Trabajo en alturas. 18. La flama y la cicuta II. Roger Octavio Gómez

La flama y la cicuta II

Por Roger Octavio Gómez Espinosa

[Sobre el artículo:
Un resumen del texto La flama y la cicuta fue leído por el autor como una comunicación preparada para el “IV Congreso Internacional Autores en busca de Autor”, organizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y el Proyecto Dios en la Literatura Contemporánea (PDLC), 2020. El artículo completo quizá fue publicado en un libro que recopilaría las memorias del congreso.
 En esta serie de entregas estaré presentantando el texto completo.]

La flama y la cicuta II

En el cuento «Mamal Jmol» (Los últimos dioses, de Marceal Méndez), el narrador nos comunica lo que escucha de dos viejos que platican sobre un ermitaño, sabio y poseedor de algún poder, que de vez en cuando bajaba a vender carne a los habitantes del poblado La Libertad. El anacoreta fue acusado por los «mestizos» de robar ganado; fue cazado, emboscado y, finalmente, asesinado. Los jaguares en el monte se alborotan, lloran a su dueño, y sus rugidos llegan a los oídos de los ancianos; la tranquilidad se rompe por el temor de ser atacados por algún jaguar enojado. Los dioses moran aún reteniendo lluvias o mandándolas según su criterio, pero también maldicen a los que obran contra sus hombres sabios. Pero son los viejos quienes en su sabiduría inherente pueden encontrar las palabras para ablandarlos. En los cuentos que Marceal Méndez rescata hay una realidad religiosa, donde no es sorpresa que un hombre pueda convertirse en jaguar y viajar en busca de carne para alimentar a su comunidad, aunque luego los ganaderos vengan a hacer justicia y a acusarlos de robo de ganado y de paso a apropiarse de más tierras de las comunidades indígenas en cuyo acaparamiento incluso participaron los conventos dominicos según Juan Pedro Viqueira en Encrucijadas chiapanecas (190). Pareciera que Méndez mezcla la realidad con lo sobrenatural, y Todorov pudiera asignar una clasificación mágico-realista, pero no, es una realidad muy real en la visión indígena que vive lo religioso como algo palpable.

El término «transescritura» es usado para sustituir el término «adaptación», común en cine, radio y otros medios. Cuando en cine se habla de adaptación de una obra literaria se puede dar cabida a la interpretación de que la obra «adaptada» es superior a la que resultaría después de realizar las operaciones necesarias para trasladar el contenido textual a otros medios. De una forma de expresión artística se traslada a otra y el resultado es una obra diferente. Menciono esto porque me parece que Marceal Méndez realizó una transescritura de la tradición oral de su región. Quiero decir que las voces de los que conocen los mitos de una comunidad y que saben trasmitirla en forma de cuentos orales no ejercen un arte menor ni menos culto. Méndez reúne en cuentos muy bien elaborados y con una técnica muy afortunada historias de una comunidad que nos permiten asomarnos a una cosmovisión compleja y, muchas veces, incomprendida y hasta denostada. 

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La visión de la deidad en las culturas trastocadas por el cristianismo genera un sincretismo que puede ser extraño para un europeo o para un europeizado. Tal sincretismo, sin embargo, permeó hasta las esferas de los mestizos quienes, sería de esperarse, guardarían una visión más «pura» de los mitos introducidos por occidente. Por ejemplo, aunque en México actualmente aloja un gran número de credos religiosos –no sólo judeocristianos– por su historia hispánica, predomina el número de ciudadanos que se declaran católicos: 89.3 % de la población según el censo de 2010 (INEGI), sin embargo, por otro lado se puede decir que México no es en su mayoría católico sino guadalupano: en un cerro donde se adoraba a la diosa Tonatzin, madre de los dioses prehispánicos, apareció una virgen, madre del dios cristiano, pero con apariencia morena y con palabras dirigidas a un pueblo al que le costaba aceptar el catolicismo –un catolicismo que entonces hablaba en latín en las misas–. La religiosidad popular, que supo ser aprovechada en aquella época oscura, fue la encargada de la evangelización que daba sustento a la intervención europeo-española en América –cuando hablo de América me refiero al continente América que toca ambos polos de la tierra, no al país Estados Unidos de América. 
          Tan popular fue esa religiosidad que se usó para concretar, no sólo evangelizaciones sino la conquista. Se puede pensar que la conquista se completó con la caída del imperio Azteca en 1521: fue mucho más tardada que eso, hubo muchas conquistas; el historiador Antonio Rubial García (2019) redondea a tres siglos el tiempo que tomó a España conquistar el territorio de lo que sería la Nueva España. Fray Bernardino de Sahagún, una importante figura religiosa que se identifica por la preservación de muchos documentos originales de las culturas conquistadas y por contribuir con trabajos que permiten concebir una visión indígena de la conquista, fue reacio en aceptar el nuevo culto Guadalupano que finalmente terminó siendo parte fundamental de la evangelización de los indígenas del centro del país y que se irrigó a gran parte del continente, facilitando las conquistas religiosas. Se trataba de una visión femenina de dios, maternal, pacífica y que se acercaba al sufrimiento terrenal, lo cual tenía un componente más indígena que europeo; se arraigó fuerte y permeó muchas capas. ¿Cómo afectó eso a la visión de los herederos de la tierra conquistada: los criollos y mestizos? 
	La enseñanza seglar en América latina es, por supuesto, euro-centrista, y junto con el eurocentrismo se introdujo una mitología fundacional que ya convivía en los conquistadores con las abrahámicas: la griega, tan fascinante. El mestizo, hijo del criollo (español nacido en el nuevo mundo), el supuesto «heredero», quedó entre cuatro fuentes mitológicas: la indígena, la católica, la griega y la africana. Quede esto como una forma de contextualizar; no hay ninguna intención de polémica, sólo quiero que se conciba una escenografía. En los lugares más apartados del país, como lo fue Chiapas, conviven aún hoy palabras que parecen provenir de un castellano antiguo y en desuso en varias partes del mundo, algunas erradicadas ya de los diccionarios actuales y que sin embargo fueron introducidas por los conquistadores. Incluso muchas leyendas europeas fueron tropicalizadas y muchas otras fueron mezcladas con las que se parecían a las de vena indígena. El trópico alienó incluso a los conquistadores y a sus hijos –basta recordar cómo afectó en la península de Yucatán a Gonzalo Guerrero, el náufrago Español quien antes de concretarse la conquista Mexica se convirtió en maya y murió luchando contra las huestes de Francisco de Montejo–. Se fundaron burbujas culturales, aisladas, que pervivieron con sus propios medios hasta que luego fueron re-occidentalizadas cuando las modificaciones de las metrópolis los volvieron a alcanzar, esto recién en el siglo pasado, como lo constataron los viajeros tsotsiles y otros más. Hoy, en el lenguaje contemporáneo puede notarse innovaciones que la modernidad occidental traía y sigue trayendo, por ejemplo, las trazas de vocablos mal pronunciados de otros idiomas, como el inglés, o reinterpretaciones del cristianismo basadas quizá en "el informe Rockefeller".

(Continúa en la siguiente entrega...)

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