Polvo del camino/ 172 Mi mamá en el infierno (Minificción) Héctor Cortés Mandujano Alguien tocaba a la puerta de mi departamento. Traté de ignorarlo, pero siguió dando persistentes toquidos. Abrí. Era un ser pequeño, desconcertante, de una inenarrable fealdad. No era una cara la suya y no alcanzaba a verle algo parecido a una boca, cuando escuché su voz que era, también, espantosa: —Soy un diablo. Tu madre está en el infierno y quiere darte un recado muy importante. Le concedieron, no sé por qué, ese deseo. Para que vayas, necesito hacerte siete preguntas; si contestas satisfactoriamente, te llevaré con ella. —No quiero verla, gracias. ¿La torturan? —Se tortura sola. No puedes rehusar las preguntas. ¿Cuándo ves el rojo más profundo? —Cuando veo el sol con los ojos cerrados. —¿Cuál es el árbol más pequeño? —La semilla. —¿Qué es el rencor? —Polvo diabólico. —¿Y el amor? —Alas blancas. ¿Sabes? No me interesa seguir contestándote. Y no quiero ver a mi mamá. Si eres un diablo, tú sabrás qué quiere decirme, dímelo y ya. Tengo otras cosas que hacer. No sentí ningún cambio y en lo que dura un parpadeo estaba en una especie de mazmorra pestilente y oscura; escurría algo, con la consistencia de la sangre, del piso y las paredes que parecían pétreas. La materia oscura manchaba mis zapatos, el calor era asfixiante. Mis ojos se fueron acostumbrando y vi en un rincón a una mujer vieja, parada frente a un mueble de sombras. Movía las manos como tomando alguna materia, que yo no alcanzaba a distinguir. —¿Mamá? La figura no se movió. La vi esperando que se volviera, que hablara. Pasaron varios minutos. Dijo: —¿Qué haces aquí, cómo llegaste? —Me trajeron, supongo, no sé cómo. —¿Para qué? —Me dijeron que querías hablar conmigo de algo importante. —¿Estás muerto o vivo? —Vivo, creo. —¿No sabes qué quería decirte? —¡Claro que no! —¿Qué te podría decir que fuera importante? —Eso mismo me pregunté. No quería venir. —¿No querías verme? —No. Volvió su rostro hacia mí. Hacía tanto que no la veía, me sorprendió notarme mucho parecido con ella. —¿Te hice daño? —Mamá, espero que no sea para una escena melodramática que me hiciste venir. Me dan flojera los llantos, los gritos y sombrerazos de vivos o muertos. Caminó hacia mí y detuvo su rostro frente al mío. —Te ves bien –me dijo. —Gracias. —No conozco a ningún demonio. Me la paso sola aquí, no me puedo sentar, no duermo, no como, no sé si pienso. No entiendo cómo fueron por ti ni para qué. Perdóname, hijo, si yo tuve algo que ver con eso. No fue mi intención. De la misma manera, sin que algo raro notara, estaba de nuevo en mi departamento frente al ser monstruoso. —Disculpa, hubo un error. Buscaba a otra persona. Puedes seguir con tu vida. Se desvaneció en un segundo. Cerré la puerta y regresé a servirme el desayuno. Mientras comía, decidí dejar el alcohol y las drogas. Tal vez algún consejo así me daría mi mamá, si viviera.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com