que no tenemos ni la más remota idea de su paso por la vida. Tantas pinturas rupestres quedaron sepultadas en derrumbes. ¿Para qué escribir, entonces?
           ¿Para permanecer o buscar la inmortalidad? –Qué tontería–. ¿Por gusto o para ser famoso? ¿Para “ganarnos la vida”? ¡Patrañas!

Observaba a mis hijos jugar: Perrito de Plumas, un héroe de peluche del universo infantil de mis niños, estaba a punto de ser derrotado. Soldados de plástico lo rodeaban. Era su fin. Entonces con ayuda de un hombre-araña y de sus demiurgos infantiles, saltó a una cápsula de escape. Huyó de ahí dejando aturdidos a sus perseguidores, quienes perecieron por unos rayos pulverizadores… ¡Cápsulas de escape! Eso es. Escribir es crear cápsulas de escape. Leer, es escapar.
         No es para permanecer, ni para vivir, es para escapar.
 
¿Por qué publicar? ¿Por qué en Editorial Tifón? Esto lo tengo claro: Porque soy muy afortunado y conocí a la gente de esta gran editorial que construye cápsulas de papel con la convicción con que juegan los niños. Constructores “puros”: puro gusto, pura alegría, mucha imaginación y sabiduría destilada. Si hubiera que escapar de este mundo les daría alojamiento en mi nave. Sería muy bueno seguir aprendiendo de ellos sobre el maravilloso mundo efímero que quizá no permanezca para siempre pero que mientras está, parece eterno.
           En mi nave también metería un teléfono celular: por si mamá, preocupada, se decidiera a llamar al niño aquel que quedó allá esperando su regreso. Aunque casi estoy seguro que mamá no va a llamar…
 
“¡Arrepiéntanse, hermanos!” y lean, lean, huyan, escapen, o creen balsas, artilugios, y acompáñenos en la huida: Leer, es vivir para otros siempres.

Roger Octavio, diciembre de 2018

***
[Fragmento de un texto leído por el autor para la presentación del libro de cuentos Mamá no va a llamar, Tifón, 2018.]
 
Photo by cottonbro studio on Pexels.com

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