Líneas de desnudo/ 82
Musculados pero muertos Por Manuel Pérez-Petit
A Adriana Labardini, con afecto y gratitud
La expresión “mens sana in corpore sano”, de tanto predicamento, tanto para bien como para mal, durante siglos, y que se ha venido entendiendo por mucho tiempo como ‘mente sana en un cuerpo sano’, hoy es un chiste, tal y como fue tomada en su tiempo –el Imperio romano– cuando en su Sátira X el poeta romano Décimo Junio Juvenal (60-128), probable discípulo de Marco Fabio Quintiliano (circa 35-circa 95), amigo de Marco Valerio Marcial (40-104) y seguidor de Cayo Lucilio (180 a. C.-103 a.C.), creador éste de la sátira como género literario y al que dedicó Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.) sus famosas “Cartas a Lucilio”, la escribiera. Dice el verso original –el 356 del poema, casi al final del mismo–: “(...) orandum est ut sit mens sana in corpore sano. (...),” –traducido al español, “(...) [hay] que rezar para que en un cuerpo sano haya mente sana (...)”–, y se expresa en términos de que se debería pedir en ese orar un “alma valiente, carente del temor a la muerte”, para poder poner una distancia entre los dones de la naturaleza y la vida, “que sea capaz de soportar toda clase de trabajos, que no sepa enfadarse, que nada desee” y que crea que las penalidades que uno sufra no son tanto en comparación con otras –y pone el ejemplo de las de Hércules, hijo del dios Zeus y la mortal Alcmena, famoso por los doce trabajos impuestos por Euristeo, predilecto de Hera, esposa de Zeus, que tuvo que afrontar como penitencia por haber matado en un ataque de ira, propiciado por la propia Hera, a su mujer, sus hijos y dos sobrinos suyos– y advirtiendo de que el abuso de la fiesta lo convierte a uno en un monstruo –como Sardanápalo, el decadente y autocomplaciente ficticio último rey de Asiria, que murió en una orgía–, para llegar a la conclusión de que “el camino de la tranquilidad es ciertamente evidente a través de la vida única de la virtud”. No me cabe duda de que, desde la perspectiva imperante hoy, Juvenal es, sin duda, un ñoño, un anticuado que propone con sus “sermones” cosas de viejo, desfasadas. Lo digan o no, muchos pensarán: ¿Qué es eso del “camino de la tranquilidad”, el equilibrio, la vida de la virtud? Y es realmente triste, porque si observamos la realidad aterra darse cuenta de la incapacidad generalizada de establecer relaciones que sean libres de cualquier finalidad, de disfrutar del silencio y de la quietud, de vivir sin objetivos de rendimiento, de reconocerse en el otro…, pues la verdad es que vivimos una sociedad llena de individuos agotados, frustrados y deprimidos, del hedonismo y el culto a la personalidad, en tanto somos cada día menos libres, estamos más dominados, somos cada vez menos persona y más individuo, más cosa, más número, más nada. Lo plantea en su obra el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (1959), al que acabo de descubrir –dicho sea de manera literal, hace apenas tres días–, gracias a mi amiga la abogada y activista social Adriana Labardini, que me lo ha empezado a dar a conocer con un inquietante “quizá tengas razón”. Tengo que escribir acerca de ello pronto, porque este experto en estudios culturales, influenciado por los también filósofos Michel Foucault (1926-1984) y Giorgio Agamben (1942), me quita la palabra de la boca –o quizá sea yo quien le lea la mente y lo venga haciendo hace decenios-, y ya verán ustedes por qué. Y me quedo no más tranquilo sino con un peso de intraquilidad aplastante, ya no solo porque soy consciente de no estar clamando en el desierto sino porque resulta que mi modesto pensamiento “quizá tenga razón”. Y es que, como decía, “Estamos aviaos”, y me reafirmo en lo mismo. En relación a esos versos de Juvenal, hace poco he leído en algún sitio que “un estudio universitario asegura que no es necesario orar, sino que practicar alguna disciplina ayuda a nivel cognitivo y cerebral”. En realidad, es parte del chiste, como verán en próximas entregas de mi 'Líneas de desnudo'. Es desolador pero es lo que hay: culto al cuerpo, afán por diferenciarse, autoexplotación y esclavitud, sacralización de la información, olvido del conocimiento, desprecio de la sabiduría, olvido total de la mente y del espíritu. Y aunque algunos no lo hagamos, es el decreto que debemos cumplir para el triunfo definitivo del neoliberalismo, clave de este desastre de la nueva Era distópica... Ok, me centro. No me gusta predecir pero predigo: en un futuro no muy lejano, en un planeta sano como una pera, frondoso y vital, sobreviviremos, como ya le pasa a demasiados, muy musculados pero muertos.

Fotografía: ©M. P.-P.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.
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