Voces ensortijadas
María Gabriela López Suárez
A la falda de la montaña
El otoño no solo había llegado con esos aires que anuncian que falta poco para concluir el año, sino que también había traído consigo tormentas tropicales. A Samantha le gustaban los días lluviosos, siempre y cuando no fuera a causa de tormentas o huracanes, por ese ambiente relajado que puede generar la lluvia, el olor a tierra mojada y el contemplar la vegetación verde.
Justamente había pasado la mitad de la semana con lluvias intermitentes, por ratos muy fuerte, luego llovizna, una leve pausa y de nuevo llovía con fuerza. La tarde del jueves la lluvia había dado tregua buena parte del día, justo casi a la hora de salir del trabajo comenzó a hacerse presente en forma de llovizna, menudita pero continua.
Samantha verificó que ya era hora de la salida, apagó el equipo de cómputo, verificó que no hubiera quedado nada prendido y salió de su oficina. Se puso el impermeable, esa vez olvidó el paraguas en casa. Se agradeció tener el impermeable de emergencia que solía guardar en la oficina. Caminó hacia la entrada, esperaría a que pasaran por ella.
Contrario a otras ocasiones esta vez el paso de Samantha fue sin prisa, no solo porque Mineth su hermana e Ignacio, su primo, no eran puntuales sino porque sintió una sensación de disfrutar el paisaje de la llovizna. Se dirigió lentamente por el pasillo hasta quedar de frente a la montaña que rodeaba su espacio laboral.
Observó el paisaje, muchos árboles frente a ella. Los árboles eran altos, con un follaje precioso, la lluvia les daba un toque especial, casi mágico. Recordó los dibujos que solía hacer de niña cuando intentaba representar montañas. En sus trazos dibujaba una especie de líneas curvas que adquirían la forma como ella veía las montañas, luego las rellenaba con árboles cuyo follaje tenía un intenso color verde. Cuando terminaba sus dibujos se quedaba pensando en las imágenes que veía en la carretera, las montañas le causaban mucho asombro. Más de una vez se hizo dos preguntas, ¿qué se sentirá subir a la montaña? ¿Los árboles serán acolchonados en sus copas?
La llovizna le había mojado el rostro, pero eso no era impedimento para que siguiera contemplando el gran regalo. Halló que entre los árboles también había pequeños espacios, la distribución entre el tamaño de los árboles era lo que generaba el curveado que ella intentaba dibujar con formas como rizos que se juntan.
Mientras seguía contemplando la vista hacia la montaña su rostro dibujó una sonrisa. Tenía un par de años trabajando en ese lugar y no se había percatado que justamente se ubicaba a la falda de la montaña.
—Mira Samantha, tu sueño de niña hecho realidad ahora que eres adulta —se dijo en voz alta.
El sonido de su celular le hizo volver la vista a su bolso, era un mensaje de Ignacio.
—Samantha ya estamos en la entrada, te esperamos.
Guardó el celular. Se llevó las manos al rostro intentando limpiar las gotas de la lluvia. Se acomodó el gorro del impermeable y con el corazón contento caminó rumbo a la entrada.

Sobre la autora:
Maria Gabriela López Suárez
Doctora en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Chiapas y Doctora en Dirección y Planificación del Turismo por la Universidad de Alicante. Docente investigadora en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH). Es integrante de la Red Internacional de Investigadores en Turismo, Desarrollo y Sustentabilidad (RITURDES), del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Colectivo Fotográfico Tragameluz y del Colectivo Reminiscencia, este último aborda el tema de los feminicidios. Desde 2008 colabora en diferentes medios en Chiapas. Fue corresponsal en Chiapas de la Agencia Informativa Conacyt. Actualmente es productora del programa radiofónico de la UNICH, Los Colores de la Voz; colabora también en la Red de Comunicadores Boca de Polen. A.C.