Cajón de rubores. 42. Apuntes del subsuelo 3. Antonio Florido





                                                                   

Apuntes del subsuelo (3)

DIFERENTES TIPOS DE HOMBRES Y SUS CONCURRENCIAS

Capítulo III

¿Cómo se venga la gente que es capaz de hacerlo?

Nos inquieta esta pregunta. ¿Usted es capaz, sería capaz de vengarse si le dieran una bofetada, merecida o no? ¿Rumiaría esa posibilidad, aunque fuese futura, en el rincón de sus pensamientos? ¿Sufriría por ellos/por ello? ¿Durante cuánto tiempo entiende que sería capaz de doblegar a su mente y obligarla a olvidar? ¿Gozaría, tal vez, con la enorme presión de saber que más pronto que tarde le llegaría esa opción, ese ingenuo placer, esa sutil pero necesaria caricia en el alma, ese gozo efímero?

En este tercer capítulo (que daría para mucho) Dostoievski nos presenta a varios tipos de hombres sobre el escenario de su reflexión, esto es, a saber: al hombre sencillo o normal (auténtico y envidiable), al hombre de acción, al hombre (su antítesis) hipersensible, es decir, al pensante, al/el que casi nunca o nunca hace nada, porque se calma, a esos tipos que, como antes dijimos, se les envidia…

¡Todo un panorama! ¿No lo ven?

Los hombres pensantes no creen en los retos. Si se les presenta alguno (un muro de piedra, como el autor “metafora”, o “metaforea”), no les echan cuenta. Ven el muro y lo más que pueden hacer es reír como locos, a carcajadas. No les merece la pena perder o dedicar parte de su vida a tratar lo imposible.

(Recuerdo que, hace mucho, cuando era aún uno de los típicos estudiantes de esos que pasaban desapercibidos, establecía una charla intrascendente con algún compañero; me limitaba a aparentar que escuchaba sus argumentos, a simular (mentir) que esos sus testimonios los comprendía; más todavía, que estaba totalmente de acuerdo con la tesis que le salía entre babas, de tanto entusiasmo, a pesar de entender en mi interior que no compartiría ni un mísero café con el susodicho, que no deseaba eso, perder mi tiempo; ahí comencé ¿treinta años ya, cuarenta?, a llamarles hombres-muro, porque era imposible moverlos ni un ápice de su centro de masas, me explico.)

Luego me resulta extremadamente interesante el otro arquetipo de hombres: los hipersensibles. Para los hombres sencillos, los auténticos, según Fiódor, para esos hombres de acción y humildes, no existen los muros, los muros entendidos, esto es, como retos, ya lo dije antes, creo. Sin embargo, el bicho raro, el hipersensible, el pensante, el hombre-probeta, por usar sus mismos términos, se esconde en el lugar más inhumano, en el subsuelo, en la habitación aquella a la que nunca nos atrevimos a entrar, por el pánico que nos envolvía, por el dolor de sentir demasiado: son, para él, los hombres ratón. Ese hombre, ese tipo de ser, guarda, atesora una paciencia más dura que el granito, espera, sabe hacerlo, vive y es capaz de aguardar hasta el último suspiro recordando aquel hecho o persona tan distante que le produjo ¿le produjo? una insatisfacción, digamos, imborrable, imperdonable. Mientras ese tiempo transcurre, se recrea constantemente en sus despechos acumulados; este ser sabe que su actitud es despreciable, estúpida, pero “amorea” con ese estado de tremenda majadería, goza y paladea el cercano fruto de su espera, de su sacrificio.

¿Todo esto por una venganza a la que considera justa?

El hombre auténtico, el que vive en plena consonancia con las leyes naturales, debido a su innata estupidez, invoca a esa Justicia Natural para que le saque del arroyo en el que se ha hundido; el hipersensible, no. Este se hunde en el abismo, enseña los dientecillos, roe, se rodea de constantes lodos que le ensucian el rostro, ríe, goza o así lo anhela, ese hombre se refugia del mundo en su terrible debilidad porque todo le sacude, todo le enfurece, todo lo odia, hasta la propia imagen de ser como ser, de ser lo que es. Vive en su mazmorra sin espejos ya que no soportaría jamás enfrentarse a sí mismo. Pero, ¡oh Dios, qué fascinante!, anota en su cuaderno gordísimo sus inagotables deseos de beber el lodazal nauseabundo en el que vegeta. Y vive imaginando, incluso imaginando que imagina increíbles venganzas, y con esa actitud sobrevive en un mundo para él insoportable, ruin, asqueroso. No perdonaría jamás, no sabe, no sabe saber, no quiere (algunos ni siquiera se detienen a pensar en qué consiste eso del perdón, o quizás ni hayan oído en su vida esa palabra, esa preñez de la acción, ese desliz de darse sin más, tal y como lo percibe.)

Dostoievski nos apunta que este tipo de hombre sabe que sufrirá más con sus tentativas que con su desenlace probable. Lo sabe. Entonces, digo, ¿por qué?, ¿Por qué todo este desquiciamiento?

(Era adolescente. Tonto. Como todos los de mi época (o casi todos, perdonen). Un buen día, ahora no recuerdo exactamente el o los motivos, entré en mi cuarto, quité la almohada de mi cama, la arrojé afuera, al salón adjunto, me acosté. No salí de mi habitación en dos años. Día tras día. Noche tras noche. Oyendo los murmullos de mis padres. Quería, eso sí lo grapé en mi alma, quería quererlos, quererlos más, amarlos hasta la extenuación. Mi interior era consciente de que lo hacía, sin apariencias ni otras absurdas convicciones, los amaba hasta dar la vida, ¡mi vida! por cada uno de ellos, los admiraba, los necesitaba. Entonces, ¿por qué renuncié al mundo durante tanto tiempo, por qué perdí parte de mi vida? Cuando algo (tal vez mi hipersensible agonía) me dijo que saliera, el mundo había cambiado, todo. Mis papás habían envejecido, lo noté al momento. Él me miró, luego volvió la cabeza hacia los ojos de mi madre, sonrieron como sólo lo hacen los padres sensatos, amorosos, deseables, únicos. Y, sin poder remediarlo, corrí enfurecido conmigo mismo y los abracé con una fuerza extraordinaria que me salió no sé de dónde, no me pregunten. Así fue.)

Nota: mi almohada, sobre una de las estanterías, olía a hermosa ausencia.)

Aclaración: En el título, la palabra Concurrencia, tómenla sólo en el sentido computacional, por favor.


Imagen proporcionada por el autor.
Imagen proporcionada por el autor.

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Edición por entregas del último libro de Antonio Florido. 

*Sobre el autor:

Antonio Florido Lozano

Narrador, ensayista y poeta

Carmona, España, 1965.

Desde 2011 ha publicado ocho novelas y tres libros de cuentos. Su obra ha merecido una docena de premios nacionales en España. Su novela Blattaria (2015) fue llevada al cine en 2019 en una coproducción peruana-española. Afirma ser “un autor neoexistencialista que aborda asuntos éticos y de actualidad, como la violencia (interior, de contexto y doméstica), el maltrato a los ancianos, la muerte digna, la intolerancia hacia la homosexualidad, la decadencia moral del ser humano…”, y le gusta ser considerado “un escritor vertical y conceptual”.

Colaborador habitual de numerosas revistas de arte y literatura de varios países hispanoamericanos, desde hace quince años es también columnista en diversos medios de comunicación.

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