Polvo del camino/ 49
La Viento Oscuro y el Mar (Minificción) Héctor Cortés Mandujano
No hay nada que sea enteramente tuyo
Ezra Pound, en «Retrato de mujer»
Yo viví en el bosque Ott desde mi nacimiento. Sabía, como todos, que mientras allí viviera no podría ser muerto de ninguna forma, porque los seres éramos uno con todos. Podíamos alimentarnos del aire y convertirnos en árbol, serpiente, hombre, mujer, niño, anciana o cualquier cosa, porque todas las entidades eran la misma: el bosque. Salí la primera vez porque tal vez la Viento Oscuro (o el Nube Negra, como también le llamábamos), una entidad que vagaba por el mundo, me atrapó en el sueño y me segregó de los demás. Puse un pie fuera de mi bosque y allí me di cuenta que, además, me acompañaba Hu, una muchacha de unos 200 años con la que habíamos compartido la vida calma hasta entonces. Una de los monstruos de los que siempre nos previnieron se llamaba el Mar o la Mar, que era hombre y mujer al mismo tiempo. Quien lo mencionaba decía que era enorme y que nunca se quedaba tranquilo; podía arrasar las tierras, los bosques, los desiertos; podía meterse en un frasco y tomar su forma; y hablaba con las voces de miles de criaturas diabólicas que la poblaban. Mar podía ser una pesadilla terrible, si se le pensaba mucho. Y Hu, que también tenía dentro suyo parte de la Viento Oscuro, me dijo que hacia allá íbamos. Parecía que la Nube Negra había plantado en nuestro pensamiento, sin que tuviéramos opción de contradecirla, la idea monotemática y marina. Nos encontramos a varios seres en el camino, pero ninguno hizo nada por atacarnos. Llegamos a la cima de una montaña y desde allí vimos una enorme mancha azul: “Es la bestia mala: la Mar”, dijo Hu, quien decidió llamarla con ese género. Cuando estuvimos en una alta quebrada nos percatamos que dos animales (humanos, dijeron llamarse) nos acompañaban. Nos pidieron que los siguiéramos y, de pronto, una ola (como se llamaban las lenguas del Mar), húmeda y salada, nos tomó como suyos y nos metió al caldo tibio donde se movían muchos seres que no sabíamos si querían escapar, como nosotros, o disfrutaban aquello o vivían allí. Los humanos nos enseñaron a no ser tragados por Mar que, aunque a veces parecía violento, también era cariñosa: fuerte y suave; hembra y macho, alternativamente. Nadamos, como nos dijeron que se llamaba aquella actividad, y no tuvimos ningún problema en alcanzar la orilla. Salimos y nos volvimos a meter varias veces. Hu me dijo que ya era hora de volver. Cuando llegamos al bosque teníamos muchas cosas que contar a nuestros inmortales congéneres. La primera fue que Nube Negra no era ni un mal sueño ni una malvada influencia, y la segunda, que Mar podía ser un Monstruo, dada sus proporciones y la incapacidad que teníamos de entender sus decisiones, pero que también era una forma líquida que acariciaba totalmente, mientras su voz múltiple cantaba canciones incomprensibles. El Nube Negra y la Mar, entonces, y por consenso, se volvieron nuestros nuevos amigos. Y ahora vamos al Mar de vez en cuando. De allá o de cualquier punto de nuestro periplo ocasional se nos contagió la desaparición física (o la Muerte, como la llaman algunos): ayer se secó un árbol. Por ello dejamos de ser inmortales y comprendimos que, al morir él, comenzaba a vivir en nosotros (él un muerto vivo; nosotros, vivos muertos) y que esa sería, a partir de entonces, la dialéctica de nuestra existencia. Contactos: hectorcortesm@gmail.com

Ilustración: HCM
*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com