Trabajo en alturas. 30. En la frontera de sí mismo. Roger Octavio Gómez

En la frontera de sí mismo
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

¿De quién es este lenguaje

por donde me deslizo

para no llegar a ningún

sitio?

Óscar Oliva, en «Hesitación»
¿Cómo se suicida un poeta o un escritor? Y cuando emito esta pregunta no me refiero a la persona sino al desdoblamiento que existe en seres cotidianos, dentro de sí, un ente poético que busca emitir, con palabras, una expresión artística.
        En Nostalgia, de Mircea Cârârescu, Piedad Bonnet, prologuista del volumen, lo cita: “Cuando escribí el último poema de Res decidí suicidarme como poeta para comenzar otra vida dentro de la literatura…” (Editorial Impedimenta, 2020: 8). A eso me refiero. Mircea, sin embargo, dice que no pudo suicidar al poeta que hay en él, sólo consiguió suicidar su poesía, y siendo poeta comenzó a escribir relatos.

Cuando estudiaba un máster en Creatividad Literaria en la U. de Salamanca, el profesor Arturo Guichard dijo en más de una ocasión, lo parafraseo: que ante un sentimiento vivo no se puede escribir de inmediato sino hasta que la experiencia ha comenzado a ser parte de un recuerdo, esto es, no puedes escribir, o no debes hacerlo, sobre una emoción que aún está a flor de piel. Es quizá por esto que he tardado en intentar escribir sobre lo que representó para mi presenciar el montaje de mi obra teatral Acrofobia, en aquel 3 septiembre de 2022, en la pequeña Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México.
	Tantas las emociones y tan perdurables que aún hoy, a semanas del evento, no puedo decir que esté capacitado emocionalmente para escribir este texto. No sé cuándo podré estarlo. 
	Acrofobia la concebí para tratar el tema del suicidio literario, como el que alude Mircea Cârârescu, pero también para tratar de explicar cómo percibo que un escritor puede ser salvado cuando se entera que sus palabras pueden tocar a otros. 
        Las palabras, por otro lado, en el teatro se convierten en una plataforma para permitir una trasliteración, esto es, sustituir unos signos por otros. El arte de la actuación que hace renacer nuevos sentidos, comenzar otra vida, a partir de un guion. Ofrecer a mujeres y hombres que buscan en los canales del arte una tabla que les alegre, como espectadores, un instante que a su vez pueda ser recordado. Huellas virtuosas de memoria. Una cadena que ansiamos, ante nuestra finitud, que sea infinita.
	Qué bello es contemplar a los actores desdoblar sus personalidades para poseer y dar vida a los personajes de una obra, qué bello cuando dan cada fibra de sí para posarse en la orilla de esos precipicios que se llaman escenarios. Cuando las luces iluminan los rostros maquillados, los cuerpos vestidos para la ocasión. La música y los paisajes sonoros, las voces vibrantes. Qué hermoso cuando cada elemento resuena en un recinto que se convierte, por instantes también, en un espacio teatral.

Hay tanta soledad al momento de escribir, tanta como la que ha de sentir el actor que se posa en la frontera de sí mismo para ser el trasmisor de la ficción a una realidad que cobra vida en el espectador. Hay tanta luz en el texto que es leído, en la obra que es recreada, en la pintura que cobra sentido, en el poema que muestra algo más que palabras. 
	Me temo que cada escritor muere al lanzarse al vacío de la hoja en blanco y no sabe con certeza si podrá volver a tener la oportunidad de comenzar otra vida literaria al confrontar de nuevo la necesidad de intentar escribir ese texto único que, paradojas de la razón, se alimenta de cada palabra ya dicha por otros. Imagino que una troupe renace en cada representación. Se lanzan también a esos vacíos en los que buscan con ansias recrear nuevas realidades. ¡Ah!, vale mucho la pena. Si pudiera lograr describir sobre cuánta vida sentí al verlos convertir un espacio oscuro en un universo luminiscente, pero no puedo…

Es cierto, no estoy capacitado aún. Qué torpes resultan mis palabras. Si yo sólo quería decir: gracias, y con este nudo en las manos he balbuceado tanto que al final me temo que he dicho, nada. Mientras logro superarlo, que flote hacia ustedes esta emoción que no me deja ni siquiera agradecer…

+++

Dedicado a Telar Teatro y su Marabunta Colectivo Escénico. A Héctor Cortés Mandujano, actor, director y siempre mi maestro; a Alfredo Espinoza, gran actor y amigo; Dalí Saldaña, por la luz en el preciso momento; Daniel Dávila, que supo dar voz a esa canción que aún tarareo; Jazmín Zea, qué sería del actor sin su vestuario. Daniel Dávila y Ulises Peimberth, ingeniosos escenógrafos y paisajistas sonoros. Juan Ángel Esteban Cruz, cuánto talento depositado en el cartel y en los programas de mano. Rudy Laddaga, tan generoso no sólo en lo material sino en sus palabras. Carlos Ariosto, qué sería del teatro libre sin soñadores como él. A mis amigas y amigos, tan entrañables. A ese público que con su aplauso dio sentido a un texto que, ante el vacío, voló.
Fotografía: AE

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