Líneas de desnudo/ 90
La metáfora de la navaja Por Manuel Pérez-Petit
A mi padre no le gustaba la playa, pero mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí todos los veranos de vacaciones a alguna. No recuerdo bien si en la playa de Matalascañas, Huelva, o Chipiona, Cádiz, o en ambas, alguna vez alguien me llevó, coincidiendo con la hora de la bajamar, pertrechado con un saquito de sal gruesa y una cesta con palo largo que a mí me recordaba a un cazamariposas, a la misma orilla del mar. —Manolo, agáchate y mira la arena. ¿Ves ahí una especie de ocho? —Sí, sí… —Pues toma un pellizco de sal de la bolsa y échalo encima. Tomé diligente un puñadito de sal con mis dedos índice, corazón y pulgar, la eché en el sitio indicado y me quedé mirando con fijeza, como si se tratara de un pastel que dijera ‘cómeme’ pero al que aún no me atrevía a hincar el diente. Enseguida, aquel ‘ocho’ se puso a escupir algo como una salivita medio espumosa y zas: surgió de la arena un prodigio. —Cógela como te dije antes, ¡cógela, rápido! —escuché, pero me quedé inmóvil, por lo que mi amigo reaccionó con rapidez y con un movimiento veloz de su mano la agarró con fuerza y la extrajo. —Es que si no, se vuelve a esconder, ¿sabes? Repetimos la ‘operación’ varias veces y en alguna de ellas ya sí me atreví, superada la mezcla de pudor y asco inicial, a coger alguna. Al cabo de un rato, teníamos la cesta llena y yo mostraba entre orgulloso e impactado por mi proeza mis dedos llenos de leves arañazos. Esa misma noche, antes de acostarnos, diluimos en una cubeta una buena cantidad de sal en agua e introdujimos en ella las navajas en vertical. Esa noche me costó dormir. Me imaginaba a mí mismo entre dos conchas curvas, no como si fuera una de ellas sino siéndolo, y me excitaba pensar que la arena de aquella playa me protegía del mundo y aseguraba mi libertad. A la mañana siguiente, repetimos la operación en la misma cubeta pero con agua y sal renovadas por una hora más. De esa forma, quedaron limpias de arena. Las pusimos en una fuente cubierta por un paño húmedo y las dejamos reposar. Ese mediodía las comimos a la plancha con ajo y perejil. Y esa tarde me quedé absorto imaginando que la libertad de la navaja tenía sentido por su posibilidad de terminar siendo una delicia para el paladar. La navaja es un molusco lamelibranquio –”tiene simetría bilateral, región cefálica rudimentaria, branquias foliáceas y pie ventral en forma de hacha”, según dice el Diccionario de la Lengua Española (DLE)– bivalvo –esto es, que tiene dos valvas (conchas, para entendernos), que las protegen y, a la vez, son frágiles–, que habita en fondos marinos poco profundos enterrada en la arena. Yo diría que es un milagro del mar y, más allá de una delicatessen –rica, por si fuera poco, en proteínas, pobre en grasas, abundante en vitamina B12, potasio, fósforo, sodio, hierro y selenio–, una metáfora, porque yo me pregunto si seríamos capaces de echarnos sal a nosotros mismos para ver si lo mucho bueno que atesoramos cada uno surge del fango de nuestras propias vidas y entre dos conchas curvas que nos protejan, en apariencia fuertes pero delicadas, al modo de una navaja, podamos expandir tanta luz como en realidad, seamos conscientes o no de ello, albergamos en pos de hacer un mundo mejor. Y entonces, desprendernos de las valvas y expandir como nunca aquello que está llamado a hacer solo el bien: la libertad.

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Fuente de la fotografía: http://www.panoramio.com/photo/106906130.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista de carrera, lo dejó todo para dedicarse profesionalmente a la gestión cultural y el mundo editorial hace 15 años. En 2010 se trasladó a México, fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido diversos proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano en los siguientes años y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (BICU), de Bluefields, Nicaragua. La biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre desde 2011. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, enfocada en la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de espacios de lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa, su obra ha sido publicada, antología o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano.
Recordar es vivir. Con el paso del tiempo, las experiencias vividas y una mayor consciencia, equiparamos algunos hechos de nuestro vida con la vida misma, y con otra visión damos un mayor valor a cada momento, a los seres vivos, a las cosas, todo existe y es llamado para el bien común. Quien por su egoísmo no lo ha logrado, no ha trascendido en esta vida.
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Su comentario es muy sabio, estimada Patricia, me siento honrado con tenerle como lectora.
Manuel P.-P.
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Muy bonito Manuel, este es el estilo que le comentaba que más me gusta leer. Es bonito saber cosas de su niñez a través de sus escritos. Cuando conocemos la historia de vida de las personas es más fácil llegar a comprenderlas. Ojalá y comparta con más frecuencia este tipo de material.
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Mis artículos son fruto de un profundo compromiso con la vida y con la sociedad que me toca vivir. Nada me es ajeno, como creo que alguien dijo. Nada. En realidad, todo me apela y podría escribir a diario, pero hay que comer. Como en alguna ocasión he escrito, mi cabeza es una olla a presión y necesito darla.
A veces la actualidad exige cierto tipo de textos, estimada América, y no siempre se puede escribir, por desgracia, ajeno al mundo, aunque el de hoy es un artículo muy comprometido con la realidad. No soy amigo de contar mi vida –es más, me cuesta mucho hacerlo–, pero si mi vida sirve de enganche para transmitir mis observaciones y poner todo de mí para mejorar el mundo, bienvenida sea. Más que la mía me impresiona la vida de los demás. Leí una vez a la escritora española Lucía Echeverría que la cualquier vida merecería una novela o algo así. De la mía puedo sacar varias, pero no hay una vida que conozca de la que no pueda hacerse una.
Y como soy un instrumento, le prometo que haré mi mejor esfuerzo.
Me da mucho gusto volver a verla por acá. Es un honor especial contar con usted como lectora.
Manuel P.-P.
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Nunca he dejado de leerlo. A veces no comento por varias razones: de repente pierdo acceso a mi cuenta, otras veces el trabajo y estudio me absorben, y otras prefiero reservarme mi opinión.
Pero casi siempre lo leo, si hay algo que disfruto hacer es aprender y sin lugar a dudas de sus escritos he aprendido mucho.
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Es usted admirable. Gracias de verdad por estar ahí.
M. P.-P.
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