Polvo del camino. 255. Días de agua y de olvido. Héctor Cortés Mandujano

  Polvo del camino/ 255

Días de agua y de olvido
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano

Las calles como arroyos han sido eso desde hace tanto, que ya nadie recuerda en la ciudad ni la tierra ni el asfalto.
Un día comenzó a llover, ¿hace cuánto?, y desde entonces no ha parado.
Soy policía y uno de los primeros que aprendió a usar los artilugios –parecen patines, parecen esquíes– que nos ponemos en los pies para deslizarnos como bólidos tras los delincuentes (ya no son necesarias las patrullas ni las motocicletas) o para ayudar a alguien que nos requiera.
También soy experto en luchas cuerpo a cuerpo y me he trenzado en pleitos, donde triunfo, hasta con diez malandrines. Parezco, eso me dicen, un héroe de comic.
Pero me descubrí una falla, que no he podido corregir: el olvido va carcomiendo mi vida.

La primera vez que me di cuenta fue una vez que llevaba quién sabe cuánto viéndome al espejo, con el cepillo de dientes en la mano. Sonó mi celular y eso me trajo a encontrar que en el espejo nada había, ningún rostro, ningún rastro humano, nada. ¿Y yo? En un parpadeo estuve de nuevo frente a mí, con el cepillo en las manos.
Vi la hora y deduje que me había pasado, quién sabe dónde, por lo menos sesenta minutos. ¿Me olvidé de mí y llegué al punto de no verme?
Sucesos así comenzaron a menudear en mi vida, hasta que fue notorio para la gente de mi trabajo. Entré en el baño y sólo regresé a mí mismo, por decirlo de alguna manera, cuando los toquidos urgentes me hicieron abrir. Estaba de pie junto a la puerta y me dijeron que tocaron porque no hice ruido de nada. Cuarenta minutos de no sé dónde, de no sé qué.
Un día amanecí desnudo en una de las pozas de una gruta lejana. Mi ropa estaba en una gran roca de la orilla. El problema es que yo no recordaba cómo había llegado hasta allí.
Fui al médico y me dio unas pastillas. Pedí un permiso especial.
Pasaron yo creí que diez minutos, a partir de que llegué a la casa, y vi la fecha en mi teléfono: habían pasado cinco días.

Las extrañezas en mi comportamiento fueron tales, que ya no me fue permitido salir a la calle y fui designado para hacer tareas de oficina. Desaparecía, de pronto, cuando iba a la cafetería, o al baño o a una diligencia. Me levantaron actas y fui amenazado de despido.
Una noche me dormí profundamente y me desperté seguro de que se me habían pegado las sábanas. Estaba en una cueva, vestido, con mi billetera y demás naderías en la bolsa. Mi celular no funcionaba. Salí. Una montaña. Desde allí vi la ciudad y caminé hacia ella. Traté de concentrarme, porque nada me parecía familiar. Un desastre mi pensamiento.
¡Sorpresa!: No había agua en las calles, sino asfalto.
Llegué por fin a la oficina y la gente que ocupaba los escritorios me pareció desconocida. No me dejaron ocupar mi lugar y fui interrogado por varios. La conclusión asombrosa para todos, incluyéndome, fue llegando lenta a los cerebros. Yo ya no trabajaba allí, había desparecido hacía veinte años.
¿Dónde había estado, haciendo qué?



 
Ilustración: HCM
Ilustración: HCM




*Sobre el autor:

Héctor Cortés Mandujano

Narrador, dramaturgo y periodista cultural

Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.

Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.

Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).

Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.

Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com

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