Trabajo en alturas. 43. Apuntes de insular. Roger Octavio Gómez Espinosa

Ilustración cortesía de Casa Conejo Café.

Apuntes de insular
Roger Octavio Gómez Espinosa

A Pippo Bunorrotri, seguidor de Letras, IdeaYvoz
Amable lector de continentes lejanos a quien le

llegan nuestras botellas de náufragos.

El 3 de octubre de 2025 presentamos en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en Casa Conejo, bajo el amparo de mi estimado Alfredo Espinoza, el libro 21 Canciones, de la que soy coautor junto con Luis Daniel Pulido y Héctor Cortés Mandujano, además de los ilustradores: Juan Ángel Esteban Cruz, Juventino “Tito” Sánchez, Alejandro Nudding y Adriana “Agreste” Gómez Ronzón. Recordé la lectura que había hecho Ángel Esteban, la relectura de “Tito” al ilustrar mis textos. Me dieron el micrófono e improvisé algo sobre islas, náufragos y botellas en el mar.

El siguiente texto es sólo un apunte de las ideas que solté, no las recuerdo con exactitud:

Mi amigo y gurú, Héctor Cortés Mandujano publicó, por ahí de 2019, en su columna Casa de citas, una que se titula “Me llamo Nadie y vivo en una isla”. El texto estaba dedicado a la presentación de un libro de cuentos mío. Se refería tanto a mis personajes como a la fascinación que tengo por la Odisea de Homero y también a que Héctor, además de leer libros, sabe leer a las personas. Leyó en mí esa costumbre que heredé de mi padre y él a su vez de mi abuelo, de vivir en nuestras propias islas.
Parto de mi isla muy de vez en cuando. Balsas, navíos, trirremes. Marino de mis océanos, es curioso que cada vez que mis embarcaciones se hunden amanezco en las mismas playas. El mismo aroma, los mismos vientos. Los náufragos de profesión sabemos que es necesario mandar mensajes en botellas. Y los envío cuando la marea cambia. Me duermo. En mis sueños las botellas viajan raudas hasta tocar continentes lejanos, donde hay gentes que leen los mensajes firmados por un tipo que gobierna un islote rodeado de mares y que lleva por nombre: Nadie.
El mar que me rodea es a veces una muralla brava, otras abismo transaparente o burbuja de sal oscura. Hay ocasiones que me parece que ese mar está conformado por sedales invisibles que descifran la salida de mis laberintos azules.
Hoy que los veo, como luz, ante este libro terminado, recipiente de palabras, me digo: ¿estaré, de nuevo, soñando?

Ilustración cortesía de Casa Conejo Café.
Ilustración cortesía de Casa Conejo Café.

*Sobre el autor:

Roger Octavio Gómez Espinosa

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 1974.

Tiene el grado de Maestro en Estudios Humanísticos por el ITESM y Máster en Creatividad Literaria por la Universidad de Salamanca, donde se graduó con mención honorífica.

Autor de Acrofobia (Tifón, 2022); La lluvia en las hojas del platanar (Ediciones Animal, reeditado por Kolaval, España); Soltar las riendas (2019, Tifón). Anhelo de reposo. Antología poética (Coordinador editorial, Tifón, 2019). Bruñir la palabra frente a la hoguera (Autor antologado, Tifón, 2018). Mamá no va a llamar (Tifón, 2018).

Su cuento El rostro de marina, obtuvo dos primeros lugares en su adaptación radiofónica en la Tercera Convención Internacional de Radio y Televisión 2018, Varadero, Cuba.

Trabajo en alturas. 42. Invocación de náufrago. Roger Octavio Gómez Espinosa

La Asociación de libreros de Guadalajara A.C.


Invocación de náufrago
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

“...escribo como una invocación del náufrago a mitad de la noche” (p. 17) dice Gonzalo García Flores y arranca con la narración de un naufragio en el que cada miembro de una embarcación llamada familia nadó hacia la isla más próxima en el archipiélago de la ciudad.
Un viaje homérico que emprende una familia que nace de una “Eva madre ofreciendo su tierra incendiaria, surco entre primavera y abril, donde la semilla tuviera vida” (25), a José María, un Odiseo que arrastra consigo, en un periplo que él no terminará por que no habrá regreso a su Ítaca, el anhelo por un pueblo llamado Tlacuache. Un viaje que, a pesar de una abrupta interrupción dada por seis balas, sigue para quienes descienden de aquella unión.
Seis balas resuenan aún en la Guadalajara de Gonzalo, y que reverberan más allá de su recuerdo, las que mataron a su padre, José Ma., quien murió en una ciudad hosca, siempre con la esperanza de volver al lugar donde recordaba haber sido feliz, al mundo rural donde dejó su primera juventud.
Este escritor nos revela no sólo su vocación narrativa, también su conocimiento de los designios cabalísticos del universo, uno que fue duro, pero que quizá sea justo y equilátero si el nacimiento de Gonzalo García, “concebido en abril, nacido en enero, desencarne un día viernes” (34).
Hay en su Crónica un ejercicio de sinestesia donde se revelan, en los recuerdos, colores, sonidos, sensaciones y aromas de un campo lejano: “Aún tengo en mi oído y olfato el sonido y aroma desprendido, a que huele la alfalfa en flor.” (39) “...un espectáculo de sonidos, color, platica y risas de la abuela con la tía” cuando habla de las labores para desgranar mazorcas. Quien haya ejercido esos oficios tendrá también en su memoria algo muy parecido a lo que nos hace recordar García Flores en sus escritos.
Un borrico, un patín del diablo rojo y una bicicleta parecen ser el crisol de las tres etapas: seis, nueve y quince años, que abarcan estas crónicas que revelan la evolución del niño quien “no sabe pensar, descubre, observa, pregunta, mete las manos en el fuego, husmea, va y viene sin preguntar por dónde…” (63). Que cruza por la vida y soporta la orfandad paterna vaciándose de lágrimas: “Lloré tanto que, en la muerte presencial de mi vieja, treinta y siete años después, no lo pude hacer.” (159
Gonzalo, quien ha ejercido, según su semblanza, treinta y tres oficios, nos narra, en su quehacer de literato, su testimonio como miembro de una familia que tuvo que migrar del campo a la ciudad. Mas rescata no sólo sus recuerdos, también los de quienes vivieron en los suburbios de la gran ciudad, que en su libro se sitúa, “de la calzada pa´llá”, en gran parte en la Guadalajara de los años 70 del siglo XX, pero que puede ser la historia de cientos de familias que cursaron por destinos paralelos y similares.
Yo soy un hombre del sur y me hermana con este escritor del occidente el origen rural de mi memoria; la nostalgia constante por el campo que me hacía añorar un hogar campesino que no recuerdo, el registro constante del mundo en la evocación, la lucha por demostrar que leer no es de flojos y de que las balas reverberan más allá de las generaciones que la escucharon. A mi abuelo materno lo mató una bala que reverbera en mi destino desde que mi madre conoció la orfandad a sus escasos cuatro años de edad.
Dice Arturo Jara Santa Cruz, escritor quien prologa la edición que hoy presentamos, que Gonzalo nos presenta retratos de familia, similares a aquellas que se cuelgan en los muros de las casas, pero con la gran diferencia de que estas son “formadas con palabras, que van poniendo cuadro a cuadro los pasos de una familia” desde que sus padres apenas intuyen en la sangre que los hizo unirse para colocar “la piedra angular de una nueva estirpe”.
Crónica de seis, nueve y quince años. Lo cuento todo, de Gonzalo García Flores, me parece, más que una crónica, una novela excelente, con una voz narrativa bien definida, nítida, que hila recuerdos claros con memorias que amenazan con difuminarse por el paso del tiempo o por los mecanismos de defensa que niegan, a la evocación, el recuerdo de realidades que marcaron a sus moradores.
Me quedan tantas imágenes con estas crónicas que hoy, al recorrer las calles citadinas de barrio tapatío, puedo ver las casas, las caras de la gente y barullo que presenciaron los ojos de este escritor. Un verdadero mapa, un ejercicio cartográfico. Es quizá por esto que concluye Gonzalo García Flores, el que se asumió al principio como náufrago: “Escribo para ver si la cartografía que siguieron desde su nacimiento José Ma. y Aurelia, nos sirve a nosotros…”

Tonalá, Jalisco, México, noviembre de 2024.

[Texto leído para la presentación del libro Crónica de seis, nueve y quince años. Lo cuento todo, de Gonzalo García Flores en el marco de la XIV Feria del Libro Antiguo y Usado de Guadalajara, 2024.]




La Asociación de libreros de Guadalajara A.C.
La Asociación de libreros de Guadalajara A.C.

*Sobre el autor:

Roger Octavio Gómez Espinosa

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 1974.

Tiene el grado de Maestro en Estudios Humanísticos por el ITESM y Máster en Creatividad Literaria por la Universidad de Salamanca, donde se graduó con mención honorífica.

Autor de Acrofobia (Tifón, 2022); La lluvia en las hojas del platanar (Ediciones Animal, reeditado por Kolaval, España); Soltar las riendas (2019, Tifón). Anhelo de reposo. Antología poética (Coordinador editorial, Tifón, 2019). Bruñir la palabra frente a la hoguera (Autor antologado, Tifón, 2018). Mamá no va a llamar (Tifón, 2018).

Su cuento El rostro de marina, obtuvo dos primeros lugares en su adaptación radiofónica en la Tercera Convención Internacional de Radio y Televisión 2018, Varadero, Cuba.

Trabajo en alturas. 41. Amar, volar. Roger Octavio Gómez

Fotografía: Nadia Arce

Amar, volar
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

... entre nosotros está mal visto hablar de amor

en materia de enseñanza. Intentadlo y veréis,

es como mencionar la soga en casa del ahorcado…

Daniel Pennac en Mal de escuela

Hace algunos años uno de mis profesores más queridos y apreciados me habló sobre Daniel Pennac y un libro que se llama Mal de escuela (2009), donde este escritor francés nos cuenta sobre la educación escolar desde la perspectiva de “el mal alumno”. Según su testimonio el brillante Pennac fue un mal alumno, y se dio a la tarea de analizar por qué lo fue. En su libro llega a una conclusión, algo que rescata y que que me parece insólito: lo que se necesita para que la trasmisión de conocimiento sea exitosa es: el amor. Si hay malos alumnos es quizá porque a muchos profesores les falto el ingrediente de salud amorosa para su cátedra. Bajo esa premisa, indagando más en el tema, podemos llegar a otra conclusión: que esta pedagogía no se limita a la educación escolar, pienso que cualquier afan de comunicación trascendente debería seguir ese principio. Pennac no es un improvisado y le creo.



Aunque soy ingeniero de profesión, por alguna rareza genética tengo aires de literato y he estado intentando desde que tengo memoria comprender la literatura y pretendiendo ser un escritor de esta. Escribir no tiene que ver únicamente con el arte y, escribir bien, no tiene tampoco que ver con profesiones; como seres sensibles que somos tenemos una necesidad de comunicar no sólo lo palpable sino esas voces que descubrimos en nosotros y que nos advierten que no somos nomás materia física, carne, entrañas, sino entes vibrantes de energía que buscan vias para tocar a los otros en niveles más allá del ambito social. Mi afección genética me ha llevado a estudiar literatura tanto en talleres como en prestigiosas universidades. Tengo dos posgrados relacionados con el humanismo y la literatura, una en el ITESM y otra por la Universidad de Salamanca, también tengo estudios en la rama profesional que me da sustento económico y, por mi profesión, tengo que tomar muchos talleres de manera constante. Es decir, he estudiado no mucho, pero bastante. No quiero sonar pedante, sólo quiero poner un punto sobre esta mesa: He aprendido a identificar a los buenos profesores. He tenido catedráticos con un basto conocimiento sobre sus materias, vaya que sí. Mas, solo con una de mis manos puedo contar a aquellos que fueron más allá de la simple cátedra y me hicieron sentir lo trascendente que puede ser aprender por medio de un maestro que ama enseñar.

Encontré en el libro Cómo echar a volar mi pluma. Manual aeronáutico de escritura de El Tintero Editorial, de la escritora, editora y fotógrafa independiente Nadia Arce la intención de trasmitir conocimiento desde una base pedagógica amorosa.

       Quienes han tenido la oportunidad de tomar un taller o una clase con Nadia Arce no me dejarán mentir. Los conceptos más complejos sobre técnicas narrativas y poéticas son clarificados con una sencillez tal que no deja lugar a las dudas. La sencillez, cuando aborda la complejidad, es signo de gran conocimiento, de experienca y de habilidad. Personas se descubren en sí mismos la capacidad de trasmitir por medio de la escritura un universo que antes era bruma en sus mentes. Es evidente el bagage cultural y la gran experiencia en el campo de la enseñanza que forman el aura de la Nadia profesora y pienso que está patente en este manual de escritura.



El Manual aeronáutico de escritura de El Tintero Taller Editorial es un libro que está hecho desde el principio aquel que mencionaba Pennac, desde el amor, y es por esto que quien lo haya ya leído o usado ha percibido esa trascendencia que da el aprendizaje así trasmitido. Es un manual ambicioso y su objetivo máximo es el de escribir hasta publicar cualquier tipo de texto. Sin embargo, quien lo siga al pie de la letra se sentirá acompañado por una mentora ideal, animado a escribir y dar lo mejor de sí.

      Escribir puede ser tu mejor legado, es otra de las máximas que rigen el manual de El Tintero, pero hacer que un texto vuele es su finalidad.

      Los invito pues a que entren por medio de este gran libro a una dimensión donde se atrevan a volar con sus plumas y a que se den la oportunidad de dejar uno de los mejores legados que como humanos podamos brindar: un libro.



                          ***


[Texto leído por Roger Octavio Gómez Espinosa en la presentación del libro Cómo echar a volar mi pluma. Manual aeronáutico de escritura de El Tintero Editorial, de Nadia Arce, el 24 de enero de 2024 en el marco del Festival Plástico. ColoreArte de Guadalajara en el Palacio de la Cultura y los Congresos PALCCO.]


Fotografía: Nadia Arce
Fotografía: Nadia Arce

*Sobre el autor:

Roger Octavio Gómez Espinosa

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 1974.

Tiene el grado de Maestro en Estudios Humanísticos por el ITESM y Máster en Creatividad Literaria por la Universidad de Salamanca, donde se graduó con mención honorífica.

Autor de Acrofobia (Tifón, 2022); La lluvia en las hojas del platanar (Ediciones Animal, reeditado por Kolaval, España); Soltar las riendas (2019, Tifón). Anhelo de reposo. Antología poética (Coordinador editorial, Tifón, 2019). Bruñir la palabra frente a la hoguera (Autor antologado, Tifón, 2018). Mamá no va a llamar (Tifón, 2018).

Su cuento El rostro de marina, obtuvo dos primeros lugares en su adaptación radiofónica en la Tercera Convención Internacional de Radio y Televisión 2018, Varadero, Cuba.

Trabajo en alturas. 40. Miauyéutica. Roger Octavio Gómez

Miauyéutica
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

El gato,

sólo el gato

apareció completo

y orgulloso:

nació completamente terminado,

camina solo y sabe lo que quiere.

Pablo Neruda en «Oda al gato»

Una golondrina pasa frente a la ventana. Se pierde veloz en el espacio que mi vano deja ver. Jericaya vuelve la vista a mi. Maúlla suave. “La vi”, le digo. Maúlla de nuevo. “No, no puedo darte una golondrina.” Me ignora. Se estira. Bosteza. Salta y se aleja de la ventana. Qué sé yo de buenas comidas.



Jericaya lanza un zarpazo al aire, se agazapa en los rincones, la vista fija en la nada y, rayo de suave pelaje, salta y ataca, a un fantasma quizá. Siente la mirada atenta que le prodigo. Maúlla. Sonrío. Soledad se ha esfumado. Jericaya la ha espantado, otra vez, y somos ella y yo, gata y humano; solitarios, no más.



Si yo faltara un día Jericaya podría cazar las aves del jardín, los ratones de las alcantarillas, los insectos de la noche. Si Jericaya faltara un día, volverían mis días a la oscuridad de mis tejados y a platicar en soledad.



Un hombre predica sobre un dios magnífico. Lo observamos. “Qué bello ha de ser poder creer en lo que este hombre dice”. “Miáu”. “Qué terrible que seamos tan incrédulos”. “Miáu”. “¿En qué momento dejamos de creer?” “Miáu”. “Cuánta razón tenés, Jericaya”. “Miáu”. “Siempre tenés la respuesta precisa, la verdad filosófica”. “Miáu”
      “¿Cómo lo hacés?, ¿cómo podés vivir tan tranquila con tanta sabiduría?”. “Miáu”.

Ilustración: Adriana GR

Trabajo en alturas. 39. Sur. Roger Octavio Gómez

Fotografía: Nadia Arce.

Sur
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Quiero irme a mi pueblo, lejos, muy lejos.

Volver a mi casa donde mi ventana está pintada de rojo

y el frío marcha por las noches como un soldado cubierto de niebla.

Oscar Oliva, cit. en Agustín Bartra: ¿Para qué sirve la poesía?).

Una luciérnaga roja desaparece cuando el estertor luminoso de Urano anuncia la próxima llegada de la lluvia en los bajos manglares. Aroma a tabaco quemado se mezcla con el sabor que emana del Salado, pantanos hermosos hijos ilegítimos del Pacífico con la Marisma del sur, del sur de este recuerdo. Algo grazna en la distancia. Las garzas ya duermen entre los mangles blancos. Cantan los insectos nocturnos. Croan los sapos. Bufa mi caballo que al paso da un mordisco a un matorral que se aferra a un islote dulce. Un sendero fluorescente guía al potro que va al frente, este es el bosque de los madresales. La luciérnaga renace entre las manos de papá. Apuro a mi cabalgadura que tantea con el casco sin herrar entre la suavidad de los lodazales. El camino es largo. No termina, sigue por siempre en mi memoria, seguirá mientras lo pueda recordar.
Fotografía: Nadia Arce.
Fotografía: Nadia Arce.

Trabajo en alturas. 38. Indómito de corazón. Roger Octavio Gómez

Indómito de corazón
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

(…)Yo, dijo la Cigarra,
Á todo pasajero
Cantaba alegremente
Sin cesar ni un momento.

(…) *

Felix María Samaniego, en «La cigarra y la hormiga» (1882).

El pasado lunes 28 de agosto recibí un mensaje de voz de nuestro amigo Gabriel Mendoza García, me informaba que Manuel Pérez-Petit, colaborador de esta revista había sufrido “un infarto agudo al miocardio” dos días atrás. 
          Indómito como es, Manuel no sólo había sobrevivido a la insurgencia de su corazón, había escapado temporalmente de la clínica para poder dar aviso a sus amigos. Terrible y a la vez reconfortante noticia. Muy de Manuel: poniéndose de pie cada vez.
         Por mensajes de terceros nos fuimos enterando que Pérez-Petit había vuelto a la clínica y se había sometido a una cirugía de cateterismo. 
         Ratos de silencio, momento de rumores, hasta que recibí un mensaje de viva voz del mismísimo Manuel donde relataba en segundos su odisea. Que cambiaría muchas cosas de su vida a partir de esta experiencia, mas no el dejar de escribir. Es que para él, como para muchos de los que acá colaboramos, la escritura y la lectura es más que aliento, es vida.

Como casi todos los occidentales escuché en algún momento de mi infancia, junto a la cargada de fábulas con que nos alienaron en los primeros años, la de "La Cigarra y la hormiga". La hormiga trabajadora triunfal y constructora de graneros da lecciones de vida, al cobijo de su granero, en un duro invierno, a la bohemia cigarra que sólo concibió canciones para los viajeros. 
          Hay mucho, muchísimo trabajo en cada texto que las cigarras escribimos, pocas hormigas lo entienden. Hay no sólo corazón en las palabras, en las frases, en las notas, en el arte; también vísceras, sangre y un muy valioso más: alma... 
          Van mis palabras a Manuel Pérez-Petit y esas cigarras que de pronto quedan desamparadas afuera de los hormigueros, cubiertas sólo con la calidez del canto que las otras cigarras en la distancia les prodigamos.
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Trabajo en alturas. 37. Desde acá, donde «da miedo caminar». Roger Octavio Gómez

Desde acá, donde "da miedo caminar"
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Lass, dunque debb’ io

mentre Orfeo con sue note il ciel consola

con le parole mie passargli il core? (…) *

Alessandro Striggio, «Messaggiera» en L’Orfeo de Claudio Monteverdi.

Pocos han sido los héroes míticos que han traspasado los umbrales del inframundo y vuelto, con cicatrices quizá, gloriosos. Se pueden contar con la mano. Pero hay de héroes a héroes, los hay con nobleza y los innobles, como Teseo o el malogrado Hércules, que fueron allá y pudieron dejar registro de sus hazañas y que regresaron con fama, a lo mejor, sin la gloria y la nobleza de quien se sumerge en el sino heroico sin buscarlo, sólo porque hay que hacerlo o porque era el camino que habría que tomar.
           Yo siempre quise estar en el lado de los héroes nobles, que son los más escasos. Los que crecen ante lo adverso. Odiseo, Eneas, Orfeo, Luis Daniel Pulido, por ejemplo. 
           Odiseo fue al inframundo, desesperado por el ansia de volver a su patria, en busca del consejo de Tiresidas. Eneas, desesperado por construir una nueva patria, buscó a Anquises, su padre. 
           Orfeo, por otro lado, fue en pos de Euridice acompañado por la Esperanza, quien no pudo traspasar la puerta del inframundo, y armado con una lira.
           Pienso que Luis Daniel Pulido, más parecido a Orfeo, fue en pos de Marco, acompañado por la Soledad, quien sí pudo traspasar el portal del inframundo, y armado con unos guantes de portero, un par de audífonos y la luz de sus palabras. No es fácil iluminarse con palabras, cuando se logra se generan rayos luminosos que pueden tocar a otros. Este libro, me ha tocado.

Llegó a mi casa, por correo, el nuevo libro de Luis Daniel Pulido, De esto va el rayo que ilumina el cielo y las canciones de rock y la noche que cae en Coyoacán, México; un título largo que más adelante entiendo que es un lamento. La elegía a Marco Antonio Pulido Benítez. 
	
Hay duelo desde el título, una caída en los recuerdos, soledades, silencios, llanto y la desesperada búsqueda de alguien que pueda comprender la pena profunda. Mas no hay quien escuche, o que por lo menos lo conciba y, por eso, la escribe, la canta.
	El poeta se desplaza en sus recuerdos, visita lugares que ya no están, se desdobla en lo que fue mientras Marcos estuvo, siempre rodeado por un mundo indiferente en un país amenazante, como el nuestro, uno que da miedo caminar. 
        Hay un descenso en el duelo de Luis Daniel, una caída tan profunda que nos lleva como en un “barquito inmutable en la corriente de un río” de versos hasta un lugar donde el poeta se despoja de de su esencia, donde abandona su lira, sus guantes de portero y su poesía. Al centro de su libro Luis Daniel escribe en prosa: “De por qué mi rayo es el rock”. Ha tocado fondo. Abajo no hay más; arriba, una inmensidad, el peso del abismo. "¿Por qué escribo esto?", se pregunta, como en un pataleo. En “La biografía no autorizada de Bart Simpson” seguimos en la desolación de la palabra despojada de figuras, es como si hablara otro. “¿Y ahora qué hago?”, se dice, y escuchamos el tenue Leitmotiv musical que anuncia al héroe. 
         Porque en todo viaje heróico debe haber algún tema musical, rock en el caso de Luis Daniel, escuchamos un acorde largo. Estamos a la espera de algo que se avecina. Y llega lo que esperamos: la marcha triunfal del heroe que emerge, que vuelve. En “La nostalgia del astronauta cuando regresa a casa” debe haber un tema épico, porque percibimos el doloroso camino del retorno, con paliativos contra el dolor: “Lo que cura una sopa caliente”, y cicatrices: “¿Cómo he sobrevivido tanto con el corazón roto?” y ordena los papeles, y las servilletas, donde ha escrito sus poemas. Duelo aún. Dolor. Aceptación. Un “pan dulce para Ana” y una obra maravillosa.
	“Corpus”, el poema final, es para mí el equivalente a la pérdida total de Eurídice en el mito de Orfeo. Luis Daniel vuelve la mirada y sabe Marco no volverá, que está mejor allá a pesar del desgarro doloroso, herida de muerte, que eso significa en quienes de este lado lo amaron y seguirán amando.

Siempre quise conocer a un héroe mítico. En De esto va el rayo que ilumina el cielo y las canciones de rock y la noche que cae en Coyoacán, México (Ed. Pinos Alados, 2023), por fin, lo he reconocido.

                                              Roger Octavio Gómez Espinosa, Tonalá, Jalisco, 2023
	

[*”Desdichada de mí, ¿debo entonces/ mientras Orfeo con sus notas al cielo consuela/ traspasarle el corazón con mis palabras?” (Mensajera en la ópera de L'Orfeo de Monteverdi y libreto de Alessandro Striggio.)]
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Trabajo en alturas. 36. Carta desde la isla de los feacios. Roger Octavio Gómez

Carta desde la isla de los feacios
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Tal cantaba aquel ínclito aedo y Ulises, tomando en sus manos fornidas

la túnica grande y purpúrea, se la echó encima y tapó su bellos rostro.

Sentía gran rubor de llorar ante aquellos feacios…

Homero. La Odisea, Canto VIII-85.


Amada Penélope, 

Ayer rompí a llorar mientras escuchaba al aedo Demódoco entonar un canto a Ilión. Cuando llegó al episodio sobre el caballo no pude más y me quebré. No lo has de poder imaginar, tampoco lo hubiera esperado. (...)
         Recuerdo los días en que araba aquella tierra calurosa, cuando Argos salía a recibirme y el aroma de tu cuerpo me arrullaba por las noches. Extraño tanto el llanto de los bebés Telémaco y Telémaca, han de ser ya jóvenes hermosos. 
          No sé si la vasija en que colocaré esta carta llegue a tus manos. Esta hecha de un material precioso que en este lugar llaman vidrio o cristal y que es fabricado a partir de fundir la arena, me pareció mejor que otro que llaman PET. El vidrio es transparente como el agua pero con la dureza de una espada, me recuerda un poco al agua congelada que vi en el reino de Eolo y que acá guardan en cajas llamadas refrigeradores. Tantas cosas he visto en mis viajes, mas cambiaría todo aquello por tocar tu piel y un abrazo de los pequeños Odiseidas. 
          En este país la gente habla poco, más bien, hablan poco entre ellos; mejor dicho, hablan mucho, pero indirectamente. Se comunican por medio de unos aparatos en los que escriben o dejan —te va a sonar extraño—: mensajes de voz. Se mandan también imágenes de ellos mismos y registran casi cada evento, por nimio que sea, en sus aparatos a través de un único ojo que convierte la luz en una imagen que recibe varios nombres, el más común es fotografía. Estas gentes caminan con la cabeza hacia abajo y no es que vayan precisamente tristes, van viendo sus aparatos comunicadores. Los cíclopes no tienen su ojo en la frente como me los había imaginado, lo tienen en la mano.
          La comida no está en el campo ni en los bosques, porque acá no hay campo ni bosques, hay fábricas. Le llaman bosque a unos lugares raquíticos y estériles, con unos cuantos árboles enfermos. Se abastecen en lugares nombrados supermercados donde intercambian productos por papeles llamados dinero. Hay tanta comida que no es necesario guardarla para el invierno, hasta la tiran en buen estado y prefieren eso a regalarla. 
           Pensarás que nadie pasa hambre o penurias con tanta abundancia mas no es así, resulta que es muy difícil obtener el papel dinero y hasta hay quienes los arrebatan a otros amenazándolos de muerte, pero eso no está permitido y los guerreros, que se llaman policías, se encargan de mantener el orden y de prevenir que hayan ladrones de papel, aunque he visto a varios de ellos que en vez de proteger a los súbditos también los extorsionan. 
           El mercado de dinero está acaparado por unos pocos quienes pusieron reglas para cederlo: Para tener recursos y poder intercambiarlo en los almacenes la gente se alquila como esclavos. Así es, ellos mismos se venden a los esclavistas, ni siquiera es necesario que salgan a cazarlos, llegan solos. 

Es tan solitaria la vida en esta isla. Aunque vayas entre la muchedumbre, cada cual va en una burbuja cuyas paredes no se ven. En las orejas se ponen unos chícharos con los que se aíslan. Si le dices a alguien: “buenos días” o “qué tal el clima”, “hola”, no contestan, se alejan a prisa, murmuran incoherencias o te dan alguna moneda de baja denominación.
           Por eso ayer que escuché a un aedo cantar sobre la guerra no pude contenerme, porque aquí no abundan los poetas ya que fueron cambiados por unos seres que aparecen en otros aparatos llamados monitores aunque escuché que también les decían televisión. Escuchar un canto culto sobre la guerra donde murió mi amigo Aquiles es algo extraño. 
           Llorar en público también es raro, tanto, que te atrapan y te llevan a un lugar que luego identifiqué como un palacio de lotófagos, donde comen el loto en cápsulas y pequeñas grageas que se llaman pastillas en las que encierran sueño, hambre, bálsamos, fuerza, lo que sea. Yo no quiero tomarlas porque sabes lo que el loto hace. 
           Para pasar desapercibido sequé mis lágrimas, fingí un catarro, agaché la cabeza y caminé sin rumbo, al ritmo de estos cíclopes cabizbajos. Así fue como encontré en el suelo la urna esa que llaman botella de cristal, papel y lápiz. Escribí escondido, puesto que el papel, ya te conté, vale oro, y lo metí en la vasija con la firme idea de arrojarlo al mar. 
           Tantas botellas flotaban en las aguas del Ponto. Al principio pensé los cíclopes querían mandar también cartas desesperadas a sus amores lejanos, luego noté que no, que son seres inmundos que gustan de crear basura y arrojarla lejos para conservar su hipócrita versión de un orden infame. Supe que no sería buena idea poner nuestra botella en el océano pues quizá se confundiría en la inmundicia. Con razón Poseidón está enojado, hay más botellas que peces en la mar.

¿Sabes, Penélope?, la luna que se ve desde aquí es la misma que veíamos en Itaka. Me pondré a obsérvala hasta que se haga pequeña. ¿Recuerdas aquellas noches en que te dije que yo tenía el poder de hacer crecer la luna? Cuando veas que cambia de tamaño, piensa que soy yo mandándote un mensaje.
          Hallaré el camino y si no lo hubiere lo forjaré a fuerza de mi necedad. ¿Aún tienes la rueca aquella? Teje un edredón con tus cabellos porque quizá llegue cansado y querré dormir rendido en el aroma de tu pelo. Si por mucho tiempo no escuchas noticias sobre mis hazañas no es que no las haga, acá no saben que soy Odiseo. Estos seres piensan que me llamo, Nadie. 
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Trabajo en alturas. 35. Cápsula de escape. Roger Octavio Gómez

Cápsula de escape
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

Hace trecientos años que un encino

desde el filo más alto del alto acantilado

se mira en el cenote…

Efraín Batolomé en «Oración en la entraña quemada de un sabino»

Contaba con jocosidad mi padre que cuando él rondaba los 12 años llegó un señor que anunciaba el fin del mundo, “¡Arrepiéntanse hermanos!”, gritaba, y con tanto fervor planteó los pormenores del Apocalipsis que ese adolescente, quien después engendraría varios hijos, tomó aquello como pretexto para dejar la escuela. Luego vio que el mundo no se terminaba, aun así, ya encarrilado, agotó los recursos que mi precavido abuelo le había heredado en vida. El mundo siguió. Entonces mi padre quiso trabajar mas nunca aprendió cómo. Arrepentido de nada, compró un diccionario, se puso a leer y a escribir “poesías” que le sirvieron para conquistas amorosas y, gracias a eso, nací. Más tarde mi madre quemaría su producción literaria-rural y, once años después, lo abandonaría derrumbando su mundo y arrastrándome en el Armagedón del abandono doble, pues mi padre se sumió en la depresión.
       Los que nacimos en el siglo pasado esperábamos el Año Dos Mil con expectativas de un cambio de era y con el temor de que se acabara el mundo. Fue tan torpe nuestra llegada al nuevo milenio que hasta nos decepcionamos de que el planeta permaneciera impávido ante nuestra pequeñez y delirios de grandeza. Sobrecalentado y con algunas especies extintas, cierto.
 
¿Para qué se escribe?, ¿cuál es el sentido?
          El fin del mundo tan anunciado quizá llegue, es lógico y no se necesitan profetas para enterarnos. No será con los cambios de eras ni en fechas fatídicas. El sol tiene los años contados, no es infinito. El equilibrio de La Tierra es cada vez más desequilibrado. Pero no se requiere un fin de mundo para que nuestras palabras se borren: Qué sucedió con los poetas mayas que desaparecieron en alguna revuelta antigua, o los minoicos que fueron arrasados por maremotos en el apogeo de su cultura; la biblioteca de Alejandría que llegó a albergar casi un millón de libros y pereció en manos de conquistadores. Quién sabe qué otros saberes y fantasías se perdieron y de las que no tenemos ni la más remota idea de su paso por la vida. Tantas pinturas rupestres quedaron sepultadas en derrumbes. ¿Para qué escribir, entonces?
           ¿Para permanecer o buscar la inmortalidad? –Qué tontería–. ¿Por gusto o para ser famoso? ¿Para “ganarnos la vida”? ¡Patrañas!

Observaba a mis hijos jugar: Perrito de Plumas, un héroe de peluche del universo infantil de mis niños, estaba a punto de ser derrotado. Soldados de plástico lo rodeaban. Era su fin. Entonces con ayuda de un hombre-araña y de sus demiurgos infantiles, saltó a una cápsula de escape. Huyó de ahí dejando aturdidos a sus perseguidores, quienes perecieron por unos rayos pulverizadores… ¡Cápsulas de escape! Eso es. Escribir es crear cápsulas de escape. Leer, es escapar.
         No es para permanecer, ni para vivir, es para escapar.
 
¿Por qué publicar? ¿Por qué en Editorial Tifón? Esto lo tengo claro: Porque soy muy afortunado y conocí a la gente de esta gran editorial que construye cápsulas de papel con la convicción con que juegan los niños. Constructores “puros”: puro gusto, pura alegría, mucha imaginación y sabiduría destilada. Si hubiera que escapar de este mundo les daría alojamiento en mi nave. Sería muy bueno seguir aprendiendo de ellos sobre el maravilloso mundo efímero que quizá no permanezca para siempre pero que mientras está, parece eterno.
           En mi nave también metería un teléfono celular: por si mamá, preocupada, se decidiera a llamar al niño aquel que quedó allá esperando su regreso. Aunque casi estoy seguro que mamá no va a llamar…
 
“¡Arrepiéntanse, hermanos!” y lean, lean, huyan, escapen, o creen balsas, artilugios, y acompáñenos en la huida: Leer, es vivir para otros siempres.

Roger Octavio, diciembre de 2018

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[Fragmento de un texto leído por el autor para la presentación del libro de cuentos Mamá no va a llamar, Tifón, 2018.]
 
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Trabajo en alturas. 34. Arriaga, la de los grandes brazaletes de plata. Roger Octavio Gómez

Arriaga, la de los grandes brazaletes de plata
Por Roger Octavio Gómez Espinosa

…pero sobre todo tú la de los ojos más bellos

en toda la extensión de la ciudad

ahora estás dormida

en los brazos del pobre solitario…

Roque Daltón en «Ya ves como»

Aquella tarde en que llegaste a mi isla y descubriste que yo soñaba con pueblos justos, debiste alejarte de mí. Quizá hacerlo cuando te llamó la atención mi rostro adusto que sometía las expresiones de alegría contra la dureza de la cara ante los discursos vacíos. No distinguiste lo extraño porque no te enseñaron cómo. Tu curiosidad de gato. Hubieras corrido cuando me sorprendiste embelesado con tu risa. 
          Habiendo gente normal, príncipes, ingenieros dedicados, políticos exitosos; te fijaste en mí, el capitán del barco aquel cuyo timón estaba roto. El elegante náufrago. El Robinson Crusoe atónito ante la huella que una sonrisa había plasmado en las arenas solitarias de la playa. 
          Soltaste las amarras con que los Lilitputienses me habían atado. Te convertiste en balsa, vela, viento y ancla. Escondiste la isla aquella en mi equipaje y me deje guiar hasta tu continente. Y me presentaste a tus amigos como "el salvaje que aprendió a ser naturalmente doméstico". Exploramos juntos las calles trazadas por los urbanistas, me enseñaste las costumbres de los colonos, las camas mullidas, los viajes con guías de turista. Todo eso en abundancia, tu sonrisa bastaba. 
           Algo tienen los dioses contra los héroes, te dije. Los cuidan y los forjan para lanzarlos al mar o les ponen monstruos en los senderos. Ellos me cuidan, te confesé. Te lo dije con miedo. Acariciaste mi frente y me enseñaste a construir castillos.

Fue al caer la tarde, observábamos las olas azotar las rocas del reventadero. Tú fuiste a cortar una flor de abismo, no viste que ellos acudieron y me mostraron la isla que habíamos escondido en la maleta. La mostraron como si fuera un mapa o una sentencia. Un trueno seco. El vértigo y el aullido aquel que me empuja hacia adelante, me empujaron. Y te grité que sonrieras, pero tu sonrisa estaba distraída. El fragor del océano apagaba mi garganta. No escuchaste. 
          En sueños rememoro: Caigo, surjo. El mar me devora. Sonríe, suplico. 

Tu sonrisa bastaba. 
          Y es que nací siendo héroe. De la estirpe de los héroes aquellos que no tienen quimera, ni sagas épicas, sólo fantasmas y sueños.
          En sueños lo recuerdo: La corriente hacia mar adentro es fuerte. Ya no eres vela, ancla ni timón. Una luz se aleja. Dulcinea de los Acantilados. La de los brazaletes de plata cortando una flor de abismo. Eres un faro.

Despierto en una playa. Reconozco las arenas. A lo lejos el fragor de una batalla. Los dioses me cuidan. No estás. No quiero convencerme: No estás. 
         Y pienso en los castillos que dejamos inconclusos. En que me esperarás un rato, quizá te digas que he aprendido por fin el arte de las bromas. Me buscarás por las calles. A la madrugada pondrás mi foto en hojas de papel donde anotarás mis generales: ojos de asombro, cejas pobladas, cara de susto, responde al nombre de… ¿Qué nombre pondrás si nunca me pusiste uno? A lo mejor agregues que sufro de mis facultades sociales y que la música de plástico me afecta la garganta. Y la familia real cantará en coro la vieja copla: “te lo dije”. Tratarán de convencerte que me escapé, que no era bueno andarme sin correa, te contarán la historia de la tía solterona, la de la abandonada con muchos hijos, la de la que se fugó con aquel poeta o la que huyó con el domador de potros. Y te harán llorar. No quiero que llores, porque tú no naciste para eso… tú… por mí… si tu sonrisa me bastaba…
          Tú que alumbras allá, cómo pienso en cada noche que dormiste en mis brazos. Tú quien fuiste educada para que se rindieran a tus pies los príncipes, los Atridas, la gente normal o los ingenieros dedicados a la ingeniería. Hubieras corrido cuando me sorprendiste embelesado con tu risa.
 

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[El nombre de Arriaga que puse al título de esta columna es en dedicatoria a Sinar Corzo, activista chiapaneco quien murió asesinado en la ciudad de Arriaga, Chiapas, México; su pueblo, frente a su casa, en enero de 2019.  
         Moneda común en mi país; antier, entonces y ahora; las voces que denuncian o incomodan son denostadas, perseguidas o segadas mientras los perpetradores de esto último se cubren con un manto llamado impunidad.] 
Ilustración: Adriana GR.