Polvo del camino/ 260
Apuntes de oído/ 20
Amémonos
Héctor Cortés Mandujano
Buscaba mi alma con afán tu alma
Manuel M. Flores
Hay poemas que toman otros rumbos cuando un músico los vuelve canciones y encuentran en su nueva forma la posibilidad de acariciar otros oídos, otros corazones, que no hubieran encontrado en su formulación escrita. Así pasó con “Amémonos”, del poeta Manuel M. Flores (1840-1885), quien nació, dice en sus Poesías (Editorial Pax-México, 1962: 5), “en el estado de Puebla, en San Andrés Chalchicomula, al pie del hermoso volcán coronado de eternas nieves”.
La música la hizo (eso dice Spotify) Carlos Montburn Campos y, aunque ha tenido muchos intérpretes, a mí me gusta solamente cuando la cantan Cucho Sánchez y, mi favorita, Lucha Villa. Tal vez porque las oí de niño y es muy difícil que el día de hoy le pueda ganar al recuerdo.
En la mínima biografía, que antecede a sus poemas, escribe una mano anónima (p. 5): “Flores parecía un árabe; los grandes ojos negros, brillantes y expresivos; la cabellera rizada; la tez morena; el espeso y largo bigote; la manera pausada de hablar y de moverse estaban reclamando el turbante, el alquicel y el yatagán de los hijos del profeta”.
En “Pensar, amar” se acerca al concepto que redondeará en “Amémonos” (p. 24): “¡Amar! Duplicar la vida,/ escalar el firmamento,/ llevar en el pensamiento/ toda la gloria escondida”. También en “Mirar el firmamento” hace un apunte que parece parte de “Amémonos” (p. 119): “Amar es comprender toda la vida/ y presentir lo eterno”.
Desde el título, “Amémonos” es una propuesta dulce, amable. El poema, por supuesto, tiene la sensibilidad de su tiempo, fuera de lo directo con que suelen abordarse ahora las cuestiones amatorias. Hay cursilería, sí; exaltación angélica de la naturaleza humana, respeto a la imaginería religiosa. Dice en su inicio (p. 134): “Buscaba mi alma con afán tu alma,/ buscaba yo la virgen que mi frente/ tocaba con su labio dulcemente/ en el febril insomnio del amor”.
El amor es divino, sugiere (p. 134): “Como en la sacra soledad del templo/ sin ver a Dios se siente su presencia,/ yo presentí en el mundo tu existencia,/ y como a Dios, sin verte, te adoré”.
Hay varios cuartetos que la canción no incluyó, supongo que para no hacerla más larga de lo que señalaban los cánones radiales de aquellos años. No incluye éste, por ejemplo (p. 135): “No preguntaba ni sabía tu nombre,/ ¿En dónde iba a encontrarte? Lo ignoraba;/ pero tu imagen dentro el alma estaba,/ más bien presentimiento que ilusión”. Tampoco está incluido éste (p. 135): “Y a la primera vez que nuestros ojos/ sus miradas magnéticas cruzaron,/ sin buscarse, las manos se encontraron/ y nos dijimos ‘te amo’ sin hablar”.
Amar, dice Flores, “es tocar los dinteles de la gloria”, y también (p. 136) “Amar es empapar el pensamiento/ en la fragancia del Edén perdido;/ amar es… amar es llevar herido/ con un dardo celeste el corazón”.
Leo el poema y oigo la canción; oigo la canción y vuelvo a ser un niño que quería amar, para sentir encarnadas estas palabras que me parecían, me parecen mágicas.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com
Como en la sacra soledad del templo sin ver a Dios se siente su presencia, yo presentí en el mundo tu existencia, y como a Dios, sin verte, te adoré”.
¡Que letras tan sublimes!
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