Líneas de desnudo/ 130
El eclipse
Por Manuel Pérez-Petit
Pese a que los expertos decían que no era recomendable hacerlo de ese modo, con la mirada en un charco, el 11 de julio de 1991, en la Ciudad de México, yo vi un eclipse, el más largo de la historia según contaban, un eclipse de verdad, completo, y experimenté en apenas minutos la plenitud del día, el atardecer, la noche, el amanecer y un nuevo día, convirténdose ese evento en el más extraordinario que nunca haya vivido. Por entonces, yo contaba con 25 años, y aunque ya se sabe que esa edad aún no es nada y yo –debo confesarlo– era muy inocente, tuve una plenitud de conciencia como no recuerdo haber tenido nunca. Con motivo de ese eclipse, en todo México se despertaron, levantaron o azuzaron todo tipo de especulaciones, supersticiones y mitos, máxime estando aún tan cerca en la memoria el terrible sismo de septiembre de 1985, que aún mantenía en ruinas parte de la capital mexicana. Toda la ciudad se estremeció con ese día extemporáneo de apenas siete minutos; el día que se hizo dos poco después del mediodía.
En aquel tiempo, la ciudad estaba invadida por el ambulantaje. Eran épocas de boom financiero para el país, que estaba gobernado por Carlos Salinas de Gortari, y la felicidad económica no parecía tener fin –y bien que lo tuvo cuatro años más tarde, pero esa es otra historia–, y lo mismo en cualquier banqueta te ofrecían gorditas de chicharrón o tacos de suadero que tarjetas de crédito o los por entonces gigantes, novedosos y prometedores teléfonos celulares, incluso en alquiler.
Me encantaba desayunar en los Sanborns, y siempre desayunaba lo mismo: huevos rancheros, papaya, jugo de naranja y café de refil. Esto último fue un descubrimiento: que siempre tuvieras la taza llena, aunque fuera de un café que me parecía aguado, era algo nuevo para mí. Las meseras, ataviadas como hoy, servían y servían sin descanso, y a uno hasta llegaba a darle fatiga tanto néctar, y eso que era un adicto irredento a esa bebida.
En julio y agosto de 1991 fui reportero del diario Ovaciones que, por entonces, era generalista y tenía dos ediciones: la matutina, seria, y la vespertina, a cuya redacción yo pertenecía, popular y con una tercera al estilo de los sensacionalistas ingleses, con imágenes picantes de señoritas voluptuosas. Me encantaba salir del periódico y hacer tertulia con los compañeros, de los que hoy no solo no sé nada sino que apenas recuerdo algunos nombres: el maestro José Luis Arenas, Juan Carlos Villaroel... A veces nos acompañaba el jefe de información, Arnoldo Piñón. Nos íbamos al Sanborns del Ángel o a algunos Vips que hoy no podría localizar.
Hacía poco tiempo que Carlos Slim se había hecho con el control de Teléfonos de México (Telmex), y la ciudad estaba llena de cabinas telefónicas con las que se podía hablar sin monedas. Yo no podía publicar, pues al estar en prácticas y ser extranjero no pertenecía al sindicato del periódico, pero todos los días salía a la calle con mi encargo, elaboraba después mi nota y llamaba a las taquígrafas del diario para dictarla. Luego me iba a la Anáhuac, la colonia en que estaba y sigue estando la redacción, y comprobaba el copy de la misma. A mediados de agosto, cuando llevaba mes y medio trabajando sin ver mi nombre impreso, el jefe Piñón me dijo que iba a publicar mis notas. Y así fue. A partir de entonces leí mi nombre todos los días. Cuando me iba a la del Valle, donde estuve viviendo esos meses, aunque solía moverme en metro y en colectivo, a veces tomaba un taxi amarillo, esos bochos de entonces que no tenían asiento de copiloto, en los que cerrabas la puerta tirando de una cadena, y veía la segunda edición en el suelo del mismo, pues todos la llevaban, la tomaba y leía mi propia nota... Aquel tiempo fue el verdadero eclipse de mi vida.
Ya les contaré.

Fuente de la imagen: Archivo personal de M. P.-P.
*Sobre el autor:
Manuel Pérez-Petit
Periodista, editor, escritor y gestor cultural
Sevilla, España, 1967.
Periodista por la Universidad de Navarra y diplomado en pedagogía en lengua y literatura por la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en literatura comparada y un experimentado docente y gestor cultural. Es editor desde hace más de 30 años, habiendo tenido a su cargo en proyectos propios y ajenos más de medio millar de ediciones de títulos de todos los géneros. En 2010, se trasladó a México y fundó Sediento Ediciones. Ha dirigido proyectos editoriales y culturales de ámbito latinoamericano y dictado conferencias y cursos en países de Europa y América desde hace 20 años. Como periodista trabaja desde hace muchos años en diarios y publicaciones periódicas de España y México y medios de internet y radio. Es profesor invitado en la Bluefields Indian & Caribbean University (Bicu), de Bluefields, Nicaragua. Desde junio de 2011, la biblioteca de Yolotepec, comunidad indígena otomí de Santiago de Anaya, Hidalgo, México, lleva su nombre, y desde octubre de 2022 también la biblioteca de la comunidad indígena purépecha de la isla de Yunuén, Pátzcuaro, Michoacán, México. En 2017 fundó la causa Libros por Yolotepec, para la recolección de libros en donación para bibliotecas y la promoción de la lectura de los ámbitos rural y marginal urbano de México. Es autor de nueve libros individuales en poesía y narrativa. Su obra ha sido publicada, antologada o premiada en media docena de países. En 2020 fundó Kolaval, plataforma, agencia literaria y editorial de ámbito hispanoamericano. Desde diciembre de 2023 es director editorial de Almuzara México.