Polvo del camino/ 278
Árboles y dioses
(Primera de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Hace tiempo, en uno de mis lectores electrónicos, comencé a leer el enormísimo libro La rama dorada, de James George Frazer (1854-1941), que en 1890 apareció con dos volúmenes, en 1900 con tres, en 1906-1915 con 12 y en 1936 con 13.
En abril de 1922, Lady Frazer se dispuso a crear una versión abreviada, con ayuda de James. La versión que leo tiene las adiciones de esta última. [Dejé de leer el libro, no sé cuándo ni por qué, pero encontré una libreta donde hice a mano estos apuntes, que comparto contigo lector, lectora.]
Escribe en el libro I, “El rey del bosque”, sobre la sucesión al sacerdocio de Diana Nemorensis (Diana del bosque, Diana la cazadora). Alrededor de cierto árbol, una figura siniestra rondaba: un sacerdote con una espada desenvainada. Sabía que para relevarlo de su cargo, cuidar del árbol, habían que matarlo. No podía dormir ni relajarse. Esta idea la instituyó Orestes (de quien Esquilo escribió una trilogía de tragedias) y ese sacerdote cuidaba que nadie se acercara al árbol, al que no se le podía cortar ni una rama: “La rama fatal era la rama dorada que Eneas, aconsejado por la sibila, arrancó antes de intentar la peligrosa jornada a la Mansión de los Muertos” (y aquí este texto entronca con La Eneida, de Virgilio.)
También hay una leyenda sobre que este sacerdocio lo instituyó Hipólito ( Eurípides cuenta su historia trágica): Diana lo volvió a la vida como un viejo y lo pone allí. Él, en agradecimiento, le hace ese santuario.
Diana, en esta idea, era el árbol y sus cuidadores dedicaban la vida a ella. “La costumbre de desposar físicamente a árboles con hombres o mujeres se practica todavía en la India y otras partes del Oriente”. Los árboles por eso, porque son humanos, son informantes: “Hay maridos que pueden saber si sus mujeres le son infieles, por ciertos nudos en los árboles; se cuenta que, en tiempos pasados, muchas mujeres fueron muertas por su marido celoso sin más evidencia que la de estos nudos”.
El libro hace digresiones y se mete en otros temas. Por ejemplo, cuenta que la razón para invocar a las ratas y darles los dientes de leche de los niños es que “según los nativos los dientes de rata son los más fuertes que se conocen”.
“Plinio nos cuenta que si se ha herido a un hombre y se está apenado por ello, no hay más que escupirse en la mano heridora y el paciente se sentirá instantáneamente aliviado”.
Dice James que dicen en la India: “Todo el universo está subordinado a los dioses; los dioses están obligados a los conjuros (mantras); los conjuros a los brahmanes; por consiguiente, los brahmanes son nuestros dioses”.
La religión, la magia y la ciencia, por distintos caminos, creen que se puede modificar el orden natural de las cosas; la muerte, por ejemplo. Con el avance de la religión, la magia se vuelve un arte tenebroso. La religión es para los píos y cultos; la magia, refugio de supersticiosos e ignorantes.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com