Aquí pasan cosas probables
Por Roger Octavio Gómez Espinosa
Se trata aquí de analizar la relación o diferencia entre los cuentos «El gato negro», (1843) de Edgar Allan Poe; «El rayo de luna» de Gustavo Adolfo Bécquer; «El reloj de Bagdad», de Cristina Fernández Cubas, por un lado. En una segunda partida tenemos los cuentos «Adiós, Cordera» (1983) de Leopoldo Alas, “Clarín”; «El revólver», (1985) de Emilia Pardo Bazán, y «Aquí pasan cosas raras» de Luisa Valenzuela.
Un lector medianamente suspicaz puede notar que, en el orden en que los he listado hay una graduación, no sólo en el tiempo de su publicación, sino en lo que Anderson Imbert (2020) registra, desde un ángulo pedagógico y bajo una análisis práctico, que viaja en la línea en que se pudieran presentar las mímesis de las realidades, o realidad, en un relato y que se sintonizarían entre dos puntos equidistantes: lo probable y la improbable. Pero también dos campos primarios: lo «no real» versus lo «real», entrecomillado ya que en tales términos hay sendas páginas de pensadores que obviaremos.
Mi reto: intentar aclarar y desenredar el galimatías que se agolpa en mi cabeza con sólo ver los títulos.
La línea de lo «no real»
Iniciamos el viaje de lectura con un cuento imprescindible: «El gato negro», cuyo autor cimentó bases firmes para la cuentística moderna y que permitió una compuerta para la generación de la narrativa fantástica: Edgar Alan Poe. Lo fantástico en su pureza: un cuento que apela ser una experiencia real, «No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia...» Un inicio que con variantes se ha vuelto un mecanismo muy recurrente; sin embargo, los acontecimientos son afectados por un hecho que coloca al lector en el umbral de lo irracional, donde las explicaciones basculan entre lo sobrenatural y hacia el hecho de que el protagonista es un alcohólico que sufre delirios y cambios violentos de carácter causados por su adicción. Sin embargo, quien nos narra las acciones es el mismo protagonista y las emite en un grado que hacen brindar explicaciones diversas, no sólo la locura temporal del protagonista sino, también, la existencia de hechos sobrenaturales que se manifiestan en su mascota: un gato negro.
En «El rayo de luna», nos encontramos no sólo al Bécquer cuentista, sino al Bécquer que cubre el rango de frecuencias del pos-románticismo y el neoplatonismo que caracterizaron su obra, un escritor que fue prologado por Machado como precursor del modernismo en lengua española. Encontrar un paralelismo biográfico con Poe es posible, ambos huérfanos y genios, pero más, abarcaron la poesía, la crónica y la narrativa; también lo sublime y lo prosaico; en ambos escritores vemos un registro que abarca lo popular y el, mal llamado, culto. Bécquer es un escritor que se desenvuelve en una época donde estaba en auge el realismo y no ha de haber sido fácil la aceptación por parte de la crítica de un pensamiento que plasma la búsqueda de un ideal que sabe inalcanzable. En el cuento leído no puedo evitar referirme a sus rimas, tan icónicas, donde se describe lo ideal, lo sublime, en el amor una mujer, o mujeres, y principalmente su «Rima 40 ». El cuento, por otra parte, simula iniciar con el mecanismo que mencioné en Poe: advertirnos que narrará algo que tiene bases en la realidad. Sin embargo, en Bécquer esto será un engaño, nos predispone para lo fantástico más nos lleva por otro camino. El personaje de Bécquer persigue lo que parece ser una mujer, luego el máximo ideal femenino, y cuando sospechamos que persigue un fantasma se devela un simple rayo de luna, ha perseguido una luz blanca que había sido magnificada por la imaginación del protagonista quien queda en un estado de sufrimiento tal que le impide volver a contactar un mundo en el que ha descubierto lo efímero. Nada en este mundo, parece decir Bécquer, tiene sentido si lo que se atisba como lo ideal (lo platónico) no se puede concretar, es un fantasma imaginario, un rayo de luna que ha confundido los sentidos. Nadie lo comprende, la figura del romántico contra el pragmatismo que le invita a palpar una vida que no es más que «luz blanca». ¿Es un cuento misterioso? No. El narrador dice que se basa en una leyenda que tiene un componente real, más la solución a las posibles respuestas se dan en la psicología del personaje que despierta a una realidad que no es apreciada por la mayoría y que lo colocaría como dudoso, los razonamientos de un loco; lo extraño, la postura de un romántico. Diría que es un cuento filosófico y, sin que llegue a lo didáctico, por lo tanto, realista.
En «El reloj de Bagdaj», Cristina Fernández Cubas nos presenta el uso formal, en la literatura contemporánea, de la tradición fantástica en la línea de Poe, pero también en la de Henry James. Un objeto introducido en la casa, un reloj antiguo, parece ser el causante de las peripecias que cambian la fortuna de los personajes del cuento. Las fantasías de niños y las supersticiones de las viejas nanas permiten acrisolar la posible incursión de lo sobrenatural, diabólico, en la casa, la cual de por sí era ya habitada por ánimas mansas. Tal incursión quizá sea una fantasía generada por la aversión que causa el objeto fabricado en una tierra infiel, árabe; “no cristiano” y por lo tanto dudoso. Mas, ¿es todo aquello producto de la imaginación? Al final, la protagonista ve en el padre adusto un gesto, uno que nos comparte como prueba de que los hechos maravillosos no tenían sólo una explicación lógica sino también irracional y maravillosa: que las animas y fantasmas son reales.
La selección «real»
En la selección «realista» tenemos en primer lugar a Leopolodo Alas “Clarín” con «Adiós, Cordera», un cuento inscrito plenamente en el naturalismo, que es una proyección del realismo hacia el determinismo, que se opone, además, al romanticismo y que llega a negar a aquel realismo que le sirvió de base. Veo en la estructura del cuento tres capas, la primera es la descripción del universo donde habitan dos niños: Rosa y Pinín, quienes gastan el día en apacentar por los caminos a una vieja vaca, la cual parece suplir el hueco que ha provocado la orfandad materna. Cuidan además de que la vaca no se acerque a las vías del tren. Curiosamente, a modo de nota, Bécquer en su labor de corresponsal periodístico en la inauguración del ferrocarril del Norte (Suárez, 1995), el tren parece ser una esperanza de progreso y caballo secular del movimiento de la vida. Pero en Clarín las vías ferroviarias representan la línea fría e inmutable que causa disturbios en la placidez rural. Los niños cuidan que la vaca no cruce las vías, el ferrocarril es mortal. Las presiones económicas provocan que el padre tenga que vender a La Cordera, hay gran resistencia por su parte, sube el precio en un acto desesperado, un «sofisma del cariño» de ese hombre rudo. Las presiones son tantas, no se puede resistir a lo que ya está determinado, tiene que venderla. Lo niños observan con rencor hacia el ferrocarril que se lleva a las reses para ser consumidas por seres que viven más allá, donde se celebra el progreso. La segunda línea del cuento es el reflejo del destino de La Cordera en el espejo de Pinín, quien crece y se vuelve un mozo fuerte y que es reclutado por el rey para ir a la guerra. Es llevado en el tren, a morir. La tercera línea es el despertar del lector en esta realidad, con la crudeza que la ficción tratada como lo hace Clarín coloca en la conciencia. A pesar de los años que pasan, el cuento es fresco, ni siquiera la inserción de palabras de un lenguaje rural español confunden. En mi país no hay levas oficiales para la guerra, mas desesperados campesinos mexicanos viajan al norte, en tren, en busca de esperanza en un país que nos desprecia, para evitar las levas que sí existen: las del narcotráfico, pero pienso también en las olas migratorias de africanos hacia Europa. Más de alguno llevará los recuerdos de sus pérdidas y gritará en su partida: «¡Adiós, Rosa! ¡Adiós, Cordera!»
Emilia Pardo Bazán en «El revólver» nos presenta la narración de una mujer que sufrió la violencia psicológica ejercida primero por una sociedad que la instaba a contraer matrimonio y, luego, por un esposo inseguro que sufría celos enfermizos. Hay, como en el cuento de Clarín una exposición objetiva de sucesos, sin moralina, y que sin embargo muestra con crudeza los hechos. Platicando con un profesor, Héctor Cortés, comentaba que (lo parafraseo libremente) si se atravesaba un barrio peligroso en la noche, con un maletín de dinero, era inseguro, pero que tal inseguridad se incrementaba exponencialmente si quien caminaba por esas calles era una mujer con minifalda. Ser mujer es más peligroso en el mundo hispano y latino que lo que ningún hombre pueda imaginar. Emilia Pardo Bazán plasma en pocos párrafos un cuento que puede develar parte de esa situación.
En «Aquí pasan cosas raras» Luisa Valenzuela, un narrador intradiegético nos brinda un acercamiento a las peripecias psicológicas que sufren Mario y Pedro cuando encuentran dos objetos que alguien olvidó: un portafolios, primero y, después, un saco. El temor de que alguien los pueda seguir o que los puedan ver como «sospechosos de algo», los ponen alertas hacia algo que parece ser sólo producto de una imaginación temerosa pero que se convierte en un motivo para irnos presentando, en lo aparentemente ordinario, el ambiente decadente en el que moran. No es que el mundo haya cambiado por el hecho de hacer contacto con los objetos, sino que sus instintos se han movido de tal manera que perciben el mundo real. Cada día la rutina nos hace enmascarar situaciones que, por tan rutinarias, dejamos de percibir. Luisa Valenzuela desenmascara esa rutina. ¿Podemos hablar aquí de un neo-naturalismo? Los hechos son presentados, no hay discursos denunciantes ni moralinas, la vida de los protagonistas parece estar determinada por su medio ambiente y no la pueden cambiar. Vemos que los protagonistas temen a la policía más que sentirse seguros con la presencia de ellos, estudiantes que son apresados, un hombre que no soporta su suerte y llora en público por no poder encontrar trabajo, los chismorreos en los cafés, en fin, lo que viven a diario, pero desde una nueva perspectiva. Mientras leía este cuento no pude evitar recordar el que citamos unos párrafos arriba: «El reloj de Bagdad», donde la intromisión de un objeto mueve la psique de los protagonistas y en apariencia precipita el nudo de la historia. Los protagonistas dejan los objetos que les han causado tal desequilibrio de temores y vuelven al mundo ordinario, ajenos de nuevo a las cosas raras que pasan.
A modo de conclusión
Los cuentos, dice Enrique Anderson Imbert, «por ser poéticos, escapan a toda clasificación lógica» (178), sin embargo, él mismo lo aclara, hay una finalidad didáctica en la intención de clasificarlos. El mismo Anderson quita al lector un poco del poder de construcción que había dado la escuela semiótica de Roland Barthes que declaraba la «muerte del autor», considero que a falta de un autor (como lector ideal) que explique los sentidos intencionales en el cuento, el lector atento sigue siendo el mejor portador de una autoridad que gana en el momento de hacerse presente en el acto de la lectura. Las posibilidades didácticas que da, por otro lado, la lectura de la crítica bien intencionada no quita el disfrute, lo lúdico, de intentar hacer una reinterpretación de sentidos y escribirlos en un ensayo. Salvadas las distancias con la crítica, me ha gustado mucho leer, pero también escribir sobre mi lectura y exponer sentidos que quizá no puso el autor, o quizá sí.
Bibliografía
Velasco, Emilia. (2020) Selección de textos para la materia de Narrativa Breve. Material proporcionado para fines didácticos, consultado el 24 de septiembre de 2020. Universidad de Salamanca, aula virtual.
Anderson Imbert, Enrique. “Cuentos realistas y no realistas” en Teoría y técnica del cuento, pp. 166-178, 4ª edición. Material proporcionado para fines didácticos, consultado el 24 de septiembre de 2020. Ed. Ariel letras.
Suárez, Ana (1995). “Bécquer en el espíritu de la Castilla Azoriana” en El Gnomo 4. Boletín de estudios becquerinanos. Rubio, José, director. Universidad de Zaragoza.
Merino, José María (2015). Cuentos del reino secreto. Barcelona: Alfaguara.
Sargatal, Alfred. “Esquema de análisis de un cuento” en Introducción al cuento literario. Introducción al género y guía didáctica. PP. 337-339. Fragmento proporcionado para fines didácticos. Ed. Laertes.
Zavala, Lauro. “La dimensión fantástica en la minificción hispanoamericana”, material proporcionado con fines didácticos, consultado el 9 de septiembre de 2020.
Ilustración: Cartel de Marabunta Colectivo Escenico, por Juan Ángel Esteban Cruz