Trabajo en alturas. 37. Desde acá, donde «da miedo caminar». Roger Octavio Gómez

Desde acá, donde "da miedo caminar"
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Lass, dunque debb’ io

mentre Orfeo con sue note il ciel consola

con le parole mie passargli il core? (…) *

Alessandro Striggio, «Messaggiera» en L’Orfeo de Claudio Monteverdi.

Pocos han sido los héroes míticos que han traspasado los umbrales del inframundo y vuelto, con cicatrices quizá, gloriosos. Se pueden contar con la mano. Pero hay de héroes a héroes, los hay con nobleza y los innobles, como Teseo o el malogrado Hércules, que fueron allá y pudieron dejar registro de sus hazañas y que regresaron con fama, a lo mejor, sin la gloria y la nobleza de quien se sumerge en el sino heroico sin buscarlo, sólo porque hay que hacerlo o porque era el camino que habría que tomar.
           Yo siempre quise estar en el lado de los héroes nobles, que son los más escasos. Los que crecen ante lo adverso. Odiseo, Eneas, Orfeo, Luis Daniel Pulido, por ejemplo. 
           Odiseo fue al inframundo, desesperado por el ansia de volver a su patria, en busca del consejo de Tiresidas. Eneas, desesperado por construir una nueva patria, buscó a Anquises, su padre. 
           Orfeo, por otro lado, fue en pos de Euridice acompañado por la Esperanza, quien no pudo traspasar la puerta del inframundo, y armado con una lira.
           Pienso que Luis Daniel Pulido, más parecido a Orfeo, fue en pos de Marco, acompañado por la Soledad, quien sí pudo traspasar el portal del inframundo, y armado con unos guantes de portero, un par de audífonos y la luz de sus palabras. No es fácil iluminarse con palabras, cuando se logra se generan rayos luminosos que pueden tocar a otros. Este libro, me ha tocado.

Llegó a mi casa, por correo, el nuevo libro de Luis Daniel Pulido, De esto va el rayo que ilumina el cielo y las canciones de rock y la noche que cae en Coyoacán, México; un título largo que más adelante entiendo que es un lamento. La elegía a Marco Antonio Pulido Benítez. 
	
Hay duelo desde el título, una caída en los recuerdos, soledades, silencios, llanto y la desesperada búsqueda de alguien que pueda comprender la pena profunda. Mas no hay quien escuche, o que por lo menos lo conciba y, por eso, la escribe, la canta.
	El poeta se desplaza en sus recuerdos, visita lugares que ya no están, se desdobla en lo que fue mientras Marcos estuvo, siempre rodeado por un mundo indiferente en un país amenazante, como el nuestro, uno que da miedo caminar. 
        Hay un descenso en el duelo de Luis Daniel, una caída tan profunda que nos lleva como en un “barquito inmutable en la corriente de un río” de versos hasta un lugar donde el poeta se despoja de de su esencia, donde abandona su lira, sus guantes de portero y su poesía. Al centro de su libro Luis Daniel escribe en prosa: “De por qué mi rayo es el rock”. Ha tocado fondo. Abajo no hay más; arriba, una inmensidad, el peso del abismo. "¿Por qué escribo esto?", se pregunta, como en un pataleo. En “La biografía no autorizada de Bart Simpson” seguimos en la desolación de la palabra despojada de figuras, es como si hablara otro. “¿Y ahora qué hago?”, se dice, y escuchamos el tenue Leitmotiv musical que anuncia al héroe. 
         Porque en todo viaje heróico debe haber algún tema musical, rock en el caso de Luis Daniel, escuchamos un acorde largo. Estamos a la espera de algo que se avecina. Y llega lo que esperamos: la marcha triunfal del heroe que emerge, que vuelve. En “La nostalgia del astronauta cuando regresa a casa” debe haber un tema épico, porque percibimos el doloroso camino del retorno, con paliativos contra el dolor: “Lo que cura una sopa caliente”, y cicatrices: “¿Cómo he sobrevivido tanto con el corazón roto?” y ordena los papeles, y las servilletas, donde ha escrito sus poemas. Duelo aún. Dolor. Aceptación. Un “pan dulce para Ana” y una obra maravillosa.
	“Corpus”, el poema final, es para mí el equivalente a la pérdida total de Eurídice en el mito de Orfeo. Luis Daniel vuelve la mirada y sabe Marco no volverá, que está mejor allá a pesar del desgarro doloroso, herida de muerte, que eso significa en quienes de este lado lo amaron y seguirán amando.

Siempre quise conocer a un héroe mítico. En De esto va el rayo que ilumina el cielo y las canciones de rock y la noche que cae en Coyoacán, México (Ed. Pinos Alados, 2023), por fin, lo he reconocido.

                                              Roger Octavio Gómez Espinosa, Tonalá, Jalisco, 2023
	

[*”Desdichada de mí, ¿debo entonces/ mientras Orfeo con sus notas al cielo consuela/ traspasarle el corazón con mis palabras?” (Mensajera en la ópera de L'Orfeo de Monteverdi y libreto de Alessandro Striggio.)]
Photo by Jair Hernandez on Pexels.com

Trabajo en alturas. 36. Carta desde la isla de los feacios. Roger Octavio Gómez

Carta desde la isla de los feacios
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Tal cantaba aquel ínclito aedo y Ulises, tomando en sus manos fornidas

la túnica grande y purpúrea, se la echó encima y tapó su bellos rostro.

Sentía gran rubor de llorar ante aquellos feacios…

Homero. La Odisea, Canto VIII-85.


Amada Penélope, 

Ayer rompí a llorar mientras escuchaba al aedo Demódoco entonar un canto a Ilión. Cuando llegó al episodio sobre el caballo no pude más y me quebré. No lo has de poder imaginar, tampoco lo hubiera esperado. (...)
         Recuerdo los días en que araba aquella tierra calurosa, cuando Argos salía a recibirme y el aroma de tu cuerpo me arrullaba por las noches. Extraño tanto el llanto de los bebés Telémaco y Telémaca, han de ser ya jóvenes hermosos. 
          No sé si la vasija en que colocaré esta carta llegue a tus manos. Esta hecha de un material precioso que en este lugar llaman vidrio o cristal y que es fabricado a partir de fundir la arena, me pareció mejor que otro que llaman PET. El vidrio es transparente como el agua pero con la dureza de una espada, me recuerda un poco al agua congelada que vi en el reino de Eolo y que acá guardan en cajas llamadas refrigeradores. Tantas cosas he visto en mis viajes, mas cambiaría todo aquello por tocar tu piel y un abrazo de los pequeños Odiseidas. 
          En este país la gente habla poco, más bien, hablan poco entre ellos; mejor dicho, hablan mucho, pero indirectamente. Se comunican por medio de unos aparatos en los que escriben o dejan —te va a sonar extraño—: mensajes de voz. Se mandan también imágenes de ellos mismos y registran casi cada evento, por nimio que sea, en sus aparatos a través de un único ojo que convierte la luz en una imagen que recibe varios nombres, el más común es fotografía. Estas gentes caminan con la cabeza hacia abajo y no es que vayan precisamente tristes, van viendo sus aparatos comunicadores. Los cíclopes no tienen su ojo en la frente como me los había imaginado, lo tienen en la mano.
          La comida no está en el campo ni en los bosques, porque acá no hay campo ni bosques, hay fábricas. Le llaman bosque a unos lugares raquíticos y estériles, con unos cuantos árboles enfermos. Se abastecen en lugares nombrados supermercados donde intercambian productos por papeles llamados dinero. Hay tanta comida que no es necesario guardarla para el invierno, hasta la tiran en buen estado y prefieren eso a regalarla. 
           Pensarás que nadie pasa hambre o penurias con tanta abundancia mas no es así, resulta que es muy difícil obtener el papel dinero y hasta hay quienes los arrebatan a otros amenazándolos de muerte, pero eso no está permitido y los guerreros, que se llaman policías, se encargan de mantener el orden y de prevenir que hayan ladrones de papel, aunque he visto a varios de ellos que en vez de proteger a los súbditos también los extorsionan. 
           El mercado de dinero está acaparado por unos pocos quienes pusieron reglas para cederlo: Para tener recursos y poder intercambiarlo en los almacenes la gente se alquila como esclavos. Así es, ellos mismos se venden a los esclavistas, ni siquiera es necesario que salgan a cazarlos, llegan solos. 

Es tan solitaria la vida en esta isla. Aunque vayas entre la muchedumbre, cada cual va en una burbuja cuyas paredes no se ven. En las orejas se ponen unos chícharos con los que se aíslan. Si le dices a alguien: “buenos días” o “qué tal el clima”, “hola”, no contestan, se alejan a prisa, murmuran incoherencias o te dan alguna moneda de baja denominación.
           Por eso ayer que escuché a un aedo cantar sobre la guerra no pude contenerme, porque aquí no abundan los poetas ya que fueron cambiados por unos seres que aparecen en otros aparatos llamados monitores aunque escuché que también les decían televisión. Escuchar un canto culto sobre la guerra donde murió mi amigo Aquiles es algo extraño. 
           Llorar en público también es raro, tanto, que te atrapan y te llevan a un lugar que luego identifiqué como un palacio de lotófagos, donde comen el loto en cápsulas y pequeñas grageas que se llaman pastillas en las que encierran sueño, hambre, bálsamos, fuerza, lo que sea. Yo no quiero tomarlas porque sabes lo que el loto hace. 
           Para pasar desapercibido sequé mis lágrimas, fingí un catarro, agaché la cabeza y caminé sin rumbo, al ritmo de estos cíclopes cabizbajos. Así fue como encontré en el suelo la urna esa que llaman botella de cristal, papel y lápiz. Escribí escondido, puesto que el papel, ya te conté, vale oro, y lo metí en la vasija con la firme idea de arrojarlo al mar. 
           Tantas botellas flotaban en las aguas del Ponto. Al principio pensé los cíclopes querían mandar también cartas desesperadas a sus amores lejanos, luego noté que no, que son seres inmundos que gustan de crear basura y arrojarla lejos para conservar su hipócrita versión de un orden infame. Supe que no sería buena idea poner nuestra botella en el océano pues quizá se confundiría en la inmundicia. Con razón Poseidón está enojado, hay más botellas que peces en la mar.

¿Sabes, Penélope?, la luna que se ve desde aquí es la misma que veíamos en Itaka. Me pondré a obsérvala hasta que se haga pequeña. ¿Recuerdas aquellas noches en que te dije que yo tenía el poder de hacer crecer la luna? Cuando veas que cambia de tamaño, piensa que soy yo mandándote un mensaje.
          Hallaré el camino y si no lo hubiere lo forjaré a fuerza de mi necedad. ¿Aún tienes la rueca aquella? Teje un edredón con tus cabellos porque quizá llegue cansado y querré dormir rendido en el aroma de tu pelo. Si por mucho tiempo no escuchas noticias sobre mis hazañas no es que no las haga, acá no saben que soy Odiseo. Estos seres piensan que me llamo, Nadie. 
Photo by cottonbro studio on Pexels.com

Trabajo en alturas. 35. Cápsula de escape. Roger Octavio Gómez

Cápsula de escape
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Hace trecientos años que un encino

desde el filo más alto del alto acantilado

se mira en el cenote…

Efraín Batolomé en «Oración en la entraña quemada de un sabino»

Contaba con jocosidad mi padre que cuando él rondaba los 12 años llegó un señor que anunciaba el fin del mundo, “¡Arrepiéntanse hermanos!”, gritaba, y con tanto fervor planteó los pormenores del Apocalipsis que ese adolescente, quien después engendraría varios hijos, tomó aquello como pretexto para dejar la escuela. Luego vio que el mundo no se terminaba, aun así, ya encarrilado, agotó los recursos que mi precavido abuelo le había heredado en vida. El mundo siguió. Entonces mi padre quiso trabajar mas nunca aprendió cómo. Arrepentido de nada, compró un diccionario, se puso a leer y a escribir “poesías” que le sirvieron para conquistas amorosas y, gracias a eso, nací. Más tarde mi madre quemaría su producción literaria-rural y, once años después, lo abandonaría derrumbando su mundo y arrastrándome en el Armagedón del abandono doble, pues mi padre se sumió en la depresión.
       Los que nacimos en el siglo pasado esperábamos el Año Dos Mil con expectativas de un cambio de era y con el temor de que se acabara el mundo. Fue tan torpe nuestra llegada al nuevo milenio que hasta nos decepcionamos de que el planeta permaneciera impávido ante nuestra pequeñez y delirios de grandeza. Sobrecalentado y con algunas especies extintas, cierto.
 
¿Para qué se escribe?, ¿cuál es el sentido?
          El fin del mundo tan anunciado quizá llegue, es lógico y no se necesitan profetas para enterarnos. No será con los cambios de eras ni en fechas fatídicas. El sol tiene los años contados, no es infinito. El equilibrio de La Tierra es cada vez más desequilibrado. Pero no se requiere un fin de mundo para que nuestras palabras se borren: Qué sucedió con los poetas mayas que desaparecieron en alguna revuelta antigua, o los minoicos que fueron arrasados por maremotos en el apogeo de su cultura; la biblioteca de Alejandría que llegó a albergar casi un millón de libros y pereció en manos de conquistadores. Quién sabe qué otros saberes y fantasías se perdieron y de las que no tenemos ni la más remota idea de su paso por la vida. Tantas pinturas rupestres quedaron sepultadas en derrumbes. ¿Para qué escribir, entonces?
           ¿Para permanecer o buscar la inmortalidad? –Qué tontería–. ¿Por gusto o para ser famoso? ¿Para “ganarnos la vida”? ¡Patrañas!

Observaba a mis hijos jugar: Perrito de Plumas, un héroe de peluche del universo infantil de mis niños, estaba a punto de ser derrotado. Soldados de plástico lo rodeaban. Era su fin. Entonces con ayuda de un hombre-araña y de sus demiurgos infantiles, saltó a una cápsula de escape. Huyó de ahí dejando aturdidos a sus perseguidores, quienes perecieron por unos rayos pulverizadores… ¡Cápsulas de escape! Eso es. Escribir es crear cápsulas de escape. Leer, es escapar.
         No es para permanecer, ni para vivir, es para escapar.
 
¿Por qué publicar? ¿Por qué en Editorial Tifón? Esto lo tengo claro: Porque soy muy afortunado y conocí a la gente de esta gran editorial que construye cápsulas de papel con la convicción con que juegan los niños. Constructores “puros”: puro gusto, pura alegría, mucha imaginación y sabiduría destilada. Si hubiera que escapar de este mundo les daría alojamiento en mi nave. Sería muy bueno seguir aprendiendo de ellos sobre el maravilloso mundo efímero que quizá no permanezca para siempre pero que mientras está, parece eterno.
           En mi nave también metería un teléfono celular: por si mamá, preocupada, se decidiera a llamar al niño aquel que quedó allá esperando su regreso. Aunque casi estoy seguro que mamá no va a llamar…
 
“¡Arrepiéntanse, hermanos!” y lean, lean, huyan, escapen, o creen balsas, artilugios, y acompáñenos en la huida: Leer, es vivir para otros siempres.

Roger Octavio, diciembre de 2018

***
[Fragmento de un texto leído por el autor para la presentación del libro de cuentos Mamá no va a llamar, Tifón, 2018.]
 
Photo by cottonbro studio on Pexels.com

Trabajo en alturas. 34. Arriaga, la de los grandes brazaletes de plata. Roger Octavio Gómez

Arriaga, la de los grandes brazaletes de plata
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

…pero sobre todo tú la de los ojos más bellos

en toda la extensión de la ciudad

ahora estás dormida

en los brazos del pobre solitario…

Roque Daltón en «Ya ves como»

Aquella tarde en que llegaste a mi isla y descubriste que yo soñaba con pueblos justos, debiste alejarte de mí. Quizá hacerlo cuando te llamó la atención mi rostro adusto que sometía las expresiones de alegría contra la dureza de la cara ante los discursos vacíos. No distinguiste lo extraño porque no te enseñaron cómo. Tu curiosidad de gato. Hubieras corrido cuando me sorprendiste embelesado con tu risa. 
          Habiendo gente normal, príncipes, ingenieros dedicados, políticos exitosos; te fijaste en mí, el capitán del barco aquel cuyo timón estaba roto. El elegante náufrago. El Robinson Crusoe atónito ante la huella que una sonrisa había plasmado en las arenas solitarias de la playa. 
          Soltaste las amarras con que los Lilitputienses me habían atado. Te convertiste en balsa, vela, viento y ancla. Escondiste la isla aquella en mi equipaje y me deje guiar hasta tu continente. Y me presentaste a tus amigos como "el salvaje que aprendió a ser naturalmente doméstico". Exploramos juntos las calles trazadas por los urbanistas, me enseñaste las costumbres de los colonos, las camas mullidas, los viajes con guías de turista. Todo eso en abundancia, tu sonrisa bastaba. 
           Algo tienen los dioses contra los héroes, te dije. Los cuidan y los forjan para lanzarlos al mar o les ponen monstruos en los senderos. Ellos me cuidan, te confesé. Te lo dije con miedo. Acariciaste mi frente y me enseñaste a construir castillos.

Fue al caer la tarde, observábamos las olas azotar las rocas del reventadero. Tú fuiste a cortar una flor de abismo, no viste que ellos acudieron y me mostraron la isla que habíamos escondido en la maleta. La mostraron como si fuera un mapa o una sentencia. Un trueno seco. El vértigo y el aullido aquel que me empuja hacia adelante, me empujaron. Y te grité que sonrieras, pero tu sonrisa estaba distraída. El fragor del océano apagaba mi garganta. No escuchaste. 
          En sueños rememoro: Caigo, surjo. El mar me devora. Sonríe, suplico. 

Tu sonrisa bastaba. 
          Y es que nací siendo héroe. De la estirpe de los héroes aquellos que no tienen quimera, ni sagas épicas, sólo fantasmas y sueños.
          En sueños lo recuerdo: La corriente hacia mar adentro es fuerte. Ya no eres vela, ancla ni timón. Una luz se aleja. Dulcinea de los Acantilados. La de los brazaletes de plata cortando una flor de abismo. Eres un faro.

Despierto en una playa. Reconozco las arenas. A lo lejos el fragor de una batalla. Los dioses me cuidan. No estás. No quiero convencerme: No estás. 
         Y pienso en los castillos que dejamos inconclusos. En que me esperarás un rato, quizá te digas que he aprendido por fin el arte de las bromas. Me buscarás por las calles. A la madrugada pondrás mi foto en hojas de papel donde anotarás mis generales: ojos de asombro, cejas pobladas, cara de susto, responde al nombre de… ¿Qué nombre pondrás si nunca me pusiste uno? A lo mejor agregues que sufro de mis facultades sociales y que la música de plástico me afecta la garganta. Y la familia real cantará en coro la vieja copla: “te lo dije”. Tratarán de convencerte que me escapé, que no era bueno andarme sin correa, te contarán la historia de la tía solterona, la de la abandonada con muchos hijos, la de la que se fugó con aquel poeta o la que huyó con el domador de potros. Y te harán llorar. No quiero que llores, porque tú no naciste para eso… tú… por mí… si tu sonrisa me bastaba…
          Tú que alumbras allá, cómo pienso en cada noche que dormiste en mis brazos. Tú quien fuiste educada para que se rindieran a tus pies los príncipes, los Atridas, la gente normal o los ingenieros dedicados a la ingeniería. Hubieras corrido cuando me sorprendiste embelesado con tu risa.
 

***

[El nombre de Arriaga que puse al título de esta columna es en dedicatoria a Sinar Corzo, activista chiapaneco quien murió asesinado en la ciudad de Arriaga, Chiapas, México; su pueblo, frente a su casa, en enero de 2019.  
         Moneda común en mi país; antier, entonces y ahora; las voces que denuncian o incomodan son denostadas, perseguidas o segadas mientras los perpetradores de esto último se cubren con un manto llamado impunidad.] 
Ilustración: Adriana GR.

Trabajo en alturas. 33. Implotar al instante. Roger Octavio Gómez

Implotar al instante
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

…La poesía

se dice y se oye: es real

Y apenas digo

es real,

se disipa…

Octavio Paz en «Decir, hacer»

Son las palabras una invención tan limitada para expresar la realidad y, sin embargo, es la más eficiente convención que tenemos a la mano para compartirla a los demás. La misma imperfección, o limitante, hace que el receptor capte algo diferente a lo que se emite. Por si fuera poco, otra limitante, el mundo inmediato que nos rodea sólo puede ser percibido por nuestros sentidos; sensores primitivos que sólo captan un pequeño espacio de un espectro infinito de pulsaciones. Es decir, ni siquiera somos capaces de percibir con exactitud lo que se nos presenta como facto. Así, cada impresión de “realidad” es captada de manera distinta por cada individuo en un espacio específico de tiempo. 
	Si nombro “rojo” al color que percibo con mis ojos cuando veo hacia la porción de cielo en este atardecer desde mi ventana, podrás imaginar tu propia versión de “rojo”. Incluso, si ambos estuviéramos ante la misma ventana en este momento, tu “rojo” sería distinto al mío. Sobra decir que ese color rojo no existe, que sólo es una reacción de nuestras especializadas células sensibles a las variaciones que el fenómeno luminoso tiene al atravesar las capas de lo que llamamos atmósfera. 
	Pero entre tu rojo y el mío hay una comunión, un milagro que se da cuando ambos imaginamos aquella ventana, aquel cielo, aquel atardecer, aquel color. Entonces nuestras absurdas palabras completan un camino que trasciende la existencia misma y nos volvemos creadores de un universo nuevo que implota en el mismo instante en que los códigos que inventamos nos hacen uno. Es, como bien lo plasmó Carroll: la sonrisa sin el gato de Cheshire que flota por un instante ante Alicia después de que el sonriente animal se ha disipado frente a sus ojos.
 
Ilustración: Adriana GR

Trabajo en alturas. 32. Un camino terso. Roger Octavio Gómez

El escándalo de mañana (2)
Un camino terso
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

«
Dejemos a Mowgli, el de Kipling o el de Disney. Veamos, mientras tanto, de rápido, dos textos de Ruyard Kipling: 1) "The gardener" que es un cuento famoso que considero muy maduro y que supera cualquier descontextualización. Y 2) Kim, una novela considerada por varios autores como la mejor de este autor, juzgue usted.

En 1926, se publica “The gardener”. Pienso que, siguiendo a Todorov, estamos ante un cuento que se revela, justo en el final, como fantástico. El cuento se desenvuelve siguiendo una trama realista en la que podemos reconocer el drama personal de Kipling: la pérdida de su hijo en la guerra. Conduce al lector por un camino terso hasta dejarlo colocado ante un desfiladero vertiginoso, entre lo extraño y lo maravillosos. ¿Quién es realmente el jardinero? ¿Es el hijo muerto? ¿O sólo “el jardinero”? Este cuento puede dar cabida a muchas interpretaciones; místicas y religiosas, incluso. También caben las simplistas en la que el personaje es sólo un jardinero, y ya. Borges, en el prólogo a la antología La casa de los deseos (1985) considera a este cuento como el que más lo conmueve; hay un milagro, explica, que la protagonista ignora pero que el lector sabe. No hay mejor explicación. Si lees con atención este cuento quizá compartas con nosotros que deja un sabor agradable producto de una sensación de duda, sorpresa y milagro, así como una terrible ternura por la protagonista del cuento; salvadas las distancias, considero que podrás experimentar la misma conmoción que Borges dijo que sufrió.

En la novela Kim (la tengo en una versión digital cuya liga no puedo compartir acá, ojalá la puedas conseguir), Kipling aborda temas complejos como política y costumbres orientales confrontadas con occidentales con una gran destreza. Libera su literatura de aquella intervención como autor, es decir, deja de lado las posturas políticas abiertas, que subrayamos en la entrega anterior, y simplemente se dedica a narrar y narra con limpieza el viaje de un muchacho huérfano, hijo de un soldado irlandés que sobrevive en la india como mendigo. En el personaje principal conviven dos mundos: occidente y oriente, lo que permite, opinamos, que el lector pueda apropiarse de la narración. 
         Kim conoce a un lama, se hace su discípulo y emprende con el una búsqueda: el lama un río, el muchacho un toro rojo. El lama se comporta ajeno e ignorante al mundo terrenal a la vez que sabio y necesita la guía de Kim, el muchacho que conoce el mundo y se desenvuelve con habilidad, necesita la guía espiritual del lama. En un punto de la historia, el niño y el lama son separados por los ingleses, curiosamente por dos sacerdotes cristianos que hacen de capellanes, y puesto en custodia del regimiento al que perteneció su padre, donde se convertirá en espía para luego regresar a la senda del lama. 
         Hay críticas, como la de Orwell sobre Kipling, con respecto a que el autor parece tener un conocimiento muy limitado en la descripción de la vida militar inglesa, que debería conocer más, sin embargo, es claro el efecto que causa en Kim el enfrentarse a la concepción de la disciplina británica. La escuela, la prepotencia de los maestros; el espíritu aprisionado de un niño que quizá vivió el mismo autor. Los ingleses ven como salvajes a los orientales y estos, a su vez, ven como tontos y sucios a los ingleses.  
          Extrañeza, otredad, desprecio. El mismo Kim no sabe claramente qué es: Sabih (inglés) o hindú. “Amigo de todo el mundo”, es su apodo y en tal mote Kipling cocina la dificultad de poder serlo. En algunos párrafos el autor no puede evitar un ligero “teclazo” muy ingles, sin embargo, ya no es “La carga del hombre blanco” lo que sobrevive en la historia, sino una fusión de dos mundos que parecían repelerse. 

***

Te comparto bibliografía que te invito a consultar:

Kipling, Joseph Rudyard. ( ) El libro de la selva. (…)

Kipling, Joseph Rudyard. (10-nov-2010) “El jardinero”. En Biblioteca Digital Ciudad Seva. Consultado el 30 de noviembre de 2012. Disponible en: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/kipling/jardine.htm

Kipling, Joseph Rudyard (1985), Borges, Jorge Luis (Recopilador) La casa de los deseos. Siruela. Disponible en: http://www.tercerafundacion.net/biblioteca/ver/libro/10387

Kipling, Joseph Rudyard ( ) Kim. 

Barnes, Julián (2006) Kipling en Francia: viajes sentimentales. En Revista el Malpensante, No. 72, agosto-septiembre. Alberto, Román (Trad). Colombia: Ed. El Malpensante. Disponible en:
http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=465&pag=2&size=n

Borges, Jorge Luis (2011) “Borges opina sobre Kipling” en Textos recobrados (1931-1955): 1931-1955. (En Diario Crítica, Buenos Aires, Año XXIII, N° 7822, sábado 18 de enero de 1936.) De Bolsillo. 

Photo by Sippakorn Yamkasikorn on Pexels.com

Trabajo en alturas. 31. El escándalo de mañana. Roger Octavio Gómez

El escándalo de mañana (1)
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Nunca mis ojos vieron a Kipling y es uno de mis recuerdos

más personales. Millones de hombres , de niños y de mujeres

podrán decir lo mismo…

Jorge Luis Borges en «Borges opina sobre Kipling»
Permíteme, estimado lector, dos preguntas: 1. ¿Puede una obra literaria ser tan buena que pueda superar las ideologías de su época para volverse universales en el futuro? 
          El libro de la selva, de Joseph Rudyard Kipling, por ejemplo, es claramente una historia occidental que representa la visión de un hombre superior que puede apropiarse de lo que en un principio le es adverso, bárbaro. 
         Hay que aclarar que, contrario a la idea que las versiones cinematográficas nos han legado, este libro es una serie de 13 cuentos muy bien zurcidos más el prólogo del autor. Y, que más que una historia de animales, como en las fábulas, hay en El libro de la selva un estudio sobre los conflictos, la guerra y una parodia de lo humano. 
           Los primeros cuentos de la obra, que versan sobre Mowgli, dejan la sensación de estar ante una novela donde vemos que tal personaje bien puede ser la representación idealizada del colono, o más bien, del criollo inglés, cuya dicotomía se representa en el libro por un personaje que, a pesar de estar arraigado a la selva, no puede ser aceptado totalmente por ella en su calidad de Hombre, y que es rechazado por “los hombres” en su calidad de “selvático”. Esta misma calidad de Hombre, sin embargo, lo hace parecer estar en un nivel más alto que el de las especies de la selva al punto que lo llegan a reconocer como señor y amo de los seres que la habitan. 
          Hay que aclarar también que el libro citado no habla sólo sobre Mowgli y sus peripecias.

En el cuento “Rikkit-tikki-tavi”, Kipling nos da un pequeño héroe que, al ser una mangosta, no conoce el miedo ya que su curiosidad es más grande. Una familia inglesa adopta al pequeño animal quien se enfrentará contra Nag y Nagaina, una pareja de cobras, salvando, desinteresadamente, la vida de la familia humana. 

Kipling crea un mundo en el que es posible que un hombre aprenda el lenguaje de los animales, pero marca como superstición y falsedad los mitos de personajes o grupos que parezcan ajenos a lo inglés. En un pasaje de la “La foca blanca”, los cazadores de focas piensan que la foca albina, Kotick, es la reencarnación de un miembro fallecido de la tribu; el autor deja claro que eso no es posible. La historia, sin que por esto pierda verosimilitud, se la contó un ave al narrador. En este cuento, Kotick salva a su “país” de la cruel cacería humana guiándolos hacia playas donde el hombre no pueda llegar. 

En el cuento “Quinquern”, el héroe humano salva a su pueblo al encontrar focas para cazar. Aquí, el narrador va desnudando la fantasía, desenmascara los mitos indígenas que cargan los protagonistas. Para los personajes cada suceso tiene que ver con leyendas, espíritus, seres mitológicos; para el narrador, cada cosa recibe una explicación. Nos mantiene en ese vaivén. El lector puede llegar a pensar que la mitología triunfará en la historia, que al fin el Quinquern se revelará, Kipling da una solución real. El brujo de la tribu, sin embargo, da una versión sobrenatural a los sucesos, pero el narrador occidental lo ha puesto contra nosotros y lo hace quedar como un mentiroso parecido al villano Bracman de “¡Al tigre! ¡Al tigre!”. 

En “Los sirvientes de su majestad”, un inglés que aprendió el lenguaje de los animales –lo que nos recuerda la “La fábula del asno, el buey y el labrador” de Las mil y una noches– narra una conversación entre animales de carga, donde los caballos representan a los soldados disciplinados pero intrépidos; los mulos, quizá de más bajo rango, como artilleros, y los camellos, la milicia salvaje; además hay bueyes y elefantes. Cada quien explica su especialidad en batalla, como una alegoría de los diferentes cuerpos de un ejército. En un momento de la narración se preguntan por qué pelean: “Órdenes”, responde Billy, el mulo. Kipling, al final, pone una moraleja expresa, que parece ir dirigidas a las naciones “salvajes” o “no-blancas”, tiene que ver con la obediencia, claro, desde una perspectiva occidental. 

Hay que tomar en cuenta que El Libro de la selva se publicó en 1895, y hoy es fácil sacarlo de contexto. Los narradores de Kipling, como recalqué en este pequeño ensayo, son muy europeos, occidentales, y su visión es las de un inglés que ve al mundo desde una óptica particular. 
          En el poema de Kipling titulado "If", podemos ver aquella imagen de un hombre Nietschezeniano que se rige por una ley suprema, pero apegada a la vida, como aquella de la selva que Baloo intenta trasmitir, que puede, si se lo propone, ser dueño de sí y de lo que lo rodea. Aunque Mowgli no es blanco, sí es un ser extraño, diferente, superior. 
        Hoy parece molesto que Kipling meta en sus textos, cada que puede, comentarios acerca de la superioridad blanca, también deja ver en Mowgli el alter ego de su “superhombre” y una visión del hombre superior que domaba a las naciones “incivilizadas”. 
En el famoso poema “La carga del hombre blanco” (que no pertenece al citado libro pero que fácilmente puede ser consultado en diversas fuentes), Kipling es explícito acerca de la “responsabilidad” que tiene occidente:

“…para servir, con equipo de combate,
a naciones tumultuosas y salvajes;
vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,
mitad demonios y mitad niños…”

Su obra se situó en una época de conflicos bélicos y expansiones armadas, cuando la India era colonia y el mundo estaba convencido de que era necesario occidentalizar a las culturas “inferiores”; sin embargo, el problema que señalamos radica en que eso no molestaba a los lectores de aquella época, pero parece quedarnos a deber a lo que lo leemos ahora. Afortunadamente, la literatura de Kipling es tan superior que, sí, que ha superado las ideologías de su época para fluir hacia lo universal. 
	
Va mi segunda pregunta: ¿Qué tan claros de mente estamos hoy, también una época de conflictos bélicos y expansiones armadas, para que nuestras ideologías presentes no nos escandalicen mañana?

***

Te comparto bibliografía que te invito a consultar:

Kipling, Joseph Rudyard. ( ) El libro de la selva. (…)

Kipling, Joseph Rudyard. ( ) Puck, el de la colina de Pook. 

Kipling, Joseph Rudyard. (10-nov-2010) “El jardinero”. En Biblioteca Digital Ciudad Seva. Consultado el 30 de noviembre de 2012. Disponible en: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/kipling/jardine.htm

Kipling, Joseph Rudyard (1985), Borges, Jorge Luis (Recopilador) La casa de los deseos. Siruela. Disponible en: http://www.tercerafundacion.net/biblioteca/ver/libro/10387

Kipling, Joseph Rudyard ( ) Kim. 

Barnes, Julián (2006) Kipling en Francia: viajes sentimentales. En Revista el Malpensante, No. 72, agosto-septiembre. Alberto, Román (Trad). Colombia: Ed. El Malpensante. Disponible en:
http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=465&pag=2&size=n

Borges, Jorge Luis (2011) “Borges opina sobre Kipling” en Textos recobrados (1931-1955): 1931-1955. (En Diario Crítica, Buenos Aires, Año XXIII, N° 7822, sábado 18 de enero de 1936.) De Bolsillo. 

Photo by Jadson Thomas on Pexels.com

Trabajo en alturas. 30. En la frontera de sí mismo. Roger Octavio Gómez

En la frontera de sí mismo
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

¿De quién es este lenguaje

por donde me deslizo

para no llegar a ningún

sitio?

Óscar Oliva, en «Hesitación»
¿Cómo se suicida un poeta o un escritor? Y cuando emito esta pregunta no me refiero a la persona sino al desdoblamiento que existe en seres cotidianos, dentro de sí, un ente poético que busca emitir, con palabras, una expresión artística.
        En Nostalgia, de Mircea Cârârescu, Piedad Bonnet, prologuista del volumen, lo cita: “Cuando escribí el último poema de Res decidí suicidarme como poeta para comenzar otra vida dentro de la literatura…” (Editorial Impedimenta, 2020: 8). A eso me refiero. Mircea, sin embargo, dice que no pudo suicidar al poeta que hay en él, sólo consiguió suicidar su poesía, y siendo poeta comenzó a escribir relatos.

Cuando estudiaba un máster en Creatividad Literaria en la U. de Salamanca, el profesor Arturo Guichard dijo en más de una ocasión, lo parafraseo: que ante un sentimiento vivo no se puede escribir de inmediato sino hasta que la experiencia ha comenzado a ser parte de un recuerdo, esto es, no puedes escribir, o no debes hacerlo, sobre una emoción que aún está a flor de piel. Es quizá por esto que he tardado en intentar escribir sobre lo que representó para mi presenciar el montaje de mi obra teatral Acrofobia, en aquel 3 septiembre de 2022, en la pequeña Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México.
	Tantas las emociones y tan perdurables que aún hoy, a semanas del evento, no puedo decir que esté capacitado emocionalmente para escribir este texto. No sé cuándo podré estarlo. 
	Acrofobia la concebí para tratar el tema del suicidio literario, como el que alude Mircea Cârârescu, pero también para tratar de explicar cómo percibo que un escritor puede ser salvado cuando se entera que sus palabras pueden tocar a otros. 
        Las palabras, por otro lado, en el teatro se convierten en una plataforma para permitir una trasliteración, esto es, sustituir unos signos por otros. El arte de la actuación que hace renacer nuevos sentidos, comenzar otra vida, a partir de un guion. Ofrecer a mujeres y hombres que buscan en los canales del arte una tabla que les alegre, como espectadores, un instante que a su vez pueda ser recordado. Huellas virtuosas de memoria. Una cadena que ansiamos, ante nuestra finitud, que sea infinita.
	Qué bello es contemplar a los actores desdoblar sus personalidades para poseer y dar vida a los personajes de una obra, qué bello cuando dan cada fibra de sí para posarse en la orilla de esos precipicios que se llaman escenarios. Cuando las luces iluminan los rostros maquillados, los cuerpos vestidos para la ocasión. La música y los paisajes sonoros, las voces vibrantes. Qué hermoso cuando cada elemento resuena en un recinto que se convierte, por instantes también, en un espacio teatral.

Hay tanta soledad al momento de escribir, tanta como la que ha de sentir el actor que se posa en la frontera de sí mismo para ser el trasmisor de la ficción a una realidad que cobra vida en el espectador. Hay tanta luz en el texto que es leído, en la obra que es recreada, en la pintura que cobra sentido, en el poema que muestra algo más que palabras. 
	Me temo que cada escritor muere al lanzarse al vacío de la hoja en blanco y no sabe con certeza si podrá volver a tener la oportunidad de comenzar otra vida literaria al confrontar de nuevo la necesidad de intentar escribir ese texto único que, paradojas de la razón, se alimenta de cada palabra ya dicha por otros. Imagino que una troupe renace en cada representación. Se lanzan también a esos vacíos en los que buscan con ansias recrear nuevas realidades. ¡Ah!, vale mucho la pena. Si pudiera lograr describir sobre cuánta vida sentí al verlos convertir un espacio oscuro en un universo luminiscente, pero no puedo…

Es cierto, no estoy capacitado aún. Qué torpes resultan mis palabras. Si yo sólo quería decir: gracias, y con este nudo en las manos he balbuceado tanto que al final me temo que he dicho, nada. Mientras logro superarlo, que flote hacia ustedes esta emoción que no me deja ni siquiera agradecer…

+++

Dedicado a Telar Teatro y su Marabunta Colectivo Escénico. A Héctor Cortés Mandujano, actor, director y siempre mi maestro; a Alfredo Espinoza, gran actor y amigo; Dalí Saldaña, por la luz en el preciso momento; Daniel Dávila, que supo dar voz a esa canción que aún tarareo; Jazmín Zea, qué sería del actor sin su vestuario. Daniel Dávila y Ulises Peimberth, ingeniosos escenógrafos y paisajistas sonoros. Juan Ángel Esteban Cruz, cuánto talento depositado en el cartel y en los programas de mano. Rudy Laddaga, tan generoso no sólo en lo material sino en sus palabras. Carlos Ariosto, qué sería del teatro libre sin soñadores como él. A mis amigas y amigos, tan entrañables. A ese público que con su aplauso dio sentido a un texto que, ante el vacío, voló.
Fotografía: AE

Trabajo en alturas. 29. ¿Qué sabrá él de alguien? Roger Octavio Gómez

¿Qué sabrá él de alguien?
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Hace ya más de un año me pidieron que compartiera, en un foro, un poema que me gustara. Pasé la vista por mi memoria y por los libros de mis modestos libreros. Varios poetas se ofrecieron de voluntarios. Fue difícil. Pensé en Pesoa, Szymborska (que la amaría si estuviera viva pero la venero en sus letras), Paz, Pacheco. Las antologías de Julio Ortega y Ovidio Jiménez. Sor Juana Inés De la Cruz. Mi admirado Miguel Hernández. Nunca consideré a Jaime Sabines ni a Rosario Castellanos, pero me tentó mucho la poesía de Efraín Bartolomé y Oscar Oliva. Pizarnik. José Lezama Lima. 
          Al final, una decisión había que tomar: Me decanté por la contemporaneidad de un poeta que disfruto leer aunque en el mundo es quizá poco conocido, que no dora las palabras pero trabaja en las imágenes y aborda temáticas complejas con un desparpajo aparente: Luis Daniel Pulido (Con su eterónimo Víctor Von Doom):

Jao contra Jao (canto al pie de tu montaña)
Yo, Gran Jefe Apache
casarme con mujer empoderada:
destello rápido de pájaros,
dice: lava los trastes

Mujer se va a marchas
con mujeres inmortales;
amigas de mujer no tener miedo
a Manitú, oso Grizzli, SAT,
notificaciones de Hacienda

Mujer agarra ratón de coleta
y mata ratón;
ya no pedir pisotón de Gran Jefe,
ya no pedir que cambie foco fundido,
ya no necesitar mi llave Stilson

Yo, Gran Jefe Apache,
casarme con mujer empoderada;
ella ya no ave de suave plumaje,
ella ave de todas las tormentas:
prohibido fumar pipa en sala,
subir pies en mesa,
ver el juego de los Redskins de Washington,
buscar mar al alba en la cama

Mujer no sabe que yo bloquearla de Facebook
y que mañana beberé cerveza con mis amigos

El tambor de guerra es mío,
sonoridad ser puñal sin filo

--Yo sí le voy, le voy a Gran Jefe --iluminan
los espíritus la montaña


***
El pasado 5 de septiembre de 2022 coincidí en Tuxtla Gutiérrez con Luis Daniel Pulido, le pedí permiso para compartir hoy su poema en esta revista, accedió gustoso. Me obsequió también un ejemplar de su más reciente libro: ¿Qué se yo de nadie?, Editorial Arboleda, Costa Rica, 2021; una antología con lo mejor del trabajo del poeta. En hora buena para Daniel y para sus lectores.
***

Bibliografía:
Pulido, Luis Daniel (2018). Baxter Memories (Vida y obra de Víctor Von Doom), México: Editorial Tifón. 

Fotografía: ROGE

Trabajo en alturas. 28. Cada paso, una voz. Roger Octavio Gómez

Cada paso, una voz
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Fue exactamente el 27 de enero de 2020 cuando María Gabriela López Suárez me contactó en un mensaje de texto para ofrecerse como escritora voluntaria para el proyecto virtual Letras, ideaYvoz. Damaris, una amiga en común nos había puesto en contacto. Leí uno de sus textos y me pareció simplemente poderoso. De inmediato me puse a trabajar en crear el espacio cibernético para poder alojar su columna Voces ensortijadas. Por fortuna para nuestros lectores, a María Gabriela le pareció bien la propuesta que le ofrecíamos y desde entonces no ha dejado de mandar sus entregas cada domingo. En este libro celebramos un volumen de 100 textos que estoy seguro que se acumularán para 100 libros más.
	Hay en las cosas sencillas una grandeza que no puede ser alcanzada por los ambiciosos oropeles. Así, el cuento de la abuela, la receta de la tía, el juego de los niños, una tarde veraniega, un pajarillo herido, la canción que se resiste a dejar de ser tarareada, una mujer trabajando, un ama de casa escogiendo las especias, una marchante o una nube movida por invisibles vientos pueden ser la materia prima con que María Gabriela genera voces, sin aspavientos, que detonan textos capaces de hacer eco en sus lectores. Una a una, cada palabra es enlazada a través de un hilo conductor: la sencillez. Es esto lo que da poder a la voz de esta escritora y empodera al mismo tiempo a los protagonistas de sus microensayos: la gente común: como tu, como ellas, como nosotros, como vos, como yo.  
	Esta escritora no es improvisada, además de catedrática tiene un grado de doctora por la Universidad de Alicante, y muchos otros estudios en el ámbito de la investigación intercultural, mas sospecho que no es de su trayectoria académica de donde saca la técnica para indagar en la vida diaria y trasladarla al ámbito ensayístico. Hay una sabiduría profunda que quizá nace de la intuición y de un sentido especial para detectar, en la cotidianidad, lo extraordinario. La sabiduría ancestral de quien escucha a los mayores. 
	Cuando buscaba escritores para este proyecto comenté que el objetivo era estimular la lectura. Con los textos de María Gabriel aquello es trascendido. Además de haber alcanzado a lectores de muchas latitudes, no sólo estimula la lectura sino la escucha y, también, el gusto por observar los detalles. 
	No soy precisamente un hombre religioso, sin embargo, confieso, con cada lectura a la columna Voces ensortijadas me nace dar gracias por estar, por saber que cada uno de nuestros pasos es una voz que se ensortija en un entramado de pequeños acontecimientos que provoca el pulso de sentirse animado. Con una vida que espera, simplemente, ser vivida.
	Agradezco con profundidad a esta escritora el permitirnos compartir sus letras en el ejercicio virtual Letras, ideaYvoz. Festejo su gran generosidad y, con esto, hacernos generosos. 

***
[Se publica, por fin, el Volumen I de un libro llamado Voces ensortijadas que recaba las primeras 100 columnas que fueron publicada en Letras, ideaYvoz. El presente texto es una brave introducción que acompaña dicho libro]
Ilustración: Erik García Briones. «Carátula del libro Voces ensortijadas, editorial Tifón»