Líneas de desnudo/ 99
No hay extensión más grande que mi herida Por Manuel Pérez-Petit
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Miguel Hernández, Elegía, versos 15-17
Mis dotes como visionario son el –no un– paradigma del desacierto, y no por haberlo ido comprobando de manera secular una vez tras otra aprendo. Es más, me resisto a dejar de darle cancha a mis visiones. Soy, en consecuencia, un reincidente compulsivo. Un necio en toda regla. No hace tanto que fue publicado mi tan leído “Es como si mi tiempo se acabara", el último de mis artículos hasta hoy en este mi “Líneas de desnudo”, en el que confesaba estar “(...) sumido en un feroz, creciente e inaudito desprecio hacia mí mismo que me embarga y casi determina”, que vivía “un sentimiento de orfandad y desarraigo que incluso me genera miedo, un conjunto de sensaciones que jamás antes he experimentado y que no proviene de la frustración –algo inherente al propio existir y a la que soy muy tolerante, igual que a la demora–, sino de algo que tendré que descubrir (...)”, y pese a ello reconocía estar recibiendo “oportunidades providenciales que me permiten vaciarme más que nunca, como si el tiempo se acabara…”, confesaba al momento que Kolaval, el proyecto de la gratitud –al menos para mí–, me estaba costando la vida y enumeraba a continuación una serie de personas que yo sentía que estaban dándome campo en las áreas de actividad para las que estoy preparado y en las que deseaba hacía tiempo tener ocasión de desarrollarme aún más: la gestión cultural, el periodismo, el mundo editorial, la docencia, la literatura... Acto seguido, concluía: “(...) Puedo seguir creciendo, pues, con humildad, honestidad y afán de superación, creyendo y creando. Culminar poco a poco mis oficios y misiones para quizá irlos dando por cerrados en el momento que corresponda, con el afán, vocación y gratitud que me inculcaron desde pequeño en mi familia y en las instituciones educativas en que me formé, viviendo al servicio de los demás, pues todo lo que uno tiene y puede es para darlo, y solo así tiene sentido”, y hablaba, para terminar, acerca de la posible verosimilitud de aquello que escribió el poeta chileno Nicanor Parra (1914-2018) en su “Soliloquio del individuo”: “la vida no tiene sentido”, para llegar al punto, que hoy me parece un poco un chiste, como algunos de mis reconocimientos de entonces, en que me expresaba del siguiente modo: “(...) Yo todo lo hago con verdadero amor, aun con mi carga de dolor a cuestas, y todo lo cumpliré y, a la vez, todo lo dejaría por un amor verdadero”. Lo cierto es que ya sé y pude comprobar en no pocas cosas que mi tiempo se acabó, que tan preclaro fue 2022 en mi deriva que hasta llegó mi hora, que unas veces el escritor, el editor o el periodista, y otras el poeta, el emprendedor, el visionario, el filántropo, el loco o el tonto de baba que le sale a uno como urticaria de temporada en el matorral infranqueable en que la vida se le presenta; sinsentido antinatura pero real, así como el grano que le sale al adolescente en el rostro la inutilidad florea, como por ensalmo, inopinada, y erra y erra uno erre que erre contra su propia voluntad y como consecuencia de su talento para la torpeza, como si con uno o dos –o dos docenas– de naufragios no bastara. A veces, no ha habido quien pudiera entenderse ni conmigo ni con este mi ‘Líneas de desnudo’ de un autor único aunque poliédrico que tiene por cabeza una olla exprés, escribe apenas en las horas inmediatas a su publicación, se lleva días y días macerando y madurando varios artículos a la vez –imagínense, tras estos meses, cómo tengo la cocotera solo por razón de mis escritos breves– y lleva por nombre mi nombre. Mi deambular por esto de vivir casi siempre ha sido ad honorem –o pro bono, si quieren, aunque esta expresión es hoy más propia del lenguaje de los abogados y no del general–, lo cual ha tenido y tiene por ventaja que soy como el Dobby de Harry Potter: “libre”, y pese a saber del costo y la servidumbre que conlleva, ese ejercicio continuo de la libertad me lleva en algunas ocasiones por caminos insospechados en que, en la mayoría de los casos, el dolor anda como Pedro por su casa en tarea devastadora. No digamos si uno se ve sometido a la implacable credibilidad de las mentiras, que son como el rocío de la mañana: lo inundan todo, pero pronto se disipan, porque la verdad siempre está debajo de ese manto, incluso la escondida, incluso en mi caso, pues lejos de autoflagelarme o consolarme porque “no hay extensión más grande que mi herida”, declaro ser el único responsable de la misma, en esta gran capacidad autolesiva que me he empeñado con devoción franciscana en desarrollar a lo largo de mi vida. Por eso, como el poeta español Miguel Hernández (1910-1942) expresó en los versos siguientes a los del epígrafe del presente artículo: “Ando sobre rastrojos de difuntos,/ y sin calor de nadie y sin consuelo/ voy de mi corazón a mis asuntos”. Y en ello estoy.

Fotografía: ©Excelentísimo Ayuntamiento de Teruel, España, 1995.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista por la Universidad de Navarra y diplomado en pedagogía en lengua y literatura por la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en literatura comparada y un experimentado gestor cultural. Como periodista trabaja desde hace muchos años en diarios y publicaciones periódicas de España y México y medios de internet y radio. Es editor desde hace más de 30 años, habiendo tenido a su cargo en proyectos propios y ajenos más de medio millar de ediciones de títulos de todos los géneros. En 2010, se trasladó a México y fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América desde hace 20 años. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (Bicu), de Bluefields, Nicaragua. Desde junio de 2011, la biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre, y desde octubre de 2022 también la biblioteca de la comunidad indígena purépecha de la isla de Yunuén, Pátzcuaro, Michoacán, México. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, para la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de la lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Es autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa. Su obra ha sido publicada, antologada o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.
Queridísimo Manuel, te leo con placer, ese lenguaje fluido, bonito y culto que me llega al fondo del alma y a mi inteligencia.
Admiro tu gestión, tus ganas de vivir y tu andar inmune al desaliento pese a la cruel sociedad, y pese a cruzarte con personas feas y no muy buenas, que no saben ver tu alma de poeta.
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