Líneas de desnudo. 27. El elegido 3: Anakin Skywalker, víctima de sí mismo. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 27

El elegido 3: Anakin Skywalker, víctima de sí mismo
Por Manuel Pérez-Petit

“Aprender a liberarte de aquello que, precisamente, perder temes” fue el consejo que el maestro Yoda le dio al joven Anakin Skywalker, no en vano el miedo siempre ha sido una puerta al lado oscuro de la Fuerza. El joven padawan –aprendiz, para los legos en la materia– del maestro jedi Obi-Wan Kenobi se había enamorado en secreto de Padmé Amidala, a quien conoció siendo niño en Tatooine, en el límite exterior, desconocido hasta entonces y famoso en el futuro –y no solo por sus dos lunas–, su planeta de origen. Cuando la conoció le preguntó si era un ángel. Tiempos difíciles aquellos, pero muchos más complejos los que tuvieron lugar durante las guerras Clon, cuando surgió, contraviniendo las normas jedi –que prohíben de manera expresa apegarse a nadie–, el amor incontenible entre Padmé y Anakin, que se casaron en secreto en el planeta Naboo. 
            Después llegó lo inevitable, la otrora reina de Naboo –una monarquía no hereditaria sino electiva– y, en ese momento, representante de su propio planeta en el Senado de la República intergaláctica, queda en estado de buena esperanza. Anakin se enteró de la noticia a su regreso de una misión con su maestro en la que habían rescatado con gran riesgo al canciller Palpatine de las garras del conde Dooku, muerto en ese lance a manos del propio Anakin. Sin embargo, en lugar de dar lugar a la felicidad que suele provocar una noticia de tal calibre, esto generó en el joven pesadillas y ansiedades que le llevaron a consultar al maestro Yoda.
            Por entonces, hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana, se vivía una cruenta guerra civil que luego desembocaría en el terrible primer Imperio intergaláctico, maquinado por Lord Sith Sidious, cuya identidad en ese momento no se había desvelado y hasta se dudaba de su existencia, pues los jedi vivían convencidos de que los sith habían sido exterminados hace mil años, aunque eran conscientes de que en el proceso guerracivilista el enemigo eran gentes –no se puede decir personas porque había fauna de todo tipo y hasta cyborgs– que se habían pasado al lado oscuro. 
            Anakin era hijo de Shmi Skywalker, una esclava de origen desconocido que había sido llevada al planeta Tatooine y era propiedad de un comerciante de chatarra llamado Watto, espécimen de una raza de seres alados originarios de Toldaría y llamados toydarianos. Su concepción está envuelta en el misterio, pues Shmi afirmaba que Anakin no tenía padre. El niño creció y desarrolló una gran inteligencia y una notable vivacidad, al punto de estar construyendo en sus ratos libres sin la menor ayuda un androide de protocolo al que llamó C-3PO, capaz de dominar seis millones de formas de comunicación. 
            Cuando contaba con 9 años de edad conoció a Padmé. En aquel tiempo era esclavo, como su madre, de Watto. La entonces reina se encontraba huyendo de Naboo, que había sido invadida por la Federación de Comercio, acompañada de un reducido séquito personal, el maestro jedi Qui-Gon Jinn y su padawan Obi-Wan Kenobi y el droide astromecánico R2-D2. Por una avería en su nave, tuvieron que detenerse en Tatooine. Los jedi se dispusieron a ir a buscar las piezas que necesitaban con el droide y Padmé, en principio una doncella de la reina pero en realidad la reina misma de incógnito, pues, como ella dijo después, utilizaba señuelos que se hacían pasar por ella como medida de protección personal.
            Después de varias peripecias, los jedi obtuvieron la libertad de Anakin, y con más razón al descubrir que el niño poseía una cantidad nunca vista antes en sus células de midiclorianos, criaturas microscópicas simbióticas gracias a las cuales se puede entender los designios de la Fuerza y hasta es posible que dé la vida... Qui-Gon Jinn se llevó consigo al niño, con la promesa de convertirlo en un jedi, y cuando lo presentó al Consejo Jedi surgió entre sus integrantes la duda de que pudiera tratarse de el elegido. La leyenda contaba que un día un jedi llegaría para dar equilibrio a la Fuerza… 
            Así comenzó Anakin su entrenamiento como futuro caballero jedi, a manos de Obi-Wan, quien lo tuvo bajo su tutela durante diez años, al término de los cuales tuvo lugar su reencuentro con Padmé. Que no se vieran antes no se explica en esta saga que en realidad es un western en el que en lugar de fusiles winchester se usan sables de luz y en lugar de con revólveres se resuelven las batallas con pistolas de agua que disparan rayos. El reencuentro de Padmé y Anakin coincidió con una creciente amistad de éste con el canciller Palpatine, quien con mucha habilidad va consiguiendo de manera paulatina manipularlo. A eso ayuda la impulsividad y la falta de autocontrol –sobre todo en lo que se refiere la ira, la demora y la frustración– del joven todavía padawan, que le lleva a infringir en numerosas ocasiones –sin confesar incluso– las normas de los jedi, como todas las derivadas de la ira –que no son pocas en su caso– o, sin ir más lejos, la de enamorarse y apegarse a alguien, y en esto no tuvo medida, llegando a contraer matrimonio con su amada. 
            Palpatine lo nombró su representante en el Consejo Jedi, convirtiéndose en el miembro más joven de la historia del mismo, pero no obtuvo el reconocimiento de maestro, lo cual le produjo una fuerte frustración, con la que comenzó en realidad su viaje al lado oscuro. Sus pesadillas, que eran acerca de la muerte de Padmé fueron acrecentándose, a partir de lo cual se convirtió en su obsesión salvar la viuda de su esposa, cuestión que el canciller le prometió si seguía sus consejos, entre los cuales se encontraban enseñanzas sith. Poco después, el propio Palpatine se manifestó como Lord Sith Sidous, y aunque Anakin lo comunicó al Consejo, ya era tarde para él. Cuando fueron a detener al canciller, actuó a favor de él y se sometió a su enseñanza, siendo rebautizado como Lord Darth Vader. Ayudó entonces a su nuevo maestro a ejecutar la orden 66, que consistía en el exterminio absoluto de los jedi, de lo cual solo escaparon el maestro Yoda y Obi-Wan Kenobi. Una vez activada y en ejecución la orden, Anakin acudió al Templo jedi, donde vivían y aprendían las enseñanzas jedi numerosos niños, y los asesinó a todos, tal y como descubrieron poco después Yoda y Obi-Wan, cuando se reagruparon para analizar la situación.    
            El canciller Palpatine declaró en el Senado la ley marcial y la transformación de la República en el Imperio y se autonombró emperador. Poco después, Padmé supo de la deriva de Anakin, lo que la sumió en una gran tristeza, y viajó al planeta volcánico Mustafar, buscándolo. Su embarazo estaba muy avanzado, pese a lo cual discutieron y Anakin la agredió, dejándola inconsciente. En la nave en que ella fue en su búsqueda viajaba también de incógnito Obi-Wan, que se enfrentó en un duelo con sables de luz al que había sido hasta hace poco su aprendiz, venciéndolo, tras lo que llevó a Padmé a la base secreta de asteroides Polis Massa, en donde ella dió a luz gemelos a los que puso por nombre Luke y Leia, muriendo en el parto. Modificaron su cuerpo para que pareciera que seguía embarazada al momento de su muerte y Yoda y Obi-Wan decidieron separar a los niños. Leia fue adoptada por el senador Organa en el planeta Alderaan y Luke, llevado a Tatooine, donde sería criado por el hermanastro de Anakin, Owen Lars, y su esposa. 
            El emperador rescató a Anakin, ya Lord Vader, que había quedado malherido de su duelo con Obi-Wan, y lo sometió a una curación tecnológica espantosa, convirtiéndolo en un cyborg. Cuando se repuso, Vader preguntó por Padmé y recibió por respuesta que él mismo la había matado en un ataque de ira, lo que terminó de rematar su conversión profunda al lado oscuro.
            Es el caso de Anakin Skywalker, una víctima de sí mismo, de sus miedos, de sus heridas... Un elegido por causas biológicas, por lo que su naturaleza era inevitable, aunque si no lo hubieran descubierto los jedi en Tatooine en su día igual hubiera pasado desapercibido a la historia. Sin embargo, se lo llevaron en la esperanza de que fuera aquel al que se refería la leyenda, y, más tarde, sus limitaciones personales y su inmadurez le llevaron a elegir un camino no previsto en la leyenda del elegido que debía llevar el equilibrio a la Fuerza. Pero el apellido Skywalker y su árbol genealógico posterior dará mucho que hablar. Es cosa del destino, ese fatalismo en el que muchos creen, negando de paso la libertad, pues todo comenzó con una profecía acerca de la cual el maestro Yoda dijo en otro momento: “que mal interpretada pudo haber sido”.
 Máscara de Lord Darth Vader
Fotografía:  Máscara que impuso el emperador a Anakin Skywalker, ya convertido en Lord Darth Vader, en la intervención a la que lo sometió por las graves heridas derivadas del duelo que éste mantuvo con Obi-Wan Kenobi en el planeta volcánico Mustafar (la imagen es de dominio público).

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 24. El elegido 2: Frodo, el tonto. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 24

El elegido 2: Frodo, el tonto
Por Manuel Pérez-Petit

Necesitamos arquetipos, pues con ellos nos entendemos mejor. El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) incide en ello, otorgando a la voz ‘arquetipo’ nada menos que cinco definiciones, de las cuales se puede sacar un denominador común: un arquetipo es, de manera elemental, un modelo, tal y como indica en la primera definición: “Modelo original y primario en un arte u otra cosa”, aunque también matiza en las demás. Dice, por ejemplo, que es un “Punto de partida de una tradición textual”.
            Visto lo visto hasta el momento, podríamos concluir que un arquetipo es un elemento de ficción, pero nada más lejos de la realidad si seguimos consultando el DRAE. Para el ámbito de la psicología reserva hasta dos acepciones. Dice, primero, que es “Representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la realidad”, y en la cuarta afirma: “Imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo”. Y hay que llegar a la quinta (“Tipo soberano y eterno que sirve de ejemplar y modelo al entendimiento y a la voluntad humanos”) para completar el cuadro y darme por completo la razón en la frase con la que he comenzado esta nueva entrega de mi Líneas de desnudo, esta vez perteneciente a la serie “El elegido”: Los arquetipos sirven para entendernos.
            Hay muchos arquetipos, pero aquí nos ocupa el del elegido. Un elegido no es un héroe y tampoco un redentor dotado de fuerza y capacidad fuera de lo normal. Al contrario, se trata de una persona corriente que, incluso, tiene mayores limitaciones que los demás. Veíamos el caso de Neo, en Matrix, un pirata informático en una sociedad controlada al que no le cuadran las cosas y busca respuestas para entender mejor lo que ocurre, tarea en la que descubre su misión, y hoy quisiera detenerme en el caso de Frodo Bolsón, al que cariñosamente llamo el tonto más tonto que pueda uno imaginarse. Porque lo es.
            Así que Bilbo se va y, aconsejado por el mago Gandalf, le deja a su sobrino Frodo el anillo que le ganara con acertijos a Gollum en la cueva de las montañas Nubladas, hace años, cuando formaba parte de la expedición de los enanos que iban a luchar por recuperar Erebor, como se cuenta en El Hobbit. Así arranca El señor de los anillos, obra cumbre de J. R. R. Tolkien, publicada en 1954 y llamada a convertirse desde el primer día en un clásico. Se trata de un anillo misterioso y mágico cuya importancia no tardará en conocerse: es el anillo único, forjado por Sauron, el señor oscuro, en Mordor, en los fuegos del monte del Destino, para dominar la tierra. El señor de los anillos es la historia de la destrucción del anillo único. Frodo lo lleva a Rivendel, donde tendrá lugar el Concilio de Elrond, en el que se decide –no sin arduos debates– que el anillo debe ser destruido en el mismo lugar en que fue creado, pues, además, es indestructible por cualquier otra vía. Nadie puede quedárselo dado que el anillo, que tiene voluntad propia, busca regresar a su dueño originario, y, por si fuera poco, tiene el poder de envilecer a quien lo posea. Como en principio parece el más inmune al poder del anillo de todos los presentes, se le encarga a Frodo la tarea y se constituye una cofradía o hermandad compuesta de ocho integrantes, representantes de distintas razas y pueblos, denominada “La comunidad del anillo”, que parte hacia Mordor a cumplir la encomienda. Lo demás, lo deberían conocer todos, no por las películas –que tampoco están mal, pero no cuentan de verdad la historia– sino por la lectura de este cuento largo maravilloso al que todos llaman novela, aunque para mí tiene más de lo primero que de lo segundo, sobre todo si nos atenemos al perfil de los personajes, siendo la mayoría de ellos planos –y arquetípicos en algunos casos–, y en el que, dicho sea de paso, el héroe no es de ningún modo Frodo. Pero aquí no estamos hablando de héroes sino de elegidos. A Frodo le toca como a cualquiera de nosotros nos puede tocar la cagadita de un pájaro echando una tarde de domingo en una terraza cualquiera. En su simpleza, a Frodo le engaña todo hijo de vecino. Pocos personajes he conocido en mis lecturas tan influenciables como este joven hobbit de La Comarca, al que, como es lógico, el anillo seduce y tortura, sin prisa y sin pausa, con una eficacia demoledora y terrible. Menos mal que siempre está con él Samsagaz Gamyi, un hobbit bueno y leal, que cuida de él y observa con agudeza todo lo que está pasando. Es su escudero en las duras y en las maduras. Sin él, la historia hubiera sido distinta, porque si hubiéramos dependido de Frodo estaríamos listos. Y me ahorro contar la de veces que Sam salva a Frodo.
            Al llegar al final de su camino, quedando solo como asunto arrojar el anillo a los fuegos, va Frodo y dice que no, que se lo queda, y Gollum, que los ha estado siguiendo en secreto a fin de recuperar su “tesoro”, se lanza sobre él y forcejea, consiguiendo arrancarle el anillo a Frodo de un mordisco en el que se lleva también el dedo del hobbit, pero en su festejo por haber conseguido lo que buscaba, se tropieza y cae al fuego, convirtiéndose de este modo en el ejecutor inconsciente del mandato del Concilio de Elrond. ¿Han visto ustedes un final más tonto alguna vez? No me hablen de la condición humana. Frodo no es humano, no me sirve que me digan que los seres humanos son débiles. Lo de Frodo no es debilidad, es tontez, y de la importante. Cierto es que a Frodo lo eligieron por simple, lo cual en apariencia le hacía menos vulnerable al poder del anillo que cualquier otro, como también lo es que Frodo fracasó en su misión. Sin Samsagaz no hubiera llegado a su destino, y cuando llegó se declaró poseído. Menos mal que estaba Gollum –un ser tampoco dotado de una inteligencia extrema–, casi tan tonto como él, que se cae en donde no debería celebrando haber conseguido su objetivo.
            Personaje plano y previsible como tablero de ajedrez, inadecuado como ninguno para la misión que se le encarga, dotado de una torpeza paradigmática al punto de que ni siquiera genera simpatía, en todo caso es, pues, Frodo, el más básico, limitado y tonto de los ejemplos del arquetipo de elegido, pero un buen personaje para la historia que se nos cuenta, un cuento para niños que debe tener como tal, peripecias, enredo y tropezones. Simple y funcional, un arquetipo con el que ni siquiera merecería la pena entenderse.
   
 Dibujo original de ‘El señor de los anillos’ (Ilustración: J.R.R. Tolkien)
Fotografía:  Dibujo original de 'El señor de los anillos' (Ilustración: J.R.R. Tolkien). Donado en 2008 por Julian Blackwell, presidente de la cadena británica de librerías Blackwell, a la biblioteca de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Fuente: https://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/07/cultura/1204898375.html

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

Líneas de desnudo. 20. El elegido 1: Neo, un caso contradictorio. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 20

El elegido 1: Neo, un caso contradictorio

Por Manuel Pérez-Petit

 El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define la voz ‘elegido’ como “predestinado”, y aclara “(II para lograr la gloria)”... Debo confesar que me quedé patidifuso al comprobar la “bondad” de nuestro diccionario de referencia, al cual no puedo excusar por el hecho de que ya no es “español”, o sea, de la Real Academia Española, sino de la Asale (Asociación de Academias de la Lengua Española), gracias a Dios, porque a día de hoy el español de España, con toda su riqueza, está, con mucha probabilidad, más cerca de la cola que de la cabeza en la lista de los “españoles”. No sé si España liderará algún día la fortaleza del idioma español en el mundo, pero es indudable que a fecha de hoy está muy lejos de que se cumpla esa posibilidad, y yo, que he viajado a lo largo y ancho del continente americano, puedo atestiguarlo. Será tema de otro Líneas de desnudo nuevo en este proyecto fabuloso de Letras, ideaYvoz del que espero ser digno algún día y del que de momento acepto con humildad la oportunidad que me ofrece.
            Decía que me quedé patidifuso cuando fui a comprobar la definición de ‘elegido’ en el DRAE, y verán por qué. Si buscamos en el mismo DRAE la entrada ‘gloria’ nos encontraremos con catorce acepciones, además de once formas compuestas con esa palabra. De las acepciones, llaman la atención –si nos atenemos a lo que nos atañe– la primera, la tercera y la cuarta (“Reputación, fama y honor extraordinarios que resultan de las buenas acciones y grandes cualidades de una persona”, “Persona o cosa que ennoblece o ilustra en gran manera a otra u otras –poniendo como ejemplo “Ramón y Cajal es gloria de España”– y “Majestad, esplendor, magnificencia”), siendo las demás irrelevantes a nuestra tarea de este momento. Se puede deducir que, a la luz del DRAE, un ‘elegido’ es un predestinado para lograr reputación, fama y honor extraordinarios que resulten de sus buenas acciones y grandes cualidades, o para lograr ennoblecer a los demás, o para lograr majestad, esplendor, magnificencia o que posee dichas cualidades o que puede poseerlas. Dicotomía es –como diría el maestro Yoda–. Descarta el DRAE, en sentido estricto, que pueda darse todo ello en uno solo, y no hace referencia alguna al grado de conciencia de la persona respecto al hecho de ser un –o el– elegido. Tampoco olvidemos que el instrumento regulador de la riqueza lingüística del español debe ir, por su propio estatuto, un paso atrás en relación a la realidad del idioma, a fin de evitar, por ejemplo, incorporar voces que pudieran ser pasajeras o fruto de la moda –un dato importante es saber que la moda es lo que pasa de moda– y, por lo tanto, ser efímeras y no quedarse al final en el acervo de la lengua viva, para tener mayor claridad a la hora de limpiar, fijar y dar esplendor al idioma…
            En Matrix, trilogía de películas escrita y dirigida por las hermanas Wachowski que comenzó su andadura en 1999 y cuyas secuelas fueron de 2003 (The Matrix Reloaded y The Matrix Revolutions), Neo (interpretado por Keanu Reeves), un informático con doble vida –durante el día es programador y por la noche, jácker– es el elegido, según Morfeo (Laurence Fishburne), líder de los que podríamos denominar rebeldes, para terminar con la guerra que tiene sumido al mundo en una realidad virtual, sometido todo ser humano –o casi todo– a una esclavitud total por parte de inteligencias artificiales, en un futuro que se corresponde –curioso dato– con el final del siglo XX. Los rebeldes, que son los pocos que han conseguido librarse del dominio de las máquinas y la dictadura de la realidad virtual, viven en la ciudad de Zion y son sometidos a un brutal acoso continuo por parte de los agentes, liderados por Smith (Hugo Weaving), un siniestro personaje que aunque muere al final de la primera entrega de la saga –a manos de Neo– continúa vivo en las siguientes –no hay que olvidar que todo es virtual–. Morfeo –un auténtico héroe, capitán de la nave Nabucodonosor/Nebicaneser– está tan convencido de la condición de elegido de Neo que no duda, por ejemplo, en una emboscada de los agentes, en entregarse a éstos para que Neo pueda escapar, convirtiendo a partir de entonces en una misión fundamental para éste su rescate. A qué decir que Neo es un tipo miserable y en nada su perfil se corresponde con el arquetipo del héroe –y ni siquiera con el de antihéroe–. No alcanza reputación ni honor extraordinarios –el concepto de fama merece consideración aparte–, y mucho menos ennoblece a otras personas o  es capaz de lograr majestad, esplendor o magnificencia. Es, por no abundar, un delincuente –ya no un pirata sino un capitán pirata– que adquiere cualidades –por el asombroso, extraordinario e insoportable entrenamiento que recibe– en el mundo en que le toca vivir y las emplea en la búsqueda de su interés particular o del interés del grupo que representa. Como si tuviera una concentración excepcional de “midiclorianos” –formas de vida microscópicas inteligentes que, originadas desde la base de la vida, en el centro de la galaxia, dotan de La Fuerza, como veremos en el artículo que tengo preparado acerca de los Skywalker, padre e hijo, elegidos en diferente sentido, pero elegidos, en Star Wars–, Neo resulta ser un ser dotado de manera excepcional para la lucha contra el sistema, con una cualidades que, potenciadas de manera adecuada le convertirán en el “héroe” que –toma ya–, según una profecía, acabaría con las máquinas que lo gobiernan todo, la Matrix, en la que todo es considerado “cosa”, creada y controlada de forma artificial. 
            En un caso parecido al de Blade Runner (1982, Ridley Scott), The Matrix se convirtió de inmediato en más que una película de culto, se popularizó de manera espectacular y hasta ha dejado su legado en la cultura popular, teniendo una incidencia clara en la filosofía, la literatura y el cine desde entonces, así como en las más diversas industrias. No en vano, tanto su planteamiento filosófico y ético como sus referencias provienen de la más potente tradición de la literatura de ciencia ficción y la filosofía, llegando a plantear de una manera fehaciente la cuestión de lo que es o no es real. No hay duda de que se trata de una película en alto grado filosófica ante la que continuamente el espectador se ve obligado a plantearse cuestiones o problemas más propios de la ontología que del entretenimiento. Y aún así, entretiene y hasta divierte. Cualquiera de las tres partes. Y ojo que ya se anunció la cuarta...
            Pero deseo volver a Neo. Desconocedor de su potente naturaleza y condición, en su vida cotidiana va observando que hay cosas que no funcionan, que su mundo no es del todo el que debiera ser, lo cual le predispone a buscar fuera, sin ni siquiera saber qué hay. En ésas, se le presenta la ocasión de conocer a Morfeo, circunstancia en la que éste pone mucho empeño, por otra parte, lo cual facilita que se den las cosas. El pobre Neo ni se imagina por lo que pasará antes de convertirse en el líder de la revuelta, y además no tiene ni la conciencia de serlo ni la voluntad. Lo demás en las películas es de una lógica aplastante –hasta hay un traidor en las filas de Morfeo que, desde el primer momento, hace por sabotear su cruzada– y solo sorprende en parte, pues quizá nunca la intención de las realizadoras de la saga fuera sorprender al espectador por la vía de los giros inesperados o de la complicación argumental. Y está bien así, y a los resultados me remito. Pero Neo –que en ningún momento imagina lo que le espera y que refuerza luego su papel de cabeza de proyecto con una historia de amor relativamente convincente–  nunca dejará de ser un pirata para el que el fin justifica los medios. Por tanto, y poniendo este caso como ejemplo, el DRAE quizá se equivoque al definir la voz ‘elegido’ solo hablando de virtudes o refiriéndose a “lograr la gloria”. O quizá se equivoque este cronista al entender que la gloria y la miseria van de la mano. En el caso de Neo, la miseria pesa más en la gloria que la gloria misma, pues la alcanza a cualquier precio. En definitiva, consideremos a Neo un elegido frío, distante y contradictorio, de los que no sirven como modelo de vida, pues con el todo vale que él practica de manera magistral no se consigue luchar contra la maldad ni contra ningún totalitarismo. Y menos modelo aún como para enfrentarse al poder omnímodo del nuevo statu quo de la Era Distópica, en la que ya estamos inmersos. Una lástima. Sigamos buscando elegidos y reflexionando acerce de lo que es y supone serlo... 

(... Continuará…)

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Nota del autor
Comienzo con este artículo una serie acerca del concepto de el elegido, que tiene muchos perfiles y por el que pasaré por la literatura, las artes y el cine en búsqueda de modelos que puedan incluso ser válidos para nuestra nueva tesitura en el mundo, pero también al margen de ello. Alternaré esta serie con la de la distopía o con la “de mi carpintería”, así como con otros artículos que dedico a otros asuntos. Reconozco tener muchos temas pendientes –varios de los cuales han sido comprometidos por mí mismo en mis artículos, que iré desgranando poco a poco. No duden en echarle un vistazo a mi espacio martes, viernes y domingo, días de su publicación. Agradezco la creciente correspondencia que, por diversos medios, recibo a colación de mis textos. Ojalá tenga la capacidad de dar satisfacción a todos mis amables lectores.
 
   
 “©M. P.-P., 2009”
Fotografía:  “©M. P.-P., 2009”

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.