Polvo del camino/ 305-A
Háctor
Antes o después de los aplausos/ III
Imágenes nómadas, 1 de 4
Héctor Cortés Mandujano
En 2021 ganamos el financiamiento para hacer la Gira Nacional por Espacios Independientes promovida por el Teatro Helénico, con mi obra La divinidad del monstruo. El equipo de gira (Oaxaca, Puebla, Guerrero y Chiapas) lo constituimos: Dalí Saldaña, iluminador y staff; Nadia Carolina Cortés Vázquez, maquillista, vestuarista, encargada de fotografía y video; Alfredo Espinoza, actor y coordinador de la gira, y yo, en mi carácter de actor, autor y director, y el que se queda sentado mientras los demás ven lo de las luces, hablan con la gente de los teatros y resuelven los asuntos de hospedaje y comida, no por sentirse muy importante, sino por su inutilidad para las cosas prácticas.
Saldríamos de noche, en autobús, rumbo a Oaxaca. Fue normal que llegaran a despedirnos mi mujer, mis nietos (hijos de Nadia) y la mamá de Dalí. El detalle lindo y singular fue que también se aparecieron para desearnos suerte nuestros amigos Tania Corzo y Juan Ángel Esteban. Partimos.
Llegamos a Oaxaca. En un muro, una pinta: “¡Fuera EPN de México!”; deseo cumplido: desde que dejó la presidencia de la República, Enrique Peña Nieto se fue a vivir como rey a España.
Llegamos a la casa donde nos hospedaremos, una AIRBNP: la cocina era/es común para todos los huéspedes (podemos, si llevamos los insumos, preparar nuestros alimentos), no hay baños individuales y cuando llegamos a nuestro cuarto me di cuenta de que nunca hice caso de lo que decía Alfredo, cuando me explicó sus reservas de hotel y pasajes: era una habitación para ocho, con literas; las camas de abajo estaban ocupadas y nos tocaban las de arriba. Nunca antes había dormido en una litera y supuse que, sin remedio, me caería. Pensé en decirles a mis compañeros que yo me iría a un hotel, con mi dinero, y que ellos se quedaran allí. Alfredo vio mi rostro y notó mis intenciones. Pensé que se sentiría mal con mi decisión, tomé un respiro profundo y me trepé a mi tapesco. Sobreviví. Al otro día se desocupó una cama de abajo y, con la venía de mi trío de acompañantes, la ocupé.
Uno de nuestros compañeros de cuarto era muy conversón. Andaba con camiseta y parecía un luchador retirado: fornido de pecho y brazos, panzón, con bigote y barba abundante, voz de barítono. Me sugirieron su profesión los muchos zapatos dorados que tenía: de vestir, chanclas, babuchas, botas… ¿Qué otro oficio puede coincidir con esa profusión de calzados atípicos? Lo descubrimos en la noche, cuando lo encontramos, a nuestro regreso de nuestra primera función, con un vestido de lentejuelas, párpados y boca pintados. Nos saludó alegremente. Evidentemente no era luchador.
Llegamos al teatro y los que debían atendernos no fueron amables, sino rayanos en la grosería. Cada cual hizo lo suyo y, justo cuando íbamos a maquillarnos, Nadia se dio cuenta que había olvidado su maletín de maquillaje en el hotel. En la obra a mí me pintan la cara de blanco (incluyendo cejas, bigote y barba) y a Alfredo le desaparecen las cejas. Alfredo podía salir sin maquillar, pero mi personaje perdería mucho de su personalidad si yo salía con la cara limpia. El azar hizo que alguien hubiera olvidado una caja de talco en el camerino y Nadia hizo una plasta con ese polvo y lo que llevaba de crema en su bolsa. Daba el gatazo.
Salimos. La obra empieza a oscuras. La iluminación, en ese teatro, La Locomotora, se debe programar en una lap. Cuando debió entrar, la computadora dejó de funcionar. Yo, por razones de montaje, llevaba una lámpara de mano y comencé a iluminar a Alfredo y a iluminarme con la lámpara cuando cada cual decía su parlamento.
De pronto, ¡se hizo la luz! Dalí pudo iluminarnos y fue maravilloso ver como en los rayos lumínicos mi rostro se iba deshaciendo: con cada movimiento el talco caía y se veía hermoso, poético. Polvo eres…
Una muchacha se acercó a felicitarnos. Dinorah se llama. Nos dijo que estaba muy agradecida por nuestro trabajo, que le había encantado, y que para corresponder a lo que le habíamos hecho sentir y pensar nos invitaba a desayunar en su puesto del mercado. Fuimos, claro, y le regalamos un libro de la obra, firmado por los cuatro. Ese el rostro de amistad que mejor recordamos de Oaxaca…

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com