Voces ensortijadas 58
Tardes de primavera
Por María Gabriela López Suárez
Rebeca y Julián habían salido temprano al mercado por la despensa de la semana, el tiempo se había pasado muy pronto y era poco más del mediodía. El sol brindaba unos rayos intensos que se equilibraban con las ráfagas de aire que se percibían por instantes. En su camino de regreso a casa decidieron sentarse en una de las bancas del parque que les quedaba de paso. Una bella ceiba les invitaba a dejarse cobijar por su sombra. Mientras tomaban un respiro comenzaron a platicar sobre la primavera que estaba iniciando, la ceiba que tenían a un lado comenzaba a mudar de hojas. El clima de ese día indicaba que estaría muy cálida la temporada primaveral. De pronto se hizo un silencio, ambos prestaron atención al canto de los pájaros que parecían estar más que contentos en las ramas de la ceiba, al tiempo que percibían el aire que por momentos soplaba con intensidad. Más allá de ellos estaban un papá y sus hijos dando de comer arroz a las palomas. Se veía que los niños disfrutaban la actividad. Y como si fuera una especie de oasis, a lo lejos, venía un señor ataviado con su sombrero, empujando el carrito de paletas de hielo. A manera de complicidad las miradas de Rebeca y Julián se cruzaron, ambos rieron. Les apetecía degustar unas paletas. –¡Señor de las paletas! ¡Señor de las paletas! Comenzó a gritar Rebeca, haciendo también el llamado con el movimiento de la mano. Julián se levantó para ir al encuentro del señor quien se acercaba a paso lento. –Buena tarde, ¿de qué sabores son las paletas?– preguntó Julián. –Traigo de agua, en sabor fresa, tamarindo, limón, piña y sandía. También hay de crema en sabores fresa, vainilla y rompope. Pidió una paleta de sabor tamarindo y otra de limón. Agradeció al señor de las paletas, quien al mismo paso que llegó hasta ellos se retiró. Mientras degustaban las paletas Julián y Rebeca recordaron que los parques eran espacios lindos para compartir las tardes de primavera, aprovechando las áreas verdes que aún tenía la ciudad y haciendo una pausita necesaria en las actividades cotidianas. Continuaron el camino a casa, aún les quedaban tareas por hacer, entre ellas, cocinar los camarones al mojo de ajo que había prometido preparar Julián.

Sobre la autora:
Maria Gabriela López Suárez
Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.
Es un relato de la cotidianidad y así se nos va la vida pero tenemos que disfrutar los pequeños momentos con la naturaleza disfrutando una deliciosa paleta
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😀 Muchas gracias por tus comentarios Rocío. Coincido contigo. La vida se pasa volando y en la medida de lo posible hay que disfrutarla.
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