Líneas de desnudo. 107. Declaración de lluvia. Manuel Pérez-Petit

Líneas de desnudo/ 107

Declaración de lluvia
Por Manuel Pérez-Petit

En la tarde de ayer domingo iba y venía la lluvia como cartero despistado que debe volver a recorrer la misma calle para entregar la carta que se le escurrió en el carrito al lugar que no debía. Aparecía y desaparecía y volvía a aparecer durante parte de la tarde, y en algún mornento soltó su buena dosis de granizo, que para ella es como tocar la puerta, paso previo a ser recibida; el aldabón a través del que se anuncia, más efectivo incluso que los relámpagos que la han acompañado, y debo confesar que el granizo, incluso el de la vida, me golpea más fuerte que el trueno.
            Como ahora vivo en una zona alta de esta milagrosa y fatalista ciudad del valle, la calle se cubrió de salvajes escorrentías que bien conozco de acá y, en realidad, de todos los sitios que he pisado a lo largo de mi azarosa vida porque soy Sísifo, y subo por mi voluntad, al límite de mis fuerzas, y bajo arrastrado, con toda la gracilidad que para subir no tengo pero contra mi deseo, y no consigo nunca liberarme de mi condena, acerca de la cual comienzo a sospechar con fundamento que no tiene cura, y aun así, terco como soy, no pierdo la esperanza.
            Las coladeras, que es como aquí se llama a las alcantarillas, se suelen convertir, y ayer pasó, en surtidores que adornan como jardín la calle, pues el agua no puede pasar a la red de saneamiento –que debe haberla, supongo– a causa de la basura acumulada, o quizá sean géiseres y me engañan estos ojos míos que cada día ven menos y peor, pero no me consuela aquello de que tener poca vista pudiera ser una bendición para lo que hay que ver, pues me rebelo ante ello y veo mucho más que lo que miro, incluso demasiadas veces a mi pesar. 
            Ubicado al fondo de un patio de vecindad de tan solo tres vecinos, mi departamento de planta baja tiene dos puertas pintadas de blanco, una de metal y otra de madera. Suelo entrar por esta segunda que es la que tiene chapa –en otros sitios, cerradura–. Salí ayer tarde antes de que lloviera, a comprar algo de pan y un poco de jamón para la cena, y como el tequila ya lo tengo en casa me ahorré comprar el trago. Cuando regresé, he descubierto que el piso –léase suelo–  del dormitorio estaba cubierto por una fina capa de agua. No cabe duda de que la lluvia me quiere como amigo.
            Yo también quiero a la lluvia como amiga, debo reconocerlo, como también que hay amistades que matan –es un decir– y que algunos excesos de confianza resultan eso, excesivos –lo digo de este modo para no complicarme–. En realidad, me encanta la lluvia, y hasta me casaría con ella, al fin y al cabo me da paz tanto cuando la veo como cuando la siento, y ya va siendo hora. La lluvia es, a mi entender, como el verbo, el primer paso decidido hacia la vida. Hoy la lluvia es, al menos en nuestras urbes, sucia, pero en su naturaleza es prístina y me empapa hasta los huesos.
            Puede que anoche durmiera en una barca, e incluso lo hubiera agradecido: esa posible realidad no deja ser una metáfora de mi existir y transcurrir por la vida; esta sucesión incontenible de naufragios y lágrimas –agua salada, por cierto–, las buenas y las malas, con que me confundo a cada paso y más que nunca cuando llueve y me abro como todas las rosas recién llegada la primavera, como por ensalmo, de tal modo que siempre recuerdo al poeta estadounidense e. e. cummings (1894-1962), gracias a cuya lectura con quince años aprendí a amar la lluvia, y me siento en su verso “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas” para reafirmar mi vocación a la vida.
   
Firma autógrafa de e. e. cummings, de fecha desconocida.
Fuente de la fotografía: Heritage Auctions. Tomada de: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:EE_Cummings_signature.svg

*Sobre el autor:

Manuel Pérez-Petit

Periodista, editor, escritor y gestor cultural

Sevilla, España, 1967.

Periodista por la Universidad de Navarra y diplomado en pedagogía en lengua y literatura por la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en literatura comparada y un experimentado gestor cultural. Como periodista trabaja desde hace muchos años en diarios y publicaciones periódicas de España y México y medios de internet y radio. Es editor desde hace más de 30 años, habiendo tenido a su cargo en proyectos propios y ajenos más de medio millar de ediciones de títulos de todos los géneros. En 2010, se trasladó a México y fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América desde hace 20 años. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (Bicu), de Bluefields, Nicaragua. Desde junio de 2011, la biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre, y desde octubre de 2022 también la biblioteca de la comunidad indígena purépecha de la isla de Yunuén, Pátzcuaro, Michoacán, México. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, para la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de la lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Es autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa. Su obra ha sido publicada, antologada o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.

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