Voces ensortijadas. 297. Atesorar los hilos de plata. María Gabriela López Suárez

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Voces ensortijadas  

María Gabriela López Suárez

Atesorar los hilos de plata

El incesante ruido de la lluvia despertó de manera abrupta a Inés; el golpeteo del chorro de agua que caía en la lámina que daba al patio de su casa hizo que el sueño se le quitara. Dio vueltas y vueltas en la cama y no logró conciliar el sueño. Observó a Mateo, su esposo, estaba completamente dormido. Sueño profundo, pensó ella.
Se levantó de la cama y se dirigió a la sala. Se sentó en su sillón favorito, buscó si tenía cerca alguna novela para leer, justo estaba tratando de avanzar con El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. No halló el libro. Su mente empezó a pensar, dónde lo había dejado. ¿Estaría en el cuarto? No, seguro que no. Le dio un poco de pereza ir a buscar al comedor. ¿Pero por qué lo habría dejado ahí? Quiso salir de la duda y a paso lento fue al comedor. En efecto, el libro no estaba ahí. Regresó a la sala.
Se acomodó nuevamente en el sillón y observó a lo lejos, en el sillón más grande se asomaba algo parecido a un libro, debajo de uno de los cojines que decoraban el juego de sala. Se levantó y fue a verificar. El libro estaba ahí, como sonriéndole. Inés le correspondió. Vinieron a su mente varias preguntas, ¿por qué había olvidado dónde estaba el libro? Y qué pereza le había dado ir a buscarlo. Bueno, era de noche madrugada, eso debía ser.
Regresó al sillón y cuando se disponía a retomar la lectura se acordó de su mamá que solía decirle que el paso de los años no era en vano. Inés estaba acercándose a los 60 años. Ella se sentía muy bien, pero quizá eran ciertos avisos de poner atención y cuidarse. Sintió como una especie de angustia, pero respiró profundo. Se vinieron a su mente las imágenes de las personas mayores de su linaje. Recordó a las abuelitas y a los abuelitos, a su madre y a su padre, a quienes siempre tuvo admiración y respeto, los recordaba con amor y como fuentes de sabiduría inagotables.
Observó sus manos, las pecas que tenía habían incrementado, pero lucían bellas, con todo y eso. Tomó uno de los mechones de su cabello, el tono gris matizado se asomó. Sonrió para sí, el paso del tiempo era también una oportunidad de haber vivido un sinfín de experiencias y era importante atesorar los hilos de plata que ya tenía y que continuarían acompañándole hasta que el universo se lo permitiera. De pronto, se dio cuenta que había silencio. La lluvia había cesado. Era hora de regresar a la cama.
Foto de Aleksandar Pasaric: https://www.pexels.com/es-es/foto/gota-de-agua-en-foto-de-primer-plano-1422501/
Foto de Aleksandar Pasaric: https://www.pexels.com/es-es/foto/gota-de-agua-en-foto-de-primer-plano-1422501/

Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Polvo del camino. 297. Final de escena. Héctor Cortés Mandujano

Ilustración: HCM.

Polvo del camino/ 297

Final de escena
(Cuento corto)
Héctor Cortés Mandujano

Salime al campo;
vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados…

Quevedo

La persecución nos hizo salir de la ciudad. Yo iba en mi patrulla y él, en un coche maltrecho que, sin embargo, no dejaba de ser veloz. No sólo cumplía con mi deber, había algo más. Él sabía que de caer en las manos de la ley perdería la libertad hasta su muerte y tal vez por eso, nunca lo sabríamos, había secuestrado a la hija de mi jefe. Pensaba negociar, sin duda.
Ella había sido mi novia en la adolescencia y, como suele ocurrir con esos amores, caló hondo, se volvió mi amor inolvidable. No podía permitir que ella, que era una mujer con una familia ideal, perdiera la honra o la vida a manos de un delincuente tan ruin como ése.
Íbamos por un camino de terracería cuando su coche se detuvo. Se le acabó la gasolina, supuse. Él sacó a jalones a la que fue mi amor y corrió con ella, con la previsible rémora, porque no era fácil correr y jalar a quien no cedía con docilidad a la violencia del tipejo.
Mi coche, como si se tratara de un empate de incompetencias, también se detuvo. Bajé y corrí tras ellos. Los alcanzaría con cierta facilidad, pensé. Ella hizo dos movimientos certeros: zafó su brazo de un jalón y lo empujó haciéndolo trastabillar. No le daba tiempo a él para regresar por ella, porque yo ya me acercaba. Su furia ciega localizó una piedra, la tomó y la lanzó hacia la mujer que corría hacia mí.
Le dio en el occipital. Ella cayó frente a mis ojos. Apenas me detuve a verla, porque supe que lo suyo era fatal por necesidad.
No seguí corriendo, porque yo rebasaba los sesenta (igual que ella) y él no llegaba a los treinta. No lo podría alcanzar.
Me planté y apunté con mucho cuidado. Jalé el gatillo. La bala atravesó su pulmón izquierdo. Cayó aparatosamente hacia adelante, con la fuerza de su carrera.
No se levantaría.
Chequé los signos vitales de ella.
Ninguno.
Me senté en el camino, derrotado, “y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuese el recuerdo de la muerte”.
Ilustración: HCM.
Ilustración: HCM.




*Sobre el autor:

Héctor Cortés Mandujano

Narrador, dramaturgo y periodista cultural

Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.

Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.

Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).

Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.

Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com

Valle de tinta 1. Cenizas. Miguel Isaac Zavala Flores

Cenizas

Me aterra la muerte, ese vacío infinito, oscuridad sin retorno, invierno eterno. Me aterra el tiempo y su inequívoco destino final, mi fobia en progreso. Intenté rezar al maíz cuando era pequeño, mi madre me dijo que de ahí venía toda vida. A los dioses no les agradaba al parecer, con mi mirada como adormilada, con mi sonrisa como perdida, con mi tristeza como rota.
Cuando comencé a crecer —horrible destino— enfrenté al espejo y su amarga función. Esa de mostrarnos nuestro monstruo en proceso, nuestra vida agotada, nuestra rota mirada en el tiempo. Le rogué a las deidades en piedra, esas que sólo se recuerdan en domingo. De nuevo, silencio.
Desde ese día comencé a inmortalizarme en fotografías, en relaciones y en poemas. Busqué una inmortalidad ajena a mí, una que me llenaba el alma, una que no quería. En llanto me enfrenté a la bestia carnal, a la bestia espiritual, a la farsa intelectual que me cubría, aquella convencida de su inmortalidad. En la oscura batalla volvió mi manía, esa de guardar muertes de instantes, muertes de otros, muertes de mí mismo. Pero la foto sangró falsedad de recuerdo, la relación vomitó traición y descaro; y el poema, mi único fuerte, lloró mentiras en las que no me encontraba.
El azulado vuelo de un cóndor de primavera me dio la respuesta, perdido de los años que tenía —pues no quería contarlos— encontré en la libertad, en el aleteo de un ser ajeno, en su muerte buscada, lo encontré, la resolución de mis miedos.
Supe que la vida nació de la muerte, y que la muerte con su amor maternal le dio el regalo del sentido, pero joven e inmadura la vida, desperdiciándolo nos dejó sin él. Al encontrar una ausencia total de sentido, vi a la muerte como aquella madre que me esperaba con los brazos abiertos, fue por eso que la última vez que recé, fue a ella.
La muerte me sonrió como quien le sonríe a un niño, me dijo que me cuidara y comiera bien, que llorara cuando hiciera falta, que riera cuando no lo necesitase, me dijo “Te amo”. Con todo el odio del mundo me devolvió a la vida, al legítimo reino de su hija.
El diablo se me apareció en verano, habiendo estado en territorio divino me lloró con burla, me besó con celo, me acarició con rencor. A cambio de tu alma, me dijo, la inmortalidad yo te daré. La cruz y el maíz hicieron presencia para suplicar mi negativa, “¿Dónde habían estado?” Pregunté. Silencio de nuevo.
El alma le ofrecí, la inmortalidad me devolvió. Ya libre de mis temores infantiles lo comprendí. Que tonto soy, cuando por fin lo logré, ya sólo era cenizas.
Photo by Olha Ruskykh on Pexels.com
Valle de tinta es el espacio donde crecen las historias que Miguel Isaac Zavala Flores cultiva.

*Sobre el autor:

Miguel Isaac Zavala Flores

Cuentista y ensayista

Miguel Isaac Zavala Flores, nacido en el año 2003 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Es un escritor mexicano, ávido lector y amante de las letras desde chico. Fue ganador de un par de concursos literarios en su bachillerato y desde muy pequeño encontró un amor por la literatura, tan grande, que no puede parar de escribir. Hechizado por libros clásicos y contemporáneos, busca constantemente devolverle el favor a la literatura, el favor que le hizo al salvarlo. 

Voces ensortijadas. 296. Entre el tiempo y la lluvia. María Gabriela López Suárez

Fotografía: Monojit Dutta: https://www.pexels.com/photo/adventurous-photographer-in-kolkata-s-rain-33294902/
Voces ensortijadas  

María Gabriela López Suárez

Entre el tiempo y la lluvia

Mireya escuchó las noticias mientras terminaba de preparar su desayuno, en el estado del tiempo se anunciaban fuertes lluvias durante la semana. Respiró profundo y pensó que les esperaba una ardua jornada en las campañas de salud que tenían. Recientemente había regresado de una comunidad rural cercana a su lugar de residencia, parecía tan asombroso que, aunque era un territorio tan cercano a la ciudad, las condiciones de camino, servicios de agua, energía eléctrica y qué decir de salud eran tan precarios.
Recordó que conversó con Santiago y Ernestina, sus colegas del trabajo, los tres habían estudiado Enfermería y le entristecía mucho las condiciones en que habían encontrado en esa comunidad, a la población adulta mayor y a la niñez. Los tres llegaron a la conclusión de que por más que quisieran no podrían solucionar el problema, sin embargo, en la labor que hacían ponían no solo su mejor esfuerzo, sino también la práctica de su vocación, con compromiso, ética y amor. Eso era aportar un granito de arena.
Guardó su desayuno; colocó sus botas de plástico en una bolsa y jaló su chubasquero, su bolso y emprendió el camino a su centro laboral. Al salir de casa observó los cerros, cubiertos de neblina, el cielo grisáceo y el viento que anunciaba la llegada de la lluvia. Así fue. Se puso el chubasquero y siguió su ruta.
Al llegar a la oficina saludó al personal de vigilancia, a lo lejos saludó a Ernestina que ya había llegado y se dirigió al área donde le indicarían a qué lugar le tocaría ir en ese día. En esta ocasión le tocó trabajar en una comunidad ubicada a dos horas de la ciudad, ahora solo iría con Ernestina. Ambas se dirigieron a donde estaba el transporte que pasaría a dejar al personal, el regreso sería hasta después de las tres de la tarde.
La lluvia había arreciado acompañada de viento, Mireya se alegró de haberse llevado las botas. Se dispuso a desayunar mientras observaba la lluvia incesante. Recordó sus tiempos de estudiante en la licenciatura, las veces que contemplaba la lluvia desde su aula de clases e imaginaba cómo sería su vida laboral. Años después de nuevo tenía a la lluvia como escenario, solo que ahora estaba justo en el lado que anhelaba. Sonrió. Sintió los latidos de su corazón, entre emoción y nervios. Le gustaba su labor, quería dar lo mejor en su trabajo.
Ernestina la miró y preguntó,
─¿En qué piensas, Mire? Estás bien concentrada mirando hacia la lluvia.
─Me gusta observar la lluvia, me evoca tantas cosas, me hace recordar etapas de mi vida─ respondió Mireya.
─Las personas que bajan en la comunidad de San Quintín, ya estamos a cinco minutos de llegar─ se escuchó decir al conductor.
Mireya y Ernestina intercambiaron miradas y sonrisas. Mireya se acomodó el chubasquero y se puso las botas. Entre el tiempo y la lluvia les tocaría sortear una nueva jornada.
Fotografía: Monojit Dutta: https://www.pexels.com/photo/adventurous-photographer-in-kolkata-s-rain-33294902/
Fotografía: Monojit Dutta: https://www.pexels.com/photo/adventurous-photographer-in-kolkata-s-rain-33294902/

Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Polvo del camino. 296. Les toca a ustedes/III. Héctor Cortés Mandujano

Ilustración: Leonora Ventura.

Polvo del camino/ 296

Les toca a ustedes/ III
Héctor Cortés Mandujano

[Escojo lo que creo puede resultar interesante de lo que me mandan. Esto es un resumen y una antología. Ustedes hablan aquí...]

Marzo 2025

Sobre Casa de citas/ 731, “Nueve mujeres”, 1, escribe María Yolanda García: “¡Desde Chiapas! Esta nota sobre el Premio Dolores Castro 2024 en la categoría de ensayo. ¡Hoy es el día del bailarín! Feliz día, bailarinas señoras y no señoras. Belleza total, también acompañan a la nota el ensayo hermoso de la sirena Roxana Cortés”.
Damaris Disner: “Querido Héctor, siempre tus textos le dan alegría a mis domingos. Domingos que no son tristes desde mi decisión de florecer en vez de marchitarme. Y digo alegría, porque aunque a veces tocas temas profundamente dolorosos e inquietantes; si pensamos en el dolor propio o de la otra, son gozosos porque una lectura invoca al Espíritu Creador que se hace presente para alentarnos a no perder la esperanza; cuando nombramos hay una posibilidad de asimilar el por qué de los sucesos y vislumbrar un mejor sendero. Te dejo un abrazo grande”.
Dos amigos lectores coinciden: Luis Daniel Pulido: “He estado releyendo Casa de citas y es inmenso en acervo y memoria. Y es un pedacito nomás de tus lecturas. Eres una biblioteca con patitas jajaja. Gracias, maestro”, y Leonora Ventura: “En la semana leí varias (columnas), de años anteriores, que me gustaron mucho y ya no te comenté. Un abrazo”.
         Sobre Casa de citas/ 732. “Nueve mujeres”, 2: Leo Morales: “No sé si tendría estómago para leer cosas tan crudas, tan reales, que se viven. Justo en nuestro estado, en ocasión del día de la mujer, escuché a tres mujeres indígenas. Me tocó profundo su lucha, su superación... [...] Me gusta que hasta piedras digieres, bonitas letras nos regalas”.

Luis Daniel Pulido me comparte un texto suyo llamado Para mí siempre será 1977: “Hoy viajé a Tuxtla. Las nubes no acostumbran a cerrar filas por la melancolía del viajero; callo y asiento, resignado, que acá no hay fresnos ni álamos, sólo batallas diarias por un plato de comida. Vamos varios en el transporte y hay una lucha invisible de todos contra todos: el que lleva prisa, el que no deja de teclear en su celular, el que escucha música sin audífonos, el albañil libidinoso, la joven que habla y habla y va feliz por haber asistido a un concierto de reguetón y ningún atisbo de piedad a la anciana con sus ojitos de selvas y manglares, a su destino: el olvido. ‘Las gentes son horribles. Y uno es tan horrible como ellas’, sentenció José Revueltas.
“Llegué a Tuxtla con el peso en el alma de todo lo que vi.
“Pero mi ciudad, como una foto de Win Wenders de 1977, sigue vigente, no se la comieron los pájaros, conserva su luz y su sombra, su sol voraz, las calles que me llevan a un amigo: el escritor Héctor Cortés Mandujano. Hay siglos que duran cuatro horas de conversación –esta vez analizando la estructura de La muerte me da, de Cristina Rivera Garza. Y de películas que ganaron el Oscar.
“Pero tengo que regresar.
“Y vuelvo a morir poco a poco.”
Ilustración: Leonora Ventura.
Ilustración: Leonora Ventura.




*Sobre el autor:

Héctor Cortés Mandujano

Narrador, dramaturgo y periodista cultural

Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.

Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.

Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).

Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.

Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com

Voces ensortijadas. 295. Arrulladores de los sueños. María Gabriela López Suárez

Fotografía: Marcus Goodman: https://www.pexels.com/photo/close-up-of-a-grasshopper-sitting-on-a-flower-19840359/
Voces ensortijadas  

María Gabriela López Suárez

Arrulladores de los sueños

El ambiente colorido en tonos verde, blanco y rojo, propio de las fiestas patrias en México, había llenado las calles del barrio donde vivía Isabelina y su familia. Ella era viuda, tenía un hijo, Alfonso, que vivía en Estados Unidos, él había migrado hace más de diez años y aunque le llamaba con frecuencia y le enviaba apoyo económico a su mamá, no daba señales de que regresaría. Sin que se lo dijera, Isabelina lo percibía. La familia de Isabelina eran sus vecinas y vecinos del barrio San Felipe, sus dos gatos y sus gallinas a quienes apreciaba tanto.
El barrio de San Felipe era pequeño, muy pintoresco, la gente que lo habitaba era unida y servicial. De ahí que para Isabelina era muy significativo tener el apoyo no solo moral, de cariño, sino también en algunas ocasiones económico de su familia del corazón.
Para el festejo de la noche del grito de Independencia organizaron una pequeña reunión vecinal, en el salón que tenían para sus juntas del barrio. Se distribuyeron las tareas de qué llevaría cada quién, entre antojitos, bebidas, postres, las mesas, sillas, manteles, la música y los adornos. Isabelina se propuso para preparar taquitos dorados, rellenos de pollo con papa, acompañados de ensalada de repollo con verduras y una salsa de tomate rojo asado. Doña Vicky, la señora que vendía antojitos en la cuadra donde vivía Isabelina, se integró a la comisión. Así que ambas se pusieron de acuerdo para los preparativos.
Llegó la fecha de la reunión, todo estaba organizado, el salón tenía adornos pequeños pero bonitos y vistosos. El ambiente de fiesta se percibía, las mesas muy bien colocadas, con unas flores al centro y detalles alusivos a la celebración. El aroma a la comida se percibía desde antes de entrar al salón. La algarabía de la gente fue el ingrediente esencial.
Isabelina estaba ataviada con un vestido rojo, zapatos color blanco y el cabello era sostenido por un par de listones en tono verde. Su rostro estaba contento, se acordó de Alfonso y de su esposo, le habría gustado que estuvieran ahí para festejar. Prefirió no ponerse nostálgica y se sumó a las tareas que la familia del barrio tenía.
Todo el público asistente degustó los antojitos y bebidas. Nadie se quedó sin comer. La música le dio un toque más emotivo a la celebración, un trío de jóvenes era el deleite para interpretar las canciones mexicanas, Cielito lindo fue de las más solicitadas. ¡Viva México! ¡Viva México! Se escuchó al final de la celebración.
En casa Isabelina compartió con sus gatos un pequeño trozo de carne que les había guardado y para sus gallinas había llevado unas tortillas de maíz, de las que compartió doña Refugio. Al día siguiente se las daría remojadas. Antes de irse a dormir se asomó al patio de su casa. Había sido una linda velada.
Ya en su cama, el silencio de la noche le permitió escuchar con atención a los grillos. Se sintió contenta, era una bella melodía. Los grillos eran para ella arrulladores de los sueños. ¿Qué tanto dirían en sus cantos? ¿Sería el festejo de la vida, de la libertad? Los ojos de Isabelina se fueron cerrando, al fondo el canto de los grillos seguía escuchándose.
Fotografía: Marcus Goodman: https://www.pexels.com/photo/close-up-of-a-grasshopper-sitting-on-a-flower-19840359/
Fotografía: Marcus Goodman: https://www.pexels.com/photo/close-up-of-a-grasshopper-sitting-on-a-flower-19840359/

Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Polvo del camino. 295. Ocho películas famosas. Héctor Cortés Mandujano

Ilustración: HCM.

Polvo del camino/ 295

Ocho películas famosas
Héctor Cortés Mandujano

Todo en el cine es falso y, sin embargo, real

Fernanda Solórzano,
en Misterios de la sala oscura

Fernanda Solórzano escribía críticas de cine en la revista Letras libres, y las decía, con su agradable presencia, en el podcast de la propia revista; también es co-conductora en el programa Encuadre Latinoamericano. La veía, la veo en ambos programas.
Leo su libro Misterios de la sala oscura. Ensayos sobre el cine y su tiempo (Debolsillo, 2020). Son ocho prolijos trabajos sobre el mismo número de películas donde aborda el antes, la proyección y el después de la cinta; al mismo tiempo cuenta la historia de los actores, el director, el guionista, las peripecias que los llevaron a juntarse… El ejemplo clave es el texto más largo y más completo: “El redentor de la noche”, su ensayo sobre Taxi Driver; en él habla de las infancias, adolescencias, vidas de Martin Scorsese (el director), Robert de Niro (el actor principal), Paul Schrader (el guionista), Jodie Foster (la niña co-protagonista), los asesinatos masivos en EUA, el diario del psicópata Arthur Bremer, las diferencias entre los asesinos múltiples y los asesinos seriales, las consecuencias que en los actores y especialmente en la actriz tuvo la proyección de la cinta, etcétera…
“Las máscaras de la violencia” es sobre La naranja mecánica (basada en la novela de Anthony Burgess), dirigida por Stanley Kubrick; “La erótica feminista” analiza El último tango en París, de Bernardo Bertolucci; “La purificación del poder” se adentra en El padrino (basada en la novela de Mario Puzo), dirigida por Francis Ford Coppola; “Los resortes del miedo” estudia El exorcista, basada en la novela de William P. Blatty y dirigida por William Friedkin; “La entronización de la adolescencia” se centra en Tiburón (basada en la novela de Peter Benchley), dirigida por Steven Spielberg; “En defensa del mediocre” aborda Forrest Gump, basada en la novela de Winston Groom, dirigida por Robert Zemeckis, y “Las transformaciones del cuerpo” examina Matrix, de los todavía entonces hermanos (los dos después se han definido como mujeres) Wachowski.
El libro está escrito con inteligencia, conocimiento y una prosa cuidada, que elude pedanterías y suscita interés. Solórzano evidentemente no tomó como suya la obligación de hablar de cineastas mujeres (los ocho directores; los novelistas, cuando son la base de la película, y los guionistas son hombres) y los protagonistas (en El exorcista, aunque la niña es la estrella, el título alude al sacerdote) pertenecen también al género masculino.
Al final, en “Lecturas generales”, escribe Fernanda Solórzano (p. 351): “Seguí el mismo esquema de trabajo con cada ensayo: leí las novelas –si las había– en las que se basaron los guionistas y directores para las películas comentadas; revisé después biografías de directores, actores, guionistas u otros personajes relevantes para cada una de las películas y busqué aquellas enfocadas más en la vida de los sujetos que en su trabajo, o en interpretaciones del mismo; por ello traté de evitar estudios críticos –menos aun los que abordaban directamente la película analizada”.
Un libro muy recomendable.
Ilustración: HCM.
Ilustración: HCM.




*Sobre el autor:

Héctor Cortés Mandujano

Narrador, dramaturgo y periodista cultural

Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.

Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.

Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).

Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.

Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com

Liminar 4. Colores inexistentes. Miguel Isaac Zavala Flores

Fotografía: Alwin Suhas: https://www.pexels.com/photo/close-up-of-a-banded-peacock-butterfly-with-a-broken-wing-19863834/

Colores inexistentes
Miguel Isaac Zavala

Tuvo que cortar sus alas, su futuro.

Cuando conocí a Valentín, las luces eran entre azules y doradas, en un invierno a medio calentar, se iluminaba aquel salón de clases. Había llegado a Guadalajara por el trabajo de su padre, que estuviera en la misma escuela que yo, fue decisión del azar. Era un muchacho libre, tanto de voluntad como de pensamiento, a veces, cuando lo observaba sin que él notara mi presencia, lo veía mirar las ventanas, como si quisiera salir, como si pudiera volar. Tenía en los ojos un temor extraño, una lágrima que nunca salía, un recuerdo que no lo dejaba.
Era un genio en la escuela, sus calificaciones eran las más altas de todos y parecía no costarle esfuerzo alguno, pero más brillante que su cerebro era su presencia, como si viniera del sol, calentaba el alma del resto sólo con su ser. Era amable con todos, tenía una empatía abrumadora, una preocupación genuina por el mundo, un deseo de ayudar.
Daba tutorías en los recesos para aquellos a los que nos costaba entender. Yo era su alumna infalible, no me perdía ni una sola sesión, era bastante mala en la escuela y mis padres me presionaban. Pasé tantos días con él, a veces hablábamos de cosas ajenas al estudio, como de la familia, del dolor, de la vida. Fue en esa aula empolvada, en ese discurso y silencio, en esos ojos cafés, fue en ese instante en el que ciega me di cuenta, me había enamorado.
Nuestra amistad era hermosa, no quería arruinarla, no quería romper aquella luz en mi vida, distanciar su presencia solar, interrumpir su vuelo. Pero el corazón es cosa seria, con su ejército de mariposas, te invade por completo. Sin darme cuenta, comencé a pensar en él por accidente, a encontrarlo en un verso, a mirarlo en el viento, en las nubes, en los sueños. No pude soportarlo más y un día me armé de valor. Le di una carta con mala ortografía, un pequeño chocolate y una queja por los mil y un suspiros que me arrebató. Con el terror más grande de mi vida esperé su respuesta por minutos, por horas, por días.
Una mañana como cualquier otra se me acercó para decirme que lo acompañara, yo lo seguí al aula de siempre, ahí, en una temerosa valentía me sonrió, me dijo que fuera su novia. Yo, con el rubor que tanto había guardado, acerqué mis labios a los suyos. Él, con su mano tersa, tomó mi mejilla e impulsando al destino, rozando nuestras bocas, sellamos el pacto.
Los días a su lado eran más soleados que el verano, más tranquilos que el invierno, más vivos que la primavera. Fue en otoño cuando todo empezó, cuando mis paisajes se llenaron de colores inexistentes, de risas infinitas, de palabras de amor.
En marzo, con la llegada de los atardeceres violeta, llegó una oscura verdad. Valentín dejó de asistir a clases, un golpe duro ante lo que yo creía que era perfecto. Al enterarme de la razón, mi corazón se rompió, me dolió tanto imaginarlo a él, que amaba las clases, que amaba enseñar, perdiéndolo todo. Su padre había enfermado y ante la difícil situación económica que atravesaban, él tuvo que salirse de la escuela para meterse a trabajar. Debía aportar dinero a su familia, lo necesitaban, en verdad lo necesitaban y Valentín, con el corazón de oro, sólo pudo aceptar.
Extrañaba tanto su vida, por eso llorando me confesó que quería volver, que quería estudiar, que el mundo afuera era cruel, era duro, estaba vacío. En sus ojos almendrados vi tristeza, vi frío, vi su presencia solar congelarse.
Valentín comenzó a cambiar, se volvió más indiferente ante la vida, más reservado, menos brillante. Él sabía lo que ocurría, él sabía en lo que se estaba convirtiendo, por eso fue que me terminó. Con el corazón en la boca y con su lágrima, esa que siempre guardaba celoso, fue que me dijo que lo mejor era terminar, acabar con todo antes de que me hundiera junto a él. Al principio no lo entendí, le dije que no me importaba, que quería una vida juntos. Sólo me respondió que respetara su decisión, con una mueca de súplica, acepté.

Ahora, varios años después, sigo pensando en Valentín, sigo recordando su brillo especial, sus versos de miel, su sonrisa de luz. Me sigue doliendo el recuerdo de no verlo llegar a la escuela, de su sol apagándose, de sus alas ya rotas, aquellas que se cortaron, aquellas con las que yo también volé.
Liminar es una puerta de entrada para escritores emergentes que nos han brindado sus escritos para colaborar con este ejercicio de generosidad que implica la escritura. Bienvenidos.

*Sobre la autora:

Miguel Isaac Zavala Flores

Escritor emergente

Miguel Isaac Zavala Flores, nacido en el año 2003 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Es un escritor mexicano, ávido lector y amante de las letras desde chico. Fue ganador de un par de concursos literarios en su bachillerato y desde muy pequeño encontró un amor por la literatura, tan grande, que no puede parar de escribir. Hechizado por libros clásicos y contemporáneos, busca constantemente devolverle el favor a la literatura, el favor que le hizo al salvarlo. 

Voces ensortijadas. 294. Apapachos al corazón. María Gabriela López Suárez

Fotografía: Alexandro David: https://www.pexels.com/photo/grayscale-photo-of-person-holding-feet-and-hands-1912359/

Voces ensortijadas

María Gabriela López Suárez


Apapachos al corazón

Las mujeres con alas de paso tejidas con hilos de la infancia,
atravesadas por afilados hilos de la adultez.
Carmen Agudelo Baquero

El ciclo escolar había comenzado de nueva cuenta, las prisas se hacían presentes en lo cotidiano, Ibeth ya tenía previsto que les tocaría a Josué y a ella volver a la rutina de correr con Rubén y Benito, sus hijos, sobre todo ahora que ya iniciaban a cursar el primer grado de primaria.

En más de una ocasión Josué le había planteado a Ibeth que dejara de trabajar en la escuela de nivel preescolar donde era auxiliar de las maestras titulares, para poder dedicar más tiempo a sus hijos y no andar con tantas carreras. Ibeth no había dudado en decirle que, además de que le gustaba su trabajo, tenían la necesidad económica de ambos sueldos para el sostén de los gastos de la casa, de la educación de sus hijos y también los gastos personales de cada uno.

El primer día de clases fue toda una odisea. Ibeth se despertó más temprano que de costumbre en los días laborales. La alarma la hizo levantarse con un sobresalto, estaba profundamente dormida, soñaba que llegaba tarde a su trabajo. Se alegró de que fuera un sueño. Había olvidado que ajustó la alarma más temprano porque tenía la incertidumbre de que no le fuera a dar tiempo de preparar el desayuno para la familia y también el lunch que haría Josué para llevar a la escuela y al trabajo. Por fortuna todo fluyó bien. Josué llevó a los hijos a la primaria, Ibeth pensó que a ella le habría gustado llevarlos, pero a la vez se alegró de que no, porque le daría una sensación de nostalgia.

Su día laboral fue intenso, muchas niñas y niños ingresaron por vez primera al preescolar y para varias y varios había sido algo complicado el separarse de mamá y papá que los llevaron a la escuela. A la hora de la salida mientras acompañaba a las niñas y niños de su grupo para entregarlos a sus mamás y papás Ibeth se sentía agotada, le costaba dibujar la sonrisa en su rostro, pero hacía el mejor esfuerzo.

Ordenó el espacio del salón y guardó sus cosas. Revisó su reloj, ya estaba en su hora de salida y justo a tiempo para ir por Rubén y Benito. Se apresuró para llegar en tiempo. Subió al transporte colectivo y dio un respiro tan profundo que varias personas voltearon a verla. Ibeth se sonrojó, pero a la vez sonrió, algunas personas le devolvieron la sonrisa.

Mientras llegaba a la escuela se puso a pensar que el mundo de las personas adultas no es tan fácil, sobre todo para las mujeres, una se la pasa corre y corre, ella era un ejemplo. Siguió ensimismada en su sentir; apenas era el primer día del nuevo ciclo escolar y estaba muy cansada. Respiró profundo por segunda vez, pero sin ser tan expresiva como la primera. Sintió una sensación de alivio, muy grata. Lentamente llevo una de sus manos al corazón, la dejó ahí unos instantes. Le pareció mágico sentir sus propios latidos, la respiración profunda y el conectar con su mano habían sido sus apapachos al corazón. Se dio cuenta que esa conexión tenía que hacerla más seguido, por lo regular, solía olvidarse de ella e Ibeth también era importante.

Respiró profundo por tercera vez antes de pedir la parada para bajarse. Cuando descendió del transporte sintió que tenía un poco más de energía, caminó al portón de la escuela y ahí se detuvo a esperar a Benito y Rubén, no tardó en divisarlos. Ambos la buscaban entre las personas, ella agitó la mano para que la vieran. Abrazarlos era también un lindo apapacho a su corazón.

Fotografía: Alexandro David: https://www.pexels.com/photo/grayscale-photo-of-person-holding-feet-and-hands-1912359/
Fotografía: Alexandro David: https://www.pexels.com/photo/grayscale-photo-of-person-holding-feet-and-hands-1912359/

Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Polvo del camino. 294. Amor sin sexo. Héctor Cortés Mandujano

Ilustración: Leonora Ventura.

Polvo del camino/ 294

Amor sin sexo
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano

La depresión es un lirio desmayado, un viento detenido, un perro muerto. Me llegó con la suavidad y lo imprevisto de, por ejemplo, un árbol que se derrumba sin ningún aparente aviso previo. Y todo se detuvo en mi vida. Ninguna luz tenían mis días, ningún sueño mis noches.
Tal vez por eso algo sentí (no alegría, no entusiasmo) cuando mis tres amigos de siempre llegaron a mi departamento: Ava, cincuentona con aires de reina mala y vestida con la elegante extravagancia de siempre; Julia, adorable criatura, cuyo corazón parecía de 15 años aunque lo demás de su cuerpo no tuviera tanta juventud, y Ramo, homosexual guapísimo, maquillado con discreción, lleno de poses de diva.
—Venimos por ti, vamos al cine.
Me pareció una invitación del mesozoico (¡ir al cine, por Dios!), pero no tuve fuerzas para negarme. Ava, evidentemente, tenía coche y chofer. Los cuatro nos acomodamos en el espacioso y cómodo vehículo.
Ya sabía que el problema sería elegir la cinta: Ava prefiere las tragedias, Julia las películas románticas, Ramo las superficiales (de preferencia las musicales) y yo no estaba para ningún género.
Decidí no participar en la discusión cuando nos hallamos frente a la cartelera. Cada cual se aferró a su gusto y se metió a su sala. Yo quedé solo. Cada cual, supongo, pensó que entraría con alguna, alguno. Era una descortesía que en otro momento me hubiera dado igual; en ese momento me hundió más el puñal de la tristeza.
Salí, caminé al tuntún un rato, detuve un taxi y me fui a mi departamento. Cuando llegué y abrí la puerta, ¡sorpresa!, mis tres amigos habían llenado de globos, adornos, bocadillos, vinos, licores y gente mi depa (bueno, no ellos con sus manitas inútiles, sino sus servidores). Y allí estaban ellas y él, con las caras alegres por haberme jugado la broma en el cine, cuando lo único que necesitaban era sacarme un rato para armar su borlote.
Una copa fue puesta en mis manos por Julia y la bebí. Qué delicia. Y ya había preparado para mí otra igual. Qué música tan bien elegida. Mi cuerpo, aunque no lo quisiera, comenzó a bailar; mis amigos me abrazaron y la sonrisa llegó de nuevo a mis labios…
Estuve feliz hasta que la madrugada y el cansancio me llevaron a la cama. Desperté y a mi lado había un ramo de rosas y una tarjeta de ellos. ¡Te amamos!, decía.
Llegaron a desayunar conmigo y comentamos las peripecias de la noche anterior. Soy un afortunado, porque estos tres seres son parte de mi corazón y lo pintaron de nuevo de colores, le barrieron las sombras, lo hicieron latir contento otra vez.
La amistad es amor sin sexo. La felicidad es un lirio abriéndose, un fuerte viento, un perrito jugando sin pensar ni en el ayer ni en el mañana…
Ilustración: Leonora Ventura.
Ilustración: Leonora Ventura.




*Sobre el autor:

Héctor Cortés Mandujano

Narrador, dramaturgo y periodista cultural

Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.

Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.

Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).

Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.

Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com