Polvo del camino/ 164 La compañía de mis dedos (Minificción) Héctor Cortés Mandujano A mi amiga Tania Corzo Me llegó a la cara una ráfaga de viento y agua, como si el bosque hubiera estornudado. Avanzaba con cuidado, porque el piso estaba muy húmedo y los grandes árboles creaban una suave nocturnidad en este medio día. Mis botas estaban barnizadas de lodo y ya había dejado de sudar, de tanto hacerlo, lo que suponía un problema, porque evidenciaba mi cansancio y un cuerpo que había agotado sus líquidos. Pero había un río cerca, eso pensé. Tres cocodrilos, desde la playa de arenas toscas, ni siquiera cerraron sus bocas cuando me acerqué. Los tres tenían dentro sendos pájaros que limpiaban sus dentaduras, al mismo tiempo que se llenaban el buche. Una gorda serpiente me vio sin mostrar emociones, con sus hipnóticos ojos, desde su enredamiento en una rama baja y cercana. Metí la cabeza en la corriente y luego, como si fuera un caballo o una cebra, tomé agua hasta sentir que mi estómago no podía estirarse más. Me moví en sentido contrario de los grandes saurópsidos, sin saber adónde me llevaría esa errática vía. El río dejaba el bosque que poco a poco se convertía en un lomerío de montes bajos y escasos árboles. Mi atuendo era más adecuado para esta geografía, porque sólo tenía, aparte de las botas, un short y una camiseta. Nada en las bolsas, nada en las manos, más que la compañía de mis dedos. Llegué hasta el corte abrupto del último cerro, donde el agua se volvía una cascada que caía hasta tal vez una poza profunda porque el chorro, tan abundante, habría horadado las rocas que hubiera allá abajo. De pie, miré buscando alguna forma de bajar que no fuera aventarme por la caída líquida, la trenza de cabellos blancos que contrastaba con los cafés de las piedras y el azul del cielo. Nada. Era un abismo sólo apto para el vuelo. Me senté en una ancha piedra, como cama, como mesa, y vi el horizonte lejano, de cirros, cúmulos y estratos. Serían tal vez, supuse, cerca de las dos de la tarde y en mi mente no hallé ningún plan que me hiciera avanzar o retroceder. Decidí quedarme allí hasta que alguna idea me llegara. Me acosté en posición fetal y con los ojos abiertos escudriñé el pequeño estante de aguas sucias donde me hallaba. Toqué con mis dedos, en el centro de mi cuerpo, una resbalosa liana que parecía conectarme con algo más, cuyo extremo no podía alcanzar, pese a mis movimientos continuos, al estiramiento de mis brazos, a los tentaleos que sólo movían el agua oscura donde vivo. Oigo su voz: “Mira, se está moviendo mucho, otra vez; tal vez le guste como a mí esta película de aventuras. Ese actor me encanta, tiene un cuerpo hermoso y una cara divina. Ojalá este bebé se parezca a él, cuando nazca, cuando sea grande. Ya, precioso, tranquilo, duérmete, mami te está cuidando”. Me gusta su voz, me calma, me adormece. Dejo de moverme, cierro los ojos y sigo en su vientre, soñando que algún día la conoceré y seré feliz junto a ella.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com