PORQUE SOY UN HOMBRE…
Capítulo VIII
Hanif Kureishi (1954), en Intimidad, afirma que la voluntad es incapaz de hacer brotar lo que él llama, los dones más exquisitos; esto es, el amor, el afecto, la creatividad, el deseo sexual, la inspiración… Puede, una vez que han florecido en nuestro interior, protegerlos y alentarlos, pero nada más.
En este octavo capítulo de la primera parte de Apuntes del subsuelo, Dostoievski analiza -participando directamente con nosotros, sus lectores- la Voluntad y el Libre Albedrío. Comienza el autor con una aparente negación. Por un lado, dice: “…la voluntad no existe…”, y poco más adelante añade: “…sólo el demonio sabe de qué depende la voluntad…” Luego podremos comprobar que tal negación, como dije, no lo es en realidad, ya que Dosto se aferra a que el hombre, hasta el más sensato, hasta el más disciplinado, hasta el ser más dispuesto a conducirse por la vida por la senda más ventajosa para sus intereses (¿vitales?), por la más suave, es el único animal capaz de establecer, mediante esta voluntad interior, vibrante y sonora, una conducta totalmente contraria a lo que su sentido moral le prescribe.
¡Ay, la moral, la susodicha y tan manoseada y casi siempre mal entendida moral!
(Debería aclarar que estoy con Patricia Highsmith cuando dice que las personas creativas no hacen juicios morales, porque ya habrá tiempo después, cuando terminen su obra, de hacerlos. El arte –indica- no tiene nada que ver con las modas. Aquí noto cierta semejanza con nuestro autor).
¿Cree Fiódor, con Lewitt (1969), que la voluntad, eso que existe o que puede parecer que existe entre la aparición de la idea hasta que se finaliza la obra, no sea más, no sea otra cosa que el propio ego y sólo el ego? En este caso, si fuera cierto, estaríamos, claro está, ante un ego perverso que nos predispone el ánimo hacia una creación, esto es, un salirse de uno mismo, un querer ser más, una alteración provocativa –podría entenderse así- de nuestra propia e íntima mismidad.
¿De qué depende, de existir, la Voluntad?
Establece más adelante una jerarquía en la que introduce, como dos conjuntos que se relacionan, la Razón dentro de la Voluntad. Es ésta la que todo lo domina. Es ella la que aprisiona nuestro libre albedrío, libre albedrío que Fiódor a veces pone en duda. Juega con ambos conceptos y los relaciona convencionalmente, y en otras ocasiones los personaliza, incluyendo en esta categoría una posible relación de odio entre ellos, o de amor, o de sencilla e imprescindible simpatía. ¿Qué Ley sostiene y regula al libre albedrío? Incluso si esta supuesta Ley existiera, según las leyes naturales y matemáticas, sería susceptible de ser manejada al antojo por la enorme imbecilidad del hombre. Habla asimismo de deseos y caprichos. ¿Seríamos capaces, en algún momento de la historia de la humanidad, de controlarlos y gestionarlos según las directrices de la razón? Esta es, en mi opinión, una pregunta clave para entender al autor de estos Apuntes del subsuelo, subsuelo en el que lleva ya –según sus propias palabras- cuarenta años viviendo.
Tengo derecho, tenemos derecho, como seres humanos –afirma- a desear todo lo que quiera, incluso aunque me asalte el capricho más perverso y vanidoso, o hasta que piense y actúe como el más ofensivo de los hombres, el más insensato. Y también pone en una apasionante discusión a estos deseos humanos con su capacidad de raciocinio. ¡Qué hermosura de análisis!
Se pregunta, con nosotros, si la naturaleza es o es lo que pensamos o creemos que es. Por último, resplandece el asunto no trivial de la personalidad, de la individualidad, algo sagrado, lo más sagrado que posee el ser humano, lo que debemos defender a toda costa, al precio que sea necesario; Fiódor protege esta idea como el que más, señalando que esta consonancia es lo que nos identifica plenamente. Y, con ella, a través de esta identificación, la toma de conciencia de ser lo que a uno le dicta no sólo su razón, sino el alma transmutada, es decir, asida y cosida a Dios, a Dios como potencia y esperanza. Unida de manera indisoluble al paso por el sufrimiento como condición necesaria para alcanzar el máximo estado de compasión del hombre hacia el hombre.
Seremos capaces de hacer lo que sea, por perverso o indigno que sea, con tal de saber que hacemos, que actuamos como nos da la real gana. Por el simple hecho de demostrar que somos un hombre y no un teclado de piano, como él suele afirmar.
¡Pura rebeldía y coraje, mientras asistimos al desdoble entre persona y autor!
Vale.

Imagen proporcionada por el autor. ***** Edición por entregas del último libro de Antonio Florido.
*Sobre el autor:
Antonio Florido Lozano
Narrador, ensayista y poeta
Carmona, España, 1965.
Desde 2011 ha publicado ocho novelas y tres libros de cuentos. Su obra ha merecido una docena de premios nacionales en España. Su novela Blattaria (2015) fue llevada al cine en 2019 en una coproducción peruana-española. Afirma ser “un autor neoexistencialista que aborda asuntos éticos y de actualidad, como la violencia (interior, de contexto y doméstica), el maltrato a los ancianos, la muerte digna, la intolerancia hacia la homosexualidad, la decadencia moral del ser humano…”, y le gusta ser considerado “un escritor vertical y conceptual”.
Colaborador habitual de numerosas revistas de arte y literatura de varios países hispanoamericanos, desde hace quince años es también columnista en diversos medios de comunicación.