Polvo del camino/ 198
En el corazón del bosque
(Cuento)
Héctor Cortés Mandujano
Aura, mi más querida amiga, solía llorar por todo: al verme llegar a su casa y al decirme adiós, cuando se alegraba y cuando me contaba una pena; lloraba al ver nacer el día y al cerrar los ojos para dormirse…
¿Por qué llorar tanto y por todo?
—Las lágrimas me hacen feliz –decía.
De todos modos la adoraba porque era capaz de quedarse callada para oír mis monólogos y me hablaba con paciencia después, me abrazaba con cariño, me daba consejos. Las mujeres se sucedían en mi cama y pasaban ligeras por mi corazón, pero Aura seguía allí, dispuesta para mi amistad, como el árbol que da sombra y frutos, flores y cantos.
Un día me pidió que saliéramos al campo, porque le había contado una de sus amigas de una librería atendida por su rara propietaria. La peculiaridad es que la había puesto, contra toda la lógica comercial, en un ranchito sin más vecinos que los caballos, las vacas y la naturaleza agreste.
—Es una maravilla que todavía quede gente así –me dijo.
—¿Cómo? ¿Loca? –le dije.
Me vio y vi las lágrimas en sus ojos.
—La locura es maravillosa: da libertad.
Llegamos y, efectivamente, la librería era muy linda (se llamaba La Felicidad) y con ejemplares que no eran comunes en las otras librerías empeñadas en tener libros que se vendieran. Había una mariposa posada en A la sombra de las muchachas en flor y mientras la explorábamos un gato se hizo un nido sobre un volumen de Hölderlin.
Ada, la propietaria, lejana amiga de Aura, nos hizo descuentos en nuestras compras, nos invitó una taza de café y nos llevó a un estanque donde vimos hipnotizados a las miríadas de peces multicolores que se entrecruzaban frente a nuestros ojos.
Cuando dejamos aquello, volvimos a pie, como llegamos, y Aura decidió que tomáramos otra ruta para llegar a la ciudad: cerca, al lado de un apretado bosque de coníferas. Había oscuridad en el ambiente y una bruma parecía nacer de los tallos arbóreos, lo que daba fantasmagoría al trayecto que no estuvo exento de aventuras, pues tres malandrines trataron de asaltarnos.
No dije a Aura que llevaba conmigo dos revólveres y como no hubo otro remedio lo usé en contra de los maleantes. Los tres huyeron, con pavor, cuando comencé a dispararles a los pies.
—¡Tengo más balas para ustedes! –Les grité.– ¡Las siguientes serán para sus corazones!
Aura lloró cuando nos quedamos solos y yo la abracé. Ella levantó el rostro y, como si siempre lo hubiéramos hecho así, la besé en los labios. Allí me di cuenta, rodeado de árboles y neblina, que estaba enamorado de mi amiga y que ella me había amado siempre.
—Ya no voy a llorar –me dijo–, lloraba por ti, por no conseguir tu amor; desde ahora sólo me verás reír.
Despertamos juntos. Somos felices.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com