Apuntes del subsuelo (1)
PRIMERA PARTE: SUBSUELO
Capítulo I
El texto dice: “Soy un hombre enfermo…Soy un hombre despechado. Soy un hombre antipático.” Vemos que, al contrario del resto de escritores (me refiero a esos escritores vulgares), los que consideran que repetir las mismas palabras en tan poco espacio no es estéticamente admisible, Fiódor lo hace, y lo hace con una naturalidad que asusta. Añado aquí que las mentes claras se expresan de manera clara y que escribir con suma naturalidad es lo más difícil para un escritor. Luego añade: “Creo que padezco del hígado”.
Este creo fue tomado más tarde por Camus cuando comienza su novela El extranjero y dice que cree (no está seguro) que su madre ha muerto, pero que no sabe a ciencia cierta si murió hoy mismo o lo hizo ayer. (Es un dato al menos curioso). A Fiódor, es decir, al personaje que inventa pero que no cabe duda que se refiere a sí mismo, no le importa nada el mundo (en sentido religioso); no le produce ninguna inquietud si su cuerpo está sano o no. Sólo le interesa el interior del ser, esto es, saber que es, como afirma más adelante, supersticioso, despechado, antipático, grosero… O sea, un hombre que vive hacia adentro en vez de hacia afuera, como la mayoría de nosotros, hombres y mujeres rabiosamente actuales. (Sonrío leve y cínicamente.)
Confiesa que fue funcionario. Luego apunta que fue un mal funcionario. Salvo en casos especiales, agrega, cuando el cliente que acude a la Administración para requerir sus servicios es tímido. En ese caso, dice, me divertía haciéndole jugarretas malintencionadas (…y sentía un placer inmenso cuando conseguía disgustarlo…) y esta actitud suya la compara al hecho de espantar gorriones. Noto, de esta forma, un hombre disgustado consigo mismo y con la época que le ha tocado en ciernes, también con la atadura a esa enorme
Administración para la que trabajaba con el único fin de ganarse el sustento. Es decir, un ser triste, descontento, malhumorado, al punto de que es capaz de alejarse de sí mismo para tomar perspectiva de su circunstancia y hacer brotar la risa sarcástica de su tétrica figura. Más o menos lo que muchos de nosotros hacemos cuando tenemos la mala suerte de dedicarnos a algo que no nos gusta nada, esto es, pienso, la mayoría.
Aquí me siento inundado de múltiples sentimientos. Por un lado, mi alma se une a su alma. Entiendo que alcanzo a comprender lo que siente. Le tomo del brazo y con la mirada le indico que tome asiento. Afuera no brilla el sol; es un día nuboso, pero aquí, en el interior del café, se está bien.
-Un café solo y en vaso largo, con dos sacarinas. ¿Tú…?
-Nada.
-¿Nada?
No me responde. Mira al tablero de la mesa y entrecierra los ojos.
-Querido Fiódor, ¿Acaso nunca te conmueves, dime?
Fiódor levanta su frente, abre los ojos y dice: “Sí. Mi vida es un constante sufrimiento. Por mí. Por los demás. Por la trágica tesitura en la que Dios nos ha colocado…”
Guardo silencio. Él también guarda silencio. Un silencio grave, espeso, irritante. Aprovecho este hueco en el tiempo para seguir.
El personaje nos comenta que de vez en cuando miente, y cuando le pregunto el motivo de esa postura me confiesa, en un murmullo, que lo hace para divertirse.
-¿Por qué?
-Porque el mundo no me entretiene. Lo hago con las personas, en una especie de venganza por ser como ellos, por ser nacido como ellos, porque todavía no he logrado convertirme en un insecto. Pero no me preguntes más porque tú también te arrinconas como yo, bajo el suelo, con tu cuerpo ovillado, con el ansia de desaparecer, de hacerte tan pequeño como la felicidad que nunca logro.
-¿Qué te retrae?- le pregunté.
Tomó un sorbo de nada porque nada había pedido, yo acabé lentamente mi primera tacita de café.
-El remordimiento. El remordimiento por no poder ser nada, por no poder ser nadie, por no querer ser nadie, ¿entiendes? El pesar. Me puede ese peso tan gigante de la vida. Vosotros, tú mismo, deseáis. Yo ni siquiera tengo esos inútiles deseos humanos. Recuerdo a mi padre, a mi maldito padre. Recuerdo a mi difunta amada, a mi difunto hermano. ¿A quién, de verdad, recuerdas tú? ¡Dime! Y todos estos sentimientos me bullen y roen por dentro, me desquician, por eso me tomo a chanza las ocurrencias de esos seres vulgares e ignorantes que acuden a mi mesa con los papeles en las manos. Me río. Me divierto con eso, con algo. Cuando el cliente me cae bien entonces cambio y le recibo con gracia y amabilidad; es cuando me transformo en un buen funcionario. Por eso mentí antes. ¡Pero vámonos de aquí, ya te he abierto el alma, qué más quieres!
Fiódor, (el personaje) se levantó serio, apuntó con el gesto a que le siguiera. En la calle soplaba un viento raro, como de humo, con el tranvía gateando la cuesta, como en aquella Rúa dos Douradores, donde hablé con Fernando, hace mucho.

Imagen proporcionada por el autor. ***** Edición por entregas del último libro de Antonio Florido.
*Sobre el autor:
Antonio Florido Lozano
Narrador, ensayista y poeta
Carmona, España, 1965.
Desde 2011 ha publicado ocho novelas y tres libros de cuentos. Su obra ha merecido una docena de premios nacionales en España. Su novela Blattaria (2015) fue llevada al cine en 2019 en una coproducción peruana-española. Afirma ser “un autor neoexistencialista que aborda asuntos éticos y de actualidad, como la violencia (interior, de contexto y doméstica), el maltrato a los ancianos, la muerte digna, la intolerancia hacia la homosexualidad, la decadencia moral del ser humano…”, y le gusta ser considerado “un escritor vertical y conceptual”.
Colaborador habitual de numerosas revistas de arte y literatura de varios países hispanoamericanos, desde hace quince años es también columnista en diversos medios de comunicación.