Tarde libre
Por María Gabriela López Suárez
La tarde de ese miércoles Violeta había terminado sus actividades laborales y decidió no quedarse tiempo extra que, además de no pagarle por eso, le implicaba dejar de hacer otras actividades personales. Trabajaba como correctora de estilo en una editorial desde hacía cuatro años. Su labor le encantaba y disfrutaba llevarla a cabo. Violeta apagó su computadora y ordenó su escritorio rápidamente. Blanca y Ernesto, sus amistades del trabajo, la quedaron viendo con sorpresa, normalmente eran ellos quienes siempre le recordaban a Violeta que ya era hora de retirarse del trabajo y ella decidía quedarse un rato más para avanzar con sus pendientes. Le preguntaron a su amiga si se sentía bien o si tenía algún compromiso, no daban mucho crédito a lo que veían. Violeta les agradeció preguntar y sonrió diciéndoles que estaba bien, pero les dejó con la duda si tenía cita con alguna persona. Jaló su bolso y se despidió de ambos. La tarde estaba muy soleada, se puso sus gafas oscuras y comenzó a caminar. Decidió tomar una ruta distinta, no iría a casa tan pronto. Se encontró con la calle que daba directo al cerro que había en la ciudad, ella lo había bautizado como el cerro del ocaso, porque justo detrás de él solía ocultarse el sol. El paisaje era sumamente agradable, los colores del atardecer creaban una atmósfera bella, cálida, que se fusionaba con la arquitectura de las casas en esa zona, la mayoría antiguas. A esto se sumaba poca afluencia de tráfico vehicular y de personas. Mientras iba caminando Violeta se sintió como visitante en su ciudad, ¿cuánto tiempo tenía sin percibir esa sensación tan grata de disfrutar un rato consigo misma? Se percató que su caminar no era de prisa, sino a un paso que le permitía observar y asombrarse de los detalles que hallaba, como las aves que se posaban en algunos techos y los gatos que parecían mimetizarse con algunas ventanas, absortos y atentos a lo que veían sin que nadie los distrajera. Siguió su paso y se halló en la calle de los encuentros, así la había nombrado, le trajo a la mente la vez que le contó a su amigo Jerónimo que vivía en otro estado, que la vista de la ciudad era hermosa desde ahí, porque la calle estaba ubicada en lo alto y la ciudad se apreciaba muy bien. Y tiempo después habían recorrido juntos ese espacio. Hizo una pausa en el caminar para tomar una foto, el paisaje lo valía. Recordó una frase que había leído en la red social de una de sus amigas, El mundo no se va a acabar porque bajes el ritmo y te tomes tu tiempo. Ésa era una tarea para la vida. Sonrió, respiró profundo y se agradeció la oportunidad de darse una tarde libre y disfrutar estar para ella y con ella.

Sobre la autora:
Maria Gabriela López Suárez
Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.