Polvo del camino/ 275
Dos versiones, 1
La versión de Irene
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano
—Conocí a Jaime… No, me fijé en él (tal vez ya lo ha había visto sin ver) cuando yo estaba por cumplir 12 años. Estudiábamos en el mismo colegio multigrado –de kínder a prepa–; yo estaba en sexto de primaria y él en tercero de preparatoria. Sin duda, comenzaba a sentir atracción por los niños y lo vi salir de los vestidores sólo con un short ceñido y descalzo. Me pareció precioso. Los pechos, las piernas, los brazos musculosos; su risa de dientes perfectos. Soñé con él esa noche.
A partir de entonces lo buscaba, trataba de verlo y mientras más lo veía, más me gustaba. Creo que la única vez que él me vio fue cuando me pinté los labios, me le acerqué y lo vi con toda la coquetería que podía contener mi cuerpo. Me sonrió y yo quedé feliz por muchos días, nada más de recordarlo. Yo era su fan. Nada en el mundo me interesaba, sólo él.
Pasó el tiempo. Él se fue del país y yo me quedé. Descubrí en las redes sociales su nombre y le escribí, me respondió y empezamos a ser amigos. Al poco tiempo nos coqueteábamos. No le dije que ya nos conocíamos.
Por azares del destino, cuando yo tendría unos 27 años me surgió la oportunidad de viajar a New York. Le pregunté si podíamos vernos (él vivía allá), en el caso de que fuera, y me dijo que incluso podía quedarme en su departamento. No me creyó que fuera ni yo se lo aseguré. Era nomás una charla en el celular.
Llegué a la ciudad, tomé un taxi y cuando estaba frente a su puerta me tomé una selfi y se la envié. Abrió la puerta. Nos abrazamos. Entré y su mujer (no sabía que vivía con alguien) se puso de lo peor. Me dijo horrores. Jaime trató de disculparla y yo me salí, tomé mi maleta (iba dispuesta a quedarme con él) y me fui a un hotel cercano. Él me llamó al día siguiente, por la tarde, y me dijo que su pareja había dejado el depa, que ya no iba a regresar.
—Se llevó casi todas sus cosas, y hoy en la noche vendrá por el resto; si quieres –me dijo–, mañana vente para acá.
Fui. Me contó que ya estaban en lo último de su relación, que nada más faltaba la gota, ésa, la mía, para rebalsar el vaso. Le conté lo de mi enamoramiento infantil y nos besamos. Llegó de nuevo su chava (tocó, ya no tenía llave) e hizo un escándalo, le gritó y me gritó. Ninguno de los dos le dijo algo. Se fue. “Ahora sí para siempre”, dijo ella y él le dijo que qué bueno.
Luego del momento incómodo, tomamos dos copas de vino. Después me ofreció algo más… No sé si me entiendas, yo iba a consumar mi ilusión infantil, a volver realidad mi primer sueño erótico. Le pedí que me esperara unos momentos. Me di una ducha, me puse una batita atrevida (me quité la ropa interior) y salí para hacer lo mío, para hacerlo mío, para asir lo mío.
Nos abrazamos, nos besamos, lo desnudé, lo cabalgué. Lo hicimos tres veces y ya, nunca más lo volví a ver. Lo borré de mis contactos. Lo cierto es que acostarme con él no resultó ni muy bueno ni muy placentero. Evidentemente, Jaime no era responsable de mis expectativas. Yo iba a buscar la gloria y él sólo me hizo una faena básica. La realidad nunca estará a la altura de nuestros sueños.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com