Voces ensortijadas 136. Los cruceros de la vida. María Gabriela López Suárez

Los cruceros de la vida

Por Maria Gabriela López Suárez

El reloj marcó las 9:30 de la noche, Matilde se apresuró a cerrar su mochila y salir rápidamente de su trabajo. 

—Hasta mañana —dijo, al tiempo que levantaba la mano para despedirse.

Mientras iba caminando murmuraba,
—A ver si alcanzo la combi, llegaré casi rayando a la parada. En mal momento se retrasó Alberto y yo que me ofrecí a cubrir un rato más en la tienda. Pero quién me manda, claro que cuando yo necesite un favor él me lo hará, eso espero.

Seguía refunfuñando en su camino a la parada, observó que había pocas personas en la fila. 

—Menos mal, creo que si alcanzo lugar. Ahora falta que venga el colectivo. Llegaré tarde a casa y aún tengo que leer para hacer el resumen que pidió la profe de Lectura y redacción. 

La combi demoró alrededor de diez minutos en llegar, la gente subió y Matilde se acomodó al fondo, en un lugar al lado de una ventana. Reclinó su cabeza sobre el cristal, tenía sueño. En el alto de un semáforo, justo en un crucero, observó a un niño como de seis o siete deaños, vendiendo ramos de flores. Lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista. Lo buscó cuando el colectivo retomó su camino y lo vio sentado sobre una piedra. Se veía cansado y con sueño, sin soltar los dos ramos de flores, uno en cada mano. Vinieron muchas preguntas e ideas a la mente de Matilde, 
—¿Quién le comprará flores a esta hora? ¿Quién acompaña al niño a vender? Estar en ese lugar no es seguro. Debería estar en su casa, descansando, preparándose para ir a dormir  y madrugar para ir a la escuela. ¿Ir a la escuela? Es probable que el niño no vaya…

Se quedó pensando en que ella reclamaba por salir un poco tarde del trabajo, cuando tenía la fortuna de ir a la escuela por las mañanas. Estudiar y trabajar le resultaba algo complicado pero se había propuesto esforzarse para poder continuar sus estudios porque la situación económica en su familia era precaria. Una de sus ventajas era tener libre los fines de semana y ahí compensaba tiempo para avanzar en sus demás actividades. No cabía duda que los cruceros de la vida mostraban las distintas realidades y eso la invitó a valorar más lo que tenía. 

—¡En la parada, por favor! —se escuchó una voz fuerte. Era un pasajero que había llegado a su destino.

Matilde se percató que estaba próxima a llegar a su parada. Se fue acercando a la puerta al tiempo que venía a su mente la imagen del niño en el crucero.
 

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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 135. ¿Cuándo nos ha detenido la lluvia? María Gabriela López Suárez

¿Cuándo nos ha detenido la lluvia?

Por Maria Gabriela López Suárez

Belén detuvo la escritura en la computadora, tenía una serie de nudos en la garganta que le impedían concentrarse. Se soltó en llanto sin poder contenerse, las cosas en su nueva encomienda laboral no iban como ella deseaba. Aunque la estancia sería breve ahí, echó de menos estar cerca de su terruño, familia y amistades, le vendría muy bien estar con ellas y poder desahogarse.

Lloró hasta quedar sin que le saliera una lágrima. Sintió que el pecho había descansado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Respiró profundo y se levantó para irse a preparar una taza de café. Fue a la cocina, se dio cuenta que se había terminado el café y también sus opciones de té. Eso era un buen pretexto para hacer un receso y salir a despejar la mente. Apagó la computadora.
Antes de salir fue al baño, se lavó la cara, tenía los ojos hinchados. Se acomodó el cabello, se puso brillo labial y se dispuso a ir por el café. Al abrir la puerta de la casa sintió olor a tierra mojada, observó el cielo, estaba lleno de nubarrones grises, —Lluvia segura —pensó. Se colocó sus botas de plástico y jaló su impermeable.

Había caminado alrededor de dos cuadras cuando comenzaron a caer leves gotas de lluvia, por unos instantes dudó en seguir y regresar a casa, vino a su mente una frase que Julián, su compañero de vida, le había dicho en alguna ocasión, ¿cuándo nos ha detenido la lluvia? 

En efecto, vinieron a su mente como a manera de cascada la serie de peripecias que habían tenido bajo la lluvia y cada una formaba parte de las memorias inolvidables. Así que decidió continuar su recorrido, se colocó el impermeable, pensando que si la lluvia comenzaba a caer con más fuerza buscaría refugiarse en alguna tienda o cafetería más cercana. 

Continuó su camino y la lluvia cesó, se quitó el impermeable, escuchó que unas chicas murmuraban entre risas y una comentó en voz alta, 

—Les dije que llovería, ahora siento que está empezando más fuerte la lluvia.

—No te preocupes, mejor nos apuremos para llegar a nuestro destino.

Ella siguió esa sugerencia y apresuró su pasó, le dio tiempo de comprar café, té de limón y de canela, no pudo resistirse a comprar unos panes y unos tamales de mole verde con pollo. A medida que avanzaba se daba cuenta que no había ninguna gota de lluvia aún. Cuando estaba alrededor de tres cuadras de su casa se percató que las calles y banquetas tenían rastros de que había pasado una fuerte lluvia por esa zona. Y ella ni enterada, sintió como si la lluvia la fuera persiguiendo y no lograra alcanzarla. Le faltaba una cuadra para llegar a su vivienda cuando comenzaron a caer las gotas de agua con fuerza, se colocó el impermeable y disfrutó el ruido que hacía la lluvia. Al fin había llegado a casa, acompañada por la lluvia de inicio a final. 

Resonó en su mente: "¿Cuándo nos ha detenido la lluvia?" Qué razón tenía Julián con esa frase, respiró profundo, pensó que eso también aplicaba ante las situaciones difíciles, había que continuar caminando, las soluciones vendrían en el momento oportuno. Su teléfono celular sonó, era Julián.

—¡Hola amor! ¿Cómo te va? Viejito morirás, justo me estaba acordando de ti.:
 
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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 134. Caer y levantarse. María Gabriela López Suárez

Caer y levantarse

Por Maria Gabriela López Suárez

Xóchitl estaba pasando por una situación complicada no solo en lo económico sino también en lo emocional, había sido injustamente despedida de su empleo y coincidió con la etapa de trámites del divorcio con el padre de su pequeño hijo Elías. 

Una tarde de fin de semana Elías le pidió a su mamá que lo llevara al parque, Xóchitl no tenía ánimos, sin embargo, el niño estaba entusiasmado, ya había preparado su bicicleta y se había cambiado.

—Mami ya tengo mi bici lista, ¿sí iremos al parque? Y yo te invito una nieve, la pagaré con lo de mis ahorros, guardé lo que me dio la abuelita Julieta.

El rostro de Xóchitl dibujó una sonrisa y se acercó a Elías para abrazarlo.

—Claro que iremos Elías, te falta  tu casco, voy por él y  me pongo mis tenis.
 
Salieron rumbo al parque. El sol estaba radiante, evidencia de una cálida tarde veraniega. Una vez en el parque Xóchitl lo acompañó un par de vueltas, mientras Elías iba en la bici ella iba trotando tras de él, se agotó pronto y buscó un espacio para sentarse y poder estar pendiente de él. Cerca de ella había una familia con dos niños, uno de aproximadamente 7 años -calculó que era quizá un par de años menos que Elías- y otro de unos 2 años. El niño pequeño se movía de un lado a otro, tal cual son los niños cuando descubren la fascinación de poder caminar, desplazarse y correr. Xóchitl estaba pendiente de Elías y se quedó pensando que el niño pequeño podría caer y golpearse si seguía con ese ritmo de movimiento.

Al observar a Elías, Xóchitl se percató que estaba montando la bici con más seguridad que otras ocasiones, eso le dio mucho gusto. De pronto se dio cuenta que el niño pequeño había tropezado con un borde en el piso y había caído, a unos cuantos pasos de donde estaban sus papás. El llanto no se hizo esperar. Ella buscó en su bolso su botellita de gel antibacterial para compartirle a los papás, pero ellos ya le habían puesto agua en la rodilla golpeada y le daban masaje. El pequeño lloró un momento, se dejó apapachar por su mamá y su papá, les mostraba su rodilla. Y en menos de lo que ella imaginó ya estaba de pie nuevamente en busca de una nueva travesía, corriendo y con el rostro sonriente.
Mientras Xóchitl seguía nuevamente la mirada hacia Elías, vio que venía hacia ella, se detuvo y bajó de la bici. Estaba acalorado, se quitó el casco y se sentó a su lado. 

—¿Cómo va el paseo en la bici? ¿Te animas a dar otra vuelta?

—Ya me cansé —dijo  mientras Xóchitl le acariciaba el rostro colorado.

—¿Nos vamos a casa?

—Antes te invito tu nieve y me convidas, ¿sí?

Mientras iban caminando en busca del señor que vendía las nieves en el parque, Xóchitl comenzó a repasar el aprendizaje que le había dejado la caída del pequeño esa tarde. Caer y levantarse era algo que estaba presente en todas las personas, en distintas etapas de la vida. Podría ser triste y dolorosa la caída, pero levantarse era una tarea que valía la pena hacer, como ella ante lo que estaba pasando. La voz de Elías la hizo volver la mirada.

—Ahí viene el señor de las nieves, ojalá que traiga de limón, ése es tu sabor favorito.

El rostro de Xóchitl se llenó de alegría, vaya que valía la pena esa ida al parque, Elías era el responsable. A lo lejos se escuchaba…

—¡Nieves, nieves!
 
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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 133. A paso de tortuga. María Gabriela López Suárez

A paso de tortuga

Por Maria Gabriela López Suárez

Enriqueta se decidió alcanzar a su hermano Javier que había ido de visita a casa de la tía Calixta quien vivía en la zona costera. Tenía más de tres años que Enriqueta no veía a la tía y deseaba saludarla. Así que aprovechó algunos días libres en el verano para hacerlo.

Doña Calixta era amante de los animales, hasta donde recordaba tenía gansos, conejos y gatos, no sabía cuáles eran sus favoritos. Javier le había dicho que ahora la tía tenía un integrante más, pero la dejó con la duda de saber quién sería.

La tía Calixta recibió con mucha alegría a su sobrina; para consentirla le preparó uno de sus platillos favoritos: Jaibas en chilpachole. Enriqueta no se quedó atrás y le llevó una canasta llena de galletas de canela que le había cocinado.

Como era de esperarse Enriqueta seguía con la curiosidad por conocer al nuevo integrante de los animales que tenía su tía. No tardó en conocerla, era una pequeña tortuga. Doña Calixta le adaptó un espacio de aproximadamente dos metros de largo y un metro de ancho, rodeado con pequeñas piedras y muchas maceteras  y con una parte que fungía como un pequeño estanque. 

—¡Tía Calix te quedó bien bonito el hogar para la tortuga!

—¿Verdad que sí Queta, es lo que le dije? —señaló Javier.

Doña Calixta agradeció los cumplidos y los invitó a cuidar a la tortuga. Enriqueta le tomó la palabra y a la mañana siguiente de su llegada se ofreció a darle de comer a la tortuga y cambiar el agua del estanque. Después de escuchar las indicaciones de su tía se fue al espacio e hizo las actividades. 

Al término de las tareas Enriqueta se quedó un rato observando el hogar de la tortuga, se colocó en cuclillas y se imaginó cómo sería vivir ahí como tortuga. Si ella fuera pequeña el espacio le parecería como una selva llena de vegetación. Contempló las plantas, todas eran muy lindas y permitían la entrada de los rayos del sol pero a la vez generaban sombra. 

Su mirada captó el momento en que la tortuga degustaba su alimento, estaba justo dentro del estanque, no tardó en terminarlo. Para la sorpresa de Enriqueta vio cómo la tortuga salió del estanque y comenzó a caminar al interior de su espacio; el paso que tenía no era como solía escuchar que la gente decía en frases  fue lento, como a paso de tortuga. Siguió observándola y se percató que la tortuga antes de iniciar su andar se había quedado con la cabeza levantada por unos instantes, como atenta a lo que percibía, a reconocer su espacio y de ahí comenzaba el recorrido, con un paso seguro y sin detenerse, sin lentitud, si había algo como una especie de obstáculo -una ramita, o una pequeña piedrita- la rodeaba y seguía su rumbo, pero no desistía. La tortuga llegó hasta al final de su recorrido y buscó espacio debajo de una de las maceteras que tenía más follaje. Enriqueta dedujo que quizá ahí estaba más fresco.

—¿Queta sigues aquí? Creí que ya te habías ido con Javier al mercado. 

—No tía Calix, me entretuve un rato más acá viendo a la tortuga, sabes, en la vida me gustaría ir a paso de tortuga.

El rostro de doña Calixta dibujo una sonrisa.

—Ah que niña, vaya que te gustó mucho la nueva integrante de la familia, sin duda tenemos mucho que aprender de los animalitos. Y te digo algo, también a mí. Pero vamos, que tu hermano te espera para ir por el mandado.
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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 132. La puesta del sol. María Gabriela López Suárez

La puesta del sol

Por Maria Gabriela López Suárez

Rafaela estaba por terminar de preparar un pedido de rosca de mantequilla con arándanos que le habían requerido para la tarde - noche de ese miércoles. El aroma que salía de su cocina era delicioso. Ya había apartado una rosca para Roberta, la niña que era su vecina, era fan de su rosca y tenía un olfato inconfundible para detectar cuándo la preparaba.

—¡Mamá, Rafaela está cocinando rosca de mantequilla! ¡Huele riquísimo!

—¡Ay Roberta vaya que eres muy buena identificando sabores en la cocina! Rafaela te consiente mucho, seguro que al rato te trae unas rebanadas.

El rostro de Roberta dibujó una sonrisa de oreja a oreja. Sabía que su mamá tenía razón. Sin embargo, esa ocasión ella quería obsequiarle algo a Rafaela. Le propuso a Abigail, su mamá si preparaban chocolate con leche y le compartían a Rafaela. Abigail dijo que era una excelente idea y se dispusieron a hacer la bebida.

Rafaela continuaba atareada terminando de decorar las roscas, no era por nada pero le habían quedado muy bonitas. Y qué decir del sabor, una de sus catadoras era Roberta quien, con toda la sinceridad que hay en la niñez, le solía compartir qué tal le habían quedado cada vez que le compartía. Lo hacía muy a su manera, sin esas poses que luego la gente adulta adopta, para quedar bien. 

—Aquí está la rosca para Roberta y Abigail y ahora me daré un receso para que en un rato más se la lleve y luego esté pendiente que vengan por el pedido.

Salió a su patio, tenía la fortuna de contar con un espacio mediano de terreno que le permitía tener árboles frutales y escuchar en cada amanecer y atardecer los conciertos naturales de los pájaros que solían llegar a visitarla. Se sentó sobre una piedra que tenía como especie de banco y dirigió su mirada hacia el rumbo donde se oculta el sol, observó atenta, había llegado a tiempo para contemplar la puesta del sol. Era una actividad que solía hacer las veces que le era posible, le gustaba darse el tiempo para eso, cada puesta del sol era distinta y no dejaba de asombrarla, además era efímera y por eso prefería estar antes. Las tardes de verano tenían su encanto especial.  

No tardó en escucharse que alguien tocaba la puerta en la casa de Rafaela. 
Primero fue un toquido leve, luego comenzó a ser un poco insistente. Antes de abrir Rafaela revisó la hora para verificar si eran sus clientes que llegaban por el pedido, no, aún faltaba más de media hora. Luego se fue percatando que ese estilo de tocar podría corresponder a la pequeña catadora de roscas.

—¡Ya voy! ¿Quién es?

—¡Hola! Soy Roberta, ¿me abre?
  
Rafaela abrió la puerta y saludó a Roberta quien muy sonriente correspondió al saludo y le dijo que le llevaba un obsequio, al tiempo que le entregaba la jarra con chocolate que había preparado con su  mamá.

—¡Muchas gracias Roberta! No tenían por qué molestarse, yo les tengo rosca para compartir, espero que les guste. ¿Qué te parece si le preguntas a tu mamá si quieren venir a tomar este chocolate conmigo y degustamos la rosca?

—!Sí!, gracias Rafaela, ahora le digo —respondió entusiasmada.

Mientras Roberta salía corriendo a su casa, Rafaela se asomó al patio, el sol se había retirado pero el cielo conservaba esos tonos cálidos de una tarde de verano, de esos que invitan a contemplarse.

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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 131. La aventura de hacer un examen. María Gabriela López Suárez

La aventura de hacer un examen

Por Maria Gabriela López Suárez

Circe acudió a la universidad para presentar su examen de admisión, tenía la firme decisión de estudiar Diseño Gráfico, en su casa querían que siguiera la tradición familiar de estudiar Contabilidad.

—Lo mío, lo mío, no son los números, más que para sumar o restar cuando hago mis cuentas de gastos —solía decir Circe, cada que que le mencionaban sutilmente la carrera que más elegían en la familia.

Llegó temprano a la escuela, sin complicación alguna pasó al aula y esperó las indicaciones. El tiempo le parecía lento previo al inicio del examen. Cuando empezó, le dio una ojeada al cuadernillo de preguntas, casi se va de espaldas.

—¡Madre mía, 210 preguntas! Con 4 horas para responder, uff, espero que me alcance el tiempo. Sin duda, la sección de Mate es la que me dará un poquito de dolor de cabeza, —pensó. Mientras se apresuraba a resolver la sección de Inglés.

Le tocó sentarse al lado de una ventana, inquieta como era Circe, no dejaba de echar un ojo a lo que pasaba, vio algunos estudiantes que llegaron tarde, así como también que el cielo soleado poco a poco se fue nublando.

—Solo espero que llueva una vez que yo haya salido de la escuela —dijo para sí.

Circe trató de no revisar su reloj para no atormentarse y entrar en estrés. Prefirió observar a un pequeño insecto que caminaba sobre el cristal de la ventana.

—¿Caminará más pronto para llegar del otro lado de la ventana antes que yo termine de resolver los problemas de Mate? —se preguntó.

Siguió respondiendo el examen y en efecto, el pequeño visitante no había dejado rastro alguno para cuando Circe concluyó los problemas.

De nuevo, se dejó cautivar por lo que observaba a través de la ventana, el pasto era como una especie de alfombra roja para un zanate que caminaba con un ritmo que dejó asombrada a Circe, era un caminar apresurado pero con elegancia.

Una compañera del grupo preguntó la hora, Circe se percató que solo le quedaban aproximadamente cincuenta minutos para concluir el examen, llevaba un 80% contestado. Se dio prisa y ya no volvió a ver a la ventana hasta que terminó.

Aún le dio tiempo de hacer una revisión general de sus respuestas, mientras pensaba que ojalá le fuera muy bien y quedara en la carrera, de lo contrario le tocaría repetir la aventura de hacer un examen. Entregó la prueba y se dispuso a regresar a casa, mientras el viento  le acariciaba el rostro. La lluvia no tardaba en llegar.
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Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas. Estamos de fiesta. María Gabriela López Suárez

Voces ensortijadas

Por María Gabriela López Suárez

Estamos de fiesta

Aprovecho este espacio para agradecer al público lector que semanalmente convida su valioso tiempo para leer la columna Voces ensortijadas, que concede sus comentarios y algunas anécdotas que les evocan estas líneas. 

Les comparto con mucho gusto que esta columna cumplió su quinto aniversario de publicaciones ininterrumpidas el pasado 3 de julio. 

Muchas gracias a Letras, idea y voz por el espacio que brinda para su divulgación, sin duda, un apoyo sumamente valioso. 

Gracias, gracias, gracias.

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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 130. Árbol de piñas. María Gabriela López Suárez

Àrbol de piñas

Por Maria Gabriela López Suárez

Ernestina viajó a visitar a Elba, su mejor amiga, a un pueblo enclavado en una región  montañosa, donde la vegetación era abundante en pinos y oyameles de gran tamaño. Elba le había contado de la belleza del paisaje y no exageró.

La vivienda de Elba era pequeña y confortable. El rincón favorito de Ernestina fue una ventana que daba al jardín vecino y a través de ésta se asomaba un pino de tamaño mediano, con follaje frondoso y lleno de piñitas. Era un deleite asomarse en distintos momentos del día, contemplar cómo el viento mecía sus hojas y sobre todo, cómo lucía la belleza de cada una de sus piñas.

Cada rama del pino estaba bellamente decorada con piñas, desde la rama más baja hasta la más alta. Las piñas eran irrepetibles en sus tamaños y formas. Algunas estaban unidas, como racimos de uvas, se observaban tres o cuatro piñas, entrelazadas; en otras ramas se apreciaban dos frutos y en pocas ramas solo había una piñita.

Elba encontró más de una vez a su amiga Ernestina observando frente a la ventana, hasta que le preguntó:

—¿Qué tanto miras, qué hay ahí que no me he dado cuenta?

Ernestina le contó que aún no creía que tenía tan cerca un pino lleno de piñas. 
Las piñitas eran un regalo de la naturaleza que ella había recibido por primera vez en su infancia, en una fecha cercana a una Navidad. Desde que las tuvo entre sus manos le encantaron, imaginó cómo habrían nacido, de qué forma y tamaño sería el árbol de donde las cortaron, cómo serían sus hojas. El olor de las piñas le remontaba al bosque, naturaleza viva y ahora era el momento de deleitarse.

Elba le dijo que podría pedirle a sus vecinos si les permitían ver más de cerca el árbol y quizá hasta poder recolectar piñitas que estuvieran en el piso o cortar algunas. La idea le encantó a Ernestina. Lo que no sabía Elba era que, para no perder la oportunidad de tener plasmada la experiencia, su amiga había comenzado a trazar un boceto del árbol de piñas en su libreta de dibujo, actividad que disfrutaba realizar. Sin duda, visitar a Elba y conocer el lugar donde vivía eran de los mejores recuerdos que tendría y había encontrado una linda manera de representarlo.

—Elba, adivina que estoy comenzando a dibujar —dijo Ernestina con la intención de despertar la curiosidad de su amiga.

—¡Mujer, vaya que aprovechas el tiempo hasta en tus ratos de descanso! ¿Acaso tiene que ver algo con un pino?  ¿Le atiné verdad?

Ambas sonrieron y Ernestina fue por su libreta para mostrar el boceto a su amiga.
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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Voces ensortijadas 129. La esperanza. María Gabriela López Suárez

La esperanza

Por Maria Gabriela López Suárez

Rosalía se levantó más temprano que de costumbre ese miércoles, tenía una comisión por parte de su trabajo y le tocaba viajar fuera de la ciudad. El canto de los pájaros fue el augurio de un día soleado.

Salió de su casa cuando el alba aún no se asomaba. Observó el paisaje de las montañas bañadas en neblina, como una especie de ensueño. Se imaginó escalando alguna de esas montañas, en compañía de Amaranta, Tomás y Timoteo, su pandilla favorita, como llamaba a sus hijos y esposo.

El llamado de un conductor la regresó a su ubicación actual, la terminal de colectivos que la llevaría a su destino. Se subió en uno de los colectivos e inició su travesía.

Era la segunda vez que visitaba ese pueblo, le agradaba mucho la vegetación que había. Su encomienda era dar un taller a un grupo de estudiantes de nivel primaria en la única escuela que tenían ahí. La vez anterior solo había asistido como auxiliar, ahora era la encargada de facilitar el taller.

La dinámica de trabajo en el grupo fue muy buena. Al inicio estaba un poco nerviosa, sin embargo, una visita inesperada le alegró más el día. Cuando estaba explicando una de las actividades a realizar, se hizo presente una cigarra, como ella solía llamar a las libélulas. Era grande, la de mayor tamaño que recordaba haber visto en su vida. Era de color negro brillante y comenzó a danzar por todo el salón. El grupo la recibió con gusto, Rosaura y Joaquín, dos de los estudiantes, dijeron que era raro que llegaran por ese lugar.

En la familia de Rosalía tenían la creencia que si una cigarra les visitaba era augurio de la esperanza, que algo lindo sucedería. Por eso, para ella fue de gran regocijo tenerla en el aula. La perdió de vista, de pronto, cuando estaba resolviendo la duda de un estudiante, sintió una presencia en ella, volteó ligeramente hacia su hombro izquierdo y la descubrió posando sobre él. Fue un bello regalo, como suave caricia. Tuvo la sensación de sentirse acompañada y le generó paz. Siguió con sus actividades, así como llegó la cigarra se retiró. Rosalía terminó el taller con muy buen sabor de boca.

De regreso a la ciudad se deleitó con observar el paisaje en la ventana del colectivo. Cerró sus ojos por un instante y sintió nuevamente la discreta presencia de la esperanza sobre su hombro izquierdo. Estaba muy contenta de volver a casa.


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Sobre la autora:

Maria Gabriela López Suárez

Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante  de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.

Tifón. 1. Gente, ruido, historias y esa necesidad de escribir. Juventino Sánchez Vera

Gente, ruido, historias y esa necesidad de escribir

Por Juventino Sánchez Vera

Tales son las recompensas de las letras; tales son sus consuelos. Yo

mismo, aun siguiendo de tan lejos a sus favorecidos adoradores,

yo mismo he podido participar de sus beneficios, y

saborearme con sus goces.

Andrés Bello

“Recuerdo que a mi abuelita materna le gustaba escribir detalles de eventos, que ella consideraba importantes, tenía sus libretas, ahí anotaba fechas, nombres y algunas veces también los agregaba a las fotos”, nos cuenta Gabi en “La necesidad de compartir historias" (columna #27 de la antología Voces ensortijadas...). 

ATENCIÓN: Querido lector o lectora si estás a punto de leer este texto y estás cerca de la escritora ten cuidado, ella colecciona momentos, instantes y posiblemente salgas plasmado en un texto suyo que semanalmente realiza, no dudes que te evocará como una parte para embonar otra historia o simplemente mencione algún hecho que hiciste. No te preocupes, te narrará de lo más lindo.

María Gabriela López Suárez estrena su más reciente pieza literaria Voces ensortijadas / Antología 2020-2021. Gabi, así le digo de cariño, es esos ojos que van por ahí “pepenando historias”. Creo e intuyo que con cada parpadear son letras las que recauda. 
         Mi amiga Damaris Disner, me aconsejó que me inspirara en lo visual para escribir este texto y eso he hecho. La sombra “colocha” (como también llamo cariñosamente a Gabi) acechando historias, mirando a la gente. ¿Qué es lo que acecha Gabi? Siempre me pregunto. 
         Como editor de libros, diseñador y director de  un estudio trato de poner énfasis en cada pieza de libro que produzco, Gabi involucró en esta obra a varios artistas: Erick García Briones (ilustrador del libro), Malintzin Yolo González Molina (correctora de estilo), Damaris Disner (prólogo), Roger Octavio Gómez Espinosa (introducción) y yo, Juventino Sánchez Vera. Quiero pensar que estamos atrapados en su obra, capturados y comulgando en este libro, a la distancia pero teniendo en común que estamos dentro de esta pieza y me siento muy feliz. 

Gracias querida Gabi, gracias querido público lector.
  

Ilustración: Erik García Briones




*Sobre el autor:

Juventino Sánchez Vera

Tapachula, Chiapas, México, 1983.

Amante del futbol. Sería el mejor jugador de México, gracias a dos defectos, nunca lo pudo conseguir: su pierna izquierda y su pierna derecha. Ganador del premio al mejor diseño gráfico en el Begegnungsfest, Appenzell, Suiza, 2021. Ha trabajado como diseñador e ilustrador en medios como El Heraldo de Chiapas (2004-2008), Noticias Voz e Imagen de Chiapas (2012-2016) y en instituciones educativas como el Tecnológico de Monterrey, Campus Chiapas (2008-2010).

Imparte talleres sobre diseño e ilustración en Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal y Comitán de Domínguez; Chiapas, México. Fue editor de Almada Broders, editorial independiente (2009-2011) y actualmente es director de Tifón, casa editorial que lleva publicado innumerables títulos de poesía, teatro y narrativa.