Por qué leer Por Roger Octavio Gómez Espinosa
El hombre no puede vivir sin una confianza
duradera en que hay algo indestructible en él…
Fran Kafka, «Aforismo 50»
Tengo claro que la pregunta, ¿por qué leer?, tiene una respuesta compleja que quizá yo no pueda alcanzar a cubrir dada la gama de senderos que se abren al indagar en ella, también tengo claro que no se debe tomar a la ligera y no debo dar por sentada ninguna de las respuestas que se hayan emitido al respecto. Son varias las veces que me la he cuestionado y hay muchos libros que plasman palabras que intentan responderla. Diría que las posibles soluciones deben estar ligadas con los orígenes del hombre que toma conciencia de sí mismo y de su entorno, que toma conciencia de que puede crear ficciones y de la posibilidad de trasmitirlas a sus semejantes, a los primeros hombres que pudieron “leer” las cosas que su ambiente les dictaba. En un artículo que publiqué a propósito del fomento a la lectura en las empresas, aseguré que leer no servía para aumentar las ventas ni para mejorar los indicadores claves de las organizaciones. Mis conclusiones llevaban a lo que recientemente leí en Volpi (2011) y que había leído en otros autores: que si bien la literatura no tiene una función utilitaria sí tiene una que trasciende lo inmediato: nos da tintes de humanidad. ¿El por qué debían fomentar la lectura en los miembros de las organizaciones?, sin llegar a lo sentimental es: por el aprecio sincero, y para brindar acceso a los empleados a un poder inmaterial. Curiosamente, quien no estuvo de acuerdo conmigo fue un escritor que defendía que leer si debe mejorar a las empresas ya que en su opinión mejora a los seres humanos y los hace concebir oportunidades para el “éxito” que no habrían notado sin la lectura. Si el éxito tuviera que ver con lo monetario: tampoco se requiere leer. Muchos de nuestros líderes son analfabetas funcionales y varios han demostrado no haber tocado ningún libro importante en sus carreras personales y, sin embargo, dirigen nuestros destinos. Ser analfabetas de la escritura occidental no significa, o no debería, dar un grado menos de humanidad ni tendríamos por qué unificarlos en nuestra idea de lo que éxito signifique. Aunque, como denuncia Héctor Cortés (2013) existe un analfabetismo funcional en estudiantes de nivel licenciatura y en algunos profesores universitarios, y como agregué antes, en muchos líderes económicos y políticos. Este analfabetismo consiste en saber interpretar la gramática, pero no saber rescatar los contenidos, es decir, no poder interpretar lo que los textos dicen y en no saber pensar para dar orden y coherencia a las ideas. Como apunta Daniel Cassany, “lo que importa en la lectura es la comprensión, el hecho de entender un significado particular.” (2019: 77) Quizá este pudiera ser una de las respuestas: leer sirve para aprender a entender significados y poder ser coherentes. Sospecho que hay más. Leer no nos hace ni peores ni mejores personas, se ha recalcado como idea en muchos autores. “No trates de mejorar a tu vecino ni a tu ciudad con lo que lees ni por el modo en que lees”, nos dice Harold Bloom (2000: 20) cuando nos habla sobre su propuesta de principios para renovar la manera en que se lee hoy. Dar como respuesta que la lectura puede ser un arma moral no creo que sea la adecuada. Leer nos brinda un ejercicio mental formidable, es cierto, mas no es la única fuente de ejercicios mentales que existe, los satanizados videojuegos pueden dar un estímulo mental y de coordinación estupendo como también nos lo pudiera dar el escuchar música, otra de nuestras grandes manifestaciones, observar una escultura, ver un atardecer, meditar, socializar, hasta vivenciar inconscientemente los sueños mientras dormimos o vivir en un ambiente hostil. Lectura como ejercicio mental, esta respuesta tampoco debe satisfacernos. Si bien, como apunta Jorge Volpi, “Leer una novela es como habitar el mundo” (2011: 121), muchas de las grandes obras y mitos que trascendieron culturas fueron durante varias generaciones parte de tradiciones orales y fue mediante la palabra hablada y cantada que se mejoraron y nutrieron. Aunque le dio mayor capacidad de transferencia, sospecho que la palabra escrita las acotó. Hablo de obras como la Odisea, la Iliada y muchos de los mitos de nuestra vena griega, lo mismo sucedió con los mitos de las culturas prehispánicas que fueron trastocados por el cristianismo cuando fueron recopiladas o las canciones nativas de Australia, África, confines. Aún en nuestros días prevalecen culturas cuyos mitos son transferidos mediante palabras armadas a modo de canciones, no escritas. Si bien leer nos mete a la ficción y a nuevos mundos, no es necesario leer para ficcionar ni para entrar en los universos paralelos que nos brinda la creatividad. So pena de parecer aguafiestas, tenemos que seguir indagando en la pregunta. Leer nos trasciende más allá de lo inmediato, sí, pero menos acá de lo eterno. Veamos esta vía: Considero que la literatura será una de las piezas que dejaremos como civilización, así como los mayas nos dejaron su calendario solar y los hombres de la edad de piedra sus edificaciones que en un principio nos parecían burdas y más adelante caímos en la cuenta que revelaban un basto conocimiento astronómico y matemático. Tales expresiones nos sorprenden y causan admiración, sin embargo, son avances para los que no hubo continuidad y tuvimos que redescubrir lo que ya antes había sido expresado. Hay verdaderas muestras de arte en muchas cavernas de artistas neolíticos cuyos nombres se perdieron en el anonimato, cuántos “leyeron” sus pinturas, cuántos hablaron de lo especiales que eran estos individuos en cuya cultura quizá no leían como nosotros concebimos la lectura, aunque a su manera, lo hacían. Sus expresiones humanas generaron una luz de la que ni sus creadores fueron consientes, como hoy iluminan las nuestras, mas tal luz fue sepultada por el fin de aquellas civilizaciones que tan luminosas resultaron que en nuestra era, a pesar del peso de las centurias, nos deslumbran. ¿Pensaron nuestros ancestros se perderían sus formas de vida? Es duro aceptar que somos seres provisionales, sin una morada segura, errantes y solitarios en un universo silencioso. Siguiendo a Blaise Pascal, (Cit. En Buber, 1949: 31) “le silence éterned de ces espaces infinis méffraie.” (“El silencio eterno de los espacios infinitos me aterra”). Ante lo infinitamente grande que es el universo en que caemos se contrapone lo infinitamente pequeño de nuestro mundo y nuestra existencia, tan efímera. A pesar de eso generamos expresiones, tanto individuales como colectivas y no paramos de hacerlo. Inventamos, creamos, imaginamos, escribimos, leemos, observamos, nos preguntamos. Por un lado, somos individuos que vivimos en colectividad —que no quiero llamar sociedad porque contaminaría nuestra relación universal entre las culturas que se han manifestado— en la que se establecen lazos entre sí, por otro somos la colectividad misma. Como si de células neuronales se tratara, cada miembro genera acciones que de alguna manera se trasmiten para generar aquello que llamamos humanidad. “El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre” (Buber, 1949: 146). Octavio Paz, en su "Piedra de sol", nos dice: “Para que pueda ser, he de ser otro,/ salir de mí, buscarme entre los otros,/ los otros que no son si yo no existo...” (cit. en Volpi 2011: epígrafe). No quiero entrar en temas antropológicos, me voy a lo intuitivo e intuyo que la lecto-escritura es una de muchas vías de comunicación que el ser-humanidad tiene para comportarse como un ente con rasgos propios a partir de muchas individualidades. El lenguaje, la tecnología, el arte, el conocimiento, las religiones, la destrucción de ecosistemas, la contaminación, las guerras, las bombas de destrucción masiva. Invenciones y acciones tan humanas todas, nos dan un rostro de conjunto: sublime, a veces; monstruoso, también. Calvino (2020:20), en su ensayo Por qué leer a los clásicos clarifica el asunto de la razón para leer (a los clásicos) con dos ideas que en apariencia se oponen: 1)”...los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado...”, y más adelante, apenas un párrafo después: 2) “...no se crea que los clásicos se han de leer porque <<sirven>> para algo...”, se puede no hacerlo, pero leer es mejor que no leer. Y cierra citando a Cioran con un bello pasaje sobre Sócrates aprendiendo un aria para flauta justo antes de beber la cicuta; ¿para qué aprender a tocar un aria para flauta si pronto se cumpliría su condena de muerte? “Para saberla antes de morir” (20). Y con eso me quedo y concluyo: Leer no es un ejercicio para que viva la industria editorial, los escritores o las universidades que portan algo del conocimiento humano, ni para unificar el comportamiento de los hombres en clasificaciones simplistas: bueno, malo; no es para estimular nuestras mentes puesto que nuestras mentes se auto-estimulan, tampoco es para hacer trascendental nuestro existir ya que nuestras palabras resuenan en “Nosotros” y nadie más que “Nosotros” las comprende. La literatura y nuestras manifestaciones son quizá el trozo de piel con que el que en nuestra indigencia nos cubrimos del frío, y es también un blasón que nos brinda una actitud estoica, nos mantiene retadores y unidos, aunque cada cual navegue en su solitaria individualidad. Al leer las obras que han superado los muchos años de nuestra breve existencia, como civilización, mantenemos una llama luminosa que dice al callado universo, portador de nuestra cicuta: somos pequeños, sí, y grandiosos. Referencias bibliográficas y recomendaciones para leer: Argüelles, Juan Domingo. (2007). ¿Qué leen los que no leen?: El poder inmaterial de la literatura, la tradición literaria y el hábito de leer. 2a ed. Barcelona, España. Ed. Croma-Paidós. Cassany, Daniel. (2019) Laboratorio lector. Para entender la lectura. Barcelona, España. Ed. Anagrama. Bloom, Harold. (2000). Cómo leer y por qué. Trad. Cohen, Marcelo. Barcelona, España. Ed. Quinteto. Buber, Martín. (1949). Qué es el hombre. Trad. Eugenio Ímaz. México: FCE. Calvino, Ítalo. Por qué leer los clásicos. Editorial Ciruela. Consultado el 5 de febrero de 2020 en: https://usal.uvirtual.org/campus/mod/resource/view.php?id=44973 Cortés Mandujano, Héctor. (2013). "Casa de citas 133, Leer: ese tormento, ese placer". Diario digital Chiapas paralelo, 10 de septiembre de 2013. En https://www.chiapasparalelo.com, consultado el 28 de enero de 2020. Volpi, Jorge. (2011). Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Adaptado por Celia Corral Cañas. Madrid, España. Alfaguara. Consultado el 5 de febrero de 2020 en: https://usal.uvirtual.org/campus/mod/resource/view.php?id=44974

- Trabajo en alturas. 36. Carta desde la isla de los feacios. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 35. Cápsula de escape. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 34. Arriaga, la de los grandes brazaletes de plata. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 33. Implotar al instante. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 32. Un camino terso. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 31. El escándalo de mañana. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 30. En la frontera de sí mismo. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 29. ¿Qué sabrá él de alguien? Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 28. Cada paso, una voz. Roger Octavio Gómez
- Trabajo en alturas. 27. Los hijos de Torres. Roger Octavio Gómez