Líneas de desnudo. 40. ¿Quién soy? Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 40

¿Quién soy?
Por Manuel Pérez-Petit

En mi más tierna infancia –y tuve una niñez llena de felicidad– escribía cuentos y hasta hacía “libros” en cuadernos, recortando revistas y pegándolas ahí con mis comentarios. Eran “publicaciones” de variedades, misceláneas, y de ejemplar único, que aún conservo, junto a mi madre, allá, en Sevilla. Puedo recordarme con mis tijeras escolares, mi pegamento Imedio, mis lápices y rotuladores, sentado en el suelo o sobre mi cama…, pero no puedo decir cuándo comencé a escribir.
            Me asombro cuando escucho que alguien puede precisar la fecha de lo primero que escribió, pues para mí sería imposible hacerlo. Sin embargo, sí tengo la conciencia de que escribir y, de algún modo primario, editar, nacieron en mí de la mano y en un tiempo tan pretérito que puedo decir que lo he hecho siempre. Yo escribía, y a la vez hacía publicaciones, aunque no con lo que escribía, pues mis “libros” no contenían nunca mis propios textos...
            Puedo hablar de mí, aunque es mi tema menos preferido y soy lo menos autorreferencial que yo conozco, pero de manera recurrente con los años me he preguntado: ¿Quién soy? ¿Cómo puedo reconocerme, identificarme, señalarme y, en consecuencia, comenzar la vida, yo diría que virtuosa, de quitarme importancia, de ponerme en mi sitio, de bajarle tres rayitas a cualquier yo que pueda imponerse en mí? 
            Ayer en el grupo privado de autores de Kolaval se estableció un debate acerca de la fama y la gloria. Todo empezó con un comentario de mi amable editor, Roger Octavio Espinosa, quien, a colación de mi Líneas de desnudo 38 (“Dudas sobre el libro”), publicado el pasado viernes, día 29, comentó: “Por si las dudas, ya compré mi pluma de ganso y estoy en busca de tinteros…” Y lo que podría haberse ahí desató un cierto debate, del que en parte me considero culpable, pues mi respuesta fue: “Deberíamos volver al papel de trapo, para tener la humildad de saber que lo que escribamos apenas tendrá setenta u ochenta años de vida…” Walter Schaefer, autor de Ciudad Juárez, Chihuahua, México, intervino pocos minutos después, argumentando que por más olvidado que esté un libro “cuando alguien lo toma y desempolva el autor vuelve a vivir”, y mi respuesta fue inmediata: “Yo es que creo mucho más en la obra que en el autor”. Enseguida, Walter, en tono jocoso, saltó: “Yo en ambas…, y luego está nuestra fama, jajaja”. Roger Octavio regresó enseguida al tono más serio en relación a mi comentario de que creo más en la obra: “Totalmente de acuerdo. ¿Quién fue el autor de las pinturas rupestres de Altamira? No importa, la obra está ahí…”, pero ya me había enfrascado: “A mí la fama me parece un fuego fatuo. Las dos grandes bibliotecas de la humanidad, las de Alejandría y Pérgamo, desaparecieron en sendos incendios y no pasó nada. Hoy conocemos la obra de Aristóteles por copias. En el fondo no sabemos si lo que escribió Aristóteles es lo que podemos leer de su autoría”. Walter, siempre divertido y provocador, nos amenazó con bloquearnos, a lo que yo le contesté que al final “todos calvos”. “Yo la fama la verdad es que la regalo. Me da una güeva…”, dije, y apostillé: “Y un sueño dorado para mí es que todas las obras de arte sean anónimas”. 
            El debate prosiguió, interviniendo varios autores –Reina Castro –poeta de mucho más allá de la frontera en que vive–, Gabriel Vega Real –narrador que levanta en su pluma un ser de corazón grande y aliento armonioso–, Ladislao Melchor, Elsa D. Solórzano –norteña mexicana en el sur, con lo mejor de ambos mundos, comprometida como pocos que yo conozca–, todos mexicanos, por cierto, y del norte al sur del país–, y por cada vez más derroteros…, y fue precisamente Ladislao, autor de extraordinarias novelas históricas que van mucho más allá del género, quien remató el debate: “Pienso en que hay razón al renunciar a la llamada 'fama'. Los 'freeways' de EEUU tienen una peculiaridad que a mi me impresionó. Resulta que en esas 'súper-avenidas' tiene 'prioridad de paso' el que ingresa, NO el que va dentro (cómo en México en su "anillo periférico"). Esa peculiaridad hace que se privilegie la 'entrada', no la 'conservación' del grupo ya establecido. ¿Podríamos mencionar 'I'am the walrus' sin decir Lennon y McCartney? Me parecería innoble no darles crédito, pero, ¿no por la misma ambición de tener fama ahora tenemos que soportar la misoginia disfrazada del reggaeton? Sí, quizá si el arte fuera anónimo, sería menos voluntarioso”.
            Pero vuelvo a mi pregunta inicial: ¿Quién soy? Periodista, escritor, editor… respuestas sencillas que, en realidad, no lo son, y, en todo caso, están en un plano simple, pues si lo pienso bien no soy ninguna de esas cosas. Antes que nada soy un ser humano que no eligió vivir y ni siquiera en este momento, que se encontró con ser sin más, que vive en la creencia de que uno debe buscar su “yo” para, una vez encontrado, comenzar la tarea de desprenderse de él. El yo da tantos problemas como la nada. Es poco práctico y menos inteligente todavía, es más defecto que virtud. Lo digo muchas veces. Soy enemigo de la nada y en aras de vivir una vida tranquila –lo cual es mi mayor deseo, que cumpliré, no sin antes cumplir por mi conciencia y honor con mis asuntos–, el poco o mucho talento que tengo me lo quitaría de encima, lo donaría... Y en donación lo doy de todos modos, en lo que escribo y hago, porque no me queda más remedio y porque así lo dicta mi decisión, sin mezquindades y con las limitaciones de las que intento –en muchas ocasiones de manera infructuosa– hacer virtud. No puedo entender la vanagloria de quien por escribir unas líneas necesita darse mayor postín ni la creación artística basada en la egolatría. No se puede ser artista en mi opinión sin ser donante. Y no se puede ser donante si no se tiene capacidad de negarse a uno mismo. Sin amor, sin humildad, sin afán.   
            Y ni siquiera me preocupa que el olvido anticipado del yo nos lleve a la desaparición.
M. P.-P., en 2016.
Fotografía:  M. P.-P., en 2016, en la Feria Universitaria del Libro (FUL) de la Universidad Autónoma de Estado de Hidalgo (UAEH)

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 39. 24 horas en Nueva York. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 39

24 horas en Nueva York
Por Manuel Pérez-Petit

La primera vez que pisé Nueva York fue la primera vez que vine a México, en junio de 1991, hace casi casi 30 años. No tenía yo previsto en aquella ocasión conocer la ciudad de los rascacielos, pero la fortuna se alió conmigo y me permitió pasar veinticuatro horas completas allá… Poco después escribí este pequeño relato de mi entonces breve y primera experiencia neoyorkina, que ahora, por casualidad, me he encontrado, y que publico con una muy somera revisión, por lo cual ruego al lector comprensión para ese intento de escritor que yo era entonces, que hasta ese momento casi solo había escrito poesía y que aún no había descubierto el mundo.

            24 horas en Nueva York

            Anoche llegué al aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy, a tiempo de perder, por suerte para mí, el vuelo de Mexicana de Aviación que iba a llevarme a México, Distrito Federal, por lo que tuve que cambiar mi boleto y pasar la noche en un pequeño motel de carretera camino de Rhode Island. Digo que por suerte para mí, porque ahora Manhattan está desplegada ante mis ojos, esa Manhattan en la que lo minúsculo no tiene cabida y en la que acabo de navegar sin rumbo fijo, esa Manhattan que acaba de inflamarme porque me ha hecho ver que es posible resumir la vida en apenas diez avenidas y sesenta y tantas calles, en las que se encuentran condensadas todas las mejores y todas las peores cosas del ser humano, y de una manera muy sutil.... El caso es que ahora me encuentro en el metro que une Rhode Island con esa especie de corazón del espejo del mundo que es el centro de esta ciudad paradigmática. Y menudo el vagón en que me encuentro. Desde luego, la fauna es curiosa. Unos leen, otros ni miran, y no veo que nadie tampoco se pare a ver a los demás, quizá seré yo el único que observe lo que constituye, sin duda alguna, un biotipo especial, el de los vagones del metro. Muchos de los que aquí se encuentran duermen, despatarrados, con una sofisticación inaudita. Me pregunto si no se les pasará su parada. Aunque no, nadie pierde su ritmo, tan controlado y, a la vez, tan desordenado, que impresiona por su funcionalidad. Hace sol, es 27 de junio. 
            Veo un termómetro que marca veintiocho grados centígrados y el cielo está despejado. Aunque apenas entiendo inglés, esta mañana compré los dos únicos periódicos que tenían disponibles en el motel en que he dormido: el Newsday y el New York Times, que pesa algo más de un kilo, el muy bestia. Estoy tranquilo, llevo la Pentax y el zoom. Acabamos de entrar en el túnel que cruza por debajo del río Hudson. De golpe, me encuentro en una gran estación. Leo en los carteles del metropolitano: "Madison". Se me ponen los vellos de punta. Echo a andar. Subo unas escaleras. Salgo a la calle. El Madison Square Garden se presenta ante mí. A mi izquierda, no muy lejos, el rascacielos por antonomasia, el Empire State. Me encamino hacia sus pies gigantescos. Son las nueve de la mañana. 
            No es muy caro ni apto para cardíacos, porque el ascensor sube como un cohete. ¿A pie? Ja, ja. Usted no sabe, ni siquiera Induráin en bicicleta es capaz de subir las rampas de este puerto. El caso es que sube. Ya me encuentro arriba, qué maravilla. Se está tan alto que ni se siente el vértigo. Desde aquí podría ver la Giralda casi como puedo ver al caniche de una amiga desde mi metro setenta y cinco. La vista, aun con todo, no me da lugar a recordar otras alturas. Al norte, las gemelas, lejanas, sirven de vigía a la estatua de la libertad, que casi ni se percibe. Al oeste, tirando al sur, Chrysler tiene una torre que parece salida de un castillo de hadas, qué bárbaro, justo al lado del puente de Brooklin, algo detrás de la Panam, que aunque ya no exista la compañía aérea aún sigue en pie uno de los colosos más notables de esta ciudad, el que fuera su edificio. Justo detrás suyo, al sur, que también existe, como escribió Bennedetti y cantó Serrat, Central Park, como una gran ventana abierta a la frescura. En él, cabrían varios parques de María Luisa… Y tras arrepentirme de comprar unas postales tan caras como malas en el fondo, bajo, con gran alivio por pisar tierra.
            Paseo un poco por la Quinta y paso a la Sexta, justo a la altura de Broadway, ilusionado porque voy a ver la fachada del Radio City Music Hall. Antes, dado que son ya las once y media, entro en un fast food, el "Herald Square", donde me pido un 7Up y un plato de la carta, llamado "Old World", que no debe uno perderse por nada del mundo salvo que le guste la buena comida. Tiene queso y patatas, servidos con salsa de manzana. En fin, todo un compendio de lo que no debe probarse, pero, la verdad, es que me sienta de maravilla, sobre todo por las burbujitas del refresco. Vuelvo a la calle, y me encuentro con un vendedor ambulante de frutas. 
            —¡Qué plátanos! —digo con ojos como platos. 
            —Onedólar —me contesta como con rutina y displicencia.
            —Yes, yes —respondo ufano.
            —¿Ar-gen-ti-no? —me pregunta con interés.
            —No, español.
            Se me queda mirando con fijeza.
            —¡Español!... España... Europa…
            Pobre hombre, si supiera, me digo para mis adentros. Se me queda mirando como quien mira un héroe, en tanto me voy alejando. De todos modos, me llevo la mejor parte: tres plátanos como tres catedrales, que ríete tú de los de Canarias, envueltos en un cartucho de papel, y por tan sólo un dólar. Tan dulces que parecen de mentira y tan en su punto que se deshacen al comerlos.   
            Sigo caminando por la Sexta avenida, la de las Américas, llena de rascacielos y de miseria. Vagabundos que rebuscan en las papeleras públicas, apenas a cien metros de las boutiques más famosas del mundo, locas con bolsos repletos de sabe Dios qué griferías o aparatos del espíritu, repartidores de propaganda de tiendas donde una motorola es más barata que en la propia fábrica, quién sabe... Mi próximo destino: Rockefeller Center, cualquier cosa... Delante de uno de los rascacielos más simbólicos de la ciudad de los rascacielos, una fuente de varios pisos es coronada por un Prometeo dorado que parece volar sobre las aguas. La gente pasea y descansa aquí, y luego continúa hacia la catedral de San Patricio, una preciosidad neogótica que no pega ni con cola y que está llena de banderas americanas y pontificias. 
            Yo no sé que haría esta gente sin banderas, qué barbaridad. La avenida de las Américas, llena de la de todos los países latinoamericanos; los grandes hoteles, repletos sin orden ni concierto de las banderas más ondeantes. Nadie que se precie prescinde de los símbolos, y acaso sea esta una ciudad en la que todos los símbolos del mundo se reúnen para hacer, en común y con otras salsas, un símbolo del propio mundo. Quizá el más simbólico. No creo que pueda haber nada tan desprovisto de personalidad propia y, a la vez, con tanta personalidad y universalidad.
            Pero México me espera, y he de irme al motel a recoger mis cosas, con mis casi dos kilos de periódicos a cuestas. Apenas diez dólares he gastado en un día que no he de olvidar en el resto de mi vida.
 Nueva York
Fotografía:  Nueva York. (La imagen es de dominio público). Fuente de la imagen: Pixabay.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 38. Dudas sobre el libro. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 38

Dudas sobre el libro
Por Manuel Pérez-Petit

Me impresionan los muchísimos alucinados por las tecnologías y por internet, e incluso más cuando hablan de los soportes del libro y la información con tanta habilidad dialéctica como poco acierto científico, y se atreven incluso a veces a augurar la muerte del papel a manos del avance de no se sabe bien qué desarrollo de la técnica, en una actitud excluyente y simplista que no va más allá de las pantallas de sus equipos informáticos.
            No cabe duda que los nuevos tiempos de la Era Distópica implican un desarrollo de lo virtual impensable hasta hoy, pero no está de más recordar que han sido soportes del libro la piedra, la tableta de arcilla, el papiro, el pergamino y diversos tipos de papel, por ejemplo, y que hoy se conservan muestras de todos ellos, algunas datadas hace varios milenios. Con la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, el papel se consagró como el soporte rey de la información.
            De la edición de la Biblia realizada por Gutemberg entre 1450 y 1455, con el famoso sistema de tipos móviles, por ejemplo, se conservan aún hoy una cincuentena de ejemplares, veintiuno de ellos completos, tanto en papel como en pergamino. 
            El papel es el soporte que ha permanecido vigente por más tiempo. Primero fue de trapo. En la segunda mitad del siglo XIX se impuso el procedente de la madera, usado masivamente hasta el primer tercio del siglo XX, cuando se descubrió que, por su característica orgánica, se descompone y deshace al cabo de unos setenta u ochenta años. Para conservar estos libros y periódicos se viene acudiendo a su digitalización, lo cual muestra una primera utilidad de los soportes electrónicos, cuyo sentido mayor está en su capacidad para conservar documentos. Se impuso después el papel de celulosa, que ahí permanece aún hoy. Los libros ya no afectan a los bosques, pues, además, se reciclan y hasta hay papel “free-acid” cuya duración garantizada es casi eterna. 
            Sabemos que el algoritmo matemático –en que está basado cualquier soporte informático– no tiene caducidad, es más largo en su durabilidad que el papel y que cualquier otro soporte, pero también sabemos que no es en sentido estricto un ‘soporte’: es un código, como el alfabeto, aunque tiene una desventaja respecto a éste: No puede ser objeto de transmisión oral. Por otra parte, no se ha inventado un soporte físico electrónico que sobreviva más allá de unos pocos años y, en algunos casos, meses. Les pasaba a los músicos electroacústicos y electrónicos del tercer cuarto del siglo XX: Componían una obra con un aparato y, a la hora de estrenarla, tenían que adaptarla a un nuevo reproductor, pues en lo que a la electrónica se refiere los nuevos soportes no se suman a los anteriores sino que los sustituyen y eliminan.
            Nada más hay que acordarse de los discos de pizarra, anulados por los de vinilo y luego por los cassettes, anulados, a su vez, por el CD, el cual desapareció a manos del DVD, que también comienza ya a ser especie en vía de extinción…, pero también puede uno acordarse de los sistemas operativos de las computadoras, del video, de las tarjetas perforadas, los discos flexibles –aquellos grandes y los otros pequeños–, el minidisc…, y hasta puede uno tener miedo de pensar en el futuro de las memorias USB. Además, hay que rezar para no encontrarse cerca de imanes, cargas electromagnéticas –tan comunes en nuestra supertecnificada sociedad– o, simplemente, agua; para que a uno no se le caiga al suelo ninguno de estos adminículos o exista la posibilidad de exponerlos al polvo o a la contaminación, porque podríamos perderlo todo. Claro está que eso nos obliga a tener varias copias en diversos soportes…  
            ¿Alguien tiene en su biblioteca varios ejemplares del mismo libro por si uno se le estropea? ¿A qué huele el soporte electrónico en plena vigencia?, ¿cómo es al tacto?, ¿puede uno dormir abrazado a uno? ¿Alguien ha podido leer un soporte electrónico sin disponer de electricidad o de pila en su equipo, que es lo mismo? ¿Alguno de todos aquellos que creen saber a ciencia cierta que el periódico y el libro en soporte papel desaparecerán puede garantizar que el soporte electrónico será para siempre o, al menos, durará lo que los ejemplares de la Biblia de Gutenberg, y se podrá leer dentro de casi 600 años, como aquella?  
            Ah, y a diferencia de los que defienden los soportes electrónicos –que no digo que no sean necesarios sino que no tienen por qué sustituir a los de siempre–, ni desprecio a nadie ni lo descalifico. Y quizá sea porque el libro –al que amo– es democrático, libre, integrador y accesible; un dinamizador social y algo que, lejos de separarnos, nos une.
   
Copia en vitela de un ejemplar de la Biblia de Gutenberg propiedad de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.
Fotografía:  Copia en vitela de un ejemplar de la Biblia de Gutenberg propiedad de la Biblioteca del Congreso de EE. UU. (la imagen es de dominio público, bajo licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported Atribución: Raul654)

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 37. Declaración de intenciones. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 37

Declaración de intenciones
Por Manuel Pérez-Petit

Aprendí hace muchos años a vivir el presente –no como forma de suicidio sino como actitud en la que no dar pábulo a la nostalgia–, y, si acaso, a dirigir mi capacidad de ver –cuestión que he cultivado como todas las demás toda mi vida– hacia un futuro que, por inexistente, es el único concepto de promesa que concibo. Aunque lo mío es un cúmulo arquetípico de náufragios, sabe Dios cuándo aprendí a vivir, y no es una frase, como si cada día fuera el primero y el último a la vez. Hace decenios aprendí a valorar lo que tenía cuando lo tenía y a no echar de menos lo que ya no tenía cuando ya no lo tenía, y, lo que es aún mejor, lo aseguro, a no querer tener nada, a resistir los cantos de sirena de eso que llaman expectativas y que todo el mundo abona pero yo denosto, para obtener la ventaja, por ejemplo, de nunca sentirme defraudado. En consecuencia, aprendí a no querer más que lo que hay, y mucho menos para mí. Cierto que es, según se mire, poco práctico, pero, en ese terreno, aprendí, y en gran parte se lo debo a mi tío Antonio Petit Caro –cuya repentina ausencia me ha legado un sentimiento de orfandad que no soy capaz aún de superar–, a practicar dos máximas: que lo mejor es enemigo de lo bueno y que un mismo esfuerzo debe servir para varias cosas, y no son tampoco frases. Todo depende de la voluntad y de darse cuenta de que no todo está en los libros y mucho menos en internet sino en nuestra cabeza. También aprendí, y gracias a todo ello, que es mejor ser un mal alumno que no serlo, que el alumno más digno es el que simplemente aprueba, y yo sé mucho de suspensos en la vida.
            Hace muchos años aprendí a ser algo así como una esponja, a vivir en el alambre –sobre todo a fuerza de mis decisiones arriesgadas, que siempre fueron muchas, y mi proverbial tenacidad en mantenerlas y no enmendarlas–, a no quedarme nunca en la lona –pese a los muchos golpes recibidos–, a valorar que era mejor que me partieran la cara a salir corriendo –y de manera literal nunca me ha pasado ninguna de ambas cosas, pues las veces en que me he partido la cara he sido yo mismo–, a que los partidos duran noventa minutos y hasta el último suspiro hay vida, a pactar con la realidad, a llamar a las personas por su nombre, a que nunca hay que desistir en el empeño de ofrecer el corazón, la comprensión y la amistad incluso a los que fallan –y todos fallamos–, a que uno es el único responsable de todo lo que le pasa –y no puede echar balones fuera nunca, en consecuencia–, a compartir los éxitos –si es que a algo se le puede calificar así–, a reconocer que cada día el mundo se levanta nuevo. Asimismo, aprendí a apreciar la adversidad, pues se trata de una fuente de aprendizaje incomparable, y no son solo palabras. A saber que todo reto está llamado a ser resuelto. A desterrar las adversativas de mi vocabulario. A conocer todo lo que es sin medida, a sentirlo, a exprimirlo, a vivirlo, a no detenerme. A quitarme importancia, pues todo lo que veo es más grande que yo. Aprendí, incluso, a escribir, lo cual hace más de cuarenta años era un sueño de dimensiones inalcanzables, cuando me empeñaba en leer en lugar de jugar al baloncesto en el recreo –al fútbol sí que jugaba, de vez en cuando–… Y aquí me ven… Desatado –aunque quizá no tanto como parezca–… Diabético –y bético del Real Betis, mi equipo del alma– de mar y selva... Como Jack Sparrow, con una brújula que no marca el norte sino lo que más deseo... 
            Qué manera de escribir, me dicen algunos, y a veces no sé cómo interpretarlo, si me lo dicen porque les gusta lo que escribo o porque entienden que escribo demasiado, que habrá de todo. Quizá también pueda ser que me lo digan porque no se entienda nada o mucho de lo que escribo… Toda respuesta, sea de la naturaleza que sea, no obstante, es mejor que ninguna. Y vivo lleno de gratitud. Por ello y por todo lo demás. Esto de escribir es un asunto complejo que, a veces, puede con uno, lo enajena y casi abduce, en fin, en un proceso acerca del que muchos han escrito muchos textos que merecen la pena ser leídos. Pero para mí, sobre todo, es lo único seguro que tengo hasta el día de mi muerte. 
            Existe una posibilidad real de que todo me salga mal en la vida, al fin y al cabo emprendo cosas que nadie en su sano juicio emprendería, y, más allá de eso, pese a que no rindo pleitesía a expectativa alguna, todo me sigue llamando la atención y me ilusiono mucho con todo, como si tuviera quince años y anduviera en la tesitura de afrontar como novato la existencia. Pero voy camino de los cincuenta y cinco, edad, por otra parte, perfecta para comenzar a vivir de una vez, que ya me vale. Y la única forma de vivir que conozco es darme.
            Nunca he dejado de tener sueños. Siempre soñaba –incluso despierto– con que un día iba caminando por la calle y, de repente, comenzaba a desaparecer hasta desaparecer del todo. Y sí, sueño con ello. Sueño con desaparecer, por ejemplo, de la vida pública en algo así como en cinco o seis años, irme al Trópico a impartir talleres y escribir novelas y poemas y vivir en mangas de camisa, y con esa fertilidad paradigmática que en ciertas zonas del planeta es un monumento continuo a la vida y a la esperanza. Pero antes de eso, quisiera publicar mi obra literaria superviviente –después de tantos naufragios, expolios y actos aparentes de justicia, apenas siete series de poemas, dos novelas y tres ensayos, que yo recuerde–, culminar mi tarea de editor y, de paso, terminar de aprender mi oficio y dejar mi legado en forma de artículos publicados aquí, en Letras ideaYvoz, pese a que mi madre querida me dice que debería cobrar aunque fuera 5 euros por cada uno de ellos, pero me gusta entregarme a las cosas bellas –y eso se hace sin cobrar– y este proyecto de Roger Octavio Gómez Espinosa es hermoso, un lugar perfecto para depositar el repositorio de lo que he sido y soy capaz de escribir, por si alguien algún día quiere ocupar su tiempo de ocio en leer algo de mí –incluso sin saber de mí, que la obra perfecta es la obra que no conoce autor– o, de forma más simple, para terminar de vaciarme, pues aspiro a llegar a mi último suspiro sin nada de nada en las alforjas. No en vano nada tengo, nada quiero y nada he de llevarme a mi último viaje.   
            Existe una posibilidad real de que todo me salga mal en la vida, al fin y al cabo emprendo cosas que nadie en su sano juicio emprendería, y, más allá de eso, pese a que no rindo pleitesía a expectativa alguna, todo me sigue llamando la atención y me ilusiono mucho con todo, como si tuviera quince años y anduviera en la tesitura de afrontar como novato la existencia. Pero voy camino de los cincuenta y cinco, edad, por otra parte, perfecta para comenzar a vivir de una vez, que ya me vale. Y la única forma de vivir que conozco es darme. 
            Tan existe una posibilidad real de que todo me salga mal en la vida, digo, como que toda realidad sea bonancible y plena por el resto de mis días, pero al menos siempre me quedará escribir, y ahí sí que sí, lo proclamo: escribo desde la libertad y la honestidad más brutales que puedan conocerse, e insisto que puede que sea lo único que me quede, esclavo como soy en todo caso tanto de lo que digo como de lo que callo, que es el único privilegio que llevo conmigo asegurado de por vida. Después habré de morir y en eso no seré ni original ni distinto. Abrazaré con gozo el descanso que supone caer en el olvido, claro que de eso ya no seré consciente, y por esa misma razón lo único posible para mí es entregarme a la vida con ganas de vivirla, morirme de ganas de amar, amar y terminar abrazando un proyecto vital honesto, sencillo y pleno, basado en la confianza y la lealtad junto a alguien a quien llene, que me llene y con quien pueda amar. Lo demás son fruslerías.
 En la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Ciudad de México, 2012.
Fotografía:  En la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Ciudad de México, del 22 de febrero al 5 de marzo de 2012. En el evento de presentación de Sediento Ediciones, en el marco del Pabellón Estado de México. 

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 36. Tiempo de mujeres. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 36

Tiempo de mujeres
Por Manuel Pérez-Petit

El parto de todo libro es terrible, como el ángel del que nos da noticia Rilke en su primera elegía. Soy de los que sostienen que ser escritor es una maldición y que las obras de arte, y las literarias lo son, son contra natura a la vez que expanden el universo. Y soy de los que pueden hacer compatible esta contradicción. Soy creador porque quiero, no porque no pueda no serlo. Existe mucho mito al respecto. Si siempre lo vi todo con palabras, lo normal es que todo lo haya expresado y exprese por escrito, como así ha sido, en una experiencia mucho más dolorosa que gozosa que ha dependido de la disciplina. Y sé que hablar de voluntad y disciplina en el mundo occidental en que vivimos es nadar contra corriente, pero es lo que hay, pues no se trata ahora de hacer ficción.
            No se puede hablar de parto ni de voluntad ni de disciplina sin hablar de mujeres, motores incuestionables y sostenes en demasiados casos de la vida. Yo no soy mujer, y quizá ésta sea mi mayor carencia. Si abundando decimos mujeres escritoras estamos hablando del doble valor de quienes se ven abocadas, en unos casos por complejas cuestiones culturales y en otros por simples imposiciones de la “oficialidad” masculina, a adoptar un papel secundario en todos los órdenes, y, en consecuencia, también en el de la literatura. Pero nada más lejos de la realidad. El siglo de Oro español no puede entenderse sin dos mujeres esenciales, Teresa de Jesús y Juana de Asbaje, más conocida ésta por Sor Juana Inés de la Cruz, cuyas obras sin parangón están ubicadas por la historiografía oficial como fundamentales y al nivel de los más importantes autores de la historia de la literatura.
            En tiempos más recientes y en otras literaturas, lo que solemos conocer de la inglesa del XIX, por ejemplo, es Dickens y Collins..., y sin embargo esa literatura no sería lo que es sin las mujeres extraordinarias que fueron coetáneas de ellos: Jane Austen, Emily Brontë, George Eliot..., muy influyentes en la literatura del siglo XX, como en Virginia Woolf, de tan grande influencia en todo lo que vino después de ella. Son solo casos que, incluso, se dan en todas las literaturas, y mujeres escritoras las hubo siempre, digan lo que digan a veces los manuales de historia. 
            No podríamos tampoco entender la literatura mexicana del siglo XX sin las mujeres escritoras que habiendo sido muchas veces “apartadas” de la historia oficial han ido terminando por imponerse sin remedio. Ahí están los casos de Elena Garro, Rosario Castellanos, Margarita Michelena, Ángeles Mastretta y muchos más...
            Pero hablando de mujeres tampoco podemos obviar el papel de ciertas mujeres en el desarrollo del conjunto de la sociedad, y no solo en la consecución de los derechos civiles para las propias mujeres. Y de figuras como Margarita Michelena, María Teresa Rodríguez, Daniela Camacho, Ángeles Mastretta, Hermila Galindo, Rosario Castellanos, Virginia Woolf, Murasaki Shikibu, Elena Paz Garro y La Pasionaria trata este libro que, además, está escrito por mujeres no menos excepcionales: Bárbara Sánchez, Elvira Hernández Carballido, Eve Gil, Marisa DSantos, Reyna Hinojosa Villalva, Rosa María Valles Ruiz, Sagrario León García, Teresa Dey y Mirna Yanira Garcia Vargas. Y todo ello tiene en común que estos trabajos, llamados a formar parte de la historiografía esencial generada en México y acerca de mujeres –y por mujeres–, fueron presentados –todos ellos– en el marco de la Feria Universitaria del Libro (FUL) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, México, uno de los más importantes acontecimientos de fomento del libro y la lectura de cuantos se desarrollan en la nación mexicana. Y, por tanto, tiene sentido que en la FUL se lance esta edición, que ya antes de nacer resulta imprescindible.
            Si hablamos de mujeres escritoras debe quedar claro que una cosa es la literatura de mujeres y otra la literatura femenina, y que podría darse el caso de que haya más hombres que mujeres que hagan esto último, pero si hablamos de mujeres de lo que hablamos es de la historia del ser humano. 
            Llevo años negándome a aparecer en público. Si lo he hecho –demasiado en mi opinión– ha sido para demostrar que sigo vivo. Llevo años escribiendo como un condenado sin que nadie lo supiera, dedicándome con gozo y sufrimiento a la tarea de ser un escritor secreto... Sentado siempre al mismo lado del escenario en cientos de eventos, frente al público, en los que nunca fui el protagonista, pues siempre se trataba de dar protagonismo a otro, y eso me hacía sentir bien, pues de algún modo también con ello me negaba y a la vez me afirmaba en mi voluntad de dedicarme a los demás. Y en esa dedicación, las mujeres escritoras tuvieron siempre un papel protagonista. Fue mi decisión desde el principio. De los más de ciento cincuenta títulos publicados por mí con Sediento Ediciones, más o menos la mitad son de mujeres escritoras, y en todos los géneros imaginables: cuento, novela, poesía, ensayo, teatro... He publicado mujeres de todas las generaciones vivas y de más de una docena de países, residentes en seis de ellos. Primeras obras de muchas de ellas, compilaciones de otras, reediciones de otras más y ensayos también sobre mujeres, algunos de ellos escritos por mujeres. Las mujeres escritoras han sido siempre amables conmigo, mucho más que los hombres, y hasta podría afirmar que de ellas he aprendido más que de ellos, aunque esto siempre es relativo. 
            Por ello, por las razones expuestas más arriba y por muchos otros motivos que no cabe aquí señalar, en el proceso más doloroso de transformación de mi modesta y agotada casa editorial, es para mí una gran alegría presentar –y prologar, cosa que tampoco hice hasta hoy– este Tiempo de mujeres. Escritoras en la FUL, que de manera tan primorosa ha compilado Marisa D´Santos. 
            Y me siento agradecido.

                        Manuel Pérez-Petit.
                        México, Distrito Federal, agosto de 2016

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Nota del autor
Traigo hoy aquí el prólogo que escribí a Tiempo de mujeres. Escritoras en la FUL. (Sediento Ediciones, 2016), coeditado con Kanankil Editorial.
 
   
 Portada de Tiempo de mujeres. Mujeres en la FUL (Sediento Ediciones, 2016)
Fotografía:  Portada de Tiempo de mujeres. Mujeres en la FUL (Sediento Ediciones, 2016). Imagen de portada: Tiempo de mujeres, ilustración digital, de ©Valente Bautista López, 2016.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 35. De mi carpintería (4): Mi destino. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 35

De mi carpintería (4): Mi destino
Por Manuel Pérez-Petit

En el hemisferio boreal ya hemos entrado de golpe en la prima(vera), que nos acoge con alborozo y convulsiones, días más largos y ansiedades más livianas. Por contra, en el hemisferio austral los cielos tendrán cada vez más a partir de ahora una tendencia a gris y a lluvia fría, la propensión a la ansiedad crecerá y los días serán en breve más breves y hasta quizá dolorosos serán. Es lo que tienen las semanas que suceden a cada equinoccio, que se da en las dos ocasiones al año en que se halla el Sol sobre el ecuador. Ayer mismo, sábado 20 de marzo de 2021, tuvo lugar uno, miren por dónde.
            Y con esta llegada pavorosa me he quedado seco de palabras, lidiando con mi actividad de dar los kolavales (las gracias) a quienes corresponden y levantar el proyecto que dará la vida a muchas personas y me la quitará a mí. Está bien, y lo tengo asumido como mi destino…
            Rebuscando entre mis cosas de allá y acullá, encontré estos versitos publicados en Facebook el 23 de marzo de 2012: 

            La primavera ha llegado

            Sonríe en ventanales y en rincones
            igual que la risueña primavera
            se despliega con pétalos de soles.

            Total, a qué abundar, pero el asunto es que cuando llega la primavera en mi hemisferio me acuerdo que existió el mayo francés y la primavera de Praga. Que en abril fallecieron Shakespeare, Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega –además, el mismo día, el 23, del mismo año, 1616–, dejando sus legados para llenar de luz todo lo creado, y que también murieron Mussolini y Hitler –con apenas dos días de diferencia, uno el 28 y el otro el 30–, acabando con una de las eras de penumbra más grandes de la tierra. O que mayo –al menos en mi hemisferio natal– es el mes de las flores. 
            Y me acuerdo siempre de Antonio Machado (1875-1939), que escribió “A un olmo seco”: 

            Al olmo viejo, hendido por el rayo
            y en su mitad podrido,
            con las lluvias de abril y el sol de mayo
            algunas hojas verdes le han salido. 

            ¡El olmo centenario en la colina 
            que lame el Duero! Un musgo amarillento
            le mancha la corteza blanquecina 
            al tronco carcomido y polvoriento.

            No será, cual los álamos cantores 
            que guardan el camino y la ribera, 
            habitado de pardos ruiseñores.

            Ejército de hormigas en hilera 
            va trepando por él, y en sus entrañas 
            urden sus telas grises las arañas.

            Antes que te derribe, olmo del Duero,
            con su hacha el leñador, y el carpintero
            te convierta en melena de campana, 
            lanza de carro o yugo de carreta; 
            antes que rojo en el hogar, mañana, 
            ardas en alguna mísera caseta, 
            al borde de un camino; 
            antes que te descuaje un torbellino 
            y tronche el soplo de las sierras blancas;
            antes que el río hasta la mar te empuje
            por valles y barrancas,  
            olmo, quiero anotar en mi cartera 
            la gracia de tu rama verdecida. 
            Mi corazón espera 
            también, hacia la luz y hacia la vida, 
            otro milagro de la primavera.
 
            Se trata de uno de los más hermosos poemas de todos los tiempos en lengua española, escrito el 4 de mayo de 1912 e integrado en “Campos de Castilla”, publicado ese mismo año, el cual –gracias a Dios– hoy por hoy se estudia y lee en todo el orbe hispanoamericano y se tiene como lectura obligatoria en secundaria en todos nuestros países. 
            Y hago votos para que las hojas verdes nos vuelvan a dar vida, y una vida nueva y aún más poderosa, una fuerza indestructible se pone en marcha y hace posible incluso lo que parece imposible, e incluso para no dejar de dar las gracias ni un solo día de mi vida. De manera continua me renuevo, pues, y cada primavera, en el propósito de desterrar el “pero” y mantenerme firme en el “puedo”. Al fin y al cabo es mi destino.

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Nota del autor
En esta serie ‘De mi carpintería’ me he permitido pasar del 2 al 4 por los elementos que le son propios incluidos en varios artículos precedentes. Y ni que decir tiene que todo está sacado de mis archivos personales. Las publicaciones ya no existen. Dicho sea a efectos forenses.
 
   
©Francisco Higuera
Fotografía:   Retrato de M. P.-P. Collage. ©Francisco Higuera, fotógrafo y artista visual español. Junio de 2005.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 34. El oficio de editar VI. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 34

El oficio de editar VI
Por Manuel Pérez-Petit

A ver si nos aclaramos, y que alguien me diga quién está capacitado de verdad para ser juez. Expondremos un par de casos y una anécdota en relación a lo que venimos hablando.
            Caso 1: El “nefasto” Yordi Rosado, que ha vendido en México desde 2005 más de tres millones de ejemplares de sus ocho libros publicados –¡más de tres millones!–, todos enfocados a los adolescentes y a sus padres desde diversos puntos de vista –para comprenderse, para emprender, para mejorar su convivencia...– y todos de autoayuda, por lo cual podríamos denostarlos, pero resulta que hay un claro consenso entre terapeutas que califican en su conjunto la obra de este productor y conductor televisivo como muy buena y de gran valor…, y aunque sean libros con un público objetivo limitado resulta que todos ellos han estado durante años entre los más vendidos en las librerías mexicanas. Y ayudando a mucha gente, no en vano este personaje por el que montaron hace cerca de cinco años un escándalo de enorme magnitud funge en sus ratos libres como voluntario para promover la agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyo razón de ser es dar a conocer los Objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de dicha organización, en especial en lo relativo al Reto del Hambre Cero. No pretendo ponerle una medalla –y tampoco gano nada por intentar ponerlo en su sitio–, pero lo cierto es que este señor ha conseguido que haya más lectores en los últimos 7 años que todas las editoriales alternativas de México juntas, y no hace falta mirar las estadísticas. Y puede que esos mismos lectores, que quizá no tuvieron nunca contacto con un libro hasta encontrarlo, por la razón de haberlo descubierto luego se interesen por otros libros de otro corte y otra naturaleza, en beneficio de muchos. Este Rosado tiene un libro, por ejemplo, del que deberíamos aprender todos, mecachis. Se trata de “¡SIN PRETEXTOS! Cambia el pero por el puedo”, que su editorial explica del siguiente modo: “Lo que eres es mucho más que suficiente para ser… todo lo grande que quieras ser. Sabías que no puedes regresar al pasado para volver a empezar, pero puedes empezar ahora y cambiar el futuro. Cuando crees de verdad en algo, tu mente encuentra la manera de lograrlo. Tus logros no te definen, te define lo que superas. Las crisis son la mejor oportunidad para crecer, pues la vida te las pone enfrente para que hagas algo que jamás te hubieras atrevido...”. No sé ustedes, pero yo creo en ello. Es más, estoy por ir a buscarlo.
            En relación a la capacidad que los “puristas” elevados, aristócratas de la “alta alcurnia literaria”, capaces de condenar al infierno o elevar al cielo a una obra publicada o a un autor –incluso sea cual sea su obra–, está un segundo caso, que, por cierto, no ha aparecido antes en mis artículos –ni creo que vuelva a aparecer al no ser de mi interés particular, aunque no lo desprecio–. Veamos, pues, el caso 2 que vengo a proponer a la reflexión general: Paulo Coelho. 
            Me echo a temblar de solo pensarlo, y me río hasta de mi sombra. Reconozco no haber leído a este brasileño que vende libros como churros. Traducido a 83 lenguas, ha vendido más de 350 millones de ejemplares en 170 países desde 1987… ¿De verdad que alguien me va a intentar convencer de que hay más de 350 millones de “tontos” en el mundo dispuestos a leer –ya que leen– tal “bazofia” –pues, desde luego, todo lo suyo lo es, según los opinadores más sesudos–? No sé ni cómo escribe –jamás he leído una página suya–, pero algo hará bien, pues me resulta demasiado pretencioso por parte de cualquiera despreciar el muy grande bien que este señor ha hecho al sector editorial con su trayectoria, y no solo a la multinacional que le publica, sino, por extensión a todos los editores. Gente, por ejemplo, que nunca hubiera ido a una feria del libro y que van a por libros suyos, paseando, de paso, por el resto del recinto…, en lo que pueden comprar otra cosa. Me dirán ustedes que un llavero… Vaya por Dios, y yo les contestaré que bien podrían cambiar “el pero” por “el puedo”, que ya estuvo.   
            Recuerdo una anécdota en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Fue en 2011, el año del vigésimo quinto aniversario de la FIL, el más importante evento de promoción del libro y la lectura del ámbito del idioma español en el mundo, el primero en que Sediento Ediciones tuvo estand, gracias a la invitación que con suma amabilidad me hizo el Consejo Editorial del Estado de México (Ceape), invitación que me volvió a realizar año tras año hasta 2015, en que decidió prescindir en su pabellón de los independientes y yo ya comencé a buscar y a encontrar otros acomodos para que Sediento siguiera estando presente. Mi entonces editorial estaba aún en sus comienzos, con apenas medio año de vida y un catálogo de algo más de treinta títulos. Había que hacer algo para que esos días no fueran en realidad una pérdida de tiempo, dada la marabunta de editoriales y ofertas que por doquier llenaban –y espero que vuelvan a llenar pronto– las instalaciones de la Expo Guadalajara. Tracé el plan de tirarme a los pasillos, que es jugar al límite del reglamento, hablar con la gente, llevar siempre libros en la mano… Entre otros motivos porque nadie iba a venir a buscarme… En una de esas, me encontré con una señora, a la que ofrecí alguno de mis títulos…
            —Es que vengo a buscar otra cosa… 
            —Lo comprendo, es natural. Si viniera a buscar algún título de Sediento, yo se lo regalaría… —la señora se echó a reír 
            —Voy a Gandhi a por el último de Paulo Coelho.   
            —Desgraciadamente, yo no tengo ninguno, ni de segunda mano, y tampoco tengo alguno que se parezca a los que escribe ese señor, pero fíjese usted: de que yo venda un libro, uno solo, de los que hago, a usted, por ejemplo, depende que en un futuro pueda tener uno en mi catálogo de ese autor o de otro que alguien como usted venga a la FIL a buscar, sin saber ni siquiera que yo existo. 
            Se quedó pensativa por un momento, se acercó mi espacio, miró complacida varios títulos –ya no tenía prisa alguna–, se los expliqué, y, al final, me compró una novela y yo le regalé un libro de poemas. Días después escribió a la editorial agradeciendo mi atención para con ella y comentando que le habían encantado los libros. Y al año siguiente vino a buscarme, a ver qué nuevos títulos había publicado.
            En la próxima entrega les hablaré desde un kiosko de prensa, que tanto bien –creo yo– y tanto mal –creen muchos– ha hecho al mundo editorial. Sigan atentos a sus pantallas.

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Nota de autor
Sediento Ediciones paró máquinas entre el último trimestre de 2016 y el primero de 2017, tras cinco años y medio de actividad, habiendo consolidado un catálogo de 156 títulos de más de doscientos autores de 14 países, para un total de más de medio millón de ejemplares producidos y vendidos en dos continentes, de los cuales hoy apenas quedan –ya no para su venta– algo más de mil quinientos. La editorial no hubiera podido durar tanto tiempo si no fuera por su reiterada presencia tanto en la FIL como en otras grandes ferias, de la mano del Ceape. Quede el dato aquí a efectos de reconocimiento y gratitud.
Estand de Sediento Ediciones en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), 2011. Foto de M. P.-P. con autores.
Fotografía:  Estand de Sediento Ediciones en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), 2011. Foto de M. P.-P. con autores. En la imagen, de izquierda a derecha: Javier Allard (con su novela Los ojos de Luna y el fin de los Cometas, que unos años después publicó Alfaguara), Lydia Martínez (con su novela Kozlak y el libro del Arcano. Crónicas góticas I, uno de los proyectos más ambiciosos de la historia de Sediento), M. P.-P. y Elia Vargas Sastré (con su obra de teatro La muerte irredenta, con la que se demostró durante años que la dramaturgia de calidad sí vende).

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 33. El oficio de editar V. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 33

El oficio de editar V
Por Manuel Pérez-Petit

No sé por qué me han venido a la cabeza dos hechos que tuvieron lugar en México de finales de agosto a principios de septiembre de 2016, y que me parecen que ni pintados a vueltas con la nada novedosa realidad de la precariedad del mundo editorial. Lo común a ambos casos es el escándalo que suscitaron. 
            El 26 de agosto fue inaugurada la vigésimo novena edición de la Feria Universitaria del Libro (FUL) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), con la presencia en calidad de invitado del ex-presidente del Gobierno de España José María Aznar, cuyo principal mérito conocido en relación a los libros es que se confiesa desde siempre como lector de poesía. Ese mismo día fue investido Doctor Honoris Causa por la UAEH, “en reconocimiento a su destacada trayectoria política y social al frente del gobierno español que contribuyó excepcionalmente al mejoramiento de la vida de su país”, antes de lo cual Humberto Veras, rector entonces de la institución, y el propio Aznar habían rubricado un convenio de colaboración entre la máxima casa de estudios de Hidalgo y el Instituto Atlántico de Gobierno que encabeza el expresidente español –a cuyo Consejo Académico y Social pertenecen figuras como el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, el expresidente de México Ernesto Zedillo o el historiador mexicano y editor de Letras Libres Enrique Krauze, entre muchas otras personalidades del ámbito hispanoamericano e internacional–, por el cual se fomentaría el intercambio académico de profesores y alumnos, así como la realización de investigaciones conjuntas en el ámbito de las ciencias sociales y ciencias políticas, que generaría beneficios reales no solo para la universidad sino para el conjunto del estado. Luego, se desplazaron a inaugurar la 29ª FUL. Hasta aquí todo normal –o debería haberlo sido–, pero el caso fue la reacción en los medios locales y de un buen número de escritores que estaban programados y que en protesta cancelaron su participación en los eventos. Se podía –y puede– juzgar al personaje –Aznar–, por mentir sobre las armas químicas de Irak, por hacer entrar a España en la guerra y por mentir de nuevo a los españoles sobre el terrible atentado del 11-M, pero en esa ocasión lo único importante era el beneficio que para Hidalgo suponía su presencia. Pese a todo, con todo lo que es la FUL –de lo que da buena cuenta la prensa en general, por lo cual huelga reiterarlo aquí: una de las diez ferias del libro más importantes de México–, es triste que se recuerde la de ese año por la presencia del expresidente español, y, sin embargo, ese hecho le dio más publicidad de la que suele tener –que por lo habitual no es poca–. Y puedo asegurar que se vendió bastante.
            Ya por esas fechas se había levantado una gran bronca a cuenta de la participación como invitado especial del conductor televisivo mexicano Yordi Rosado –a decir verdad alguien desconocido por completo fuera de México– en el XXII Festival Internacional de Letras de San Luis Potosí, por además pagarle por impartir una conferencia motivacional –que tuvo lugar el nueve de septiembre– de dos horas, titulada "Dos-tres netas”, un total de 123 mil 200 pesos mexicanos, lo cual no es más que precio de mercado, que es el que manda. Lo cierto es que con la presencia de este autor de varios libros para adolescentes de gran éxito comercial –dicho sea de paso–, el festival potosino, organizado por la Dirección Municipal de Turismo y Cultura, alcanzó unos niveles de difusión muy pero que muy superiores a los habituales, pese a lo que la indignación llegó a alcanzar temperaturas muy altas. El rechazo al personaje y a su participación en el evento llegó a trascender incluso las fronteras mexicanas, resultando hasta desagradable por la agresividad empleada por mucha gente –que tuvo en el insulto un modo habitual de expresarse–, en defensa de su opinión legítima –como todas– pero que perdió todo su valor por causa de las formas empleadas. 
            Nadie se preguntó entonces –ni ahora–, tampoco, los beneficios que al sector editorial le supuso la presencia de ambos personajes en tan magnos acontecimientos.
            Son solo dos casos gracias a los cuales a la postre se fomenta mucho más el libro y la lectura que con cualquier campaña de concienciación ciudadana o de creación de bibliotecas, estrategias que son necesarias pero a todas luces siempre insuficientes, y más aún sin ayudas públicas. Hay situaciones concretas y las hay generales. Externas al mundo del libro y la lectura o de forma plena involucradas en ello. Lanzamientos editoriales, por ejemplo, que hacen que muchos se lleven las manos a la cabeza, pero no debemos olvidar que se trata del mercado. Ninguno de los puristas que hacen coro contra lo que denominan en masa literatura “mala” es Cervantes, y ni siquiera Alfonso Reyes o Jorge Luis Borges, y la inmensa mayoría de ellos no saben del mundo del libro casi ni el abecedario. Ya estuvo bien de puritanismos endogámicos que no conducen a ningún sitio, de imposturas y escenografías artificiales más motivadas por el afán de notoriedad de quienes las ensayan que por la verdad y lo objetivable. 
            Soy de los convencidos de que es mejor leer cualquier cosa que no leer. Que un lector de una obra que podría calificarse por el consenso intelectual como “mala” –con toda la dificultad que conlleva llegar a establecer este tipo de clasificación en la mayoría de las ocasiones– es una posibilidad de que llegue a existir algún día un lector de una obra que esa relativa mayoría que establece el estado de opinión de cierto canon considere como “buena”, pues al fin y al cabo es un lector, y como tal suma, y no solo a la estadística. 
            Lo mismo podría afirmarse que gracias a los denostados Yordi Rosado –que cobró por una conferencia y acerca del que nadie recuerda que sus libros se venden por cientos de miles de ejemplares– y José María Aznar –que se comprometió a traer dinero para el desarrollo académico y que no pronunció una sola palabra de política durante su estancia en Hidalgo–, y a los que los llevó o trajo a los eventos que con su esfuerzo, capacidad y buena fe organizan, hubo de golpe en México más gente que supo que los libros existen. Que hasta pueden leerse. Que no muerden. Incluso que alimentan. 
            Y se lo debemos también a aquellos a los cuales, en su ociosidad, esa cierta aristocracia cultural, solo se les ocurre agredir sin piedad y sin descanso, generando escándalos desproporcionados por sistema y sin cabeza, sin reparar en la realidad irrefutable de que hechos como aquellos suponen auténticos revulsivos en favor del libro, y hasta la lectura.
            ... Está muy bien leer, desde luego, en todo caso, pero debe ser más importante para el editor vender libros que que se lean, porque si nos los vende, habrá cada vez menos libros y, en consecuencia, menos lectores. 
4 de septiembre de 2016. Presentación de Tiempo de mujeres. Escritoras en la FUL (Sediento Ediciones)
Fotografía:  4 de septiembre de 2016, domingo. Presentación de Tiempo de mujeres. Escritoras en la FUL (Sediento Ediciones), en la FUL 2016. En la imagen, de izquierda a derecha: M. P.-P., Teresa Dey, Elvira Hernández Carballido, Marisa D'Santos, Reyna Hinojosa Villalva, Yanira García, Rosa María Valles Ruiz, Sagrario León García y Eve Gil.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 32. Declaración(es) de amor. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 32

Declaración(es) de amor
Por Manuel Pérez-Petit

Te amo por tu respiración de ángel, por tu caminar de rosal enhiesto, por los gestos de tus manos que son gacelas encendidas, por las fauces de agua fértil de lo que me haces soñar...
            Te amo porque eres ida y siempre te hallo tejiendo y destejiendo un manto mágico con tu mirada...
            Te amo por todo, en paquete, por lo que eres, por tu capacidad de enervar mi ser...
            Te amo por mis quejas de ti, por todo lo que me molesta que hagas o dejes de hacer, porque todo en ti contribuye a construir el mundo...
            Te amo por lo que aprendo de ti, por lo que me enseñas, por esta admiración que siento y me hace más grande...
            Te amo porque nunca te das por vencida, porque aunque te tiren no te quiebran, porque eres la heroína que me da el aliento...
            Te amo porque me tienes enamorado como a un hijo de perra que alza sus garras para convertirlas en algodón...
            Te amo porque me vas a enloquecer como las bestias de tus ojos... 
            Te amo porque no tengo otra opción y es irremediable que tendré que ser tuyo, unido a ti, hecho en ti, atado a tu libertad sonora, cubierto de cadenas de besos y caricias...
            Te amo porque mi fin no es otro que ser en ti por el resto de mis días, preso de tu ser de luz...
            Te amo porque sé que amanecer en ti es mi bendición, que en ti cada día dçia es un día nuevo, nunca un día más...
            Te amo para morar en ti, que es el único lugar posible en el mundo para mí... 
            Te amo porque estoy convencido de ofrecerte todo lo que pueda caber en mis manos, todos mis saberes, mi ternura, mi amparo…, y que eres mi única donación posible... 
            Te amo y por eso te expreso mi deseo de que te abandones en mí como yo lo hago en ti, pues yo traigo tu descanso y tu anhelo, tu completación, como tú traes la mía... 
            Te amo porque nunca das nada por imposible y por eso eres mi modelo...
            Te amo porque puedes amarme como soy, porque eres mi todo, porque solo en ti, en nosotros, es posible la realidad más plena, porque en ti me hallo tan desnudo que no necesito inventarme...
            Te amo porque eres la existencia y en ti veo a Dios, con lo cual veo todas las cosas... 
            Te amo porque solo tú conoces el oxígeno que me respira, porque eres eternidad...
            Te amo porque de entre todas las flores me quedo contigo, pues no existen flores que se te puedan comparar...
            Te amo porque eres la rosa que me lleva a vivir la anhelada transparencia... 
            Te amo porque eres honesta, limpia, consecuente, leal y libre...
            Te amo porque me haces creer aún más en el amor, en la luz y en los milagros...
            Te amo porque en ti la vida nunca acaba, porque tu luz es el océano que nunca acaba...
            Te amo porque me haces crecer cuando te miro còmo me miras y cuando me miro, y me veo, en tus ojos...
            Te amo porque en nosotros no hay lugar para la desesperanza y cualquier determinismo está muerto y enterrado de antemano, porque nos ponemos manos a la obra en la seguridad de que el buen puerto ha de llegar...
            Te amo en la isla en que el águila devora a la serpiente, sobre el lago que ya no existe pero tiembla, en mi Anáhuac, mi también posible patria prometida, en la dignidad, que nace de uno mismo, en la fe, que es el motor que me impulsa en este trasiego en que arrastro por el mundo mis escombros de luz y lo que soy, en la capacidad de amar y ser amado...
            Te amo porque de ti salen puñales a mi pecho y reviento con sangre y con espinas bajo el ángel de muerte y luz que brota de tus manos, porque no hay otro dolor que el que yo tengo ni otra desolación más que esta mina que a la muerte me lleva en su regazo...
            Te amo porque nos ponemos a la tarea de construir sobre estos socavones en que nos hemos felizmente despeñado... 
            Te amo porque en esta incertidumbre de días que nadie entiende crecen cicatrices luminosas que redibujan la cartografía del universo, poniendo en la parrilla de salida de tus manos misterios capaces de abrir todas las puertas...
            Te amo porque solo nosotros conocemos el arcano que nos libra de la muerte... 
            Te amo porque me siento más yo cuando cruzo las cordilleras de tus labios...
            Te amo porque enmudece al mirarte y verte y es entonces cuando hablan los gestos y cada instante dice un nombre que desentraña el cosmos... 
            Te amo porque en nosotros es posible habitar en todos los planetas... 
            Te amo sobre todas las cosas, sobre todos los seres, sobre el resto del mundo, en la nueva era de la verdadera alegría, de la verdad con mayúsculas que ya somos nosotros...
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Nota del autor
Estos textos, concebidos como uno o como varios que tanto monta, que pueden ir en el orden expuesto o en cualquier otro, deben enmarcarse en mi serie De mi carpintería, aunque una parte de ellos fueron creados ayer mismo, domingo 14 de marzo de 2021, mientras escribía la presente nueva entrega de mi Líneas de desnudo. Por otra parte, hay mucho que hacer y escribir, por lo que espero abandonar pronto el azúcar.
 «Rosa de fuego»
Fotografía:  Rosa de fuego, fotografiada en el Principado de Andorra en 2009.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 31. Confesión de urgencia. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 31

Confesión de urgencia
Por Manuel Pérez-Petit

                                       A la niña de los jardines

Os confieso que me he llevado la mayor parte de mi vida buscando lo que siempre di en llamar ‘mi lugar en el mundo’, a sabiendas de que no era una tierra específica sino otra cosa cuya definición también tardé años en descifrar y solo lo conseguí de forma vaga e inconcreta, por lo que me abstengo de expresarla.
            Os confieso que durante mucho tiempo pensé que mi sitio en el mundo, mi patria, mi destino, era una mujer, error terrible que he pagado una vez tras otra y con creces, por lo que no abundo en ello dado su carácter doloroso, confuso y complejo para mí.
            Os confieso que hubo un tiempo en que estuve convencido de que mi patria era una cultura, un ámbito cultural, la lengua incluso, y me puse a buscar y a rodar por el mundo, contraviniendo todas las convenciones familiares y sociales –convirtiéndome, de paso, en algo así como una oveja descarriada–, hasta que di con América y, más en concreto, con México, pero descubrí que la weltanschauung o idea del mundo que está en la base de toda cultura no hace de ningún sistema cultural algo único y diferenciado del resto del universo. 
            Os confieso que de inmediato observé que en la interculturalidad –que no en la multiculturalidad, pues la interculturalidad es comunicación, como la propia vida, mientras la multiculturalidad niega la comunicación– estaba mi sitio en el mundo. Y fue entonces que me di cuenta de que estaba más desnudo que nunca, más deshecho, más en condiciones de verdaderamente morir, lo cual es el paso para nacer.  
            Os confieso que que lo mío es algo fatal y hermoso. Que recuerdo con mucha recurrencia lo que Jorge Luis Borges dijo en su discurso de aceptación del Premio Cervantes 1979: "... Quiero decir también que me siento muy conmovido, tenía preparadas muchas frases que no puedo recordar ahora, pero hay algo que no quiero olvidar, y es esto: me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un Rey, ya que un Rey, como un Poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal...".
            Os confieso que, a veces, me acuerdo de frases como ésta u otras, y las busco, las compruebo, las confronto –y también con mi estado de pensamiento o de sentimiento o con la nubosidad variable de cada día–, y me recreo en ellas, y me conmuevo, y me doy cuenta de por cuántas cosas debo pedir perdón y de por cuántas dar las gracias, del privilegio de los dones y encantamientos de manera inopinada recibidos, de los talentos que me juego en cada envite –bien o mal jugados, pero jugados con fe y con sangre, con una honestidad grabada en piedra–, y de que debo hacerlo todo, pese a mi invalidez demostrada y evidente, y mira que cansa, pero es lo que me toca. 
            Os confieso que por esta misma razón se me vienen encima todos los jaguares de la memoria, me inflamo como una rosa en el jarrón de su cárcel y me levanto como la hoja de un libro expuesta al viento, reconstruyendo lo que ha sido y es mi propia vida, y asumo ésta tal y como yo mismo me la he buscado, y me digo "venga", que está todo por hacer. Y si esto es fatalismo, fatal ha sido y es, desde luego, mi propia e inútil vida. Pero lo fatal no es lo malo, pues no puede ser malo lo que es inevitable y fruto de recibir, aceptar y cumplir un destino; un destino que no solo no se busca sino que es ineludible y que en el fondo se desearía, incluso, antes que para uno para cualquier otro, pero ese deseo, de tenerse, nunca se cumple.
Os confieso, en definitiva, que sí, que acepto mi destino y que cumplo mi destino –y que hace tiempo que no lo busco, porque buscar lo que se encuentra y se posee, aunque no sea del todo, es un contrasentido–. Que mi rendición no puede ser más evidente ni gozosa.   
            Eso sí, ya que hablamos de destino, me pregunto si puede haber algún otro destino que no sea expresado y realizado en términos de justicia. Y estoy convencido de que en mi caso el mayor acto de justicia es darme y que darme es mi destino, lo cual me da pie a cumplir, a cumplirme, de una vez, en mi sitio en el mundo. Y a estar de una vez en paz conmigo mismo, que ya es hora. 
            Con todo y ello, os confieso también que hace años me grabé a fuego lo que dijo un día no muy lejano el jefe Seattle: Hoy, aquí, para mí, "termina la vida y comienza la supervivencia", y quizá la supervivencia sea el modo más coherente con la aceptación de un destino, y el más pleno y auténtico de vivir y de llegar de una vez a la hora de la muerte.
Málaga, España, 2014.
Fotografía:  M. P.-P. en la plaza de la catedral de Málaga, España, en el verano de 2014.

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.