
Polvo del camino/ 8
El marqués y yo
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano
Tal vez en algún siglo de los que siguen las desigualdades sociales ya no sean tan brutales como en éste en que vivo, en estos años, en estos días.
El marqués nada sabía de mi existencia. Creo que si me ha visto antes me vio como ve la campiña de su propiedad, a un animal de los suyos, a una mujer a su servicio. Soy el palafrenero, el cuidador de caballos.
Su esposa es tan pálida, tan frágil, que nunca pensé que quisiera montar el caballo imponente que su marido compró para ella. Me ordenó una de sus doncellas que cuidara del ejemplar, lo montara y aprendiera sus mañas para que la señora no corriera peligro.
Puse una de las monturas con manzana de plata y con los jaeces más exquisitos “vestí” al equino. La mujer vino, enfundada en veste de amazona, y se subió sin hesitación alguna. Yo la acompañé en otro caballo, a prudente distancia.
Luego de un tiempo, ella se sentaba en mi miembro y parecía correr, volar, en mi humanidad ardiente como cabalgadura. No me hablaba ni antes ni después de desnudarme y subirse en mi verga erecta. Alguien nos vio, supongo.
Recibí la noticia de que estaba despedido sin mayor sorpresa. Me extrañó, sí, que cuando a punto de salir de la propiedad sin más equipaje que mi cuerpo, ella llegara con un caballo y me entregara sus riendas.
Es tuyo –dijo–, por tus buenos servicios.
Se fue.
No sé si el marqués estuvo pendiente de lo que haría su mujer, pero apareció unos minutos después y bajó de su cabalgadura. No entendí por qué vino a solas y por qué supuso que yo me dejaría azotar. Cuando levantó la mano con la fusta, yo le clavé el puñal que es para mí casi una mano más. Moví con fuerza el arma para que no hubiera posibilidad de que sobreviviera.
Limpié el puñal en sus ropas finas, monté en mi caballo y me fui, sin volver la vista…
Fotografía: Mark Elliot.