Líneas de desnudo/ 77
Qué más da Por Manuel Pérez-Petit
(…) Son tiempos en los que todo lo artístico y especulativo se considera prescindible, y no son raras las frases del tipo: “Miren, no estamos para refinamientos”, o “Hay cosas más importantes que el teatro, el cine y la música, que acostumbran a necesitar subvenciones”, o “Déjense de los recovecos del alma, que los cuerpos pasan hambre”. Quienes dicen estas cosas olvidan que la literatura y las artes ofrecen también, entre otras riquezas, lecciones para sobrellevar las adversidades, para no perder de vista a los semejantes, para saber cómo relacionarse con ellos en periodos de dificultades, a veces para vencer éstas. Que, cuanto más refinado y complejo el espíritu, cuanto más experimentado (y nada nos surte de experiencias, concentradas y bien explicadas, como las ficciones), de más recursos dispone para afrontar las desgracias y también las penurias. Que no es desdeñable verse reflejado y acompañado –verse “interpretado”– por quienes nos precedieron, aunque sean seres imaginarios, nacidos de las mentes más preclaras y expresivas que por el mundo han pasado. Casi todos los avatares posibles de una existencia están contenidos en las novelas; casi todos los sentimientos en las poesías; casi todos los pensamientos en la filosofía. Nuestros primitivistas políticos tachan de inútiles estos saberes, y hasta los destierran de la enseñanza. Y sin embargo constituyen el mejor aprendizaje de la vida, lo que nos permite “reconocer” a cada instante lo que nos está sucediendo y aquello por lo que atravesamos. Aunque sea no tener qué llevar a casa para alimentar a los hijos. También esa desesperación se entiende mejor si unos versos o un relato nos la han dado ya a conocer, y nos han preparado para ella. (…)
Javier Marías: Las lecciones de la imaginación. El País, 26/04/2014
Son cosas que pasan. El club de los descubrimientos tardíos es excepcional. A la lengua española, sin ir más lejos, le costó tres siglos reconocer a dos poetas: Juan de Yepes Álvarez (1542-1591) –más conocido como San Juan de la Cruz– y Luis de Góngora y Argote (1561-1627) como lo que hoy son de forma definitiva a la poesía universal. Lo mismo le pasó a Diego Rodriguez de Silva y Velázquez (1599-1660), pues hasta bien avanzado el siglo XIX no era su obra sino la de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) la considerada como la cumbre de la pintura barroca española. Dos sevillanos en disputa por el trono del arte, que al final quedó en posesión del autor de “Las Meninas”, considerado hoy una cumbre universal, sin desdoro alguno para el otro. Son solo casos, y quizá habría que dedicarle cientos de páginas al libro de los olvidos o de los descubrimientos fuera de su tiempo. Y es que el tiempo tiene estas cosas. Para todos. Conviene recordar que la primera definición de la voz ‘tiempo' en el Diccionario de la Lengua Española es “Duración de las cosas sujetas a mudanza”, aunque también significa muchas otras cosas, sobre todo para darnos cuenta de que, al final, el tiempo es subjetivo, por lo que con él se caen todas las teorías racionalistas. Incluso más aún en estos tiempos que vivimos. No estamos para perder el tiempo, y en todo caso habrá que sentar el tiempo, dado lo que tenemos no cerca sino, de manera literal, encima, y más aún en la sospecha, cierta como castaña, de que no podemos dejar al tiempo que ponga las cosas en su sitio. O lo hacemos todos y cada uno, y ya, o estamos con exactitud perdidos. En nuestra situación, lo que hay nos obliga a capear el tiempo con alma, corazón y vida, con los seis sentidos –o cinco, que son los comunes–, pero sobre todo con voz y manos, pues acomodarse al tiempo a día de hoy es tarea mucho más que ruinosa. Allá cada cual, pero nos podría pasar que en un tiempo no sepamos no solo quién fue Góngora o Velázquez o Maricastaña, que es lo de menos, sino quiénes somos nosotros mismos, todos y cada uno, reducidos como empezamos a estar a las cenizas de ser número y cosa. Y si no, al tiempo (“expresión para manifestar el convencimiento de que los sucesos futuros demostrarán la verdad de lo que se afirma, relata o anuncia”). Claro que no cabe duda de que es irrefutable aquello de Ortega y Gasset (1883-1955): “Yo soy yo y mis circunstancias”, que también categorizamos hasta la histeria, porque esa regla de tres nos lleva a abundar de forma indiscriminada en muchas ocasiones, demasiadas, en el anecdotario vital de aquellos que consideramos figuras –y hay pocas cosas como esta tan carentes de sentido a nivel de calle y/o en nuestras circunstancias actuales– o en aquello de “tiempo al tiempo”, justificando de ese modo, que todo es relativo y que el tiempo “da y quita razones”, planteamientos que a estas alturas son monumentales tonterías de bulto redondo. Como no lo resolvamos no tendremos remedio. Y haremos un flaco favor de gigantescas dimensiones a la más terrible expresión que hoy podamos tomar por bandera: "Qué más da".

Fotografía: ©M. P.-P.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.