
Polvo del camino/ 14
Natividad y Lorenzo de Monteclaro
Héctor Cortés Mandujano
Conservo el alma llena de grillos,
tengo canicas en los bolsillos
“La vida”,
canción de Alberto Cortez
Por unas reparaciones, hay albañiles en casa. Traen celulares con sus canciones favoritas y las oyen a todo volumen. En uno de esos días, en la mañana, cuando salí al trabajo, oían la clásica “Me dejaste abrazado de un poste”, con la maravillosa y campirana voz de Lorenzo de Monteclaro. Cuando era niño, en El Ciprés, la finca en que nací, sólo oía música ranchera, y me gustaban, claro, las canciones y las interpretaciones de Jorge Negrete, Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Lucha Villa, Lola Beltrán, Amalia Mendoza, Antonio Aguilar y una larga nómina. Pero mi favorito, por sobre todos ellos y ellas, era el gran Lorenzo de Monteclaro, de quien, además, ponían su versión de “La paloma” cada vez que alguien moría en el pueblo cercano, es decir, casi a diario. También, como los albañiles, la soltaban a todo volumen y por la magia de la bocina nos llegaba hasta el rancho. Esa canción, si la oyera de nuevo, con seguridad me daría tristeza. Como soy hedonista, no la oigo: siempre he preferido el placer al dolor. Una de las presencias amadas de mi infancia fue mi prima Natividad. Me oía, conversaba conmigo, contestaba con paciencia mis preguntas y, cuando ya no estuvo en la finca, me escribía. Las cartas de Naty (las perdí en una de mis muchas mudanzas) son uno de los tesoros de mi memoria. A ella le dije una vez, recuerdo, que Lorenzo era el mejor cantante del mundo. Naty me vio con atención y me dijo algo que a mí me pareció enigmático: “Eso piensas ahora; cuando seas grande vas a cambiar de opinión”. Me pareció una idea horrible: ¿De modo que ser grande sería traicionar al niño que era? No, me dije, y le respondí a Naty: No, yo seguiré pensando que Lorenzo de Monteclaro es el mejor cantante del mundo. Mi amada prima sonrió: “Tal vez, pero para ese entonces habrás oído a muchos cantantes, habrás oído otros tipos de música y sentirás que Lorenzo de Monteclaro te gustaba, pero ya no. La mayoría de las veces, a los adultos ya no les gustan las cosas de la infancia. Cambiamos. Así es la vida, primito”. Pues qué vida tan hija de la chingada, tan traidora, pensé, y me alejé de Naty, meditabundo, rumiando lo que me había dicho. Y ahora que oigo de nuevo a Lorenzo de Monteclaro (los albañiles se están clavando en los oídos y el alma “El señor de las canas”), me doy cuenta que muchas cosas de la infancia me siguen gustando mucho, que no me he alejado del niño que fui, que soy todavía aquel que se alegra con el viento, que le gusta ver la luna y las estrellas, que se siente feliz sólo con cerrar los ojos y soñar, y que también sueña con los ojos abiertos, fascinado del aire nomás, de la lluvia, de la vida… Y que sigo queriendo tanto, como cuando era niño, a mi prima Natividad, a quien abrazo en estas líneas.
Ilustración: HCM.
A pesar de dolores, pérdidas o tristezas que uno pueda haber padecido en nuestra infancia, uno deja allí, lo más puro del alma.
Saludos al maestro Cortés.
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