Polvo del camino/ 167 Lo que calan son los filos Héctor Cortés Mandujano La cruz no pesa: lo que calan son los filos “Bala perdida”, canción de Tomás Méndez En las primeras secuencias de la cinta El poder del perro (2021, dirigida por Jane Campion) los dos hermanos, dueños de una finca, arrean vacas. En Don Segundo Sombra (Editora Nacional, 1978), de Ricardo Güiraldes, el narrador cuenta de su primer arreo, que dura varios días; el joven amigo de don Segundo dice (p. 103): “Lo que me dolía era el vientre, los muslos, las paletas, las pantorrillas”. Hace después otro arreo y apunta (p. 332): “Seis días más anduvimos, entre fríos y mojaduras, rondando casi todas las noches nuestro arreo, siempre matrero, cruzando barriales y pantanos, juntando cansancio de a camadas y apilándolo en nuestros nervios”. Las dos obras me recordaron la vez que mi padre me pidió le acompañara a un arreo de un rancho a otro (como dice una canción de Vicente Fernández). Yo era un niño. Supongo que habré tenido ocho-nueve años, y más por intuición creo que alguien más iba con nosotros. No lo sé, está fuera del rango de mi memoria. Era de madrugada y las reses eran sólo sombras movientes cuando salimos de El Ciprés hacia Montecristo. Ni siquiera suponía cuánto íbamos a tardar en llegar, porque el primer rancho lo conocía de pe a pa (allí nací y crecí hasta los once años); el segundo era un enigma. Y estaba el asunto de qué tan fácil o complicado iba a ser conducir el ganado. El hato era pequeño, aunque había algunas vacas mañosas; recuerdo que me tocó ir por una de ellas, que se separó del grupo, y traerla al conjunto. También me acuerdo que no hicimos pausa para desayunar ni comer. Mi padre me pasó tortillas, carne, frijoles y queso, y allí tuve que hacerme bolas, montado en mi cuaco, para comer, vigilar las vacas, y beber de mi pumpo de agua. Atravesamos un primer arroyo, y otro, y luego un río, y otro (vacas y caballos tomaron agua). Si hubiera visto para ese tiempo Shreck 2 (2004, dirigida por Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon) hubiera preguntado incesantemente como el Burro: “¿Y falta mucho para llegar?”. Pero seguí, creo, calladito y bonito para que mi papá no se arrepintiera de haberme llevado. Tan mal estaban las cosas, pienso, que optó por mí cuando mi primo Guillermo, mi hermano Hernán e incluso mi hermana María eran muchísimo mejores jinetes que yo, y lo hubieran ayudado más, estorbado menos. Sin embargo, ahí estaba yo, en mi papel de charrito comprometido. Tal vez, luego de que pasó el medio día, llegó la tarde y comenzó a caer la noche (las vacas de nuevo eran sólo bultos móviles) yo hubiera querido volver el tiempo y decirle a mi papá que no quería ir, que de ninguna manera. ¡Y llegamos! Alguien abrió una tranca y mi papá anunció que allí era Montecristo. Dios existe, pensé, hasta que moví la pierna para bajarme del caballo. Me dio un tirón, un calambre intenso. Me aguanté. Bajé. Di el primer paso y en ese instante sentí, en la parte interna de mis nalgas, un dolor angustiante, terrible, espantoso. Me dieron ganas de gritar (como cuando me picaba alguna abeja ahorcadora o una hormiga roja) o de quitarme la vida de una vez. ¿Qué era esto? Mi papá vio mi rictus y se acercó sonriente. —¿Qué tienes, varoncito? Di otro pasó y como si un ancho y filoso cuchillo se me clavara en salva sea la parte. —Me duele, aquí, en mis nalgas. Mi papá se rio. —Ah, sí, es que te escaldaste por venir tanto tiempo montado. Es falta de práctica. Se te va a pasar pronto. —¿Pronto? Duré como una semana caminando como recién parida. Me juré nunca más apuntarme ni aceptar un arreo. Montar caballos no era ni es mi gracia. Para eso están John Wayne o Benedict Cumberbatch o mi papá. Hasta ahora, cumplí mi juramento.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com