Polvo del camino/ 286
Zona lacustre
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano
Me entregarán el diploma que me acreditará como tenedor de libros, una profesión que, visto el estado de la sociedad, me servirá para maldita cosa. No importa. Tengo una herencia que me hace no necesitar un empleo y soy muy joven, 21 años, de modo que quizás en algún momento del futuro estudie algo más útil.
Nuestra casa de campo, que en realidad es simplemente nuestra casa, nos permite ir caminando hasta el colegio universitario donde estudié la aberración de la que seré ungido. “No es aberrante, dice mi mujer, porque puedes ser tu propio tenedor de libros”. Lo soy, lo he sido, parece que lo seré ahora en forma profesional.
Tenemos, mi mujer y yo, apenas un año de casados. No queremos tener hijos. Yo decidí ir vestido con una camisa negra de seda y unos pantalones elegantes; mi mujer optó por una batita con pedrería y unos zapatos de color crudo, de cuero de ternera.
Para llegar al instituto de estudios basta atravesar un pequeño cerro boscoso y lacustre. Las pozas, como ojos de la tierra, se suceden una tras otra. Caminamos, pues. Al llegar a la primera, mi mujer se saca por la cabeza la breve prenda de vestir –no trae ropa interior– y patea con maestría los zapatos que quedan listos, aunque inertes, para seguir caminando. Se arroja al agua.
Es menuda, musculosa (se la pasa en el gimnasio), tiene la piel blanquísima, el vello púbico rubio, cortado casi al ras, y parece danzar mientras nada, como si fuera un animal acuático. Me siento en una piedra a esperarla. Sale por la orilla contraria y me hace una seña, que entiendo: tomo su vestidito y sus zapatos, y voy tras ella. En su nalga izquierda no se ve el llamativo lunar que tiene en forma de corazón y parece extrañamente morena, como quemada de sol. Se lanza a la siguiente poza.
Decido caminar con lentitud, mientras ella gimotea de placer, como si el agua fuera un amante experimentado que la estuviera haciendo llegar al orgasmo. Me encanta este bosque tan lleno de sorpresas arbóreas y formaciones rocosas, que nos pertenece en exclusiva. Oigo el ruido de mi mujer, a mis espaldas, lanzándose en clavado a otra poza. No la volteo a ver.
Vuelvo la vista ahora. La mujer que nada tiene la piel negra y el cabello blanco. Es muy alta. Sale y viene hacia mí. Tiene afeitado completamente el pubis.
¿Nos vamos?
Camino con ella. Poco a poco se vuelve morena, menos alta y cambia el color de su cabello. Cuando llegamos al final del bosque, mi mujer ya es la de siempre y toma su vestido de mi hombro izquierdo y extiendo mi mano para darle sus zapatos. Se viste y calza; parece venir de un salón de belleza, de tan despampanante que la veo.
¿Y qué? ¿Cómo vamos a celebrar tu logro académico?
No sé –le digo.
¿Y si vamos juntos a la poza número siete? ¿No te gustaría hacerme el amor, como si fuéramos cocodrilos?
No es mala idea –le digo.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com